sábado, 3 de julio de 2021

CIX. EL SACRAMENTO DEL ORDEN

1339. –¿Por qué Cristo instituyó el sacramento del orden?

–En la Suma contra los gentiles, explica Santo Tomás que: «En todos los sacramentos de los cuales ya se trató, se confiere la gracia espiritual oculta bajo las cosas visibles. Pero, como toda acción debe ser proporcionada al agente, es preciso, pues, que administren dichos sacramentos hombres visibles que gocen de poder espiritual».

De manera que: «No pertenece, pues, a los ángeles la administración de los sacramentos, sino a los hombres, revestidos de carne visible. Por eso, dice San Pablo: «Pues todo pontífice, tomado de entre los hombres, es puesto en favor de los hombres, para aquellas cosas que es instituido para aquellas cosas que miran a Dios» (Hb 5, 1)».

Además de estas palabras del apóstol, indica seguidamente que: «Hay también otro fundamento de esta razón. Pues la institución y la virtud de los sacramentos tienen su origen en Cristo de quien dice San Pablo: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavatorio del agua con la palabra de vida» (Ef 5, 25-26)». Además del bautismo: «también consta que Cristo dio el sacramento de su cuerpo y sangre en la cena y lo instituyó para que se frecuentara, y ambos son los principales sacramentos».

Sin embargo: «como Cristo había de desaparecer corporalmente de la Iglesia, fue necesario que instituyera a otros como ministros suyos, quienes administraran los sacramentos a los fieles, como dice San Pablo: «Es preciso que los hombres vean en nosotros ministros de Cristo dispensadores de los misterios de Dios» (1 Cor 4, 1)».

Así se explica que, por ello, Cristo: «confió a los discípulos la consagración de su cuerpo y sangre, diciendo «Haciendo esto en memoria mía» (Lc 22, 19). También: «dióles el poder de perdonar los pecados, según aquello de San Juan: «A quien perdonareis los pecados, le serán perdonados» (Jn 20, 23), Y asimismo: «les impuso también el deber de enseñar y bautizar diciendo: «Id, pues, enseñad a todas las gentes y bautizándolas» (Mt 28, 29)».

1340. –¿Cristo dio potestad espiritual a la Iglesia para administrar los sacramentos?

–Para santificar, con la administración de las gracias sacramentales, regir y predicar, Cristo instituyó el sacramento del orden, que confiera las gracias necesarias para realizar estos ministerios en la Iglesia. Se comprende, si se tiene en cuenta, por una parte, que: «el ministro, comparado con el señor, es como el instrumento comparado con el agente principal; así, pues, como el instrumento es movido por el agente para obrar, así también el ministro es movido por mandato del señor para ejecutar algo». El instrumento debe recibir la moción del agente, y, por ello, el ministro de Cristo lo es por recibir su orden. Además: «es preciso que el instrumento este proporcionado al agente. En consecuencia, también es preciso que los ministros de Cristo guarden proporción con Él».

Por otra, porque sabemos que: «Cristo, como Señor, realizó nuestra salvación con autoridad y virtud propias, en cuanto fue Dios y hombre: pues, en cuanto hombre, padeció por nuestra redención y, en cuanto Dios, hizo saludable su pasión para nosotros» [1].

Explica Santo Tomás en la Suma teológica: «hay una doble causa eficiente: una principal, otra instrumental. La causa eficiente principal de la salvación de los hombres es Dios. Pero, al ser la humanidad de Cristo «instrumento de la divinidad», como se ha dicho, se sigue que todas las acciones y sufrimientos de Cristo obran instrumentalmente la salvación en virtud de la divinidad» [2].

De manera que: «Solamente Cristo debe llamarse nuestro Redentor» [3], pero. «el ser inmediatamente Redentor es algo propio de Cristo en cuanto hombre, aunque la misma redención pueda atribuirse a toda la Trinidad como causa primera» [4]. Cristo en su naturaleza humana sufrió y murió para la redención del hombre, pero recibió está eficacia de su naturaleza divina. De este modo: «la pasión de Cristo referida a su carne, convino a la flaqueza que asumió; pero, referida a la divinidad, obtiene de ésta un poder infinito, conforme aquellas palabras: «La flaqueza de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1, 25), es a saber, porque la flaqueza de Cristo, en cuanto flaqueza de Dios, tiene una fuerza que supera a todo poder humano» [5].

De todo ello se infiere que: «es preciso también que los ministros de Cristo sean hombres y participen algo de su divinidad mediante alguna potestad espiritual, porque el instrumento participa también algo de la virtud del agente principal, Y de esta potestad dice San Pablo que: «el Señor le dio potestad para edificar y no para destruir» (2 Cor 13, 10)».

Advierte seguidamente Santo Tomás que: «no se ha de decir que esta potestad se ha dado a los discípulos de Cristo de manera que no pueda transferirse a otros, puesto que se les dio para «la edificación de la Iglesia» (Ef 4, 12), según dice dan Pablo. Luego es preciso que esta potestad se perpetúe tanto cuanto es necesario para la edificación de la Iglesia. Y esto comprende necesariamente desde la muerte de los discípulos de Cristo hasta el fin del mundo. Así, pues, dióse a los discípulos de Cristo la potestad espiritual para que por ellos pasara a los otros».

Queda confirmado, porque: «el Señor al hablar a los discípulos, se refería a los demás fieles, como consta por aquello que se dice en San Marcos: »Lo que a vosotros digo, a todos lo digo» (Mc 13, 37). Y, en San Mateo, dijo el Señor a los discípulos: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 20).

1341 –¿La potestad espiritual que se transfiere a algunos discípulos es un sacramento?

–Santo Tomás afirma que el poder sagrado, que dio a los apóstoles y que desde ellos se ha ido transmitiendo, por medio de un rito es un sacramento. Explica su conveniencia con el siguiente argumento: «Porque este poder espiritual pasa de Cristo a los ministros de la Iglesia, y los efectos espirituales derivados de Cristo a nosotros son ejecutados bajo ciertos signos sensibles, como consta por lo dicho, convino también que esta potestad espiritual se entregara a los hombres bajo ciertos signos sensibles».

Estos signos sensibles constituirían la forma y la materia del sacramento, pues: «son algunas fórmulas verbales y determinados actos, como la imposición de las manos, la unción, la entrega del libro o del cáliz, o cosas parecidas, que pertenecen a la ejecución del poder espiritual». Y como: «cuando se entrega algo espiritual bajo un signo corporal», lo que se da es un sacramento, puede decirse que en la entrega de la potestad se celebra un cierto sacramento que se llama el «sacramento del orden» [6].

Así se afirmó en el Concilio de Trento en el siguiente canon: «Si alguno dijere que el orden, o la sagrada ordenación, no es verdadera y propiamente sacramento instituido por Jesucristo, nuestro Señor; o que es una ficción humana inventada por hombres ignorantes en materias eclesiásticas; o que es solamente cierto rito para elegir los ministros de la divina predicación y de los Sacramentos, sea excomulgado» [7].

Se precisa en otro que: «Si alguno dijere que no hay en el Nuevo Testamento un sacerdocio visible y externo, o que no hay potestad alguna de consagrar y ofrecer el verdadero cuerpo y sangre del Señor, ni de remitir y retener los pecados; sino solamente el oficio y mero ministerio de predicar el Evangelio, o que los que no predican, no son absolutamente sacerdotes, sea excomulgado» [8].

1342. –¿Cuál sería la definición del sacramento del orden?

–Santo Tomás cita la siguiente definición: «El orden es un cierto signo de la Iglesia por el que se entrega una potestad espiritual al ordenado» [9]. Comenta que: «La definición que el Maestro propone se ajusta al orden en cuanto sacramento de la Iglesia. Por eso señala dos cosas: el signo exterior, diciendo «cierto signo», y el efecto interno, al decir «por el que se entrega una potestad espiritual» [10].

Se justifica la existencia de este sacramento, cuya esencia se ha descrito, del modo siguiente: «Dios quiso hacer sus obras semejantes a sí en lo posible, para que fuesen perfectas y a través de ellas se le pudiese conocer. Y por eso, para manifestar en sus obras no sólo lo que Él es en sí, sino también su manera de actuar sobre las criaturas, impuso todos los seres esta ley: que los últimos han de ser perfeccionados por los intermedios, y estos por los primeros, según dijo Dionisio (Jerarquía celeste, 4, 3)».

De acuerdo con esta ley divina universal: «para que la Iglesia no careciese de esta belleza, puso Dios orden en ella, de suerte que unos administren a otros los sacramentos; con lo cual, siendo como colaboradores de Dios, se hacen de alguna manera semejante a Él. Lo mismo ocurre en el cuerpo natural, en el que unos miembros vivifican a los otros» [11].

1343. –¿Cuáles son los efectos del sacramento del orden?

–El primer efecto del sacramento del orden es la gracia sacramental del mismo, o la gracia santificante con el matiz propio y adecuado del sacramento. Explica Santo Tomás, en el primer capítulo dedicado al orden. En la Suma contra los gentiles. que: «es propio de la liberalidad divina que a quien se concede la potestad de hacer algo se le confieran también aquellas cosas sin las cuales no puede ejercerse convenientemente tal operación».

Además: «como la administración de los sacramentos, que es la finalidad del poder espiritual, no se hace convenientemente si uno no es ayudado para esto por la gracia divina», es preciso afirmar que: «también se confiere la gracia en éste como en los demás sacramentos».

También se puede inferir que: «como la potestad del orden es para la administración de los sacramentos y, entre estos, el más noble y como la culminación de todos es el sacramento de la eucaristía, como consta por lo dicho (cf. IV, c. 61), es preciso que la potestad del orden se considere como relacionada con este sacramento, porque: «cada cosa se denomina por el fin» (Arist., El alma, 4)». El orden, por tanto, confiere la potestad para consagrar y administrar la eucaristía.

También se puede obtener otra consecuencia, porque: «pertenece al mismo poder el dar alguna perfección y preparar la materia para su recepción, tal como el fuego tiene poder no sólo para comunicar su forma a otro, sino también para disponer la materia para la recepción de esta forma». Por consiguiente: «como quiera que en la potestad del orden se tenga por fin el consagrar y entregar a los fieles el sacramento del Cuerpo de Cristo, es preciso que esa misma potestad incluya también el hacerlos aptos y dispuestos para recibir este sacramento».

Se comprende que: «esta aptitud y disposición del fiel para la recepción de este sacramento consiste en que esté limpio de pecado, pues no hay otro modo de unirse espiritualmente a Cristo, a quien se une sacramentalmente recibiendo este sacramento. Es preciso, pues, que la potestad del orden se extienda hasta la remisión de los pecados, mediante la dispensación de aquellos sacramentos que se ordenan a la remisión del pecado, como son el bautismo y la penitencia, según consta por lo dicho (cf. IV. c. 59 y 62)».

Se confirma, porque: «el Señor, como se dijo, dio a sus discípulos, a quienes confió la consagración de su cuerpo, el poder de perdonar los pecados. Poder que se expresa por «las llaves», de las cuales dijo el Señor a San Pedro: «Yo te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 19). Y el cielo se cierra y se abre para cada uno según que esté sujeto al pecado o limpio de pecado; por eso el usar de estas llaves se dice «atar y desatar», esto es, de los pecados» [12].

1344. –¿En el sacramento del orden se pueden distinguir varias partes?

–Sostiene Santo Tomás, en la Suma teológica, que el sacramento del orden se divide en varias órdenes. Lo explica con dos razones basadas en las Escrituras. La primera es porque: «la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, semejante según San Pablo, al cuerpo natural (Rm 12, 4-5). Pero en el cuerpo natural las funciones de los miembros son diversas. Luego en la Iglesia debe haber distintas órdenes».

La segunda es la siguiente: «El ministerio del Nuevo Testamento es más digno que el del Antiguo. Pero en éste eran consagrados no sólo los sacerdotes, sino también sus ministros, los levitas. Luego también en el Nuevo Testamento deben consagrase por el sacramento por el sacramento del orden no sólo los sacerdotes, sino también sus ministros. Por eso es necesario que haya muchas órdenes» [13].

En la Iglesia aparecieron siete grados jerárquicos u órdenes por tres razones. En primer lugar: «para manifestar la admirable sabiduría de Dios, que brilla de manera especial en la distinción ordenada de las cosas, tanto en el orden natural como en el sobrenatural» [14].

Santo Tomás asume el principio de la continuidad de grados intermedios establecido por el Pseudo-Dionisio, que declaraba, por un lado, que «la jerarquía es un orden sagrado, un saber y actuar asemejado lo más posible a lo divino»  [15]; por otro, que: «el orden establecido por Dios» es que «los seres inferiores se eleven a Dios por medio de las jerarquías superiores» [16].

En segundo lugar, explica Santo Tomás que la jerarquía clerical se introdujo en la Iglesia: «para remedio de la fragilidad humana, pues con una sola orden no se podrían atender todas las cosas necesarias para los ritos sagrados sin gran trabajo. Por eso, para los diversos ministerios se ponen distintas órdenes».

Por último, en tercer lugar: «para dar a los hombres un camino más fácil de adelantar; en efecto, se reparten por los diversos cargos para ser cooperadores de Dios, que es «lo más divino de todas las cosas» (Dionisio, La jerarq. celest., c. III, 2).» [17].

En La jerarquía celeste del Pseudo-Dionisio, se dice que: «cada orden de la sagrada jerarquía, según le corresponde a cada uno, es elevado a cooperar con Dios, con la gracia y poder que Dios le da puede hacer aquellas cosas que, natural y sobrenaturalmente, son propias de la Divinidad. Dios las hace de manera sobreesencial y las revela en forma jerárquica a las inteligencias que aman a Dios» [18].

Según este orden divino general, que se cumple en toda la escala de los entes, en la que siempre superior desciende hasta lo inferior de un modo gradual o por medio de grados intermedios: «el orden sagrado dispone que unos sean purificados y que otros purifiquen, que unos sean iluminados y que otros iluminen, que unos sean perfeccionados y que otros perfeccionen» [19].

1345. –¿Cuáles son estas partes u órdenes?

–Para explicar el número de órdenes, en el siguiente capítulo de la Suma contra los gentiles, Santo Tomás sostiene que, por una parte, debe tenerse en cuenta que: «la potestad que se ordena a algún efecto principal tiene por naturaleza bajo sí las potestades inferiores que la sirven. Como se ve claramente en las artes, pues las artes que disponen la materia están al servicio de la que imprime la forma artificial, y la que le imprime la forma está, a su vez, al servicio de la que atiende al fin de lo artificial; más todavía, la que se ordena al fin más próximo sirve a la que le corresponde el último fin».

Así por ejemplo, la actividad «de cortar maderos sirve a la de construir naves, y ésta a la de marinería, la cual sirve, a la vez, a la económica, o a la militar, o a otra semejante, puesto que la navegación se pude ordenar a diversos fines».

Puede así afirmarse que: «como la potestad del orden se ordena principalmente a consagrar el cuerpo de Cristo y administrarlo a los fieles, y a purificarlos de los pecados, es preciso que exista alguna orden principal, cuya potestad se extienda principalmente a esto, y tal es el «orden sacerdotal».

Además de la parte principal del sacramento del orden, la orden sacerdotal, «ha de haber otras que le sirvan, disponiendo de algún modo la materia, y éstas son las «órdenes de los administradores». Y porque la potestad sacerdotal, como ya se dijo, se extiende a dos cosas, a saber, a la consagración del cuerpo de Cristo y a hacer idóneos a los fieles para la recepción de la eucaristía por la absolución de los pecados, es conveniente que la sirvan las órdenes inferiores en ambas cosas o en una sola». También se sigue de ello, porque: «es evidente que una orden inferior en tanto es más superior a las otras en cuanto más cosas sirve al orden sacerdotal o lo hace en algo más digno».

