martes, 29 de junio de 2021

CVIII. LA EXTREMAUNCIÓN

1325. –¿Era necesario la institución por Cristo del sacramento de la extremaunción?

–En la Suma contra los gentiles, Santo Tomás dedica a la extremaunción un capítulo, que sigue al ya examinado sobre el sacramento de la penitencia. Este nuevo capítulo lo comienza con la demostración de su utilidad y necesidad. Parte de la siguiente observación: «Como el cuerpo es el instrumento del alma, y el instrumento está al servicio del agente principal, necesariamente la disposición del instrumento ha de ser tal cual corresponde al agente principal; por eso, el cuerpo se dispone tal cual conviene al alma».

A continuación añade otra. Como el hombre, compuesto de cuerpo y alma, es pecador, «de la enfermedad del alma, que es el pecado, deriva alguna vez la enfermedad al cuerpo por justa permisión divina».

La repercusión de la enfermedad del alma en el cuerpo puede ser un bien o un mal. Lo primero, porque: Y «esta enfermedad corporal es útil en ocasiones para la salud del alma; conforme el hombre soporta humilde y pacientemente la enfermedad corporal, así se le computa como pena satisfactoria», como ya se explicó en el estudio de la parte de la satisfacción del sacramento de la penitencia. Lo segundo, porque: «también otras veces es un impedimento de la salud espiritual, o sea, cuando las virtudes están impedidas por ella» [1].

En uno de sus sermones, decía Bossuet que para descubrir la composición del hombre: «lo que somos (…) os invito hoy a acompañar a nuestro Salvador hasta la tumba de Lázaro «Ven y ve» (Jn 11, 34)», palabras que le dijeron los judíos a Jesús, que lloraba al enterarse de la muerte de su amigo. «Venid a contemplar el espectáculo de las cosas mortales, venid a aprender lo que es el hombre. Os asombrará acaso que os dirija a la muerte para instruiros de lo que sois, y creeréis que no es presentar bien al hombre enseñarlo en donde ha dejado de ser».

Sin embargo, en «lo que se ofrece a nosotros en el sepulcro (…) no existe intérprete más verdadero más fiel de las cosas humanas», porque: «nunca la naturaleza de un compuesto se descubre más distintamente que en la desintegración de sus partes. Como se alteran mutuamente por la mezcla, es preciso separarlas para conocerlas bien. En efecto, la unión del cuerpo y el alma hace que el cuerpo nos parezca algo más de lo que es, y el alma algo menos» [2].

En cambio: «cuando, separados ya, el cuerpo vuelve a la tierra y el alma es también puesta en estado de volver al Cielo, a donde es atraída, vemos a ambos en su pureza. Así sólo nos toca considerar lo que la muerte nos arrebata y lo que deja intacto; qué parte de nuestro ser cae bajo sus golpes y qué otra se conserva en esta ruina; entonces habremos comprendido lo que es el hombre». La muerte enseña a la humanidad: «estas dos verdades, que le abren los ojos al conocimiento perfecto de sí mismo: que el hombre es infinitamente despreciable, en tanto que acaba con el tiempo; e infinitamente estimable, en tanto que va a la eternidad» [3].

Después de las dos observaciones sobre el cuerpo y el alma, concluye Santo Tomás: «Según esto, fue conveniente que se diera alguna medicina espiritual contra el pecado, cuando la enfermedad corporal procede de él». En este caso, además: «por esta medicina espiritual se cura algunas veces la enfermedad corporal, por ejemplo, cuando es conveniente para la salvación.

Nota seguidamente que: «ésta es la finalidad del sacramento de la extremaunción del cual se dice en la Escritura: «¿Enferma alguno entre vosotros? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe aliviará al enfermo, y los pecados que hubiera cometido le serán perdonados» (Sant 5, 14-15)» [4].

1326. –¿Cómo se puede definir el sacramento de la extremaunción?

–En el Concilio de Trento, se definió así este sacramento: «Si alguno dijere que la Penitencia en la Iglesia Católica no es verdadero y propiamente sacramento, instituido por Jesucristo (Mc 6, 13) nuestro Señor, y promulgado después por el apóstol Santiago (Sant 5. 14-15), para reconciliar a los fieles con Dos, cuantas veces incurren en pecados después de bautizados, sea excomulgado» [5].

Se declaró en la sesión decimocuarta dedicada a los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción que: «También ha parecido bien al Santo Concilio añadir a la precedente doctrina sobre la Penitencia, la que sigue acerca del sacramento de la Extremaunción, que los Santos Padres han considerado siempre como complemento, no sólo de la Penitencia, sino también de toda la vida cristiana, que debe ser una penitencia continua».

Se indicó también en la Introducción a la exposición a la doctrina sobre el sacramento de la extremaunción que: «en primer lugar, declara y enseña respecto a su institución, que nuestro clementísimo Redentor, que quiso proveer a sus siervos en todo tiempo de remedios saludables contra todos los dardos de todos sus enemigos, así como les preparó auxilios grandísimos en los demás Sacramentos para poder conservarse limpios, mientras vivan, de todo grave daño espiritual; del mismo modo fortaleció el fin de la vida con el sacramento de la Extremaunción, como con el más seguro auxilio; pues aunque nuestro enemigo busca y acecha ocasiones durante toda la vida para poder devorar de cualquier modo nuestras almas, ningún otro tiempo hay, sin embargo, en que dirija con mayor vehemencia todos los esfuerzos de su astucia para perdernos completamente y para despojarnos también, si pudiera, de la confianza en la divina misericordia, que cuando observa que estamos próximos a salir de esta vida» [6].

Después de esta explicación, se presentó, en el capítulo primero, la siguiente conclusión: «Se instituyó, pues, esta sagrada unción de los enfermos, como verdadero y propio sacramento del Nuevo Testamento, por Jesucristo, nuestro Señor, insinuado en el Evangelio de San Marcos (al decir que los apóstoles: «Partieron, predicaron que se arrepintiesen, y echaran muchos demonios, y ungiendo con óleo a muchos enfermos, los curaban», (Mc 6, 13) y recomendado y promulgado a los fieles por el Apóstol Santiago, hermano del Señor: «¿Enferma alguno entre vosotros? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe aliviará al enfermo, y los pecados que hubiera cometido le serán perdonados» (Sant 5, 14-15)».

1327. –¿Cuál es la materia del sacramento de la extremaunción?

–Con este texto del apóstol Santiago, quedaría definido este sacramento, porque, como se añade en este lugar del Concilio: «en sus palabras, según lo ha aprendido la Iglesia de la Tradición Apostólica, transmitida de unos a otros, enseña el Santo Apóstol la materia, la forma, el ministro propio y los efectos de este saludable sacramento; pues ha entendido la Iglesia que la materia es el óleo bendecido por el obispo; y la unción representa muy propiamente la gracia del Espíritu Santo, con que invisiblemente se unge el alma del enfermo; y, por último, que la forma son aquella palabras: «Por esta santa unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad» [7].

Sobre la materia del sacramento de la unción de los enfermos, el óleo, hecho sólo de aceite de olivas, bendecido por el obispo en el jueves santo de aquel año, para la celebración del mismo, Santo Tomás en la Suma teológica, argumenta su justificación del siguiente modo: «El ministro de este sacramento no produce el efecto del mismo por su propia virtud, como agente principal, sino que eso se debe a la eficacia del mismo Sacramento que administra, la cual primariamente viene de Cristo y por él desciende ordenadamente a los demás; es decir, al pueblo llega mediante los ministros que distribuyen los sacramentos, y a los ministros inferiores mediante los superiores que santifican la materia».

De este orden escalonado, que ha puesto Dios y que Santo Tomás descubre en todas sus obras, se sigue que: «en todos los sacramentos que necesitan una materia consagrada, la primera santificación de la materia la hace el obispo, aunque el uso de la misma, a veces, corresponda al sacerdote, para dar a entender que la potestad sacerdotal dimana de la episcopal, según lo que dice a Escritura: «Como finísimo óleo sobre la cabeza, que desciende sobre la barba y baja hasta la orla del vestido» [8].

Advierte Santo Tomás que es necesario que el óleo, materia del sacramento, sea bendecido por el obispo. «La extremaunción consiste en la misma unción, como el bautismo su ablución». Como ya se dijo, la materia remota del bautismo es el agua y la materia próxima –que es la aplicación al fin del sacramento de la materia próxima al sujeto que lo recibe–, es la ablución. La materia remota o «materia de la extremaunción es el óleo santificado» [9], o bendecido,

Debe afirmarse, por tanto, que: «la santificación primera es de la materia en sí misma; pero la santificación segunda pertenece más bien al uso de ella en cuanto que produce de hecho el efecto». De manera que: «ambas cosas son necesarias, ya que los instrumentos reciben su eficacia de la causa principal, no sólo cuando se crean, sino también cuando son aplicados al acto» [10].

1328. –¿Qué puede decirse de la forma del sacramento de la extremaunción?

–Nota Santo Tomás que no puede sostenerse que: «la extremaunción no necesita de forma alguna», porque: «esto sería tanto como negar el efecto propio del sacramento, porque el sacramento produce algo en cuanto lo significa». Sin embargo: «la materia no se concreta a significar un efecto determinado de los muchos a los que puede referirse, a no ser por la forma, es decir, por las palabras».

De ahí que: «en todos los sacramentos de al Nueva Ley, que realizan lo que significan, es de todo punto necesaria, no sólo la realidad exterior, o materia, sino que también son indispensables las palabras que constituyen lo que llamamos forma». Por tanto, debe afirmarse que: «la extremaunción tiene forma determinada, como ocurre en los demás sacramentos» [11].

En cuanto al sacramento de la extremaunción: «su forma (…) es una oración deprecativa, como consta por las palabras de Santiago y por el uso de la Iglesia romana, la cual emplea solamente las palabras deprecativas en la administración de la extremaunción» [12].

En los otros sacramentos la forma no se expresa con una oración deprecatoria o de petición de beneficios, sino en indicaciones, como «cuando se dice «Esto es mi cuerpo» o «Yo te bautizo» [13]. La razón del modo deprecatorio de la forma del sacramento de la extremaunción, considera Santo Tomás que es triple.

En primer lugar, porque: «por estar privado de sus fuerzas, el que recibe este sacramento necesita oraciones».

En segundo lugar: «porque se confiere a los que parten de este mundo, los cuales dejan de pertenecer a la Iglesia militante y van a descansar en las manos de Dios, a quien se le encomiendan por medio de la oración».

En tercer lugar, porque: «este sacramento no produce su efecto tal que se obtenga siempre y en su plenitud por medio de la oración del ministro, incluso cuando todas las cosas que son esenciales al mismo se realicen a la perfección». No sucede así: «con los sacramentos del bautismo y de la confirmación, que imprimen siempre el carácter, y en la Eucaristía, que lleva consigo la transubstanciación, y en la penitencia, a la que es esencial perdonar los pecados cuando coexiste la contrición». En cambio: «esto no sucede en la extremaunción. De ahí que en dicho sacramento la forma no pueda manifestarse en modo indicativo, como en los demás enumeradores» [14].

Sin embargo, este carácter de petición de la forma no afecta a su segura eficacia. La extremaunción: «posee una eficacia cierta en sí mismo; más puede ser estorbada su consecución por la mala disposición de quien lo recibe, aunque por otra parte tenga intención de recibirlo, y en dicho supuesto no conseguiría efecto alguno». En cambio, «los demás sacramentos siempre producen algún efecto» [15].

1329. –¿Cuál es el efecto de la extremaunción?

–La extremaunción tiene varios efectos. Explica Santo Tomás que: «Todos los sacramentos han sido instituidos para producir un efecto determinado, aunque de hecho puedan también seguirse de ellos otros efectos como consecuencia. Y como el sacramento «causa lo que significa», de ahí que su principal efecto deba tomarse de su misma significación».

Como: «la extremaunción se administra a modo de cierto medicamento, como el bautismo se emplea a modo de ablución; y las medicinas se usan para combatir la enfermedad. Luego este sacramento fue instituido principalmente para sanar la enfermedad producida por el pecado. Si el bautismo es una regeneración espiritual y la penitencia una resurrección, la extremaunción viene a constituir una curación o medicación espiritual».

Además, debe tenerse en cuenta: «así como la medicina corporal presupone la vida del cuerpo en el enfermo, así también la medicina espiritual presupone la vida espiritual. Por eso, este sacramento no se administra contra los pecados que privan de la vida espiritual, que son el pecado original y el mortal personal, sino contra aquellos otros defectos que hacen enfermar al hombre espiritual y le restan fuerzas para llevar a cabo los actos de la vida de la gracia y de la gloria. Y esos defectos no son más que cierta debilidad o ineptitud que dejan en nosotros el pecado actual o el original. Y contra esta debilidad, el hombre cobra fuerzas mediante la extremaunción».

Asimismo con este efecto principal, pueden darse otros efectos: «Puesto que dicho robustecimiento es producido por la gracia, que es incompatible con el pecado, consiguientemente, cuando haya algún pecado mortal o venial, lo borra en cuanto a la culpa, mientras no ponga óbice el que lo recibe (…) Por ese motivo, Santiago habla condicionalmente de la remisión del pecado, afirmando que, «los pecados que hubiera cometido le serán perdonados», en cuanto a la culpa».

Se trata de un efecto secundario, porque: «no siempre borra el pecado, porque no siempre lo halla en el sujeto; lo que siempre quita es la citada debilidad, que algunos llaman «reliquias del pecado». Por consiguiente: «debemos afirmar que el efecto principal de este sacramento es borrar las reliquias de los pecados, y, en consecuencia, también al culpa si existe en el alma» [16].

1330. –En el perdón de los pecados por la extremaunción, ¿se perdonan «las tres cosas que existen en el mismo: la culpa, el reato de pena y las reliquias del pecado» [17]?

–Precisa Santo Tomás que: «La extremaunción de algún modo borra el pecado en cuanto a los tres efectos enunciados», la culpa, el reato de pena y la reliquia del pecado.

Observa Santo Tomás que es posible que perdone la culpa, porque: «aun cuando la mancha de la culpa no se borre sin la contrición, sin embargo, este sacramento, por la gracia que infunde, hace que aquel movimiento del libre albedrío contra el pecado se convierta en contrición» [18],

Se explica así que pueda afirmarse que en la extremaunción se perdonan los pecados que se hubieran cometido, porque: «todo sacramento de la Nueva Ley confiere la gracia, y mediante ésta se perdonan los pecados. Luego, siendo la extremaunción un sacramento de la Nueva Ley, tiene necesariamente que perdonar los pecados» [19].

Por ello, no representa ninguna dificultad la necesidad del sacramento de la penitencia para el perdón de los pecados, porque: «Aunque el efecto principal de un sacramento pueda producirse sin la recepción actual del mismo o como consecuencia de la recepción de otro sacramento, sin embargo, nunca puede obtenerse sin la intención de recibir aquel sacramento. Y por eso, como la penitencia ha sido instituida principalmente contra la culpa actual, aunque cualquier otro sacramento la borre como consecuencia de su recepción, esto no excluye la necesidad de la penitencia» [20].

También en cuanto a lo segundo, la extremaunción: «igualmente, disminuye el reato de la pena temporal, pero sólo como consecuencia, en cuanto que quita la debilidad, pues una misma pena la soporta con mayor facilidad el fuerte que el débil; consiguientemente no es preciso que disminuya la cantidad de la satisfacción».

