1325. –¿Era necesario la institución por Cristo del sacramento de la extremaunción?
–En la Suma contra los gentiles, Santo Tomás dedica a
la extremaunción un capítulo, que sigue al ya examinado sobre el sacramento de
la penitencia. Este nuevo capítulo lo comienza con la demostración de su
utilidad y necesidad. Parte de la siguiente observación: «Como el cuerpo es el instrumento del alma, y el
instrumento está al servicio del agente principal, necesariamente la
disposición del instrumento ha de ser tal cual corresponde al agente principal;
por eso, el cuerpo se dispone tal cual conviene al alma».
A continuación añade otra.
Como el hombre, compuesto de cuerpo y alma, es pecador, «de la enfermedad del alma, que es el pecado, deriva alguna vez la
enfermedad al cuerpo por justa permisión divina».
La repercusión de la
enfermedad del alma en el cuerpo puede ser un bien o un mal. Lo primero, porque:
Y «esta enfermedad corporal es útil en ocasiones
para la salud del alma; conforme el hombre soporta humilde y pacientemente la
enfermedad corporal, así se le computa como pena satisfactoria», como ya
se explicó en el estudio de la parte de la satisfacción del sacramento de la
penitencia. Lo segundo, porque: «también otras
veces es un impedimento de la salud espiritual, o sea, cuando las virtudes
están impedidas por ella» [1].
En uno de sus sermones, decía
Bossuet que para descubrir la composición del hombre: «lo
que somos (…) os invito hoy a acompañar a nuestro Salvador hasta la tumba de
Lázaro «Ven y ve» (Jn 11, 34)»,
palabras que le dijeron los judíos a Jesús, que lloraba al enterarse de la
muerte de su amigo. «Venid a contemplar el
espectáculo de las cosas mortales, venid a aprender lo que es el hombre. Os
asombrará acaso que os dirija a la muerte para instruiros de lo que sois, y
creeréis que no es presentar bien al hombre enseñarlo en donde ha dejado de
ser».
Sin embargo, en «lo que se ofrece a nosotros en el sepulcro (…) no existe
intérprete más verdadero más fiel de las cosas humanas», porque: «nunca la naturaleza de un compuesto se descubre más
distintamente que en la desintegración de sus partes. Como se alteran
mutuamente por la mezcla, es preciso separarlas para conocerlas bien. En
efecto, la unión del cuerpo y el alma hace que el cuerpo nos parezca algo más
de lo que es, y el alma algo menos» [2].
En cambio: «cuando, separados ya, el cuerpo vuelve a la tierra y el
alma es también puesta en estado de volver al Cielo, a donde es atraída, vemos
a ambos en su pureza. Así sólo nos toca considerar lo que la muerte nos
arrebata y lo que deja intacto; qué parte de nuestro ser cae bajo sus golpes y
qué otra se conserva en esta ruina; entonces habremos comprendido lo que es el
hombre». La muerte enseña a la humanidad: «estas
dos verdades, que le abren los ojos al conocimiento perfecto de sí mismo: que
el hombre es infinitamente despreciable, en tanto que acaba con el tiempo; e
infinitamente estimable, en tanto que va a la eternidad» [3].
Después de las dos
observaciones sobre el cuerpo y el alma, concluye Santo Tomás: «Según esto, fue conveniente que se diera alguna medicina
espiritual contra el pecado, cuando la enfermedad corporal procede de él». En
este caso, además: «por esta medicina espiritual se cura algunas veces la
enfermedad corporal, por ejemplo, cuando es conveniente para la salvación.
Nota
seguidamente que: «ésta es la finalidad del sacramento de la extremaunción del
cual se dice en la Escritura: «¿Enferma alguno entre vosotros? Haga llamar a
los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre
del Señor, y la oración de la fe aliviará al enfermo, y los pecados que hubiera
cometido le serán perdonados» (Sant 5, 14-15)» [4].
1326. –¿Cómo se puede definir el sacramento de la
extremaunción?
–En el Concilio de Trento, se
definió así este sacramento: «Si alguno dijere que
la Penitencia en la Iglesia Católica no es verdadero y propiamente sacramento,
instituido por Jesucristo (Mc 6, 13) nuestro Señor, y promulgado después por el
apóstol Santiago (Sant 5. 14-15), para reconciliar a los fieles con Dos,
cuantas veces incurren en pecados después de bautizados, sea excomulgado» [5].
Se declaró en la sesión
decimocuarta dedicada a los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción
que: «También ha parecido bien al Santo Concilio
añadir a la precedente doctrina sobre la Penitencia, la que sigue acerca del
sacramento de la Extremaunción, que los Santos Padres han considerado siempre
como complemento, no sólo de la Penitencia, sino también de toda la vida
cristiana, que debe ser una penitencia continua».
Se indicó también en la Introducción a la exposición a la doctrina sobre
el sacramento de la extremaunción que: «en primer
lugar, declara y enseña respecto a su institución, que nuestro clementísimo
Redentor, que quiso proveer a sus siervos en todo tiempo de remedios saludables
contra todos los dardos de todos sus enemigos, así como les preparó auxilios
grandísimos en los demás Sacramentos para poder conservarse limpios, mientras
vivan, de todo grave daño espiritual; del mismo modo fortaleció el fin de la
vida con el sacramento de la Extremaunción, como con el más seguro auxilio;
pues aunque nuestro enemigo busca y acecha ocasiones durante toda la vida para
poder devorar de cualquier modo nuestras almas, ningún otro tiempo hay, sin
embargo, en que dirija con mayor vehemencia todos los esfuerzos de su astucia
para perdernos completamente y para despojarnos también, si pudiera, de la
confianza en la divina misericordia, que cuando observa que estamos próximos a
salir de esta vida» [6].
Después de esta explicación,
se presentó, en el capítulo primero, la siguiente conclusión: «Se instituyó, pues, esta sagrada unción de los enfermos,
como verdadero y propio sacramento del Nuevo Testamento, por Jesucristo,
nuestro Señor, insinuado en el Evangelio de San Marcos (al decir que los
apóstoles: «Partieron, predicaron que se arrepintiesen, y echaran muchos
demonios, y ungiendo con óleo a muchos enfermos, los curaban», (Mc 6,
13) y recomendado y promulgado a los fieles por el Apóstol Santiago, hermano
del Señor: «¿Enferma alguno entre vosotros? Haga
llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en
el nombre del Señor, y la oración de la fe aliviará al enfermo, y los pecados
que hubiera cometido le serán perdonados» (Sant 5, 14-15)».
1327. –¿Cuál es la materia del sacramento de la
extremaunción?
–Con este texto del apóstol
Santiago, quedaría definido este sacramento, porque, como se añade en este
lugar del Concilio: «en sus palabras, según lo ha
aprendido la Iglesia de la Tradición Apostólica, transmitida de unos a otros,
enseña el Santo Apóstol la materia, la forma, el ministro propio y los efectos
de este saludable sacramento; pues ha entendido la Iglesia que la materia es el
óleo bendecido por el obispo; y la unción representa muy propiamente la gracia
del Espíritu Santo, con que invisiblemente se unge el alma del enfermo; y, por
último, que la forma son aquella palabras: «Por esta santa unción, y por su
bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para
que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad» [7].
Sobre la materia del sacramento
de la unción de los enfermos, el óleo, hecho sólo de aceite de olivas,
bendecido por el obispo en el jueves santo de aquel año, para la celebración
del mismo, Santo Tomás en la Suma teológica,
argumenta su justificación del siguiente modo: «El
ministro de este sacramento no produce el efecto del mismo por su propia
virtud, como agente principal, sino que eso se debe a la eficacia del mismo
Sacramento que administra, la cual primariamente viene de Cristo y por él
desciende ordenadamente a los demás; es decir, al pueblo llega mediante los
ministros que distribuyen los sacramentos, y a los ministros inferiores
mediante los superiores que santifican la materia».
De este orden escalonado, que
ha puesto Dios y que Santo Tomás descubre en todas sus obras, se sigue que: «en todos los sacramentos que necesitan una materia
consagrada, la primera santificación de la materia la hace el obispo, aunque el
uso de la misma, a veces, corresponda al sacerdote, para dar a entender que la
potestad sacerdotal dimana de la episcopal, según lo que dice a Escritura:
«Como finísimo óleo sobre la cabeza, que desciende sobre la barba y baja hasta
la orla del vestido» [8].
Advierte Santo Tomás que es
necesario que el óleo, materia del sacramento, sea bendecido por el obispo. «La extremaunción consiste en la misma unción, como el
bautismo su ablución». Como ya se dijo, la materia remota del bautismo es el
agua y la materia próxima –que es la aplicación al fin del sacramento de la
materia próxima al sujeto que lo recibe–, es la ablución. La materia remota o
«materia de la extremaunción es el óleo santificado» [9],
o bendecido,
Debe afirmarse, por tanto,
que: «la santificación primera es de la materia en
sí misma; pero la santificación segunda pertenece más bien al uso de ella en
cuanto que produce de hecho el efecto». De manera que: «ambas cosas son necesarias, ya que los instrumentos
reciben su eficacia de la causa principal, no sólo cuando se crean, sino
también cuando son aplicados al acto» [10].
1328. –¿Qué puede decirse de la forma del sacramento
de la extremaunción?
–Nota Santo Tomás que no puede
sostenerse que: «la extremaunción no necesita de forma alguna», porque: «esto sería tanto como negar el efecto propio del
sacramento, porque el sacramento produce algo en cuanto lo significa». Sin
embargo: «la materia no se concreta a significar un
efecto determinado de los muchos a los que puede referirse, a no ser por la
forma, es decir, por las palabras».
De ahí que: «en todos los sacramentos de al Nueva Ley, que realizan
lo que significan, es de todo punto necesaria, no sólo la realidad exterior, o
materia, sino que también son indispensables las palabras que constituyen lo
que llamamos forma». Por tanto, debe afirmarse que: «la extremaunción tiene forma determinada, como ocurre en
los demás sacramentos» [11].
En cuanto al sacramento de la
extremaunción: «su forma (…) es una oración
deprecativa, como consta por las palabras de Santiago y por el uso de la
Iglesia romana, la cual emplea solamente las palabras deprecativas en la
administración de la extremaunción» [12].
En los otros sacramentos la
forma no se expresa con una oración deprecatoria o de petición de beneficios,
sino en indicaciones, como «cuando se dice «Esto es
mi cuerpo» o «Yo te bautizo» [13].
La razón del modo deprecatorio de la forma del sacramento de la extremaunción,
considera Santo Tomás que es triple.
En primer lugar, porque: «por estar privado de sus fuerzas, el que recibe este
sacramento necesita oraciones».
En segundo lugar: «porque se confiere a los que parten de este mundo, los
cuales dejan de pertenecer a la Iglesia militante y van a descansar en las
manos de Dios, a quien se le encomiendan por medio de la oración».
En tercer lugar, porque: «este sacramento no produce su efecto tal que se obtenga
siempre y en su plenitud por medio de la oración del ministro, incluso cuando
todas las cosas que son esenciales al mismo se realicen a la perfección». No
sucede así: «con los sacramentos del bautismo y de
la confirmación, que imprimen siempre el carácter, y en la Eucaristía, que
lleva consigo la transubstanciación, y en la penitencia, a la que es esencial
perdonar los pecados cuando coexiste la contrición». En cambio: «esto no sucede
en la extremaunción. De ahí que en dicho sacramento la forma no pueda
manifestarse en modo indicativo, como en los demás enumeradores» [14].
Sin embargo, este carácter de
petición de la forma no afecta a su segura eficacia. La extremaunción: «posee una eficacia cierta en sí mismo; más puede ser
estorbada su consecución por la mala disposición de quien lo recibe, aunque por
otra parte tenga intención de recibirlo, y en dicho supuesto no conseguiría
efecto alguno». En cambio, «los demás sacramentos siempre producen algún
efecto» [15].
1329. –¿Cuál es el efecto de la extremaunción?
–La extremaunción tiene varios
efectos. Explica Santo Tomás que: «Todos los
sacramentos han sido instituidos para producir un efecto determinado, aunque de
hecho puedan también seguirse de ellos otros efectos como consecuencia. Y como
el sacramento «causa lo que significa», de
ahí que su principal efecto deba tomarse de su misma significación».
Como: «la
extremaunción se administra a modo de cierto medicamento, como el bautismo se
emplea a modo de ablución; y las medicinas se usan para combatir la enfermedad.
Luego este sacramento fue instituido principalmente para sanar la enfermedad
producida por el pecado. Si el bautismo es una regeneración espiritual y la
penitencia una resurrección, la extremaunción viene a constituir una curación o
medicación espiritual».
Además, debe tenerse en
cuenta: «así como la medicina corporal presupone la
vida del cuerpo en el enfermo, así también la medicina espiritual presupone la
vida espiritual. Por eso, este sacramento no se administra contra los pecados
que privan de la vida espiritual, que son el pecado original y el mortal
personal, sino contra aquellos otros defectos que hacen enfermar al hombre
espiritual y le restan fuerzas para llevar a cabo los actos de la vida de la
gracia y de la gloria. Y esos defectos no son más que cierta debilidad o
ineptitud que dejan en nosotros el pecado actual o el original. Y contra esta
debilidad, el hombre cobra fuerzas mediante la extremaunción».
Asimismo con este efecto
principal, pueden darse otros efectos: «Puesto que dicho robustecimiento es
producido por la gracia, que es incompatible con el pecado, consiguientemente,
cuando haya algún pecado mortal o venial, lo borra en cuanto a la culpa,
mientras no ponga óbice el que lo recibe (…) Por ese motivo, Santiago habla
condicionalmente de la remisión del pecado, afirmando que, «los pecados que hubiera cometido le serán perdonados»,
en cuanto a la culpa».
Se trata de un efecto
secundario, porque: «no siempre borra el pecado,
porque no siempre lo halla en el sujeto; lo que siempre quita es la citada
debilidad, que algunos llaman «reliquias del pecado». Por consiguiente: «debemos afirmar que el efecto principal de este
sacramento es borrar las reliquias de los pecados, y, en consecuencia, también
al culpa si existe en el alma» [16].
1330. –En el perdón de los pecados por la extremaunción,
¿se perdonan «las tres cosas que existen en el mismo: la culpa, el reato de
pena y las reliquias del pecado» [17]?
–Precisa Santo Tomás que: «La extremaunción de algún modo borra el pecado en cuanto
a los tres efectos enunciados», la culpa, el reato de pena y la reliquia
del pecado.
Observa Santo Tomás que es
posible que perdone la culpa, porque: «aun cuando
la mancha de la culpa no se borre sin la contrición, sin embargo, este
sacramento, por la gracia que infunde, hace que aquel movimiento del libre
albedrío contra el pecado se convierta en contrición»
[18],
Se explica así que pueda
afirmarse que en la extremaunción se perdonan los pecados que se hubieran
cometido, porque: «todo sacramento de la Nueva Ley
confiere la gracia, y mediante ésta se perdonan los pecados. Luego, siendo la
extremaunción un sacramento de la Nueva Ley, tiene necesariamente que perdonar
los pecados» [19].
Por ello, no representa
ninguna dificultad la necesidad del sacramento de la penitencia para el perdón
de los pecados, porque: «Aunque el efecto principal
de un sacramento pueda producirse sin la recepción actual del mismo o como
consecuencia de la recepción de otro sacramento, sin embargo, nunca puede
obtenerse sin la intención de recibir aquel sacramento. Y por eso, como la
penitencia ha sido instituida principalmente contra la culpa actual, aunque
cualquier otro sacramento la borre como consecuencia de su recepción, esto no
excluye la necesidad de la penitencia» [20].
También en cuanto a lo
segundo, la extremaunción: «igualmente, disminuye
el reato de la pena temporal, pero sólo como consecuencia, en cuanto que quita
la debilidad, pues una misma pena la soporta con mayor facilidad el fuerte que
el débil; consiguientemente no es preciso que disminuya la cantidad de la
satisfacción».
Por último, la extremaunción
también afecta a las reliquias del pecado. Debe advertirse que con estos
términos no se designan: «las disposiciones dejadas
por los actos que son ciertamente hábitos incoados», o los inicios de
las costumbres, que han dejado los pecados. Se significan aquí: «cierta debilidad espiritual que existe en el alma,
desaparecida la cual y permaneciendo incluso los mismos hábitos o
disposiciones, el alma no puede ser arrastrada con la misma intensidad a los
pecados» [21].
1331. –¿La extremaunción produce efectos en el
cuerpo, si está afectado de enfermedad?
–Sostiene Santo Tomás que debe
afirmarse que la extremaunción tiene como efecto secundario la recuperación de
la salud del cuerpo, siempre que sea útil para la salud de su alma por dos
motivos. Primero, porque: «las acciones que la
Iglesia práctica tienen mayor eficacia hechas después de la pasión Cristo que
si lo hubieran sido antes. Pero los ungidos con óleo por lo apóstoles antes de
la pasión sanaban, como se afirma en San Marcos (Mc 6, 13: «ungiendo con óleo a muchos enfermos, los curaban»).
Luego también ahora tiene virtud para alcanzar la
salud corporal».
Segundo: «Los sacramentos causan por su significación. Pero el
bautismo, mediante la ablución corporal externa, significa y produce la
espiritual. Luego también la extremaunción, por la curación corporal, que es
algo externo, significa y causa la espiritual» [22].
A continuación, Santo Tomás da
la siguiente explicación racional de la acción sobre la salud del cuerpo que
puede proporcionar el sacramento de la extremaunción : «Como
por la ablución corporal produce el bautismo la limpieza interior de todas las
manchas espirituales, así este sacramento, por la medicina sacramental
exterior, produce la salud interna; y como la ablución bautismal causa el efecto
de la limpieza corporal, porque también la realiza, así la extremaunción
produce el efecto correspondiente a la medicina corporal, o sea, la salud del
cuerpo».
Sin embargo, advierte
seguidamente Santo Tomás que: «con esta diferencia;
mientras que la ablución corporal realiza la limpieza corporal por la misma
propiedad natural de la materia, y consiguientemente la produce siempre, la
extremaunción no causa la salud corporal por la propiedad natural de la
materia», –el óleo, la materia remota del
sacramento, con la que se hace la unción al enfermo, que es la materia
próxima–, sino por virtud divina, que obra racionalmente».
Este modo de obrar divino
significa que: «como el que obra racionalmente no
busca un efecto secundario, a no ser cuando conviene al principal, de ahí que
por la administración de este sacramento no siempre se siga la salud corporal,
sino únicamente cuando conviene para la espiritual. Y entonces, sí, la produce
siempre, mientras no haya impedimento por parte de quien lo recibe» [23].
1332 –¿Por qué «no es contra la virtud del
sacramento el que alguna vez los enfermos a quienes se administra no curen
totalmente de la enfermedad corporal»?
A esta cuestión, Santo Tomás
en el capítulo del sacramento de la Extremaunción, de la Suma contra los gentiles, responde del modo
siguiente: «porque en ocasiones la salud corporal,
aun para quienes reciben dignamente este sacramento, no es útil para la salud
espiritual».
En estos casos: «aunque no se siga la salud corporal, no lo reciben
inútilmente». Se advierte, si se tiene en cuenta que: «como este
sacramento está ordenado contra la enfermedad del cuerpo, considerada como
consecuencia del pecado, se ve también que se administrará contra otras
secuelas del pecado, las cuales son la inclinación al mal y la dificultad para
el bien». Y ello: «con mayor motivo, puesto que
estas enfermedades del alma están más cerca del pecado que la enfermedad corporal».
Si no tiene lugar el efecto secundario de la curación corporal, si en
cambio, el efecto primario, borrar las reliquias de todo pecado, la propensión
al mal y la dificultad para hacer el bien.
Podría todavía cuestionarse la
necesidad de este efecto principal del sacramento de conferir la gracia para
borrar las reliquias de los pecados, y en ocasiones, como se ha explicado, los
mismos pecados, por la existencia del sacramento de la penitencia. Frente a
ello, Santo Tomás reconoce que: «estas enfermedades
espirituales ciertamente han de ser curadas por la penitencia, en cuanto que el
penitente, por las obras de virtudes de las cuales se sirve para satisfacer, se
aleja de los males y se inclina al bien».
Sin embargo, recuerda que: «como el hombre por negligencia o por las varias
ocupaciones de la vida, o también por causa de la brevedad del tiempo o cosas
parecidas, no cura de raíz y perfectamente dichos defectos, se le provee
saludablemente para que por este sacramento logre dicha curación y se libre de
la pena temporal, de modo que, al salir el alma del cuerpo, nada haya en él que
pueda impedir a su alma la percepción de la gloria. Y por esto dice Santiago
que «el Señor le aliviará» (Sant, 5, 15).
Es necesario este efecto
principal de la extremaunción, por otro motivo: «acontece
también que el hombre no conoce o no recuerda todos los pecados que cometió,
con el fin de borrar cada uno de ellos por la penitencia. Hay además,
pecados cotidianos que acompañan de continuo la vida presente, de los cuales es
conveniente que se purifique el hombre por este sacramento al partir, con la
finalidad de que nada haya en él que impida la percepción de la gloria. Y por
esto añade Santiago: «los pecados que hubiera
cometido le serán perdonados» (SanT 5, 15)» [24].
1333. –Según sus efectos, ¿la extremaunción permite la
entrada inmediata a los goces de la vida eterna?
–Considera Santo Tomás que: «Este sacramento dispone inmediatamente al hombre para la
gloria cuando se administra a los agonizantes. Y como en la Antigua Ley no era
todavía tiempo de llegar a la gloria, porque «la ley no llevó a nadie a la
perfección» (Heb 7, 19), por eso la
extremaunción no debió prefigurarse allí por un sacramento correlativo, que
fuera figura del mismo género. Sin embargo, de alguna manera estuvo
representando obscuramente en todas las curaciones que se leen en la Antigua
Ley» [25].
De ello, se sigue que: «este sacramento es el último y, en cierto modo, el que
consuma toda la curación espiritual, sirviendo como de medio para que el hombre
se prepare para recibir la gloria. Y por esto se llama «extremaunción» [26].
1334. –A veces se retrasa y hasta se impide la recepción
el sacramento de la extremaunción. ¿Cómo se explica esta actitud de desdeño
a este último sacramento?
–En el actual Código de derecho canónico, se dice que: «Los pastores de almas y los familiares del enfermo deben
procurar que sea reconfortado en tiempo oportuno con este sacramento» [27].
Sin embargo, con la excusa de no asustar al enfermo, a veces se desestima el
sacramento de la unción de los enfermos. Un motivo más profundo y generalizado
en el mundo actual, es que se encubre o se suprime totalmente todo lo referente
a la muerte.
En cambio, Jacques-Benigne
Bossuet, en el siglo XVII, afronta toda la cuestión de la muerte desde la razón
y con visión sobrenatural. En es un texto sobre la misma, cita estas palabras
de un salmo de David: «has puesto medida a mis
días; mi substancia es como nada ante Ti» [28];
y comenta seguidamente: «Todo ser que puede ser
medido nada es, porque lo que puede medirse tiene su término, y cuando ha
llegado a él, en un punto se destruye todo como si no hubiese existido jamás.
¿Qué son cien años? ¿Qué son mil años, cuando un solo momento los borra?».
En el postrero instante de la
muerte: «este último momento que borrará de un solo
trazo toda nuestra vida, irá a perderse él mismo con todo lo demás en este
abismo de la nada. No quedará en la tierra vestigio alguno de lo que somos. La
carne cambiará de naturaleza; el cuerpo tomará otro nombre»
[29].
Es innegable, además, que en
este mundo: «todo nos llama a la muerte: la
naturaleza, casi como si sintiera envidia del bien que nos hizo, nos muestra
con frecuencia y nos significa que no puede dejarnos mucho tiempo el poco de
materia que nos presta, que no debe permanecer en la mismas manos y que debe
estar eternamente en juego: necesita de ella para nuevas formas; la pide de
nuevo para nuevas obras».
Queda confirmado que el hombre
es nada, porque: «si extiendo la mirada ante mí,
¡qué espacio inmenso descubro donde no estoy aún!; si miro a mis espalda, ¡qué
espantoso séquito de días puedo ver donde ya no estoy, y cuán breve lugar ocupo
en este abismo inmenso del tiempo! No soy nada. Tan pequeño intervalo no puede
distinguirme de la nada; he sido enviado únicamente para hacer número; sin mí,
la obra se hubiera representado igualmente, aun permaneciendo yo detrás de la
escena» [30].
1335. –¿Por qué afirma Bossuet que el hombre es nada?
–En este mismo lugar, explica
Bossuet que si se pregunta a los filósofos qué es el hombre, darán respuestas
opuestas, porque: «unos harán de él un dios; otros
una nada; dirán aquéllos que la naturaleza le ama como una madre, y que se goza
en él; dirán estos por el contrario, que le abandona como una madrastra, y le
hace objeto de desprecio; y un tercer partido, no sabiendo qué pensar sobre la
causa de esta gran mezcla, contestará que se ha divertido en unir dos piezas
desemejantes entre sí, y de este modo, y por una especie de capricho, ha creado
este prodigio que llamamos hombre» [31].
Confiesa Bossuet que: «No puedo contemplar sin admiración tantos maravillosos
descubrimientos como ha hecho la ciencia para penetrar en los secretos de la
naturaleza, ni tantas hermosas invenciones como la técnica ha encontrado para
acomodarlos a nuestro uso. El hombre ha cambiado casi la faz del mundo: ha
sabido domar por la inteligencia a los animales que le son superiores por la
fuerza: ha sabido disciplinar sus instintos salvajes y sujetar su indócil
libertad. Ha hecho ceder con su habilidad hasta a las mismas criaturas
inanimadas: ¿no ha sido obligada la tierra, por su industria, a proporcionarle
los alimentos más convenientes, las plantas, a corregir en favor suyo su
aspereza salvaje, y los mismos venenos a volverse en remedios para él?» [32].
