En nuestro camino hacia Dios, se suceden tormentas y bonanza, inquietudes y consuelos. Necesitamos momentos de reposo, de aire fresco, de esperanza.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Las nubes llegan. El viento se desata. Llueve.
Rayos y truenos iluminan, frenéticamente, el paisaje.
En el mar, miedo ante las olas. En tierra, angustia por lo que pueda suceder a
los navegantes.
El viento cambia de dirección. La lluvia amaina. El mar comienza a serenarse.
La tormenta pasa.
En la vida llegan momentos duros, de tormenta. Las situaciones se precipitan.
La angustia invade el alma. Sentimos miedo.
Luego, como por un extraño milagro, las cosas vuelve a ocupar su sitio. La
vista y la mente recuperan la serenidad. La prueba ha pasado.
La experiencia nos recuerda que no todo está arreglado. Hay tormentas que dejan
daños íntimos, heridas que han de ser curadas. Además, tras las zozobras del
hoy son casi seguras las que llegarán en unos días, o quizá incluso mañana.
Pero los momentos de bonanza permiten recuperar energías. Nos preparamos para
la siguiente prueba, consolamos el alma con la dicha de estos instantes de paz,
de armonía, de belleza.
En nuestro camino hacia Dios, se suceden tormentas y bonanza, inquietudes y
consuelos. En la marcha humana, necesitamos momentos de reposo, de aire fresco,
de esperanza.
Miramos al cielo. Brillan luces bellas. También en el mundo del espíritu
contamos con faros maravillosos que iluminan, que confortan. Existen estrellas
para el alma.
“La vida es como un viaje por el mar de la
historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los
astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son
las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza.
Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas
las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también
luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo
así orientación para nuestra travesía” (Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 49).
Tras la tormenta, recogemos fuerzas. Mañana, con la ayuda de Dios, desde la
compañía de la Virgen, de los santos, y de tantos corazones buenos, iniciará
una nueva travesía. En el horizonte brillará, como señal de esperanza, de
alegría, un sol recién nacido. Su luz iluminará ese camino que nos acerca al
hogar, a la patria, a la casa del Padre que ama y espera a cada uno de sus
hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario