miércoles, 7 de julio de 2021

LA VIRGINIDAD EN LA PERSPECTIVA CRISTIANA

 Decimos que una persona quiere realizar la castidad perfecta cuando se propone la completa abstinencia del placer venéreo por causa del amor de Dios. No es un no al matrimonio, sino un sí a un amor grandioso y pleno, un acto de plena confianza en Dios.

Según las palabras de Cristo (Mt 22,34-40; Mc 12,28-34; Lc 10,25-28) el amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, es lo que da pleno sentido a la vida humana, haciendo Mt 19,12 expresa referencia a la vocación a la virginidad o al celibato por causa del reino de los cielos.

En la perspectiva cristiana se distingue entre virginidad como castidad prematrimonial y virginidad como elección libre para toda la vida. La virginidad prematrimonial es un valor humano y cristiano que indica un alto respeto por el matrimonio. Como el matrimonio significa «ser un solo cuerpo», en el que la mutua entrega forma parte de una alianza, hombres y mujeres se reservan para el futuro cónyuge. La virginidad debe suponer una apertura y disponibilidad tanto para el celibato como para el matrimonio, ambos entendidos como vocación al amor procedente de Dios que nos invita a seguirle, seguimiento que podemos realizar tanto en el matrimonio, que recordemos es un sacramento y en consecuencia un modo de encuentro con Dios, como en la virginidad o celibato, otro modo de realizar una vida cristiana.

La virginidad, como virtud, está constituida en su esencia por la decisión, plasmada con toda propiedad en el voto religioso, de abstenerse para siempre del trato sexual y del deleite que éste lleva consigo. «A lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres, que, dóciles a la llamada del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a Él con corazón «indiviso» (cf. 1 Cor 7,34)» (Exhortación de san Juan Pablo II, Vita consecrata, nº 1). «Mediante la profesión de los consejos evangélicos la persona consagrada no sólo hace de Cristo el centro de la propia vida, sino que se preocupa de reproducir en sí misma, en cuanto es posible, aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo» (VC, nº 16).

Decimos que una persona quiere realizar la castidad perfecta cuando se propone la completa abstinencia del placer venéreo por causa del amor de Dios. No es un no al matrimonio, sino un sí a un amor grandioso y pleno, un acto de plena confianza en Dios: «Confiad en Dios y no seréis desilusionados» (Sal 22,6). La vida religiosa es una respuesta libre a una llamada particular de Cristo, por lo que debe ser un constante y prolongado acto de amor. Este amor, que es un don de la gracia divina, debe ser el único motivo que induce a escoger esta vida. Supone, por tanto, la libre renuncia a los actos sexuales genitales, pero no a nuestra personalidad sexuada ni a nuestra sexualidad psicológica que, como forman parte de nuestro ser, son irrenunciables, pues se sigue siendo plenamente varón o mujer.

Virgen es quien hasta ahora no ha tenido relaciones sexuales genitales. La virginidad material supone la no realización de actos sexuales. La virginidad y el celibato moral consisten en el propósito hecho por amor de Dios de abstenerse plenamente del ejercicio de las cosas venéreas. La virginidad en sentido jurídico es formalmente la virginidad en sentido moral, materialmente la virginidad material.

Jesús permaneció virgen y fue quien reveló el verdadero sentido, la total disponibilidad, y el carácter sobrenatural de la virginidad. Cristo no la impone, pero se refiere a ella como un don de Dios, pues sólo está al alcance de «aquéllos a quienes Dios se lo concede» (Mt 19,11) y alaba a los «eunucos que a sí mismos se hicieron tales por razón del reino de los cielos» (Mt 19,12). Esta respuesta de Cristo tiene valor tanto para los hombres como para las mujeres, y en este contexto indica también el ideal evangélico de la virginidad, que constituye una clara novedad en relación con la tradición del AT. Los exegetas muestran que se trata de abstinencia voluntaria, no de castración real. El término «eunuco» indica en este caso un propósito definitivo, una castidad voluntaria y de libre iniciativa.

Para tomar esta resolución, es preciso un llamamiento especial de Dios, que supone un don, una luz, una gracia y una fuerza que da sentido a esta renuncia «por el reino de los cielos» (Mt 6,33). Es por tanto, una búsqueda del amor según esta vocación especial.

Pedro Trevijano

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