El hombre se comporta ante la
naturaleza como su dueño, «como si se tratara de su
hacienda, y no existe parte del universo donde no haya dejado señales de su
industria». Puede preguntarse, por ello: «cómo
habría podido adquirir tal ascendiente una criatura débil en extremo, y
expuesta por su cuerpo a los ataques de todas las demás, si no hubiese poseído
en su espíritu una fuerza superior a toda la naturaleza visible, un soplo
inmortal del Espíritu de Dios, un rayo del resplandor de su rostro, un rasgo de
su semejanza: no, no puede ser de otra manera».
Si el hombre, por su alma
espiritual participa del espíritu divino constructor, que ha hecho el universo:
«¿quién no ve que toda la naturaleza unida y
conjurada, no es capaz de apagar tan hermosos destello, esta parte de nosotros
mismos, de nuestro ser, que lleva una marca tan noble del divino poder que la
sostiene; y que, así, nuestra alma, superior al mundo y a todas las virtudes
que lo componen, nada tiene que temer sino de su autor?» [33].
Sin embargo: «posee el alma rudezas incomprensibles, que, si no se
halla iluminada desde fuera, la obligan a casi dudar de lo que es. Por esto los
sabios del mundo viendo al hombre tan grande en un sentido, y tan despreciable
en el otro, no han sabido qué pensar ni qué decir de tan extraño compuesto».
Las soluciones filosóficas
indicadas no son acertadas, porque: «no se goza en
el hombre la naturaleza, ya que lo ultraja de tantas maneras»; tampoco
la naturaleza: «no puede despreciarlo porque existe
en él algo que se halla por encima de la misma naturaleza (hablo de naturaleza
sensible)». En el hombre, «tan grande en un
sentido y tan despreciable en otro», es difícil comprender esta «extraña desproporción». Para obtener alguna luz,
indica Bossuet: «contemplad ese edificio, veréis en
él la marca de una mano divina; pero la desigualdad de la obra os hará notar en
seguida lo que el pecado ha puesto en el de su parte» [34].
El pecado ha significado que «el hombre ha querido edificar a su modo sobre la obra de
su Creador, y se ha alejado del plan primitivo; así, contra la regularidad del
primer designio, lo inmortal y lo corruptible, lo espiritual y lo carnal, el
ángel y la bestia, en una palabra, se han hallado unidos de repente» [35].
Sin embargo, tenemos: «la resurrección y la vida en la persona de Jesucristo:
quien cree en Cristo no muere nunca; quien cree en él vive ya con una vida
espiritual e interior, vive la vida de la gracia, que atrae en pos de ella la
vida de la gloria; mas el cuerpo hallase a pesar de todo, sujeto a la muerte» [36].
A pesar de la destrucción de
la muerte recuerda Bossuet al pecador que hay consuelo y esperanza, como lo
revela el sacramento de la extremaunción, porque: «si
el Divino arquitecto que ha tomado en sus manos tu reparación deja caer pieza
por pieza el ruinoso edificio de tu cuerpo, es que quiere devolverlo en mejor
estado, es que quiere edificar en un orden mejor; entrará por breve tiempo en
el imperio de la muerte, pero nada dejará entre sus manos fuera de la
mortalidad».
De manera que: «como un viejo edificio mal construido, cuya reparación
es desatendida con la intención de levantarlo de nuevo en una arquitectura
mejor, así esta carne nuestra corrompida toda a causa del pecado y la
concupiscencia, la deja Dios caer en la ruina, para rehacerla a su modo y según
el primer plan de la creación; pero antes ha de ser reducida a polvo, por haber
servido al pecado» [37].
1336. –¿Se pueden dar otros motivos del olvido del
sacramento de la extremaunción?
–Podría encontrarse otra razón
en la reflexión sobre la muerte y el tiempo de San John Henry Newman. Al
comentar el versículo bíblico: «Todo lo que pueda
hacer tu mano ejecútalo con todas tus fuerzas, porque en el «scheol» a donde vas
no hay obra, ni discernimiento, ni ciencia, ni sabiduría» [38],
decía Newman: «esa gran obra que a todos los
hombres concierne, que sobrevivirá a cualesquiera otras obras, y la única para
la que, en realidad, estamos aquí en esta tierra: salvar nuestras almas» [39].
Respecto al «scheol», morada de los muertos. o seno de
Abraham, añadía: «La muerte pone fin
irrevocablemente, absolutamente, a todos nuestros planes y acciones, y es
inevitable (…) de forma instintiva huimos del pensamiento de la muerte y de
todo lo que la rodea; pero todo eso que tiene de odiosos e intimidante nos
ocurrirá, hoy a uno, mañana a otro (…) La muerte nos para; para nuestra
carrera. Los hombres están dedicados a sus trabajos o a sus placeres, están en
la ciudad o en el campo, y se les para. Les hacen la cosecha de sus obras sin
previo aviso, se les hace un recuento, todo queda sellado hasta el Gran Día del
Juicio. ¡Qué gran cambio! Como se suele decir al hablar de los difuntos, «ya no
están». Rebosaban de proyectos y de ideas» [40].
Ahora: «han roto las muchas ataduras que los ligaban; eran padres, hermanos,
hermanas, hijos, amigos; pero el lazo de la sangre se rompe y se afloja la
plateada soga del amor». Además: «el mundo
sigue adelante sin ellos, los olvida. Sí, así es. El mundo se las ingenia para
olvidar que los hombres tienen alma, los contempla como meros componentes de un
gran sistema visible, que sigue adelante; a este sistema, el mundo le asigna
una especie de vida y de personalidad. Cuando muere alguno de sus miembros, lo
tienen en cuenta solo en cuanto que deja de formar parte del sistema y pasa a
la nada. Durante un momento, quizá, le dedica un sentimiento de dolor, y luego
lo deja; lo deja para siempre. Su mirada es para las cosas temporales y que se
ven. La verdad es que cuando muere alguien, rico o pobre, un alma inmortal es
juzgada; no obstante, al enterarnos de la muerte de alguien a quien conocimos,
nunca se nos ocurre pensar eso. Es así como el mundo se deshace de la idea del
alma humana» [41].
