¡MENOS POSESIÓN Y MÁS AMOR!
Hablemos de cómo ejercer
cristianamente la autoridad sobre los hijos. Nuestro concepto de autoridad
muchas veces es variado, como también puede variar nuestra manera de vivir
cristianamente en este mundo y apartar de a poco a Dios de nuestras vidas.
Sin embargo, hoy los hijos de
una familia necesitan no solo la presencia de sus padres, sino también que sean
guiados, y para esto es necesario ejercer la autoridad.
Esta se puede vivir de manera
cristiana, para lo cual hay varias cosas a tener en cuenta, pero será Dios
quien nos ayude a practicarla de este modo.
«LA FAMILIA ES LA PRIMERA COMUNIDAD DONDE SE ENSEÑA
Y SE APRENDE A AMAR»
El papa Francisco nos recuerda
que: «La familia es la primera comunidad donde se
enseña y se aprende a amar. Y también es el contexto privilegiado en el que se
enseña y se aprende la fe, se aprende a hacer el bien» (Agencia Católica
de Información, 2018).
Esta afirmación nos puede
llevar a diversos interrogantes, entre ellos podemos ser conducidos a un tema
concreto como es: la autoridad de la familia en los
hijos.
Que nos surge cuando la
familia se ve como educadora en la enseñanza y aprendizaje. La autoridad no la
tomamos como imposición, sino más bien como aquella en la que los padres
transmiten el amor, la fe y finalmente así llegan a hacer el bien a sus propios
hijos.
Tomando la autoridad en este
sentido, nos hacemos la siguiente pregunta que queremos responder en este
artículo:
¿CÓMO PODEMOS VIVIR DE MANERA CRISTIANA ESTA
AUTORIDAD EN LOS HIJOS?
Lo primero que debemos
aclarar, es que el ejercicio de la autoridad no puede ser confundido con lo que
es imponerse, ni mucho menos con el fin de obtener un logro y de ser obedecido
a cualquier costo.
No
se sigue una autoridad por temor a un posible castigo, sino porque
en ella se encuentra un punto referencial que le ayuda a conocer el bien y la
verdad de las cosas, aunque su comprensión no llegue a ser del todo acabada.
Otra manera de manifestar
imposición puede ser a través del grito, lo cual contradice lo que es
propiamente la autoridad, san Josemaría Escrivá nos dice: «Autoridad. —No
consiste en que el de arriba grite al inferior, y
este al de más abajo. Con ese criterio —caricatura de la autoridad—, aparte de
la evidente falta de caridad y de corrección humana, solo se consigue que quien
hace cabeza se vaya alejando de los gobernados, porque no les sirve: ¡todo lo
más, los usa!» (2003, p.152).
LA AUTORIDAD GUARDA UNA RELACIÓN ESTRECHA CON LA
VERDAD
Es por esto que la autoridad
guarda una relación estrecha con la verdad, porque ella es quien la representa.
A partir de esta posición,
podemos darnos cuenta que la autoridad tiene un sentido positivo muy alto, y se
muestra con toda claridad como servicio, convirtiéndose en una luz que sitúa a
quien busca seguirla en dirección al fin que persigue.
Tal es así que, si partimos
del origen de la palabra autoridad, nos remite al verbo latino augere, que
significa «hacer crecer».
También es importante no caer en el error de pensar que la autoridad debe ser ejercida de
manera arbitraria,
sino que más bien es el ejemplo de Jesucristo que debemos tener como modelo
correcto. Él es el primero que nos enseña esa autoridad como servicio.
Si miramos a Jesús podemos
notar que nos muestra como ejerció esa autoridad, quien sirve colocándose en el
último lugar, como por ejemplo cuando lava los pies a los discípulos en Jn 13,
1-20.
Siguiendo este ejemplo podemos
ver a nuestros padres y demás personas que representan para nosotros una
autoridad: a ellos esto les viene de Dios, no como motivo para ejercer algún
tipo de dominio en aquellos que se nos ha confiado, sino para que puedan entender
y poner en ejercicio su tarea de guía y educación como servicio (Youcat, 2012,
p. 206-207).
EL PAPA BENEDICTO TAMBIÉN ACLARA EL TEMA DE LA
AUTORIDAD
El papa Benedicto XVI nos
puede aclarar aún más esta cuestión cuando nos enseña que: «A menudo, para el hombre la autoridad significa
posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la autoridad significa
servicio, humildad, amor.
Significa entrar
en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos (cf.
Jn. 13,5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las heridas, que es
capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor» (Zenit, 2012).