Por último, la extremaunción también afecta a las reliquias del pecado. Debe advertirse que con estos términos no se designan: «las disposiciones dejadas por los actos que son ciertamente hábitos incoados», o los inicios de las costumbres, que han dejado los pecados. Se significan aquí: «cierta debilidad espiritual que existe en el alma, desaparecida la cual y permaneciendo incluso los mismos hábitos o disposiciones, el alma no puede ser arrastrada con la misma intensidad a los pecados» [21].

1331. –¿La extremaunción produce efectos en el cuerpo, si está afectado de enfermedad?

–Sostiene Santo Tomás que debe afirmarse que la extremaunción tiene como efecto secundario la recuperación de la salud del cuerpo, siempre que sea útil para la salud de su alma por dos motivos. Primero, porque: «las acciones que la Iglesia práctica tienen mayor eficacia hechas después de la pasión Cristo que si lo hubieran sido antes. Pero los ungidos con óleo por lo apóstoles antes de la pasión sanaban, como se afirma en San Marcos (Mc 6, 13: «ungiendo con óleo a muchos enfermos, los curaban»). Luego también ahora tiene virtud para alcanzar la salud corporal».

Segundo: «Los sacramentos causan por su significación. Pero el bautismo, mediante la ablución corporal externa, significa y produce la espiritual. Luego también la extremaunción, por la curación corporal, que es algo externo, significa y causa la espiritual» [22].

A continuación, Santo Tomás da la siguiente explicación racional de la acción sobre la salud del cuerpo que puede proporcionar el sacramento de la extremaunción : «Como por la ablución corporal produce el bautismo la limpieza interior de todas las manchas espirituales, así este sacramento, por la medicina sacramental exterior, produce la salud interna; y como la ablución bautismal causa el efecto de la limpieza corporal, porque también la realiza, así la extremaunción produce el efecto correspondiente a la medicina corporal, o sea, la salud del cuerpo».

Sin embargo, advierte seguidamente Santo Tomás que: «con esta diferencia; mientras que la ablución corporal realiza la limpieza corporal por la misma propiedad natural de la materia, y consiguientemente la produce siempre, la extremaunción no causa la salud corporal por la propiedad natural de la materia», –el óleo, la materia remota del sacramento, con la que se hace la unción al enfermo, que es la materia próxima–, sino por virtud divina, que obra racionalmente».

Este modo de obrar divino significa que: «como el que obra racionalmente no busca un efecto secundario, a no ser cuando conviene al principal, de ahí que por la administración de este sacramento no siempre se siga la salud corporal, sino únicamente cuando conviene para la espiritual. Y entonces, sí, la produce siempre, mientras no haya impedimento por parte de quien lo recibe» [23].

1332 –¿Por qué «no es contra la virtud del sacramento el que alguna vez los enfermos a quienes se administra no curen totalmente de la enfermedad corporal»?

A esta cuestión, Santo Tomás en el capítulo del sacramento de la Extremaunción, de la Suma contra los gentiles, responde del modo siguiente: «porque en ocasiones la salud corporal, aun para quienes reciben dignamente este sacramento, no es útil para la salud espiritual».

En estos casos: «aunque no se siga la salud corporal, no lo reciben inútilmente». Se advierte, si se tiene en cuenta que: «como este sacramento está ordenado contra la enfermedad del cuerpo, considerada como consecuencia del pecado, se ve también que se administrará contra otras secuelas del pecado, las cuales son la inclinación al mal y la dificultad para el bien». Y ello: «con mayor motivo, puesto que estas enfermedades del alma están más cerca del pecado que la enfermedad corporal». Si no tiene lugar el efecto secundario de la curación corporal, si en cambio, el efecto primario, borrar las reliquias de todo pecado, la propensión al mal y la dificultad para hacer el bien.

Podría todavía cuestionarse la necesidad de este efecto principal del sacramento de conferir la gracia para borrar las reliquias de los pecados, y en ocasiones, como se ha explicado, los mismos pecados, por la existencia del sacramento de la penitencia. Frente a ello, Santo Tomás reconoce que: «estas enfermedades espirituales ciertamente han de ser curadas por la penitencia, en cuanto que el penitente, por las obras de virtudes de las cuales se sirve para satisfacer, se aleja de los males y se inclina al bien».

Sin embargo, recuerda que: «como el hombre por negligencia o por las varias ocupaciones de la vida, o también por causa de la brevedad del tiempo o cosas parecidas, no cura de raíz y perfectamente dichos defectos, se le provee saludablemente para que por este sacramento logre dicha curación y se libre de la pena temporal, de modo que, al salir el alma del cuerpo, nada haya en él que pueda impedir a su alma la percepción de la gloria. Y por esto dice Santiago que «el Señor le aliviará» (Sant, 5, 15).

Es necesario este efecto principal de la extremaunción, por otro motivo: «acontece también que el hombre no conoce o no recuerda todos los pecados que cometió, con el fin de borrar cada uno de ellos por la penitencia. Hay además, pecados cotidianos que acompañan de continuo la vida presente, de los cuales es conveniente que se purifique el hombre por este sacramento al partir, con la finalidad de que nada haya en él que impida la percepción de la gloria. Y por esto añade Santiago: «los pecados que hubiera cometido le serán perdonados» (SanT 5, 15)» [24].

1333. –Según sus efectos, ¿la extremaunción permite la entrada inmediata a los goces de la vida eterna?

–Considera Santo Tomás que: «Este sacramento dispone inmediatamente al hombre para la gloria cuando se administra a los agonizantes. Y como en la Antigua Ley no era todavía tiempo de llegar a la gloria, porque «la ley no llevó a nadie a la perfección» (Heb 7, 19), por eso la extremaunción no debió prefigurarse allí por un sacramento correlativo, que fuera figura del mismo género. Sin embargo, de alguna manera estuvo representando obscuramente en todas las curaciones que se leen en la Antigua Ley» [25].

De ello, se sigue que: «este sacramento es el último y, en cierto modo, el que consuma toda la curación espiritual, sirviendo como de medio para que el hombre se prepare para recibir la gloria. Y por esto se llama «extremaunción» [26].

1334. –A veces se retrasa y hasta se impide la recepción el sacramento de la extremaunción. ¿Cómo se explica esta actitud de desdeño a este último sacramento?

–En el actual Código de derecho canónico, se dice que: «Los pastores de almas y los familiares del enfermo deben procurar que sea reconfortado en tiempo oportuno con este sacramento» [27]. Sin embargo, con la excusa de no asustar al enfermo, a veces se desestima el sacramento de la unción de los enfermos. Un motivo más profundo y generalizado en el mundo actual, es que se encubre o se suprime totalmente todo lo referente a la muerte.

En cambio, Jacques-Benigne Bossuet, en el siglo XVII, afronta toda la cuestión de la muerte desde la razón y con visión sobrenatural. En es un texto sobre la misma, cita estas palabras de un salmo de David: «has puesto medida a mis días; mi substancia es como nada ante Ti» [28]; y comenta seguidamente: «Todo ser que puede ser medido nada es, porque lo que puede medirse tiene su término, y cuando ha llegado a él, en un punto se destruye todo como si no hubiese existido jamás. ¿Qué son cien años? ¿Qué son mil años, cuando un solo momento los borra?».

En el postrero instante de la muerte: «este último momento que borrará de un solo trazo toda nuestra vida, irá a perderse él mismo con todo lo demás en este abismo de la nada. No quedará en la tierra vestigio alguno de lo que somos. La carne cambiará de naturaleza; el cuerpo tomará otro nombre» [29].

Es innegable, además, que en este mundo: «todo nos llama a la muerte: la naturaleza, casi como si sintiera envidia del bien que nos hizo, nos muestra con frecuencia y nos significa que no puede dejarnos mucho tiempo el poco de materia que nos presta, que no debe permanecer en la mismas manos y que debe estar eternamente en juego: necesita de ella para nuevas formas; la pide de nuevo para nuevas obras».

Queda confirmado que el hombre es nada, porque: «si extiendo la mirada ante mí, ¡qué espacio inmenso descubro donde no estoy aún!; si miro a mis espalda, ¡qué espantoso séquito de días puedo ver donde ya no estoy, y cuán breve lugar ocupo en este abismo inmenso del tiempo! No soy nada. Tan pequeño intervalo no puede distinguirme de la nada; he sido enviado únicamente para hacer número; sin mí, la obra se hubiera representado igualmente, aun permaneciendo yo detrás de la escena» [30].

1335. –¿Por qué afirma Bossuet que el hombre es nada?

–En este mismo lugar, explica Bossuet que si se pregunta a los filósofos qué es el hombre, darán respuestas opuestas, porque: «unos harán de él un dios; otros una nada; dirán aquéllos que la naturaleza le ama como una madre, y que se goza en él; dirán estos por el contrario, que le abandona como una madrastra, y le hace objeto de desprecio; y un tercer partido, no sabiendo qué pensar sobre la causa de esta gran mezcla, contestará que se ha divertido en unir dos piezas desemejantes entre sí, y de este modo, y por una especie de capricho, ha creado este prodigio que llamamos hombre» [31].

Confiesa Bossuet que: «No puedo contemplar sin admiración tantos maravillosos descubrimientos como ha hecho la ciencia para penetrar en los secretos de la naturaleza, ni tantas hermosas invenciones como la técnica ha encontrado para acomodarlos a nuestro uso. El hombre ha cambiado casi la faz del mundo: ha sabido domar por la inteligencia a los animales que le son superiores por la fuerza: ha sabido disciplinar sus instintos salvajes y sujetar su indócil libertad. Ha hecho ceder con su habilidad hasta a las mismas criaturas inanimadas: ¿no ha sido obligada la tierra, por su industria, a proporcionarle los alimentos más convenientes, las plantas, a corregir en favor suyo su aspereza salvaje, y los mismos venenos a volverse en remedios para él?» [32].

El hombre se comporta ante la naturaleza como su dueño, «como si se tratara de su hacienda, y no existe parte del universo donde no haya dejado señales de su industria». Puede preguntarse, por ello: «cómo habría podido adquirir tal ascendiente una criatura débil en extremo, y expuesta por su cuerpo a los ataques de todas las demás, si no hubiese poseído en su espíritu una fuerza superior a toda la naturaleza visible, un soplo inmortal del Espíritu de Dios, un rayo del resplandor de su rostro, un rasgo de su semejanza: no, no puede ser de otra manera».

