La Iglesia no se opone al matrimonio homosexual porque sea algo malo, se opone al mismo porque es algo imposible, igual que es imposible alimentarse con arena.
Por: . | Fuente: Religión en Libertad
Publica Bruno Moreno en su blog de InfoCatolica.com una
traducción de una entrada en el blog Little Catholic Bubble
Se trata de una respuesta políticamente incorrecta a la interrogante que da
título a este post. Por su interés, reproduzco también aquí la traducción que
puede dar mucha materia para la reflexión en torno al mito acerca de la "persecución" e "intolerancia"
de la Iglesia católica a las personas homosexuales.
He oído hablar muchas veces sobre lo mezquina e intolerante que es la Iglesia,
porque se opone al matrimonio homosexual, sobre su falta de comprensión para
con los homosexuales y lo hostil que se muestra con nosotros. Mi reacción
instintiva ante estas cosas es: ¿Estás de broma?
¿Estamos hablando de la misma iglesia?
Cuando voy a confesarme, a veces menciono el hecho de que soy homosexual, para
dar algo de contexto al sacerdote (y evitar confusiones con respecto a
vestuarios y cosas así). Siempre he recibido una de dos respuestas: o bien
compasión, ánimo y admiración, porque la vida célibe es difícil y profundamente
contracultural, o nada en absoluto, ni siquiera un gesto, como si hubiera dicho
que había comido demasiado el día de Acción de Gracias.
De las dos respuestas, mi ego prefiere la primera (¿a
quién no le gusta verse a sí mismo como un héroe en algún sentido?),
pero puede que tenga más sentido la segunda. Ser homosexual no significa que sea
especial o extraordinario. Solamente significa que mi vida no siempre es fácil (¡vaya sorpresa!). Como me dijo mi amigo J. cuando
le hablé hace poco sobre mi homosexualidad: “supongo
que si no fuera eso, sería otra cosa”. Con eso quería decir que nadie vive
sin cargas de algún tipo. Como dijo el rabino Abraham Heschel: “El hombre que no ha sufrido… ¿Acaso sabe algo?”.
¿Dónde están todos esos católicos intolerantes de
los que oigo hablar tantas veces? Cuando se lo dije a mi familia, hace
un año, ninguno de ellos respondió con algo que no fuera amor y comprensión.
Nadie actuó como si tuviese una enfermedad. Nadie comenzó a tratarme de forma
distinta ni a mirarme de un modo extraño. Lo mismo podría decir de cada uno de
los amigos católicos a quienes se lo he contado. Me quieren por quien soy.
De hecho, el único caso en que me responden con escándalo, repugnancia o
incredulidad, la única vez en que he visto que la gente me trata de forma
distinta después de contárselo es cuando se lo cuento a alguien que defiende el
estilo de vida homosexual. ¿Una vida célibe? Debes
de estar mal de la cabeza.
¡Bien por la tolerancia de las distintas creencias!
Hay algunas cosas que les agradezco a los activistas homosexuales, como
conseguir que la gente sea más consciente de la existencia de la homosexualidad
o hacer que la homofobia sea menos socialmente aceptable, pero también han
logrado que me resulte más difícil ser comprendido y aceptado como soy y con lo
que creo. Si quiero apertura de mente, aceptación y comprensión, acudo a los
católicos.
¿Es difícil ser homosexual y católico? Sí,
porque, como le sucede a todo el mundo, a veces deseo cosas que no son buenas
para mí. La Iglesia no me deja tenerlas, no porque sea mezquina, sino porque es
una buena madre. Si un hijo mío quisiera comer arena, le diría: comer es algo
diferente; eso no te va a alimentar; te hará daño. Incluso aunque a ese hijo,
por alguna razón, le gustase la arena más que la comida, no le dejaría que la
comiese. De hecho, si fuese aún muy niño o muy tozudo, es posible que no
sirviera de nada razonar con él y que yo tuviera que crear una norma para
prohibirle que comiera arena. Aunque el niño pensara que soy mezquino.
La Iglesia no se opone al matrimonio homosexual porque sea algo malo, se opone
al mismo porque es algo imposible, igual que es imposible alimentarse con
arena. La Iglesia cree, y yo también, en un universo que significa algo y en un
Dios que hizo el universo, que creó a los hombres y a las mujeres, y diseñó la
sexualidad y el matrimonio de la nada. En ese universo, el matrimonio
homosexual no significa nada. No concuerda con todo lo demás, y no creo que sea
buena idea deshacernos de todo lo demás.
Si no estás de acuerdo con estas cosas, si crees que hombres, mujeres,
sexualidad y matrimonio son prácticamente lo que digamos que son, entonces
vale: no tenemos mucho de qué hablar. Ése no es el mundo en el que yo vivo.
De modo que sí, es difícil ser homosexual y católico. Es difícil ser cualquier
cosa y católico, porque no puedo hacer siempre lo que me apetece. Muéstrame una
religión en la que siempre puedas hacer lo que te apetece y te mostraré una
religión cutre y perezosa. Algo por lo que no merece la pena vivir, ni morir ni
tampoco levantarte por las mañanas. Puede que ése sea el tipo de mundo que
deseaba John Lennon, pero John Lennon no era muy avispado, la verdad.
¿Cambiaría mi catolicismo por una cosmovisión que
me permita casarme con un hombre? ¿Cambiaría por eso la Comunión y la Misa y
todo lo demás? Ser católico significa creer en un Dios que literalmente
me está aguardando en la iglesia, esperando que me detenga al menos diez
minutos para derramar su amor en mi corazón y sanarlo. ¿Qué
vale más, todo esto o acostarme con quien me dé la gana? Ojalá todas las
personas, homosexuales o no, tuvieran una vida tan hermosa como la mía.
Sé que no es una respuesta totalmente satisfactoria. No creo que las palabras
basten para ello. Intento que mi vida sea una buena respuesta a esta pregunta y
a otras: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué es el
amor y cómo se reconoce? ¿Cómo podemos salir de nuestro egoísmo para amar a
Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos?
Paso a paso.
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