Debemos remarcar que un hombre
y una mujer que se unen en matrimonio forman junto a sus hijos una familia y esa familia ocupa un lugar importante en el plan de la creación de Dios.
Él siempre va más allá de
nuestros proyectos personales y quiere que de ese amor que viven los padres
(siempre que sea posible) procedan los hijos.
Los hijos, que como bien
sabemos, fueron confiados a sus padres para ser protegidos y cuidados, no dejan
de poseer la misma dignidad que sus padres (Youcat, 2012, p. 203).
LA FAMILIA COMO EJEMPLO DE COMUNIDAD
En lo que respecta al ámbito
propiamente humano de la familia, ella es un ejemplo de comunidad y en su
interior está Dios. También es escuela de vida
propiamente plena en lo que respecta a las relaciones entre ellos y los demás.
Es dentro de una familia
íntegra donde los niños viven un afecto acogedor, un respeto recíproco, una
responsabilidad mutua y un crecimiento en la fe (Youcat, 2012, p. 203).
Y para que esto crezca es
necesario dedicar tiempo y entrega a todos los integrantes y a las demás
relaciones, el Beato Álvaro del Portillo citando a santo Tomás Moro que dice: «Una vez vuelto a casa, hay que hablar con la mujer,
hacer gracias a los hijos, cambiar impresiones con los criados. Todo ello forma
parte de mi vida cuando hay que hacerlo, y hay que hacerlo a no ser que quieras
ser un extraño en tu propia casa.
Hay
que entregarse a aquello que la naturaleza, el destino o uno mismo ha elegido
como compañeros» (2013, p.118).
HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE
En este punto nos viene bien
reflexionar sobre el cuarto mandamiento: «Honra a
tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el
Señor, tu Dios te da» (Ex 20, 12).
Ya que este mandamiento hace
que los hijos vean con claridad que es aquí donde entra su obligación hacia sus
padres: el respeto, el amor y el agradecimiento.
Todo esto ocupa un lugar
importante en las relaciones que entablan los hijos con sus padres, que son
quienes los ven crecer. También a nuestro alrededor hay personas que están
representando una autoridad natural y buena, pero que además es concedida por
Dios.
Entre los que podemos
encontrar a los padres adoptivos, parientes mayores y antepasados, educadores
(como son los maestros o profesores), empleadores o superiores (Youcat, 2012,
p. 202).
Pero sobre todo y siguiendo el
caso de los padres y los hijos, debemos tener en cuenta que el respeto dentro
de la autoridad, siempre es mutuo.
LA AUTORIDAD DEBE IR SIEMPRE DE LA MANO DEL RESPETO
Dentro de lo que es la
búsqueda de la autoridad de los padres, deben recordar que respetan a sus hijos
porque Dios se los ha confiado, deben ser modelo firme y justo para ellos.
También para que los amen y
realicen todo lo necesario para lograr un desarrollo corporal y espiritual. Y
en este desarrollo que buscan para el bien de sus hijos, no debe existir la
humillación, nos enseña San Josemaría Escrivá: «Cuando hayas de
mandar, no humilles: procede con delicadeza; respeta la inteligencia y la
voluntad del que obedece» (2010,
p. 248).
En contadas ocasiones se puede
confundir el peso de la autoridad con la soberbia, debemos saber que: «No es soberbia, sino fortaleza, hacer sentir el peso de
la autoridad, cortando cuando haya que cortar, cuando así lo exige el
cumplimiento de la Santa Voluntad de Dios» (San Josemaría Escrivá, 2010,
p. 293).
Al ser los hijos un don de
Dios, no son propiedad exclusiva de los padres, antes de ser los hijos de sus
padres son hijos de Dios. Un deber de los más honrosos de los padres a sus
hijos, es obsequiarles la Buena Nueva y transmitirles
la fe cristiana (Youcat, 2012, p. 205).
«Hijo mío, si se
hace sabio tu corazón, también mi corazón se alegrará»
La imagen de un padre presente
no solo hace posible la autoridad dentro de la familia, sino que ayuda a mantenerla.
Debemos entender lo importante y necesario que es un padre en cada familia.
En el libro de los Proverbios
hay unas palabras muy interesantes de un padre que se las dirige a su propio
hijo: «Hijo mío, si se hace sabio tu corazón,
también mi corazón se alegrará.
Me alegraré de todo corazón si tus labios hablan con acierto» (Pr 23,
15- 16).
Esta es una expresión muy
clara de la emoción y el orgullo que tiene un padre, en el cual reconoce el
haber transmitido a su hijo la verdadera importancia de un corazón sabio en
esta vida.