Por una parte, las que considera: ««órdenes menores», sólo sirven al orden sacerdotal en la preparación del pueblo: los «ostiarios», efectivamente, apartando a los infieles de la congregación de los fieles. Los «lectores», instruyendo a los catecúmenos en los principios de la fe y por eso se les encarga leer las escrituras del Antiguo Testamento. Los «exorcistas», purificando a quienes ya están instruidos, pero están impedidos de algún modo por el demonio para recibir los sacramentos».

Por otra, las que Santo Tomás considera: ««órdenes superiores», sirven al orden sacerdotal no sólo en la preparación del pueblo, sino también en la consumación del sacramento. Pues los «acólitos» tienen a su cargo los vasos no sagrados, en los cuales se prepara la materia del sacramento y por eso en su ordenación se les entregan las vinajeras. Los «subdiáconos» tienen a su cargo los vasos sagrados y la preparación de la materia aún no consagrada. Los «diáconos» tienen, además, un cierto ministerio sobre la materia ya consagrada, en cuanto que distribuyen a los fieles la sangre de Cristo. Y por eso estás tres órdenes, a saber, el sacerdocio, el diaconado y el subdiaconado, se llaman sagradas, porque reciben poder sobre algo sagrado». Se les llama también «órdenes mayores».

Además: «estas órdenes superiores también sirven en la preparación del pueblo. Por eso se les confiere a los diáconos el poder de enseñar la doctrina evangélica al pueblo, y los subdiáconos la apostólica, y a los acólitos el poder para que, con respecto a estas dos cosas, preparen lo que corresponde a las ceremonias, como el llevar las luces y otros servicios parecidos» [20].

1346. –¿Las siete órdenes son todas sacramentos?

–En la Suma teológica, precisa Santo Tomás que: «La división del orden no es de un todo integral en su partes», como la que se da entre las partes de un compuesto, que no existe si no consta de todas sus partes. Tampoco: «es la de todo universal», o de un género que se divide en sus especies. No hay un género sacramental común con distintas especies que se distinguen por sus diferencias.

La división del orden sacramental es «la de un todo potestativo», que consiste: «en que el todo, según su razón completa, se da en uno solamente, y en los demás se da una participación del mismo». En una parte se da el todo de un modo pleno, tal como ocurre en el episcopado y en las otras el mismo todo pero en distintos grados, de manera que participan de la totalidad. «Esto es lo que ocurre aquí», porque: «toda la plenitud de este sacramento está en una sola orden, el sacerdocio», el sacerdocio pleno o episcopado, «mientras que en las demás se da una participación del orden (…) Por eso todas las órdenes son un solo sacramento» [21].

Las diferentes órdenes, que en el presbiteriado y diaconado, son propiamente diferentes grados de participación del orden, son siete, Explica Santo Tomás en la Suma teológica que: «el sacramento del orden se ordena a la Eucaristía, que es como dice Dionisio, «el sacramento de los sacramentos» (Jerar. Eclesiast, c. 3, p. 1). Por eso, así como se necesitan consagración el templo, el altar, los vasos y las vestiduras, del mismo modo la necesitan también los ministros de la Eucaristía; esta consagración es el sacramento del orden. Por eso la distinción del orden hay que tomarla según la relación a la Eucaristía».

De este modo: «la potestad de orden o se ordena a la consagración de la Eucaristía misma o a otro ministerio en relación con ella. En el primer caso tenemos la orden de los «sacerdotes», la de los que han recibido el sacramento del simple sacerdocio, «por eso, al ordenarse, reciben el cáliz con el vino y la patena con el pan, símbolo de la potestad de consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo».

En cuanto a los ministerios que tienen relación con la Eucaristía, explica Santo Tomás que: «La cooperación de los ministros tiene por objeto o el sacramento mismo o a quienes lo reciben. En el primer caso es triple. El primer ministerio es el de cooperar con el sacerdote. Es el oficio del «diácono». Por eso se dice en las Sentencias que «es propio del diácono ayudar a los sacerdotes en todas las cosas que se realizan en los sacramentos de Cristo; y ésta es la razón de que también los diáconos distribuyan la Sangre». En sentido propio, el presbiteriado y el diaconado participan del sacerdocio pleno y, por tanto, son verdaderos sacramentos.

En segundo lugar: «está el ministerio, cuyo fin es preparar la materia del sacramento en los vasos sagrados; es el oficio del «subdiácono»; por eso se dice en las «Sentencias», que llevan los vasos del cuerpo y la sangre del Señor y depositan las oblaciones en el altar. En señal de ello, cuando se ordenan, reciben el cáliz vacío en manos del obispo». Aunque no sea un sacramento, junto con el presbitariado y diaconado se le considera una orden mayor o sagrada. En la actualidad sus funciones han pasado al ministerio de lector y de acólito.

En tercer lugar, están las otras cuatro órdenes, llamadas propiamente órdenes menores. Primero «se encuentra el ministerio ordenado a presentar la materia del sacramento. Es el oficio del «acólito», que, como se dice en las «Sentencias», prepara las vinajeras con vino y agua. Por eso recibe las vinajeras vacías». El acólito sirve a los ministros en el altar a los que acompaña.