Si el hombre, por su alma espiritual participa del espíritu divino constructor, que ha hecho el universo: «¿quién no ve que toda la naturaleza unida y conjurada, no es capaz de apagar tan hermosos destello, esta parte de nosotros mismos, de nuestro ser, que lleva una marca tan noble del divino poder que la sostiene; y que, así, nuestra alma, superior al mundo y a todas las virtudes que lo componen, nada tiene que temer sino de su autor?» [33].

Sin embargo: «posee el alma rudezas incomprensibles, que, si no se halla iluminada desde fuera, la obligan a casi dudar de lo que es. Por esto los sabios del mundo viendo al hombre tan grande en un sentido, y tan despreciable en el otro, no han sabido qué pensar ni qué decir de tan extraño compuesto».

Las soluciones filosóficas indicadas no son acertadas, porque: «no se goza en el hombre la naturaleza, ya que lo ultraja de tantas maneras»; tampoco la naturaleza: «no puede despreciarlo porque existe en él algo que se halla por encima de la misma naturaleza (hablo de naturaleza sensible)». En el hombre, «tan grande en un sentido y tan despreciable en otro», es difícil comprender esta «extraña desproporción». Para obtener alguna luz, indica Bossuet: «contemplad ese edificio, veréis en él la marca de una mano divina; pero la desigualdad de la obra os hará notar en seguida lo que el pecado ha puesto en el de su parte» [34].

El pecado ha significado que «el hombre ha querido edificar a su modo sobre la obra de su Creador, y se ha alejado del plan primitivo; así, contra la regularidad del primer designio, lo inmortal y lo corruptible, lo espiritual y lo carnal, el ángel y la bestia, en una palabra, se han hallado unidos de repente» [35].

Sin embargo, tenemos: «la resurrección y la vida en la persona de Jesucristo: quien cree en Cristo no muere nunca; quien cree en él vive ya con una vida espiritual e interior, vive la vida de la gracia, que atrae en pos de ella la vida de la gloria; mas el cuerpo hallase a pesar de todo, sujeto a la muerte» [36].

A pesar de la destrucción de la muerte recuerda Bossuet al pecador que hay consuelo y esperanza, como lo revela el sacramento de la extremaunción, porque: «si el Divino arquitecto que ha tomado en sus manos tu reparación deja caer pieza por pieza el ruinoso edificio de tu cuerpo, es que quiere devolverlo en mejor estado, es que quiere edificar en un orden mejor; entrará por breve tiempo en el imperio de la muerte, pero nada dejará entre sus manos fuera de la mortalidad».

De manera que: «como un viejo edificio mal construido, cuya reparación es desatendida con la intención de levantarlo de nuevo en una arquitectura mejor, así esta carne nuestra corrompida toda a causa del pecado y la concupiscencia, la deja Dios caer en la ruina, para rehacerla a su modo y según el primer plan de la creación; pero antes ha de ser reducida a polvo, por haber servido al pecado» [37].

1336. –¿Se pueden dar otros motivos del olvido del sacramento de la extremaunción?

–Podría encontrarse otra razón en la reflexión sobre la muerte y el tiempo de San John Henry Newman. Al comentar el versículo bíblico: «Todo lo que pueda hacer tu mano ejecútalo con todas tus fuerzas, porque en el «scheol» a donde vas no hay obra, ni discernimiento, ni ciencia, ni sabiduría» [38], decía Newman: «esa gran obra que a todos los hombres concierne, que sobrevivirá a cualesquiera otras obras, y la única para la que, en realidad, estamos aquí en esta tierra: salvar nuestras almas» [39].

Respecto al «scheol», morada de los muertos. o seno de Abraham, añadía: «La muerte pone fin irrevocablemente, absolutamente, a todos nuestros planes y acciones, y es inevitable (…) de forma instintiva huimos del pensamiento de la muerte y de todo lo que la rodea; pero todo eso que tiene de odiosos e intimidante nos ocurrirá, hoy a uno, mañana a otro (…) La muerte nos para; para nuestra carrera. Los hombres están dedicados a sus trabajos o a sus placeres, están en la ciudad o en el campo, y se les para. Les hacen la cosecha de sus obras sin previo aviso, se les hace un recuento, todo queda sellado hasta el Gran Día del Juicio. ¡Qué gran cambio! Como se suele decir al hablar de los difuntos, «ya no están». Rebosaban de proyectos y de ideas» [40].

Ahora: «han roto las muchas ataduras que los ligaban; eran padres, hermanos, hermanas, hijos, amigos; pero el lazo de la sangre se rompe y se afloja la plateada soga del amor». Además: «el mundo sigue adelante sin ellos, los olvida. Sí, así es. El mundo se las ingenia para olvidar que los hombres tienen alma, los contempla como meros componentes de un gran sistema visible, que sigue adelante; a este sistema, el mundo le asigna una especie de vida y de personalidad. Cuando muere alguno de sus miembros, lo tienen en cuenta solo en cuanto que deja de formar parte del sistema y pasa a la nada. Durante un momento, quizá, le dedica un sentimiento de dolor, y luego lo deja; lo deja para siempre. Su mirada es para las cosas temporales y que se ven. La verdad es que cuando muere alguien, rico o pobre, un alma inmortal es juzgada; no obstante, al enterarnos de la muerte de alguien a quien conocimos, nunca se nos ocurre pensar eso. Es así como el mundo se deshace de la idea del alma humana» [41].