El papa Francisco nos dice que
este padre no menciona: «Estoy orgulloso de ti
porque eres precisamente igual a mí, porque repites las cosas que yo digo y
hago».
Le dice algo mucho más
importante que podríamos interpretar así: «Seré
feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría, me emocionaré cada vez que te
escuche hablar con rectitud.
Y, para que
pudieras ser así, te enseñé lo que no sabías, corregí errores que no veías. Te
hice sentir un afecto profundo y al mismo tiempo discreto, que tal vez no has
reconocido plenamente cuando eras joven e incierto.
Te di un
testimonio de rigor y firmeza que tal vez no comprendías, cuando solo hubieses
querido complicidad y protección.
Yo mismo, en
primer lugar, tuve que ponerme a la prueba de la sabiduría del corazón, y
vigilar sobre los excesos del sentimiento y del resentimiento, para cargar el
peso de las inevitables incomprensiones y encontrar las palabras justas para
hacerme entender.
Ahora —sigue el
padre—, cuando veo que tú tratas de ser así con tus hijos, y con todos, me
emociono. Soy feliz de ser tu padre. Y esto es lo que dice un padre sabio, un
padre maduro» (De las
Carreras y Silveyra, 2015, p. 85-86).
LA AUTORIDAD Y LA FIGURA E IMPORTANCIA DE LA MUJER
Todo esto es consecuencia de
una autoridad que fue dando sus frutos hasta hacer crecer y madurar a los
hijos. Por su parte las madres hacen su aporte a esta posible autoridad en la
familia desde un lugar diferente, ya que poseen un lugar irremplazable.
El alma femenina posee dotes que demuestran
delicadeza, una particular sensibilidad y ternura, las cuales no solo hacen representación
de una genuina fuerza para esta vida de las familias, sino que —como dice el
papa Francisco— seria:
«Una realidad
sin la cual la vocación humana sería irrealizable. Esto es importante. Sin
estas actitudes, sin estos dotes de la mujer, la vocación humana no puede
realizarse» (De las Carreras y Silveyra, 2015, p. 79).
Esto se enriquece aún más
cuando las madres a partir del seno materno que nos ampara, se convierten en la
primera escuela de comunicación, compuesta por la escucha y el contacto
corpóreo.
Es ahí donde uno se comienza a
familiarizar con el mundo externo dentro de un ambiente protegido y con ese
sonido consolador del latido del corazón de la madre.
En
esta protección que nos brindan, ellas son como ese antídoto más potente contra
el individualismo egoísta.
La palabra «individuo» significa «que
no se puede dividir». En cambio, las madres se «dividen»
en el momento en que reciben a un hijo para entregarlo al mundo y
criarlo. Son estas madres, las que odian la guerra que terminan por matar a sus
hijos (De las Carreras y Silveyra, 2015, p. 79).
PARA CONOCER EL AMOR DE DIOS, SER HIJOS ES LA
CONDICIÓN PRIMORDIAL
No queremos dejar de mencionar
a los hijos, ya que es importante aquí nombrarlos para que sus padres los guíen
en el camino de crecimiento.
Para conocer el amor de Dios,
ser hijos es la condición primordial, ya que, en el alma de cada hijo, aunque
sea frágil, Dios coloca el sello del amor, que es el cimiento de su dignidad
personal, una dignidad que no puede ser destruida por nadie (De las Carreras y
Silveyra, 2015, p. 95).
Por su parte ellos deben
manifestar un gran agradecimiento con sus padres, pues gracias al amor que
nació en ellos han recibido la vida.
Este agradecimiento que vive
en ellos lleva a fundar una relación de respeto, amor, responsabilidad y
obediencia entendida de manera recta.
Sobre todo, en momentos de
enfermedad, ancianidad y necesidad, es cuando ellos deben prestar toda su ayuda
a los padres mostrando cariño y fidelidad (Youcat, 2012, p. 204).
Como podemos ver finalmente
nos encontramos con que la autoridad dentro de una familia es ejercida por los
padres de familia o por aquellos que los representan como tal, generando un
crecimiento que refuerza el vínculo de aquellos que la integran.
Este vínculo requiere ser
reforzado y practicado mediante la humildad, la paciencia, el amor y el
servicio al prójimo que se manifiesta en la cercanía y la presencia, todo esto
crece en nosotros mediante la gracia de Dios.
Por medio de una vida
cristiana, los padres ejercen una autoridad que a la vez transmite esa fe que
es la imagen de Dios viva verdadera a la que estamos llamados a conocer y a
vivir como verdaderos cristianos.
Artículo elaborado por Pbro. Lic. Lucas Andrés
Torres Lombardo.
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