Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere ser, también, mi Salvador.
Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
Nuestro corazón está herido por el pecado,
nuestra mente vive dispersa en mil distracciones vanas, nuestra voluntad
flaquea entre el bien y el mal, entre el egoísmo y el amor.
¿Quién nos salvará? ¿Quién nos apartará del pecado
y de la muerte? Sólo Dios. Por eso necesitamos acercarnos a Él para
pedir perdón.
Pero, entonces, "¿quién subirá al monte de
Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?" Sólo alguien
bueno, sólo alguien santo: "El de manos
limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño
jura" (Sal 24,3-4).
SABEMOS QUIÉN ES EL QUE TIENE
LAS MANOS LIMPIAS, QUIÉN ES EL QUE TIENE UN CORAZÓN PURO, QUIÉN PUEDE REZAR POR
NOSOTROS: JESUCRISTO.
Jesucristo puede presentarse ante el Padre y suplicar por sus hermanos los
hombres. Es el verdadero, el único, el "Sumo Sacerdote
según el orden de Melquisedec" (Hb
5,10; 6,20). Es el auténtico "mediador entre
Dios y los hombres" (1Tm 2,5), como explica el "Catecismo de la Iglesia Católica" (nn.
1544-1545).
Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere
ser, también, mi Salvador.
Celebrar a Cristo, Sumo y
Eterno Sacerdote, nos llena de alegría. El altar recibe la Sangre del Cordero.
El Sacerdote que ofrece, que se ofrece como Víctima, es el Hijo de Dios e Hijo
de los hombres. El Padre, desde el cielo, mira a su Hijo, el Cordero que quita
el pecado del mundo, el Sumo Sacerdote que se compadece de sus hermanos.
El pecado queda borrado, el mal ha sido vencido, porque el Hijo entregó su vida
para salvar a los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79).
Podemos, entonces, subir al monte del Señor, acercarnos al altar de Dios,
participar en el Banquete, tocar al Salvador.
Como en la Última Cena, Jesús nos dará su Cuerpo y su Sangre. Como a los
Apóstoles, lavará nuestros pies, y nos pedirá que le imitemos: "Pues yo
estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). “Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15).
Ese es nuestro Sumo Sacerdote, el Cordero que salva, el Hijo amado del Padre. A
Él acudimos, cada día, con confianza: "Pues no
tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino
probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar
misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna" (Hb 4,15-16).
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