Nuestros animalitos merecen cariño, pero no deberían distraer el amor debido a nuestros semejantes.
Por: Pbro. Sergio G. Román | Fuente: Desde la Fe
Amamos tanto a nuestras mascotas que las
consideramos miembros de la familia y quisiéramos que al morir
también ellas fueran al cielo.
No faltan los dueños de mascotas muertas que
desean que se celebre misa por su eterno descanso y llevan las cenizas para que
el sacerdote las bendiga. En qué apuros nos vemos para explicarle a los dolientes
que su animalito amado no tiene una vida sobrenatural y
que no hay necesidad de orar por él. Ellos nos dicen que fue muy bueno y que casi,
casi, era humano.
LO
QUE CREEMOS LOS CATÓLICOS
En el Génesis (2,18) leemos que Dios
creó los animales como compañía y ayuda para el hombre. La historia de la
humanidad nos enseña cómo ese mismo hombre aprendió a convivir con los animales
y los hizo parte de su vida.
Dicen los que saben que el
primer animal domesticado fue el perro, después vinieron las ovejas, las vacas,
el caballo, el camello, el noble burro y otros animales que conviven con
nosotros. También dicen que el gato no se
domestica, que tan sólo hace un trato con los humanos pero que sigue
conservando su libertad, ¡vaya usted a saber!
El hecho es que, aún en nuestros días,
necesitamos de los animales para nuestro sustento, para que nos ayuden en
nuestro trabajo y para que nos hagan compañía. ¡Gracias
a Dios por tan hermoso regalo!
Pero los hombres somos crueles con los animales
y nos portamos mal con ellos, por eso ha sido necesario que la comunidad ponga
leyes que los proteja del maltrato.
La Iglesia nos enseña también que es pecado la
crueldad con los animales y con la creación en general. San Francisco de Asís
que amaba mucho a su Padre Dios, amaba también a las creaturas de Dios y las
consideraba sus hermanas. Por eso el día de san Francisco es también el día
universal de los animales y él es patrono de la ecología.
¿LOS
ANIMALES TIENEN ALMA?
Nuestra mascota, cualquiera que sea, es casi, casi humana;
pero no es humana.
El alma del hombre
sobrevive a la muerte del cuerpo porque es el mismo espíritu divino insuflado
por Dios a su creatura (Gen 2, 7) para
hacerlo a su imagen y semejanza.
El hombre tiene comienzo, Dios le crea una alma
nueva cuando sus padres le crean un cuerpo, pero el hombre es inmortal. Muere
su cuerpo y descansa hasta el día de la resurrección el que se volverá a unir
con su alma. El alma humana, al morir el cuerpo, sigue viviendo.
Los animales no son
humanos, no son imagen y semejanza de Dios, aunque reflejan maravillosamente la
bondad de Dios. Al
morir, también muere el alma que les daba vida.
Ya sólo permanecen en nuestro recuerdo
agradecido porque en ellos vislumbramos la providencia del Creador que nos los
dio como compañía y ayuda.
NO
EXAGEREN
El amor que algunas personas tienen a sus mascotas nos hace
pensar que sufren de una carencia de amor humano. A mí me encantan los esposos
que, en lugar de adoptar perros, adoptan niños y los aman como sus verdaderos
padres.
Nuestros animalitos merecen cariño, pero no
deberían distraer el amor debido a nuestros semejantes.
Cada vez que vemos a una
persona exageradamente encariñada de su perro o de su gato debemos reflexionar
sobre el vacío de afecto humano que sufre y preguntarnos si nosotros no podríamos poner
nuestro granito de arena para llenar ese vacío con nuestro amor humano.
Mientras tanto, nuestra fe
y nuestro amor a Dios como Padre, nos deben llevar a amar y respetar la
naturaleza toda, obra de nuestro mismo Creador y hermanada a nosotros por
habitar esta misma casa que es nuestro mundo.
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