La disciplina necesaria para practicar un deporte también puede ser un recurso de gran valor para desarrollar la vida espiritual, para no dejarla únicamente en manos de las emociones, sino para construirla a partir de la “fidelidad, constancia y el compromiso diario con la oración”.
Así lo afirmó el Papa Francisco durante el encuentro que mantuvo en el
Vaticano este lunes 31 de mayo con deportistas italianos pertenecientes a la
Federación Italiana de Baloncesto con motivo de los cien años de su fundación.
El Santo Padre recordó el histórico partido disputado en 1955 en plena
plaza de San Pedro del Vaticano ante el papa Pío XII. En ese sentido, destacó
cómo, a lo largo de los años siguientes se estrechó la relación entre la
Iglesia y el mundo del deporte, “cultivada siempre
en la conciencia de que ambos, de formas diferentes, están al servicio del
crecimiento integral de la persona y pueden ofrecer una preciosa contribución a
la sociedad”.
En su discurso el Pontífice destacó dos aspectos importantes de la
actividad deportiva. En primer lugar, el “hacer
equipo”.
Explicó el Obispo de Roma que “hay algunos
deportes a los que se les llama ‘individuales’. Sin embargo, el deporte siempre
ayuda a poner a las personas en contacto entre ellas, a hacer nacer relaciones
entre personas diferentes, con frecuencia desconocidas que, incluso proviniendo
de contextos diferentes se unen y luchan por una meta común”.
“Estar unidos y tener un objetivo” son dos características esenciales propias del deporte, según el Papa
Francisco. “En este sentido, el deporte es una
medicina para el individualismo de nuestra sociedad que, con frecuencia, genera
un ‘yo’ aislado y triste, volviéndonos incapaces de ‘jugar en equipo’ y de
cultivar la pasión por un ideal bueno”.
De esta manera, “por medio de vuestro
compromiso deportivo recordáis el valor de la fraternidad que es, también, el
corazón del evangelio”.
El segundo aspecto destacado por el papa es “la
disciplina”. “Muchos jóvenes y adultos que son apasionados del deporte y que os
siguen animando, con frecuencia no consiguen imaginar cuánto trabajo y cuántos
entrenamientos hay detrás de cada partido”.
“Esto exige mucha disciplina no sólo física, sino
también interior: el ejercicio físico, la constancia, la atención a una vida
ordenada en los horarios y en la alimentación, el descanso alternado con la
fatiga del entrenamiento”.
En definitiva, la disciplina del deporte “es
una escuela de formación y de educación, especialmente para los niños y
jóvenes. Les ayuda a comprender cómo de importante es aprender a ‘pones en
orden la propia vida’”, hizo hincapié el Papa citando a San Ignacio de
Loyola.
“Esta disciplina”, continuó
el Pontífice, “no tiene el objetivo de hacernos
rígidos, sino de hacernos responsables de nosotros mismos, de las cosas que se
nos han confiado, de los demás, de la vida en general”.
Además, “ayuda a la vida espiritual, que no
puede dejarse sólo en manos de las emociones, ni puede vivirse en fases
alternas, ‘sólo cuando me apetece’. La vida espiritual necesita también una
disciplina interior hecha de fidelidad, constancia y compromiso diario con la
oración. Sin un entrenamiento interior constante, la fe corre el riesgo de
apagarse”.
Sobre el baloncesto, en concreto, afirmó que “es
un deporte que eleva al cielo porque, como decía un antiguo jugador famoso, es
un deporte que mira hacia arriba, hacia la cesta y, por lo tanto, es un reto
verdadero y propio para todos aquellos que están acostumbrados a vivir mirando
al suelo”.
En ese sentido, realizó un encargo a los deportistas: “promover el juego sano entre niños y jóvenes, ayudar a
los jóvenes a mirar hacia arriba, a no rendirse nunca, a descubrir que la vida
es un camino hecho de derrotas y victorias, pero que lo importante es no perder
las ganas de ‘jugar el juego’”.
Además de “ayudarles a entender que cuando
en la vida ‘no haces cesta’, no has perdido para siempre. Siempre puedes volver
a salir a la cancha, todavía puedes formar equipo con otros, y puedes intentar
otro tiro”.
El Papa Francisco finalizó su discurso con una reflexión sobre la
derrota: “Me han contado que uno de estos días, no
sé dónde, hubo un ganador y uno que quedó segundo, que no lo logró. Y el que
quedó segundo besó la medalla. Normalmente, cuando uno queda segundo, está de
morros, triste, y no digo que tire la medalla, pero tiene ganas de hacerlo. Y
este besó la medalla”.
“Esto nos enseña que incluso en la derrota puede
haber una victoria. Tomar con madurez las derrotas, porque esto te hace crecer,
te hace entender que en la vida no todo es dulce, no siempre todo es ganar. A
veces se experimenta la derrota. Y cuando un deportista, una deportista, sabe
‘superar la derrota’ así, con dignidad, con humanidad, con un gran corazón,
esto es un verdadero galardón, una verdadera victoria humana”, concluyó el Pontífice.
POR MIGUEL PÉREZ
PICHEL | ACI Prensa
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