No todas las montañas, las reales y las de la vida,
son escalables, o no por todas las caras. La confianza en la voluntad de Dios,
y no solo en las propias fuerzas, forma parte de la filosofía cristiana
elemental.
¿Por qué me chirría
escuchar aquellos lemas populistas del "sí, se puede, sí se puede"? Porque mienten, simplemente
por eso. Es puro sentido común rechazar los cantos de sirena del voluntarismo fácil. "Impossible
is nothing", dicen. Bien sabe mi alma a través de cuántos
imposibles se traza cualquier camino. Quizás no venda zapatillas, pero hay muchas cosas imposibles y
afirmar lo contrario es engañar.
La determinación,
la constancia, construyen el éxito, pero no lo aseguran. Editaron hace pocos meses un documental sobre la deportista
española Carolina Marín durante
su duro proceso de recuperación de una lesión de rodilla, para poder ir a los
Juegos Olímpicos de Tokio. "Puedo porque
pienso que puedo", lo titularon con frase de Perogrullo. El
objetivo de Carolina estaba a punto de lograrse hasta que se rompió la otra
rodilla. Entonces ya "no pudo", por
muy pegadiza que fuese su máxima.
¡Triste percibir
cómo usan argumentarios propios de libros de autoayuda! Las soflamas del entrenador no reconocerán que en una final sólo gana
uno. Tampoco se curan de un cáncer los que lo desean con mucha fuerza.
Hace siglos, el cristianismo que
arribó a las costas del Grecia se encontró una cultura supeditada a la idea de "destino". Un sino trágico, aunque no
siempre pesimista, a la espera de que "dios
mismo venga a redimirnos", como escribe Platón en
el Fedón.
Otra libertad llegó entonces, hija de la responsabilidad moral y
de la verdad. Hombres que recitaban el Padre Nuestro aceptaban
el señorío amoroso de un Señor. Era la incertidumbre de la fe. Era el "si
Dios quiere".
El "si Dios
quiere" cristiano es revolucionario. Sin
fatalismo, pues se fía de quien nos ama hasta la muerte en cruz. Es la oración
de abandono de Charles de Foucault.
Cercano al "In šāʾ Allāh" de los
cristianos árabes e incluso, por qué no reconocerlo, compartido con la
espiritualidad islámica.
¿Cómo no iban a
enervarse los seguidores de la "voluntad de poder" con aquellos que
entraban en las cámaras de gas rezando "hágase tú voluntad"? ¿Puede
sorprender que los que gritan "Ni Dios, ni amo" se escandalicen? La Modernidad ilustrada pretendía la emancipación del ciudadano
alcanzando una supuesta mayoría de edad. En una falacia grosera, racionalidad
era madurez. Fe, infantilismo. Una ecuación donde preguntarse qué es lo que
Dios quiere no tiene cabida. Es más, Dios mismo no tiene cabida.
Dejemos la fanfarronería del "sí, se puede", espejismo de adolescente
convencido de su inmunidad. Más bien contribuyamos al cántico de las criaturas,
que elevan su respuesta agustiniana: "Él nos
ha hecho". Esa humildad se llama "gracia" y es
un don. Soberanía de Jesús en nuestras vidas que aspira a un
ojalá, el ojalá de encontrarse con el Hijo Amado. Si Dios quiere.
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