En las últimas décadas, ha habido grandes avances en el conocimiento de la enfermedad psíquica.
Por: Humberto Del Castillo Drago | Fuente: Areté/
Psicología y virtud
Empecemos hablando de la salud en general, y
luego vamos a profundizar en la salud mental. Así que será necesario reconocer
que el concepto de salud ha ido cambiando con el paso del tiempo, y una
definición “popular” la considera como
vitalidad física exuberante, como ausencia de toda disfunción, haciendo alusión
a aquellas personas que “están rebosantes de
salud”.
Para los sistemas nacionales de salud y las
aseguradoras, la salud viene a ser el estado de eficiencia para desempeñar los
trabajos propios del individuo en la sociedad, así una persona sana significa
que es apta para el trabajo. Sin embargo, para los médicos y el resto del
personal sanitario, salud es la ausencia de limitaciones o de dolencias, sean
orgánicas o funcionales.
Ahora, frente al modelo biomédico que impera en
la actualidad, se ha propugnado el modelo biopsicosocial, al entender que la
salud es también un problema social y político, cuya solución pasa por la
participación activa y solidaria de la comunidad. Por ejemplo, la OMS define la
salud como “estado de perfecto bienestar, físico,
psíquico y social en interacción con el medio y no sólo la ausencia de dolor o
enfermedad”.
En este sentido, sería interesante reconocer la
dimensión psíquica y el carácter social de la persona y, por otra parte, hacer
más énfasis en la promoción de la salud que en la curación de las enfermedades.
Se ven algunas
limitaciones…
En este momento de la historia, se considera
todavía a la salud desde una perspectiva individualista y privada. En este
sentido, Miguel Ángel Monge, considera que:
“La idea de “completo
bienestar”, aparte de considerar una meta inalcanzable y generar varias
ilusiones, dilata enormemente el concepto de enfermedad, ya que cualquier
bienestar incompleto es considerado como enfermedad: así planteada, esta
definición de salud no deja de ser una ingenua utopía de vida sin sufrimiento,
de dicha sin dolor, de una sociedad sin conflictos, donde por mucho que se
desarrolle la Medicina, dicha salud perfecta seguirá siendo una meta imposible.
Además al entrar en la lista de derechos sociales reconocidos, con los
relativos deberes del Estado, induce a los ciudadanos a pretensiones o
esperanzas desmedidas. Ya hay autores que advierten que la obsesión por la
salud y el bienestar-al reclamar del sistema sanitario fines inconsistentes,
como la negación del dolor y de la muerte-puede ser peligrosa”. (La
Salud Mental, p. 170).
Entonces resulta fundamental recordar que, como
ya hemos dicho, el ser humano es una persona, una unidad inseparable,
bio-psico-espiritual, que además posee inteligencia, afectividad y voluntad, y
esta concepción o idea del hombre, no puede ser extraño a la salud. Es decir,
un concepto de salud o de persona sana, no puede ser incoherente con una
antropología adecuada y verdadera, porque es fundamental entender al ser humano
como íntima unidad substancial de los aspectos corporales, psicológicos y
espirituales, sin caer en el biologismo, ni en un falso espiritualismo ni en un
reductivo psicologismo. Por este motivo, es importante decir que la salud y la
enfermedad son condiciones del Yo en su totalidad y, por tanto, afectan a toda
la persona, por ejemplo, las enfermedades físicas que tienen origen en la
dimensión psíquica, y sucede también que el curso de una enfermedad depende
mucho de los planteamientos ético-morales de la persona. El miedo, por ejemplo,
produce disturbios cardíacos; una vida agitada produce en ocasiones úlceras
gástricas, etc.
HABLEMOS
AHORA DEL CONCEPTO DE ENFERMEDAD:
En el aspecto más común y coloquial la vemos
como una afectación de cierta entidad de la integridad o funcionamiento físico
y/o psíquico de la persona. También se aprecia como la incapacidad de utilizar
todas las energías y facultades que se poseen en cualquier situación, aunque
sean difíciles o dolorosas.
AHORA
INTENTEMOS APROXIMARNOS AL CONCEPTO DE SALUD MENTAL:
1.
