Hoy hace 27 años que fui ordenado como presbítero. En esa época, no ejercía en el campo de la liberación de los malos espíritus, ni se me pasó por la cabeza dedicarme a escribir novelas ni tratados de mi especialidad, ni daba conferencias. Solo me dedicaba a mi trabajo pastoral y solo a eso. Y no había en mi cabeza ni en mis ilusiones ninguna otra cosa: confesonario, visitar enfermos, catequesis, cosas así; ese era mi horizonte. No tenía ninguna ilusión que la de ser un buen párroco en algún pueblecito. Qué sencillez la de ese joven. Me contemplo a mí mismo y me enternezco viendo la pureza de ese corazón.
Pero tuve
que hacer mi servicio militar porque era obligatorio. Así que pasé un año como
capellán castrense. Y allí fue donde las cosas comenzaron a derivar hacia
aquello en lo que me he convertido. En el cuartel militar, por las mañanas, no
tenía nada de trabajo, absolutamente nada. Todos los reclutas estaban ocupados
en sus quehaceres. Por la tarde, muchos descansaban, estaban en la cantina, en
los dormitorios comunes, en muchos lugares; pero por la mañana, no.
Y ahí fue
donde se me ocurrió la idea de hacer la licenciatura en teología para ocupar mi
tiempo. Estaba yo en Madrid, tenía tiempo y una persona me lo aconsejó. Así que
pedí permiso a mi obispo diocesano y al vicario territorial castrense, también
a mi coronel; y comencé mi licenciatura.
Sin esas mañanas
completamente libres y estando en Madrid, no sé si hubiera estudiado la
licenciatura. Una vez metido en la licenciatura,
vino el tema del exorcismo y la pasión por escribir. 27 años después...
soy lo que soy, para bien o para mal. Una vida dedicada a un campo que jamás se
me pasó por la cabeza en todo mi tiempo en el seminario.
P. FORTEA
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