Pide a Roma que no calle ante lo que ocurre en Alemania
El Cardenal
Gerhard Müller, Prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
ha publicado en First Thing el artículo «Bendición y blasfemia», en el que
condena radicalmente las bendiciones de uniones homosexuales acontecidas en
Alemania, pide a Roma que no guarde silencio ante las mismas y manifiesta su
temor de que el remanente fiel en su país natal se desintegre.
(InfoCatólica) El cardenal Müller pone en su artículo
toda la autoridad moral que mantiene al servició de la verdad sobre lo que está
ocurriendo en la Iglesia y más concretamente en Alemania, su patria. Recuerda
algo elemental. A saber:
«La declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe
del 22 de febrero simplemente expresó lo que todo cristiano católico que ha
sido instruido en los conceptos básicos de nuestra fe sabe: La
Iglesia no tiene autoridad para bendecir las uniones de personas del mismo
sexo».
Argumenta sobre la tesis
absurda de una urgencia a la hora de bendecir las uniones homosexuales,
recordando cuál ha sido la actitud de la Iglesia ante la pandemia:
«No es creíble
la postura en la que obispos y teólogos insisten repentinamente, sobre la urgencia
pastoral de bendecir a las parejas homosexuales en áreas donde durante muchos
meses los creyentes fueron privados del consuelo y la gracia de los sacramentos
durante el coronavirus. Este hecho muestra cuán bajo se ha hundido el nivel
freático dogmático, moral y litúrgico. Si los obispos han prohibido la asistencia a
Misa, las visitas sacerdotales a los enfermos y las bodas en la iglesia debido
al riesgo de infección, entonces su afirmación de que existe
una necesidad urgente de bendecir a las parejas del mismo sexo no es ni
remotamente plausible».
Y SACA LA CONCLUSIÓN PERTINENTE:
«Por tanto, el
escándalo en Alemania no se trata de individuos y de sus conciencias. Tampoco
indica preocupación por su salvación temporal y eterna. En cambio, lo que estamos
presenciando es la negación herética de la fe católica en el
sacramento del matrimonio y la negación de la verdad antropológica
de que la diferencia entre hombres y mujeres expresa la voluntad de Dios en la
creación».
El purpurado explica que lo
que ocurre en Alemania, que califica de «teología
que vuelve al paganismo», cuestiona no solo al magisterio petrino sino
incluso a la revelación de Dios, insistiendo con impertinencia en
autodenominarse católica:
El espectáculo de las bendiciones a personas del mismo sexo
no
sólo pone en duda la primacía del magisterio petrino, que se
basa en la revelación, sino que también cuestiona la autoridad de la
propia revelación de Dios. Lo nuevo de esta teología que vuelve al paganismo es su
impertinente insistencia en llamarse a sí misma católica,
como si se pudiera desestimar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura y la
Tradición Apostólica como mera opinión piadosa y expresión temporal de sentimientos
e ideales religiosos que deben evolucionar y desarrollarse de acuerdo con las
nuevas experiencias, necesidades y mentalidades. Hoy se nos dice
que reducir las emisiones de CO2 es más importante que evitar los pecados
capitales que nos separan de Dios
para siempre.
El prefecto emérito de la CDF
niega legitimidad alguna al camino sinodal alemán;
«El
"camino sinodal" no está legitimado por la constitución de la Iglesia
católica. Está motivado por estereotipos anticlericales:
sacerdotes y obispos obsesionados con el poder que, debido al voto de celibato,
son supuestamente propensos a las perversiones sexuales y que deliberadamente
mantienen a las mujeres fuera de su club de hombres y les niegan altos honores
eclesiásticos».
Y pide a Roma –o sea, al Papa–
que no se mantenga en silencio, porque de lo contrario, la Iglesia en
Alemania se desintegrará:
«Por el bien de
la verdad del Evangelio y de la unidad de la Iglesia, Roma no debe observar en
silencio, esperando que las cosas no salgan demasiado mal, o que los
alemanes puedan ser apaciguados con sutilezas tácticas y pequeñas concesiones. Necesitamos
una clara declaración de principios con consecuencias prácticas. Esto es
necesario para que, tras
quinientos años de división, el remanente de la Iglesia católica en
Alemania no se desintegre, con consecuencias devastadoras para la
Iglesia universal».
Por último, recuerda que la
primacía de la Iglesia en Roma tiene una razón de ser, que es la de custodiar
la unidad de la Iglesia universal en la verdad de la fe:
«La primacía se
otorga a la Iglesia de Roma no sólo por las prerrogativas de la Cátedra de
Pedro, de forma que cuyo ocupante podría hacer lo que quisiera, sino más bien
por el grave deber del Papa, que le asignó Cristo, de velar por la unidad de la
Iglesia universal en la fe revelada».
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