Respecto a la siguiente orden menor, el ostiario o portero, explica Santo Tomás que: «El ministerio ordenado a la preparación de los que reciben la Eucaristía sólo puede ejercerse sobre los inmundos, pues los limpios ya están preparados para recibir los sacramentos. Según Dionisio, hay tres clases de impuros. Unos son totalmente infieles, que rehúsan creer; éstos deben ser rechazados totalmente de la asistencia a los divinos misterios y de la comunidad de los fieles; es el oficio propio de los ostiarios». A esta labor de vigilancia de la puerta, muy importante en el caso de persecución, se añadía las propias de un portero, como abrir y cerrar las puertas y tocar las campanas.

La función del lectorado se explica, añade Santo Tomás, porque: «Otros, queriendo creer, aún no están instruidos; son los catecúmenos, para cuya instrucción están los «lectores»; por eso se les encomienda leer los primeros rudimentos de la doctrina de la Fe, contenidos en el Antiguo Testamento». Junto con esta misión tiene también la de catequesis.

Por último, queda justificada la función del exorcistado, la de expulsar los demonios, al advertir que: «hay otros, fieles e instruidos, pero impedidos por el poder de los demonios; son los energúmenos, sobre quienes ejercen su potestad los «exorcistas» [22].

1347. –¿Los exorcismos sólo se pueden ejercitar en la orden del exorcistado?

–Se llama exorcismo a una oración contra el espíritu maligno, que al mismo tiempo es un conjuro, en el sentido de un mandato imperativo, Indica Santo Tomás que: «Hay dos clases de conjuro: Uno procede de modo de súplica, obligando a obrar por respeto a las cosas sagradas; la otra, en cambio a modo de compulsión» o de obligación por autoridad. «El primero no se puede usar respecto de los demonios, ya que exige cierta manifestación de benevolencia y amistad, que nunca es lícito tenerla con ellos».

En cambio, el segundo es lícito, porque: «Podemos conjurar a los demonios por el poder del nombre de Dios, arrojándolos fuera de nosotros como a enemigos declarados, a fin de evitar los daños espirituales y corporales que nos pueden venir de ellos. Poder que nos dio el mismo Cristo, cuando dijo: «He aquí que yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga y nada os dañará» (Lc 10, 19)» [23].

Debe precisarse que no se pueden hacer conjuros en el sentido de invocaciones a los demonios, tal como hacen los magos o adivinos, porque: «Los nigromantes utilizan los conjuros o invocaciones a los demonios para aprender y alcanzar alguna cosa de ellos» [24]. De este modo establecen «relaciones con ellos», sin tener en cuenta que, por una parte: «los demonios son nuestros enemigos en el curso de esta vida presente»; por otra, que: «sus actos no se someten a nuestras disposiciones, sino a las órdenes de Dios y a las de los santos ángeles» [25].

Un exorcismo o conjuro, en el sentido correcto, por consiguiente, es la invocación del nombre de Dios, hecha con el fin de alejar al demonio de alguna persona, animal, lugar o cosa. En el Catecismo de la Iglesia Católica se indica que: «Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1,25s; etc.), de él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf. Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo» [26].

En el actual Código de Derecho canónico, se dice: «1. Sin licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar, nadie puede realizar legítimamente exorcismos sobre los posesos. 2. El ordinario del lugar concederá esta licencia solamente a un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de vida» [27].

Debe precisarse que cuando el exorcismo se hace en nombre de la Iglesia, por la persona legítima y con los ritos previstos, tiene entonces el carácter de un sacramental, y al exorcismo se le llama «público». Si lo hace cualquier persona se le llama «privado». Los exorcismos públicos pueden ser, como se dice en este párrafo del Catecismo, «simples», cuando forman parte de otros ritos, por ejemplo, el del bautismo, y lo realizan quienes tienen potestad para celebrar aquel rito. Los exorcismos públicos se denominan «solemnes», cuando se hacen para los casos de posesión diabólica.

El exorcismo «público y solemne», dirigido a la posesión y obsesión, es a los que se llama propiamente exorcismo, ya que sólo pueden ser realizados por los obispos o los presbíteros que reciban la facultad, nunca por otras personas, ni, por ello, por ningún laico. Este exorcismo debe ser considerado como un sacramental, es decir, un signo sagrado que es eficaz por la intercesión de la Iglesia, como lo es, por ejemplo, una bendición.

En cambio, los exorcismos privados y públicos simples, que en sentido estricto no son exorcismos, se pueden denominar «plegarias de liberación», que son eficaces porque el demonio teme las cosas sagradas, como el agua bendita, la cruz y sobre todo a Cristo, de ahí la importancia de santiguarse, acto en que además pedimos el socorro de Dios para liberación de nuestros enemigos [28]. Sin embargo, con cualquiera de los dos, al igual que el exorcismo en sentido estricto, el público solemne, por ser también exorcismos, como también se indica en el nuevo Catecismo. se: «intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia» [29].

1348. –¿Cuál es el contenido de los exorcismos u oraciones contra el espíritu maligno?

