Intercambio de corazones. ¿Nos hemos preguntado sobre el sentido y la actualidad de nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús?
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y
homilías del Padre Nicolás Schwizer
La devoción al Corazón de Jesús se basa en el
pedido del mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa Margarita María de
Alacoque. Él se mostró a ella y señalando, con el dedo, el corazón, dijo: Mira
este corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más
que ultrajes y desprecio. Tú, al menos ámame. Esta revelación sucedió en la
segunda mitad del siglo diecisiete.
El corazón de Jesús. Cuando hablamos del Corazón de Jesús, importa menos el
órgano que su significado. Y sabemos que es símbolo del amor, del afecto. Y el
corazón de Jesús significa amor en su máximo grado; amor hecho obras.
Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención
distraída sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el
amor de Dios. También nos llama nuevamente
a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido
una cosa: que correspondáis a mi amor!
Nuestro corazón. Nuestra respuesta del amor, en general, no es muy adecuada a
su llamada. Porque sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, que parece
propia de nuestro tiempo: Somos todos enfermos del
corazón, en menor o mayor grado, que va desde insuficiencia cardíaca hasta
parálisis cardíaca. Está disminuyendo e incluso muriendo el amor; el
corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado.
Se convierte en un amor desordenado y desequilibrado, enfermo y raquítico, un
amor no dispuesto al sacrificio. Triunfa el amor egoísta, que cultiva toda
forma de apego y esclavización al YO, que llega
hasta el endiosamiento de sí mismo. Se pierde el amor personal y hace lugar a
un amor frío e impersonal.
¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad del
tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor
desinteresado hacia Dios y hacia los demás?
¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio
egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor auténtico? ¿Y quién de
nosotros no experimenta, día a día, que no es amado verdaderamente por los que
lo rodean?
Cuántas veces nuestro amor es fragmentario, defectuoso, porque no encierra la
personalidad total del otro.
Amamos algo en el otro, tal vez un rasgo característico, tal vez un atributo
exterior, su lindo rostro, su peinado, sus movimientos graciosos, pero no
amamos la persona como tal, con todas sus propiedades, con todas sus riquezas y
también con todas sus fragilidades.
Intercambio de corazones. He aquí, pues, el sentido y la actualidad de nuestra
devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Le entregamos, le regalamos nuestro
corazón enfermo y esperamos de ello una profunda transformación. Y le pedimos
que una nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le pedimos un
intercambio, un trasplante de nuestro
pobre corazón, reemplazándolo por el suyo, lleno de riqueza.
¡Que tome de nosotros ese egoísmo tan penetrante, que
reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda nuestra vida! ¡Que encienda en
nuestro corazón el fuego del amor, que hace auténtica y grande nuestra
existencia humana!
Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María, con su Inmaculado
Corazón. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda la
humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella
nos conduzca en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin
límites!
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