En cuanto al que muere: «¿en qué piensa ahora? ¡Qué infinitamente importante resulta ahora el valor del tiempo, ahora que ya no significa nada para él! Nada (…) Tal como murió, así será para siempre; el árbol, como cae, así yace en el suelo. Este es el consuelo del auténtico siervo de Dios y la desgracia del pecador. La suerte queda echada de una vez para siempre» [42].

Con la muerte: «yendo en contra de nuestra naturaleza, no veremos desgarrados en dos, el alma separada del cuerpo; y cuando ambos se vuelvan a unir, lo serán para ir a la felicidad más completa o a la desgracia eterna. Así es la muerte, vista desde su necesidad inevitable y de su importancia imponderable, y no podemos asegurarnos un cierto intervalo antes de su llegada».

No sabemos cuando nos llegará la muerte. «Pero de lo que sí podemos estar seguros al menos, es de que, llegue antes o después, la muerte está ya en camino hacia nosotros. Cada vez estamos más cerca de ella (…) Así, la vida se nos va de entre las manos, se nos desmorona bajo los pies» [43].

Observaba Newman que: «Lo sabemos bien: cuando se les recuerda esto a los hombres, la queja más habitual es que ya lo saben, que no es nada nuevo, que no hace falta que se lo digan, que es muy cansado oír la misma cosa una y otra vez, y además resulta impertinente por parte de la persona que tanto insiste» [44].

1337. –¿Con la muerte de cada hombre muere también totalmente el tiempo que se le había concedido?

–Nota también Newman que el tiempo que dejamos: «se fue, murió, ahí yace, en la fosa del tiempo ido, pero no para pudrirse y ser olvidado, sino para permanecer a la vista de la omnisciencia de Dios, con todos sus pecados y errores grabados de forma irrevocable, hasta que, en el último día, se alce de nuevo para dar testimonio sobre nosotros».

Si no podríamos soportar la visión completa de todo lo que se ha dicho y hecho y de lo que se debía haber dicho y hecho durante el último año: «que panorama tan triste se nos presenta cunado consideramos que se nos ha entregado una solemne palabra de verdad en la revelación definitiva y tremenda de Dios nos ha hecho sobre el futuro que (. en ese día, los libros se abrirán. «Y también fue abierto otro libro, el de la vida. Y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según su obras» (Ap 20, 12)».

Exclama el santo inglés: «¡Qué no daría cualquiera de nosotros que tuviera conciencia de su sucio y miserable estado, que no daría por poder arrancar algunas de las páginas de ese libro! Porque ¡qué horribles son los pecados que ahí constan! Pensad en los muchos pecados que hemos cometido desde que aprendimos la diferencia entre el bien y el mal. Los hemos olvidado, pero ahí han sido recogidos claramente y podemos leerlos. Bien pudo exclamar el santo David: «No recuerdes los pecados y delitos de mi juventud. Acuérdate de mí según tu misericordia, por tu bondad» (Sal 24, 7)» [45].

Por último, después de citar este versículo de la Escritura: «Jesús acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino» [46], advierte Newman que: «Así oraba el ladrón arrepentido en la cruz, y esa debe ser también nuestra oración. ¿Quién puede ayudarnos sino Él, que va a ser nuestro Juez? Cuando nos vengan ideas estremecedoras sobre nosotros que nos aflijan, «Jesús acuérdate de mí»; eso es lo que hemos de decir. Nosotros no tenemos «obra, ni discernimiento, ni ciencia, ni sabiduría» que nos puedan mejorar. Nada podemos alegar ante Dios en nuestra defensa, lo único que podemos hacer es reconocer que somos pecadores y dirigirnos a Él suplicantes, pidiéndole solamente que se acuerde de nosotros con misericordia, que nos favorezca por los méritos de su Hijo, no según nuestros fallos, sino por el amor de Cristo».

Ciertamente: «cuanto más procuremos servirle en esta tierra, mejor; de todas maneras, nos quedamos tan cortos respecto a lo que deberíamos ser que si sólo pudiéramos confiar en nuestros méritos, estaríamos perdidos; por nuestra condición no tenemos más remedio que acudir en busca de ayuda fuera de nosotros ¿A quién recurriremos? ¿Quién puede ayudarnos sino aquel que nació a este mundo para regenerarnos, sufrió golpes por culpa de nuestras iniquidades y resucitó para salvarnos?» [47].

1338. –¿A qué bautizados se debe administrar el sacramento de la extremaunción?

–Indica también Santo Tomás que: «es fácil ver también que este sacramento no se ha de administrar a cualesquiera enfermos, sino solamente a aquellos cuya enfermedad, al parecer, se acerca al fin. No obstante, si éstos convalecieren, nuevamente se les puede administrar si se encuentran en un estado semejante. Porque la unción de este sacramento no es para consagrar, como la unción de la confirmación, la ablución del bautismo y algunas otras unciones, que por esto no se repiten, porque la consagración permanece tanto cuanto dura la cosa consagrada, por causa de la eficacia de la virtud divina de quien consagra. Mas la unción de este sacramento es para sanar, y una medicina saludable debe repetirse tantas veces cuantas vuelve la enfermedad».

Advierte asimismo que sólo debe administrarse este sacramento por peligro intrínseco de muerte, tal como ocurre en caso enfermedad o de vejez. De manera que: «aunque algunos estén en peligro inminente de muerte, incluso sin enfermedad, como se ve en el caso de los condenados a muerte, y, no obstante, tuviesen necesidad de los efectos espirituales de este sacramento, a pesar de ello, sólo se ha de administrar al enfermo, puesto que se administra como una medicina corporal, lo cual únicamente corresponde a quien esta corporalmente enfermo, pues es conveniente observar la significación en cada sacramento».

Por ello: «así como en el bautismo se requiere la ablución deparada al cuerpo, igualmente en este sacramento se requiere la medicina aplicada a la enfermedad corporal. Por eso, el óleo es también la especial materia del mismo, pues tiene la eficacia para sanar corporalmente, mitigando los dolores, como el agua, que limpia corporalmente, es la materia del sacramento en que se hace la purificación espiritual».

Se infiere asimismo que: «así como la medicina corporal se ha de aplicar a la raíz de la enfermedad, así también esta unción se aplica a aquellas partes del cuerpo de las que procede la enfermedad del pecado, que son: los instrumentos de los sentidos», las manos y los pies, mediante los cuales se hacen los pecados y también, según la costumbre de algunos, los riñones, en lo que está la fuerza de la sensualidad». Así se hacía, según indicaba en el libro litúrgico del sacramento en el tiempo de Santo Tomás.

Por último, explica Santo Tomás sobre el ministro de la extremaunción que: «como por este sacramento se perdonan los pecados, y el pecado no se perdona sino por la gracia, es evidente que en este sacramento se confiere la gracia. Pero la administración de aquellas cosas mediante las cuales se confiere la gracia, que ilumina la mente, es exclusiva de los sacerdotes, cuyo ministerio es iluminar, como dice Dionisio (Jerarq, Ecles,, V, 6)» [48].

Eudaldo Forment

 


[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra loa gentiles, IV, c. 73.

[2] J.B. Bossuet, Sermón «Sobre la muerte», en ÍDEM, Sermones, Barcelona, Luis Miracle, 1940, pp. 182-183.

[3] Ibíd., p. 183.

[4] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 73.

[5] Concilio de Trento, Doctrina sobre los santos sacramentos de penitencia y extremaunción, Can I.

[6] Ibíd., Intr.

[7] Ibíd., c. I.

[8] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 29, a. 6, in c.

[9] Ibíd., Supl., q. 29, a. 5, in c.

[10] Ibid., Supl., q. 29, a. 5, ad 1.

[11] Ibíd., Supl. q. 29, a. 7, in c.

[12] Ibíd., Supl., q. 29, a. 8, in c.

[13] Ibíd., Supl., q. 29, a.8, ad 1.

[14] Ibíd., Supl., q. 29, a. 8, in c.

[15] Ibíd., Supl., q. 29, a. 8, ad 1.

[16] Ibíd., Supl., q. 30, a. 1, in c.

[17] Ibíd., Supl., q. 30, a. 1, ob. 2.

[18] Ibíd., Supl., q. 30, a. 1, ad 2.

[19] Ibíd., Supl., q. 30, a. 1, sed c.

[20] Ibíd., Supl., q. 30, a. 1, ad 1.

[21] Ibíd., Supl., q. 30, a. 1, ad 2.

[22] Ibíd., Supl., q. 30, a. 2, sed c.

[23] Ibíd., Supl., q. 30, a. 2, in c.

[24] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 73.

[25] ÍDEM, Suma teológica, Supl., q. 29, a. 1, ad 2.

[26] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 73.

[27] Código de derecho canónico,  1983, can. 1001.

[28] Sal 38, 6.

[29] J.B. Bossuet, Sermón «Sobre la muerte», op. cit.,  p. 185.

[30] Ibíd., p. 186.

[31] Ibíd., p. 192.

[32] Ibíd., p. 188.

[33] Ibíd., p. 189.

[34] Ibíd., p. 192.

[35] Ibíd., p. 193.

[36] Ibíd., pp. 193-194.

[37] Ibíd., p. 194.

[38] Ecle, 9, 10.

[39] John Henry Newman, Sermón 1, El paso del tiempo, en ÍDEM, Sermones parroquiales, Madrid,  Ediciones Encuentro, 2007-20015, 8 vols., vol. 7, pp. 35-43, p. 35.

[40] Ibíd., pp.36-37.

[41] Ibíd., pp. 37-38.

[42] Ibíd., p. 38.

[43] Ibíd., p. 39.

[44] Ibíd., p. 35.

[45] Ibíd., p. 41.

[46] Lc 23, 42.

[47] John Henry Newman, Sermón 1, El paso del tiempo, op. cit., p. 42.

 

[48] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, 73.

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