Las preces restringidas del exorcismo público y solemne se encuentran en el Ritual Romano. En cuanto, a los demás exorcismo, los públicos simples se encuentran en los rituales de los correspondientes sacramentos. Respecto a los privados pueden ser muchos. Una de estas plegarias de liberación, que puede considerarse la mejor, es la oración que mandó publicar el Papa León XIII, además de las preces que redactó para que se rezaran después de la misas [30]. Este exorcismo lo pueden rezar todos los fieles en privado o en grupo, pues no es para los posesos, sino contra Satanás y los ángeles rebeldes. Su texto es el siguiente:

«En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Oración a San Miguel: Gloriosísimo príncipe de los ejércitos celestiales, San Miguel Arcángel, defiéndenos en el combate contra los principados y las potestades, contra los caudillos de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos esparcidos en los aires (Ef 6, 10-I2). ¡Ven en auxilio de los hombres que Dios hizo a su imagen y semejanza, y rescató a gran precio, de la tiranía del demonio! A ti, venera la Iglesia como su guardián y patrono. A ti, confió el Señor las almas redimidas para colocarlas en el sitio de la suprema felicidad. Ruega, pues, al Dios de paz, que aplaste al demonio bajo nuestros pies, quitándole todo poder para retener cautivos a los hombres y hacer daño a la Iglesia. Pon nuestras oraciones bajo la mirada del Altísimo, a fin de que desciendan cuanto antes sobre nosotros las misericordias del Señor, y sujeta al dragón, aquella antigua serpiente, que es el diablo y Satanás, para precipitarlo encadenado a los abismos, de manera que no pueda nunca más seducir a las naciones (Ap. 20).

Exorcismo: En el nombre de Jesucristo Dios y Señor nuestro, mediante la intercesión de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios; de San Miguel Arcángel, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos y apoyados en la sagrada autoridad que nuestro ministerio nos confiere (los que no son sacerdotes supriman esta última frase) procedemos con ánimo seguro, a rechazar los asaltos que las astucias del demonio mueve en contra de nosotros.

Levántese Dios y sean dispersados sus enemigos y huyan de su presencia los que le aborrecen. Desaparezcan como el humo, como se derrite la cera al calor del fuego, así perezcan los pecadores a la vista de Dios» (Sal 67).

V.: He aquí la Cruz del Señor ¡Huid poderes enemigos! R.: Venció el león de la tribu de Judá, el Hijo de David. V: Venga a Nos, Señor; tu misericordia. R.: Pues que pusimos nuestra esperanza en ti.

Os exorcizamos, espíritus de impureza, poderes satánicos, ataques del enemigo infernal, legiones, reuniones, sectas diabólicas, en el nombre y por virtud de Jesucristo †. (Cada vez que se encuentre el signo, debe hacerse la señal de la Cruz con un crucifijo bendecido, sobre el lugar donde se reza el exorcismo), Nuestro Señor, os arrancamos y expulsamos de la Iglesia de Dios, del mundo, y de las almas creadas a la imagen de Dios, y rescatadas por la preciosa sangre del Cordero Divino †.

No oses más, pérfida serpiente, engañar al género humano, ni perseguir la Iglesia de Dios, ni sacudir y pasar por la criba como el trigo, a los elegidos de Dios †. Te lo manda Dios Altísimo a quien por tu gran soberbia, aún pretendes asemejarte, y cuya voluntad es que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la Verdad (1 Tim 2-4).

Te lo manda Dios Padre . Te lo manda Dios Hijo . Te lo manda Dios Espíritu Santo . Te lo manda Cristo, Verbo eterno de Dios hecho carne que para salvar nuestra raza, perdida por tu envidia, se humilló y fue obediente hasta la muerte (Flp. 2, 8), que ha edificado su Iglesia sobre firme piedra prometiendo que las puertas del Infierno no prevalecerán jamás contra ella (Mt. 16, 18) y que permanecería con ella todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt. 28, 20). Te lo manda la santa señal de la Cruz y la virtud de todos los misterios de la fe cristiana †. Te lo manda el poder de la Excelsa Madre de Dios la Virgen María que desde el primer instante de su Inmaculada Concepción aplastó tu muy orgullosa cabeza por virtud de su humildad . Te lo manda la fe de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la de los demás Apóstoles . Te lo manda la sangre de los Mártires, y la piadosa intercesión de los Santos y Santas †.

Así, pues, dragón maldito y toda la legión diabólica, os conjuramos por el Dios vivo; por el Dios verdadero; por el Dios Santo; por el Dios que tanto amó al mundo, que llegó hasta darle su hijo Unigénito, a fin de que todos los que creen en El no perezcan, sino que vivan vida eterna (Jn. 3, 16). Cesad de engañar a las criaturas humanas y brindarles el veneno de la condenación eterna. Cesad de perjudicar a la Iglesia y de poner trabas a su libertad. Huye de aquí nuestro mundo, Satanás, inventor y maestro de todo engaño, enemigo de la salvación de los hombres.

Retrocede delante de Cristo en quien nada has encontrado que se asemeje a tus obras. Retrocede ante la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, que Cristo mismo compró con su Sangre. Humíllate bajo la poderosa mano de Dios, tiembla y desaparece ante la invocación, hecha por nosotros, del santo y terrible nombre de Jesús, ante el cual se estremecen los infiernos; a quien están sometidas las virtudes de los Cielos, las Potestades y las Dominaciones: que los Querubines y Serafines alaban sin cesar en sus cánticos diciendo: ¡Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los ejércitos! (Is. 6, 3). V: ¡Señor, escucha mi plegaría! R.: Y mi clamor llegue hasta TI. V: El Señor sea con vosotros R.: Y con tu espíritu.

Oración: Dios del Cielo y de la tierra, Dios de los Ángeles, Dios de los Arcángeles, Dios de los Patriarcas, Dios de los Profetas, Dios de los Apóstoles, Dios de los Mártires, Dios de los Confesores, Dios de las Vírgenes, Dios que tienes el poder de dar la vida después de la muerte, el descanso después del trabajo, porque no hay otro Dios delante de ti, ni puede haber otro, sino Tú mismo. Creador de todas las cosas visibles e invisibles, cuyo reino no tendrá fin: Humildemente suplicamos a la majestad de tu gloria, se digne librarnos eficazmente y guardarnos sanos de todo poder, lazo, mentira y maldad de los espíritus infernales. Por Cristo Señor nuestro. Amén.

–De las acechanzas del demonio, líbranos Señor. –Que te dignes conceder a tu Iglesia, la seguridad y la libertad necesaria para tu servicio, te rogamos, óyenos. –Que te dignes humillar a los enemigos de la Santa Iglesia te rogamos, escúchanos (Se rocía con agua bendita el lugar donde se recita el exorcismo).

Ángeles de la guarda ¡Ayúdanos¡ Ángeles de la guarda ¡Protegednos! Ángeles de la guarda ¡Rogad por nosotros! (Un Padre nuestro en cada invocación)».

1349 –¿En qué consiste la orden del episcopado?

–Como se ha explicado, aunque el sacramento del orden es esencialmente uno, se pueden distinguir varias partes, en cuanto se dan diferentes grados de participación en el sacerdocio: el presbiterado, o simple sacerdocio, y el diaconado –sacramento y ministerio más inmediato al presbiterado–. Los dos grados como sacramentos del orden imprimen carácter indeleble.

El subdiaconado y las ordenes menores (acolitado, exorcistado, lectorado y ostiariado) no son sacramentos, sino que son sacramentales o afines a los sacramentales, y, por ello, no son partes del sacramento del orden. Así se explica que en la ordenación de los mismos no se hace la imposición de las manos, ni tampoco imprimen carácter. .

Además de estas siete órdenes en sentido amplio, existe el episcopado, o sumo sacerdocio, el orden sacramental, que es la plenitud del sacramento del orden o del sacerdocio, y del que puede decirse participan el presbiterado y el diaconado. Santo Tomás, en el siguiente capítulo de la Suma contra los gentiles, lo justifica con el siguiente argumento: «Para conferir estas órdenes se realiza con cierto sacramento, según se dijo, y los sacramentos de la Iglesia han de ser dispensados por algunos ministros, será necesario que en la Iglesia haya un poder supremo de más alto ministerio que confiera el sacramento del orden. Y tal es el episcopal, el cual, si en cuanto a la consagración del cuerpo de Cristo se equipara al sacerdotal, no obstante es superior a este en cuando a las necesidades de los fieles». De manera que: «incluso el poder sacerdotal se deriva del episcopal; y cuanto hay de arduo en lo concerniente al pueblo fiel es un quehacer reservado a los obispos, los cuales pueden comisionar a los sacerdotes para que también intervengan en ello».

En el Concilio de Trento se estableció la sacramentalidad del episcopado al decirse: «Si alguno dijere que en la Iglesia Católica no existe una jerarquía, establecida por divina institución, la cual consta de obispo, presbiterios y ministros, sea excomulgado» [31].

Sobre la preeminencia del orden episcopal se dijo también que: «Si alguno dijere que los obispos no son superiores a los presbíteros; o que carecen de la potestad de confirmar y ordenar; o que la que tienen es común a ellos y a los presbíteros; o que son nulas las ordenes conferidas por ellos sin el consentimiento o el llamamiento del pueblo o del poder secular; o que los que no han sido debidamente ordenados ni recibidor misión de potestad eclesiástica y canónica, sino que vienen de otra parte, son ministros legítimos de la predicación y de los sacramentos, sea excomulgado» [32].

1350. –¿Es suficiente en la Iglesia la potestad de cada uno de sus obispos?

–Afirma Santo Tomás a continuación que hay: «un solo jefe para toda la Iglesia por disposición de Cristo». Sobre la razón de su necesidad en la jerarquía eclesiástica, argumenta Santo Tomás, en este mismo capítulo de la Suma contra los gentiles: «Es manifiesto que, aunque los pueblos se diferencian por las diversas diócesis y ciudades, no obstante, es preciso que así como para la iglesia particular de un pueblo determinado se requiere un obispo, que es la cabeza de todo ese pueblo, igualmente se requiere que para todo el pueblo cristiano haya uno que sea la cabeza de la Iglesia universal» [33]. Esta potestad de de cabeza única de la iglesia es la del Romano Pontífice.

Tal como se establece en el Código de Derecho Canónico: «El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es Cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente» [34].

Es necesario que exista un Pastor supremo de la Iglesia, porque: «La unidad de la Iglesia requiere la unidad de todos los fieles en la fe. Pero en torno a las cosas de fe suelen suscitarse problemas. Y la Iglesia se dividiría por la diversidad de opiniones de no existir uno que con su dictamen la conservara en la unidad. Luego, para conservar la unidad de la Iglesia es preciso que haya una cabeza universal que la presida».

Podría decirse que: «Cristo, que es el único esposo de la única Iglesia, es la única cabeza y el único pastor». Sin embargo, con ello: «no se expresa suficientemente», porque: «consta que Cristo realiza todos los sacramentos de la Iglesia, siendo El quien bautiza, perdona los pecados, y además, es el verdadero sacerdote que se ofreció en el ara de la cruz y por cuyo poder se consagra diariamente su cuerpo en el altar. Pero, como en el futuro no iba estar presente corporalmente entre los fieles, eligió a los ministros, quienes dispensarían a los fieles cuanto hemos dicho».

Por este motivo: «porque había de sustraer su presencia corporal de la Iglesia, fue menester que comisionara a otro para que, haciendo sus veces, rigiera toda la Iglesia. Por esto, antes de la ascensión, dijo a San Pedro: «Apacienta mis ovejas» (Jn, 21, 17); antes de la pasión: «Tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32); y sólo a él prometió: «Yo te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 19), manifestando que la potestad de las llaves debía transmitirla él a los otros, para conservar la unidad de la Iglesia».

Además, no puede decirse que: «aunque confirió a San Pedro esta dignidad, no pueda transmitirse a los demás». Por una parte: «porque nos consta que Cristo instituyó la Iglesia de modo que permaneciese hasta el fin de los siglos». Por otra, porque: «consta también que a los ministros que entonces vivían los constituyó de tal manera que su potestad se transmitiera a los sucesores hasta el fin de los tiempos, para utilidad de la Iglesia, y principalmente como quiera que él mismo dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos» (Mt 28, 20)» [35].

1351. –Con el sacramento del orden, los ministros de la Iglesia «reciben la potestad para dispensar los sacramentos a los fieles». ¿Si el ministro,, cuando dispensa los sacramentos, está en pecado, los files no alcanzan sus efectos?

–Observa Santo Tomás, en el siguiente capítulo, el último de los dedicados al orden, que: «los sacramentos eclesiásticos pueden ser dispensados incluso por pecadores y malos, con tal de que estén ordenados». Argumenta que: «Lo que se adquiere para una cosa por medio de la consagración, permanece perpetuamente en ella; por eso, nada consagrado se vuelve a consagrar. Luego la potestad de orden permanece perpetuamente en los ministros de la Iglesia, no desapareciendo por el pecado».

Si no fuera así y «el efecto del sacramento pudiera ser impedido por la maldad del ministro, el hombre no podría estar seguro de su salvación ni su conciencia permanecería libre de pecado». No habría medio de tener seguridad alguna, porque: «ningún hombre puede juzgar la bondad o maldad de otro, pues esto es privativo de Dios, que escudriña los secretos del corazón».

Además: «parece inconveniente que alguien deposite en un simple hombre la esperanza de su salvación, pues se dice: «Maldito el hombre que confía en el hombre» (Jr. 15, 5). Si, pues, el hombre no esperase alcanzar la salvación sino mediante los sacramentos dispensados por un ministro bueno, se pondría al parecer, la esperanza de salvación de alguna manera en el hombre» [36].

Eudaldo Forment

 

[1] Santo Tomás deAquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 74.

[2] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 48, a. 6, in c.

[3] Ibíd., III, q. 48, a. 5, sed c.

[4] Ibíd., III, q. 48, a. 5, in c.

[5] Ibíd., III, q. 48, a. 6, ad 1.

[6] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 74.

[7] Concilio de Trento,  Sesión XXIII, Verdadera y católica doctrina del sacramento del orden para condenar los errores de nuestro tiempo, Cánones del sacramento del orden, can III.

[8] Ibíd., can I.

[9] Hugo de S. Víctor, Los sacramentos de la fe cristiana, l. 2, p. 3, c. 5.

[10] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 34, a. 2, in c.

[11] Ibíd., Supl., q. 34, a. 1, in c.

[12] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 74.

[13] ÍDEM, Suma teológica, Supl., q. 37, a. 1, sed c.

[14] Ibíd., Supl., q. 37, a. 1, in c.

[15] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, c. III, 1.

[16] Ibíd., c. IV, 3.

[17] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 37, a. 1, in c.

[18] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, c. IV, 3.

[19] Ibíd., c. IV, 2.

[20] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,  IV, c. 75,

[21] ÍDEM, Suma teológica, Supl., q. 37, a. 1, ad 2,

[22] Ibíd., Supl., q. 37, a. 2, in c.

[23] Ibíd., II-II, q. 90, a. 2, in c.

[24] Ibíd., II-II, q. 90, a. 2. ad 2.

[25] Ibíd., II-II, q. 90, a. 2, in c.

[26] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673,

[27] Código de Derecho Canónico, 1172,

[28].Gabriele Amorth, Habla un exorcista, Barcelona, Planeta, 1998, p. 44.

[29] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673,

[30] El sacerdote, arrodillado en la primea grada del altar, después de hacer una inclinación de cabeza a la Cruz,  rezar tres avemarías, la salve, y una oración en la que se invocaba el auxilio y protección de Dios sobre la Iglesia, rezaba esta oración a San Miguel, compuesta también por León XIII: «Arcángel  San Migue, defiéndenos en la batalla, se nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de la milicia celestial, lanza al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros malignos espíritus que vagan por todas partes del mundo para la perdición de las almas».

[31] Concilio de Trento,  Sesión XXIII, Verdadera y católica doctrina del sacramento del orden, can VI.

[32] Ibíd., can VII.

[33] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c.76.

[34] Código de Derecho Canónico, 331.

[35] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c.76.

[36] Ibíd., IV, c. 77.

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