Siguiendo a Monge, diremos que la normalidad psíquica es considerada a veces
como expresión de lo que establece el término medio de la población, respecto a
la conducta psíquica de la persona. Se basa entonces en un promedio
estadístico, que no resulta plenamente válido. Ejemplo: sería como admitir que las caries dentales, siendo tan frecuentes, es
un signo de salud.
2. Salud
equivale a ausencia de enfermedad, por lo que una persona que no tenga un
trastorno mental diagnosticable y se encuentre libre de síntomas psíquicos
molestos, puede considerarse como mentalmente sana. Aquí es importante
considerar que la salud mental es algo más que la ausencia de enfermedad, e
implica un sentimiento de bienestar y capacidad de ejercer plenamente las
facultades físicas, intelectuales y emocionales de la persona.
Los parámetros usados para delimitar la salud
mental, suelen ser: ausencia de estructuras
psicopatológicas; integración armónica de los distintos rasgos de la
personalidad; percepción de la realidad sin distorsiones; adaptación adecuada
de la persona al entorno y a los distintos conflictos y circunstancias de su
vida. En cambio, para definir la enfermedad mental es necesario valorar los
síntomas clínicos, el modo evolutivo y la perspectiva sociocultural en que está
inmerso cada ser humano. Por lo que, en conjunto, suele considerarse que
todas las enfermedades mentales tienen tres notas comunes: estar determinada o acompañada por un trastorno corporal;
llevar consigo una reducción de la libertad psicológica; manifestarse por
estructuras vivenciales anómalas.
EN
EL LIBRO LA SALUD MENTAL Y SUS CUIDADOS, CABANYES ESTABLECE QUE:
“La definición de salud
mental exige delimitar los ámbitos de normalidad, para poder identificar el
traspaso al ámbito de lo anómalo como indicativo de psicopatología. De esta
manera, el concepto de normalidad señala la calidad o condición de normal. Por
su parte el término “normal”, en sus acepciones aplicables a la salud, hace
referencia a lo esperado en razón de la naturaleza y de dónde se deriva la
norma. Por lo tanto los conceptos de normal y normalidad en la salud mental
tienen una estrecha e inseparable conexión con la naturaleza humana, con lo que
la persona es, en cuanto a sus operaciones, con los determinantes impuestos por
ser lo que es: una unidad sustancial de materia y espíritu, de biología y
psique, donde ambos aspectos se condicionan recíproca e intrínsecamente” (p.
112).
Al hablar de normalidad, es necesario considerar
siempre que es una UNIDAD
INSEPARABLE, siendo un error también, el hecho de pretender delimitar su
ámbito al margen de esta consideración. Por lo que esta premisa permite no
confundir las imperfecciones y limitaciones con la enfermedad, ni dar carta de
normalidad a lo que son enfermedades. Por esta razón, Cabanyes afirma que la
salud mental es “la armonía personal que lleva a
una adecuada interacción interpersonal y al desempeño de actividades que
permiten acercarse suficientemente a las metas propuestas, enriquecido y
enriqueciéndose” (p. 114).
Así que la salud mental parte del equilibrio de
las funciones psíquicas, pero se proyecta hacia los logros en el contexto de la
relación social, trascendiendo lo meramente conductual y fáctico, para recalcar
la exigencia de un crecimiento personal y un fruto en el entorno. También la
salud mental es algo dinámico, no es un estado. Es decir, es algo que se
va haciendo, que se va logrando, conforme se logra la armonía sobre las
disonancias.
Por otro lado, la salud mental tiene tres
grandes condicionantes: la neurobiología, la personalidad y los factores
ambientales. Entre estos tres hay una marcada interacción multidireccional,
debido a que cada uno de ellos ejerce grados variables de condicionamiento
sobre la salud mental; y lo hacen en diferente medida a lo largo del ciclo
vital y en las distintas situaciones en las que se encuentra la persona. El
mismo Cabanyes en otro libro suyo, dice que “la
salud mental es el amónico equilibrio entre las diversas funciones psíquicas,
que permite una buena interacción y comunicación con los demás, y afrontar las
situaciones enriqueciendo y enriqueciéndose” (p. 73).
De esta manera, es importante entender que la
salud mental hace referencia a la integridad y al adecuado funcionamiento de
las capacidades cognitiva, afectiva, ejecutiva y relacional del ser humano.
Pero, ¿Qué es la enfermedad psíquica?: Se hace
referencia al conjunto de manifestaciones psíquicas perturbadoras de la vida de
la persona o la de quienes le rodean. Por tanto, la enfermedad psíquica
viene definida por sus consecuencias en la vida de las personas (La salud
mental en el mundo actual, p. 82). Por tanto, es clave entender que la única
manera de diagnosticar las enfermedades psíquicas, es por las consecuencias que
causan en quienes las padecen y/o en quienes les rodean. Pero si las
manifestaciones psíquicas de una persona no le causan problemas ni se los
causan a los demás, no es posible, en la actualidad, hablar de enfermedad
psíquica, porque la ausencia de indicadores objetivos de las enfermedades
psíquicas es una limitación para hacer el diagnostico, pero no lo hace imposible
o poco consistente.
En las últimas décadas, ha habido grandes
avances en el conocimiento de la enfermedad psíquica, pero quedan aún bastantes
cuestiones por resolver, particularmente en torno a las causas. Sin embargo,
existen tres grandes grupos de factores causales: biológicos, psicológicos y
sociales.
•Factores biológicos: Representan las distintas variables implicadas
en el funcionamiento del sistema nervioso (neuronas, sinapsis, circuitos,
neurotransmisores, etc.), algunas de las cuales están genéticamente
condicionadas.
•Factores
psicológicos: Corresponden
a las características psíquicas de la persona (cogniciones básicas, estilo
cognitivo, afrontamiento, atribuciones, estados de ánimo, control de las
emociones, gratificaciones, patrón de conductas, etc.) y al perfil de
personalidad que configuran.
También se incluyen hechos o experiencias de la
historia personal o trayectoria biográfica de la persona. Quizá algunas
experiencias son comunes a otras personas, pero en su aspecto vivencial y
subjetivo son absolutamente personales y únicos.
•Factores
sociales: Están constituidos por las variables culturales,
sociopolíticas, económicas y, muy especialmente, coyunturales del entorno de
cada persona: sistema de valores, mensajes
sociales, modelos, recursos y apoyos, educación, conflictividad, eventos, etc.
¿SOMOS
ESCLAVOS DE NUESTRO PASADO?
Es evidente que las experiencias contribuyen a
configurar nuestro modo de ser, es decir, lo sucedido en el pasado tiene alguna
relación con el presente. Sin embargo, las experiencias no influyen del mismo
modo ni de la misma manera en todas las personas, porque no se trata de inferir
un determinismo en el que se sostenga que el ser humano está condicionado y
determinado por su pasado o por sus experiencias previas, hasta el punto de
considerarle literalmente “esclavo de su pasado” y
ver en los sucesos tempranos toda o gran parte de la explicación de su conducta
presente. Por este motivo, pensamos que cada persona desde su libertad y ámbito
personal, vivencia sus distintas experiencias y, en consecuencia, surgen
también distintas causas que muchos llamamos “heridas”,
las cuales hacen referencia a un tema de aceptación y enfrentamiento de
dichos acontecimientos.
Además, existen algunas diferencias individuales
en cuanto al grado de vulnerabilidad, las cuales marcan diferencias en la
manera de ser de cada uno. Por ejemplo, la capacidad de resistencia y
recuperación frente a situaciones traumáticas, se le llama resiliencia o
capacidad resiliente. Este concepto está adquiriendo interés, tanto con
relación a situaciones traumáticas concretas, como en el fomento de recursos de
prevención y protección. De esta manera, las personas se diferencian no sólo en
las experiencias que tienen (vivencias), sino también en el grado de “afectación” (resiliencia).
Ahora, un tema importante en la historia del ser
humano y también en su salud mental, son los estilos y pautas educativas. Éstos
tienen gran relevancia en forma directa y sostenida en el proceso de
configuración para percibir el mundo durante períodos de especial sensibilidad.
Así, las pautas educativas influyen en el modo en el que el niño y, más tarde
el adolescente, concibe el mundo y las personas que le rodean; interpreta sus
claves; encuentra un sentido al tiempo, y adopta una actitud ante todo ello.
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