En cuanto al que muere: «¿en qué piensa ahora? ¡Qué infinitamente importante
resulta ahora el valor del tiempo, ahora que ya no significa nada para él! Nada
(…) Tal como murió, así será para siempre; el árbol, como cae, así yace en el
suelo. Este es el consuelo del auténtico siervo de Dios y la desgracia del
pecador. La suerte queda echada de una vez para siempre» [42].
Con la muerte: «yendo en contra de nuestra naturaleza, no veremos
desgarrados en dos, el alma separada del cuerpo; y cuando ambos se vuelvan a
unir, lo serán para ir a la felicidad más completa o a la desgracia eterna. Así
es la muerte, vista desde su necesidad inevitable y de su importancia
imponderable, y no podemos asegurarnos un cierto intervalo antes de su
llegada».
No sabemos cuando nos llegará
la muerte. «Pero de lo que sí podemos estar seguros
al menos, es de que, llegue antes o después, la muerte está ya en camino hacia
nosotros. Cada vez estamos más cerca de ella (…) Así, la vida se nos va de
entre las manos, se nos desmorona bajo los pies» [43].
Observaba Newman que: «Lo sabemos bien: cuando se les recuerda esto a los
hombres, la queja más habitual es que ya lo saben, que no es nada nuevo, que no
hace falta que se lo digan, que es muy cansado oír la misma cosa una y otra
vez, y además resulta impertinente por parte de la persona que tanto insiste» [44].
1337. –¿Con la muerte de cada hombre muere también
totalmente el tiempo que se le había concedido?
–Nota también Newman que el
tiempo que dejamos: «se fue, murió, ahí yace, en la
fosa del tiempo ido, pero no para pudrirse y ser olvidado, sino para permanecer
a la vista de la omnisciencia de Dios, con todos sus pecados y errores grabados
de forma irrevocable, hasta que, en el último día, se alce de nuevo para dar testimonio
sobre nosotros».
Si no podríamos soportar la
visión completa de todo lo que se ha dicho y hecho y de lo que se debía haber
dicho y hecho durante el último año: «que panorama
tan triste se nos presenta cunado consideramos que se nos ha entregado una
solemne palabra de verdad en la revelación definitiva y tremenda de Dios nos ha
hecho sobre el futuro que (. en ese día, los libros se abrirán. «Y también fue
abierto otro libro, el de la vida. Y los muertos fueron juzgados por lo que
estaba escrito en los libros, según su obras» (Ap 20, 12)».
Exclama el santo inglés: «¡Qué no daría cualquiera de nosotros que tuviera
conciencia de su sucio y miserable estado, que no daría por poder arrancar
algunas de las páginas de ese libro! Porque ¡qué horribles son los pecados que
ahí constan! Pensad en los muchos pecados que hemos cometido desde que
aprendimos la diferencia entre el bien y el mal. Los hemos olvidado, pero ahí
han sido recogidos claramente y podemos leerlos. Bien pudo exclamar el santo
David: «No recuerdes los pecados y delitos de mi juventud. Acuérdate de mí
según tu misericordia, por tu bondad» (Sal 24, 7)» [45].
Por último, después de citar
este versículo de la Escritura: «Jesús acuérdate de
mi cuando llegues a tu Reino» [46],
advierte Newman que: «Así oraba el ladrón arrepentido
en la cruz, y esa debe ser también nuestra oración. ¿Quién puede ayudarnos sino
Él, que va a ser nuestro Juez? Cuando nos vengan ideas estremecedoras
sobre nosotros que nos aflijan, «Jesús acuérdate de
mí»; eso es lo que hemos de decir. Nosotros no tenemos «obra, ni discernimiento, ni ciencia, ni sabiduría»
que nos puedan mejorar. Nada podemos alegar ante
Dios en nuestra defensa, lo único que podemos hacer es reconocer que somos
pecadores y dirigirnos a Él suplicantes, pidiéndole solamente que se acuerde de
nosotros con misericordia, que nos favorezca por los méritos de su Hijo, no
según nuestros fallos, sino por el amor de Cristo».
Ciertamente: «cuanto más procuremos servirle en esta tierra, mejor; de
todas maneras, nos quedamos tan cortos respecto a lo que deberíamos ser que si
sólo pudiéramos confiar en nuestros méritos, estaríamos perdidos; por nuestra
condición no tenemos más remedio que acudir en busca de ayuda fuera de nosotros
¿A quién recurriremos? ¿Quién puede ayudarnos sino aquel que nació a este mundo
para regenerarnos, sufrió golpes por culpa de nuestras iniquidades y resucitó
para salvarnos?» [47].
1338. –¿A qué bautizados se debe administrar el
sacramento de la extremaunción?
–Indica también Santo Tomás
que: «es fácil ver también que este sacramento no
se ha de administrar a cualesquiera enfermos, sino solamente a aquellos cuya
enfermedad, al parecer, se acerca al fin. No obstante, si éstos convalecieren,
nuevamente se les puede administrar si se encuentran en un estado semejante.
Porque la unción de este sacramento no es para consagrar, como la unción de la
confirmación, la ablución del bautismo y algunas otras unciones, que por esto
no se repiten, porque la consagración permanece tanto cuanto dura la cosa
consagrada, por causa de la eficacia de la virtud divina de quien consagra. Mas
la unción de este sacramento es para sanar, y una medicina saludable debe
repetirse tantas veces cuantas vuelve la enfermedad».
Advierte asimismo que sólo
debe administrarse este sacramento por peligro intrínseco de muerte, tal como
ocurre en caso enfermedad o de vejez. De manera que: «aunque
algunos estén en peligro inminente de muerte, incluso sin enfermedad, como se
ve en el caso de los condenados a muerte, y, no obstante, tuviesen necesidad de
los efectos espirituales de este sacramento, a pesar de ello, sólo se ha de
administrar al enfermo, puesto que se administra como una medicina corporal, lo
cual únicamente corresponde a quien esta corporalmente enfermo, pues es
conveniente observar la significación en cada sacramento».
Por ello: «así como en el bautismo se requiere la ablución deparada
al cuerpo, igualmente en este sacramento se requiere la medicina aplicada a la
enfermedad corporal. Por eso, el óleo es también la especial materia del mismo,
pues tiene la eficacia para sanar corporalmente, mitigando los dolores, como el
agua, que limpia corporalmente, es la materia del sacramento en que se hace la
purificación espiritual».
Se infiere asimismo que: «así como la medicina corporal se ha de aplicar a la raíz
de la enfermedad, así también esta unción se aplica a aquellas partes del
cuerpo de las que procede la enfermedad del pecado, que son: los instrumentos
de los sentidos», las manos y los pies, mediante los cuales se hacen los
pecados y también, según la costumbre de algunos, los riñones, en lo que está
la fuerza de la sensualidad». Así se hacía, según indicaba en el libro
litúrgico del sacramento en el tiempo de Santo Tomás.
Por último, explica Santo
Tomás sobre el ministro de la extremaunción que: «como
por este sacramento se perdonan los pecados, y el pecado no se perdona sino por
la gracia, es evidente que en este sacramento se confiere la gracia. Pero la
administración de aquellas cosas mediante las cuales se confiere la gracia, que
ilumina la mente, es exclusiva de los sacerdotes, cuyo ministerio es iluminar,
como dice Dionisio (Jerarq, Ecles,, V, 6)» [48].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra loa gentiles,
IV, c. 73.
[2] J.B. Bossuet, Sermón «Sobre la muerte», en
ÍDEM, Sermones, Barcelona, Luis Miracle, 1940, pp. 182-183.
[3] Ibíd., p. 183.
[4] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,
IV, c. 73.
[5] Concilio de Trento, Doctrina sobre los
santos sacramentos de penitencia y extremaunción, Can I.
[6] Ibíd., Intr.
[7] Ibíd., c. I.
[8] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica,
Supl., q. 29, a. 6, in c.
[9] Ibíd., Supl., q. 29, a. 5, in c.
[10] Ibid., Supl.,
q. 29, a. 5, ad 1.
[11] Ibíd., Supl.
q. 29, a. 7, in c.
[12] Ibíd.,
Supl., q. 29, a. 8, in c.
[13] Ibíd.,
Supl., q. 29, a.8, ad 1.
[14] Ibíd.,
Supl., q. 29, a. 8, in c.
[15] Ibíd.,
Supl., q. 29, a. 8, ad 1.
[16] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 1, in c.
[17] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 1, ob. 2.
[18] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 1, ad 2.
[19] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 1, sed c.
[20] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 1, ad 1.
[21] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 1, ad 2.
[22] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 2, sed c.
[23] Ibíd.,
Supl., q. 30, a. 2, in c.
[24] ÍDEM, Suma
contra los gentiles, IV, c. 73.
[25] ÍDEM, Suma
teológica, Supl., q. 29, a. 1, ad 2.
[26] ÍDEM, Suma
contra los gentiles, IV, c. 73.
[27] Código de
derecho canónico, 1983, can. 1001.
[28] Sal 38, 6.
[29] J.B. Bossuet, Sermón
«Sobre la muerte», op. cit., p. 185.
[30] Ibíd., p. 186.
[31] Ibíd., p. 192.
[32] Ibíd., p. 188.
[33] Ibíd., p. 189.
[34] Ibíd., p. 192.
[35] Ibíd., p. 193.
[36] Ibíd., pp.
193-194.
[37] Ibíd., p. 194.
[38] Ecle, 9, 10.
[39] John Henry
Newman, Sermón 1, El paso del tiempo, en ÍDEM, Sermones parroquiales,
Madrid, Ediciones Encuentro, 2007-20015, 8 vols., vol. 7, pp. 35-43, p.
35.
[40] Ibíd.,
pp.36-37.
[41] Ibíd., pp.
37-38.
[42] Ibíd., p. 38.
[43] Ibíd., p. 39.
[44] Ibíd., p. 35.
[45] Ibíd., p. 41.
[46] Lc 23, 42.
[47] John Henry
Newman, Sermón 1, El paso del tiempo, op. cit., p. 42.
[48] Santo Tomás de
Aquino, Suma contra los gentiles, IV, 73.
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