La noche del domingo 23 de mayo el grupo terrorista Sendero Luminoso perpetró una masacre en Perú que dejó el saldo de 16 muertos. Lo ocurrido recordó las décadas de violencia y dolor a manos de los terroristas, a quienes el Papa San Juan Pablo II dirigió un apremiante llamado hace 36 años.
“Grave es la responsabilidad de las ideologías
que proclaman el odio, el rencor y el resentimiento como motores de la historia. Como el de los que reducen al hombre a
dimensiones económicas contrarias a su dignidad”, dijo el Papa peregrino el domingo 3 de febrero de 1985 en la ciudad
andina de Ayacucho, la más afectada por los terroristas de Sendero Luminoso.
El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso de tendencia leninista y
maoísta, calificado como uno de los más sanguinarios grupos terroristas,
apareció en 1980 y dejó a su paso decenas de miles de muertos en todo el país.
“Sin negar la gravedad de muchos problemas y la
injusticia de muchas situaciones, es imprescindible proclamar que el
odio no es nunca camino: solo el amor, el esfuerzo personal constructivo,
pueden llegar al fondo de los problemas”, dijo San Juan Pablo II hace más de tres décadas.
El Papa polaco se dirigió en aquella oportunidad en Ayacucho “a los hombres que han puesto su confianza en la lucha
armada; a aquellos que se han dejado engañar por falsas ideologías, hasta
pensar que el terror y la agresividad, al exacerbar las ya lamentables
tensiones sociales y forzar una confrontación suprema, pueden llevar a un mundo
mejor”.
“A estos quiero decir: ¡El mal nunca es camino hacia
el bien! No podéis destruir la vida de vuestros hermanos; no podéis
seguir sembrando el pánico entre madres, esposas e hijas. No podéis seguir
intimidando a los ancianos. No solo os apartáis del camino que con su vida
muestra el Dios-Amor, sino que obstaculizáis el desarrollo de vuestro pueblo”.
Con firmeza el Papa exclamó: “¡La lógica
despiadada de la violencia no conduce a nada! Ningún bien se obtiene
contribuyendo a aumentarla. Si
vuestro objetivo es un Perú más justo y fraterno, buscad los caminos del
diálogo y no los de la violencia”.
“Os pido, pues, en nombre de Dios: ¡Cambiad de
camino! ¡Convertíos a la causa de la reconciliación y de la paz! ¡Aún estáis a
tiempo! Muchas lágrimas de víctimas inocentes esperan vuestra respuesta”.
El Papa San Juan Pablo II también se dirigió a los jóvenes: “¡No permitáis que se instrumentalice vuestra
eventual generosidad y altruismo!
La violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre y
a quien la practica”.
“Una vez más repito que el cristianismo reconoce la
noble y justa lucha por la justicia a todos los niveles, pero invita a
promoverla mediante la comprensión, el diálogo, el trabajo eficaz y generoso,
la convivencia, excluyendo soluciones por caminos de odio y de muerte”, resaltó el Pontífice.
LA MASACRE DEL 23 DE
MAYO
Según informa El Comercio,
la masacre perpetrada por los terroristas de Sendero Luminoso ocurrió el
domingo 23 de mayo en un bar del centro poblado San Miguel del Ene, en la
provincia de Satipo, departamento de Junín.
Esta es una zona de difícil acceso en el Valle de los ríos Apurímac, Ene
y Mantaro, conocida como Vraem, donde también opera el narcotráfico en la
región centro sur-oriental del Perú.
Junto a los cuerpos de los que fueron asesinados, entre los que hay
mujeres y niños, se encontró panfletos con frases como “Limpiar
al Vraem y al Perú de antros de mal vivir, de parásitos y corruptos”.
En los panfletos, los terroristas de Sendero Luminoso también llamaron a
“boicotear” las elecciones del 6 de junio,
votar en blanco, viciado y no por la candidata de Fuerza Popular, Keiko
Fujimori, quien disputa la presidencia con el candidato comunista Pedro
Castillo del Partido Perú Libre, definido en su ideario como marxista,
leninista y mariateguista.
La prensa local indicó que varios virtuales congresistas de Perú Libre
tienen algún tipo de nexo con el terrorismo. Uno de ellos es Guillermo Bermejo,
para quien el Ministerio Público pide 20 años de cárcel por “pertenencia y afiliación a los remanentes de la
organización terrorista Sendero Luminoso”.
“¡Quien vote a favor de Keiko Fujimori es un
traidor, es asesino del Vraem, es asesino del Perú! ¡Nunca más Fujimori!”, escribieron los terroristas en el lugar de los asesinatos.
En los últimos días la prensa ha difundido un audio de Bermejo en el que
afirma que “si tomamos el
poder, no lo vamos a dejar”.
Asimismo, diversos medios difundieron un video en el que Bermejo, en el
mes de marzo, presentó al
candidato Castillo a un grupo de cocaleros en el Vraem y lo comprometió a
legalizar la hoja de coca.
El presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Mons. Miguel
Cabrejos, condenó la masacre del 23 de mayo y dijo en un
comunicado que “este hecho trágico nos recuerda la
época de la barbarie y el terror que vivió el país durante más de 20 años, cuyo
resultado fue más de 70 mil muertos y un gran número de desaparecidos”.
Mons. Cabrejos señaló que es necesario decirle “nunca
más al terrorismo. Nunca más la violencia en el Perú, venga de donde venga.
Nuestro país tiene el derecho de vivir en paz y construir un futuro que
beneficie a todos”.
LLAMAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS HOMBRES DE LA LUCHA ARMADA
Ayacucho (Perú) - Domingo
3 de febrero de 1985
Señor arzobispo,
hermanos obispos, amados hermanos y hermanas:
1. No he querido que faltara una visita del Papa a Ayacucho durante mí
viaje apostólico a Perú. En ella deseo acercarme al dolor de los habitantes de
esta zona, daros una palabra de aliento y contribuir a la deseada
reconciliación de los espíritus.
En estas tierras, como por
desgracia también en otras de este querido país, se oye el clamor angustiado de
sus gentes que imploran la paz. Sé que hay mucho sufrimiento a causa de la
espiral de violencia que ha puesto su centro entre vosotros. Comparto desde lo
profundo de mi corazón el desgarramiento que sufrís. Ojalá que el dolor que hiere
a vuestras familias acabe pronto, y que entretanto sepáis afrontarlo con
espíritu evangélico. Lo cual no significa desánimo, sino valor para reaccionar
con dignidad, recurriendo a los medios legítimos de tutela de la sociedad, y no
a la violencia que engendra más violencia.
Vuestro difícil desafío es
combatir ésta con las armas de la paz y convencer, a los que han caído en la
tentación del odio, de que sólo el amor es eficaz. Si en verdad queremos
construir un mundo nuevo, no existe otro camino que el que nos muestra Jesús, «Príncipe de la Paz» (Is. 9, 6).
2. Sin embargo, hemos de ir a las raíces de ciertas situaciones dolorosas,
que a veces provocan dolor nuevo en tantas víctimas inocentes, aumentando la
tragedia.
«No es casualidad —como han dicho vuestros obispos en su Pronunciamiento de septiembre del
pasado año— que los brotes de la violencia
aparezcan precisamente en las zonas más postergadas y postradas de la comunidad
nacional, circunstancia que ha sido aprovechada durante años para sembrar en la
mente de los niños y jóvenes la nefasta semilla ideológica del odio, la
violencia y la lucha armada como única vía para cambiar la sociedad».
No se puede, ni se debe, negar la
realidad de hombres y mujeres que sufren a causa de la injusticia. Esa dolorosa
realidad debe mover eficazmente a la acción. En todos los hombres hay que
reconocer la dignidad de ser imagen de Dios. A todos hay que hacer efectivo su
derecho a participar de los bienes espirituales, culturales y materiales de
cada pueblo y de la humanidad, en virtud del destino universal de esos bienes.
Las desigualdades injustas y la marginación son, han de ser, constante
incentivo para toda conciencia cristiana.
Por ello, hay que empeñarse en la
elevación del nivel cultural mediante la creación y potenciación de los centros
educativos privados y públicos; en la promoción del nivel de vida con la
implantación de una economía industrial y agrícola en la que todos puedan
encontrar un trabajo digno y remunerativo; en el empleo, en fin, del potencial
humano y económico en obras de utilidad social. Esas son las líneas maestras de
la obra de desarrollo en L. que las autoridades públicas y los responsables
deben comprometer todas las energías disponibles; para llegar a estructuras
sociales justas, a una más adecuada y humana distribución de los bienes
materiales y culturales.
3. Pero si bien la injusticia y la miseria pueden ser el ambiente propicio
para que tomen cuerpo la amargura y el odio, no lo explican por sí solas, no
son su verdadera raíz. El odio y la violencia nacen del corazón del hombre, de
sus pasiones o convicciones desviadas, del pecado. La raíz del odio es la misma
que la del pecado.
El odio manifiesta que el hombre,
en lugar de optar por el amor, ha permitido que venzan en él la agresividad, el
resentimiento y, en consecuencia, la irracionalidad y la muerte.
En la lucha entre el bien y el
mal, entre el amor y el odio que se plantea en el corazón del hombre, y con
mayor fuerza en el corazón del hombre probado por el sufrimiento, pueden
influir poderosamente las convicciones ideológicas. Todos hemos sido testigos
de cómo grupos de hombres, tratando de reaccionar ante frustraciones sociales y
prometiendo vías de liberación, desencadenan a veces conflictos y violencias
que al fin producen sólo mayores frustraciones y dolor.
Grave es la responsabilidad de
las ideologías que proclaman el odio, el rencor y el resentimiento como motores
de la historia. Como el de los que reducen al hombre a dimensiones económicas
contrarias a su dignidad. Sin negar la gravedad de muchos problemas y la
injusticia de muchas situaciones, es imprescindible proclamar que el odio no es
nunca camino: sólo el amor, el esfuerzo personal
constructivo, pueden llegar al fondo de los problemas.
Se hace necesaria, pues, una
auténtica y radical conversión del corazón del hombre. Mientras se siga
eludiendo el punto central, esto es, la raíz de los males que aquejan la vida
de hombres y pueblos, las situaciones conflictivas, la violencia y la
injusticia seguirán sin resolverse.
4. Hoy más que nunca hay que volver al sentido auténtico de la cruz. De esa
cruz tan venerada en Perú.
La cruz del Señor expresa para
nosotros el don de la reconciliación con Dios y de los hombres entre sí (Cf.. Rom.
5, 10; Eph. 2, 14-16). Por eso el Papa ha venido a Ayacucho para traeros
un mensaje de amor, de paz, de justicia, de reconciliación; para exhortares a
todos a reconciliares con Dios, alejándoos del pecado y sus consecuencias; para
que os convirtáis al amor, acogiendo el don de la reconciliación en los propios
corazones, a fin de vivir sus frutos en la vida personal y social.
Por tal motivo me dirijo en
primer lugar a vosotros, huérfanos y viudas,
con quienes he deseado encontrarme y por quienes siento compasión y afecto
inmenso. Sí, a todos vosotros, unidos a Cristo desde vuestro calvario, os
invito a perdonar a los que os han hecho el mal, «porque
no saben lo que hacen» (Luc. 23, 34).
Os pido que, dentro de la
esperada y eficaz defensa que se os debe, testimoniéis ante el mundo el sublime
gesto del perdón evangélico, fruto de la caridad cristiana, frente a quienes os
arrebatan la vida de vuestros seres queridos, frente a quienes destruyen el
fruto de vuestro trabajo, frente a quienes conculcan vuestra dignidad, frente a
quienes pretenden manipulares en nombre de una ideología de odio. Así
contribuiréis a atraerlos también a ellos hacia el amor, abandonando falsos
caminos.
A las autoridades y responsables
del orden público, que tienen el deber de defender el recto orden de la
sociedad y de proteger a los indefensos —como son tantos pobladores de esta
zona de Ayacucho— y cuya misión resulta sumamente delicada en las actuales
circunstancias, y hasta ingrata e incomprendida, quiero recordarles,
haciéndolas mías, las palabras del Episcopado del Perú: «Es importante que las instituciones encargadas de la vigilancia del
orden público y de la administración de la justicia, cuya misión es la defensa
de la vida y del orden jurídico, logren inspirar la confianza de la población,
contribuyendo así a fortalecer la convivencia de la ley en nuestro país» (6
de septiembre de 1984).
Para lograr la deseada
reconciliación, es también actual en el Perú cuanto dije hace casi dos años en
El Salvador: «Es urgente sepultar la violencia... ¿Cómo?
Con una verdadera conversión a Jesucristo. Con una reconciliación capaz de
hermanar a cuantos hoy están separados por muros políticos, sociales,
económicos e ideológicos. Con mecanismos e instrumentos de auténtica
participación en lo económico y social, con el acceso a los bienes de la tierra
para todos, con la posibilidad de la realización por el trabajo...
En este conjunto se inserta un valiente y generoso esfuerzo en favor de la
justicia, de la que jamás se puede prescindir» (Homilía durante la Santa Misa celebrada en San
Salvador, n. 7, 6 de marzo de 1983: Insegnamenti di Giovanni
Paolo II, VI, 1 (1983) 604).
5. Me dirijo también a todos aquellos que, por diversos títulos, tienen
particulares responsabilidades respecto al futuro de esta querida nación: políticos y hombres de ciencia, empresarios y sindica
listas, dirigentes sociales y representantes del mundo de la cultura.
Combatid con las armas de la
justicia, y con eficacia, todo pecado contra el bien común y sus exigencias,
dentro del amplio panorama de los derechos y deberes de los ciudadanos. Por
sentido cristiano, y aun humano, ofreced un servicio abnegado al necesitado. El
mensaje de Jesús no se limita al fuero de la conciencia. Tiene claras y
concretas repercusiones en el orden social, como recuerda la Exhortación
Apostólica Reconciliatio et Paenitentia. «Puede ser social el pecado de obra u omisión por parte
de dirigentes políticos, económicos y sindícales, que aun pudiéndolo, no se
empeñan con sabiduría en el mejoramiento o en la transformación de la sociedad según
las exigencias y las posibilidades del momento histórico» (Reconciliatio et Paenitentia, 16).
En el horizonte del Perú se os
presenta una tarea impostergable: trabajar con
medíos no violentos, para restablecer la justicia en las relaciones humanas,
sociales, económicas y políticas; siendo así realizadores de reconciliación
entre todos, pues la paz nace de la justicia.
Es necesario que todos los
peruanos de buena voluntad vuelvan su mirada al sufrimiento del pueblo de
Ayacucho y de las otras regiones peruanas probadas por el dolor. Y que
encuentren ahí motivación e impulso para un esfuerzo decidido, en orden a
evitar y corregir las injusticias, la postergación, el olvido cívico. La tarea
de convertirse en artífices de reconciliación debe manifestarse en hechos
concretos que erradiquen, con urgencia, las circunstancias sociales que hieren
la dignidad de los hombres, y que se pueden convertir en caldo de cultivo de
situaciones explosivas, favoreciendo la violencia, generando animosidad, dando
lugar a postraciones lacerantes.
La doctrina social de la Iglesia
aporta criterios éticos radicales. Todo cristiano ha de sentirse urgido en
llevarlos ala práctica. Para ello es necesario no sólo generosidad de corazón,
sino empeño eficaz y competencia técnica. Hace falta que cristianos
convencidos, peritos a la vez en los distintos saberes y conocedores por propia
experiencia de los ámbitos políticos, económicos y sociales, reflexionen a
fondo sobre los problemas de la sociedad contemporánea, para iluminarnos con la
luz del Evangelio (Cfr. Instrucción sobre algunos aspectos de la "Teología
de la liberación" , XI, 14). De esta reflexión
surgirán orientaciones y pautas, plurales en muchos casos, que estimulen a los
hombres de acción y los guíen en su actuar. De este intercambio entre hombres
de pensamiento y de acción, podrá derivar la mejora de la sociedad, la justicia
y, con ella, la paz.
La Comunidad internacional, por
su parte, y las instituciones operantes en el ámbito de la cooperación entre
las naciones, han de aplicar medidas justas en las relaciones, sobre todo
económicas, con los países en vías de desarrollo. Han de dejar de lado todo
trato discriminatorio en los intercambios comerciales, sobre todo en el mercado
de las materias primas. Al ofrecer la necesaria ayuda financiera han de
buscarse, de común acuerdo, condiciones que permitan ayudar a esos pueblos a
salir de una situación de pobreza y subdesarrollo; renunciando a imponer
condiciones financieras que, a la larga, en vez de ayudar a esos pueblos a
mejorar su situación, los hunden más; y hasta pueden llevarlos a condiciones
desesperadas que traigan conflictos cuya magnitud no es posible calcular.
6. Quiero ahora dirigir mi palabra apremiante a los hombres que han puesto su confianza en la lucha armada; a aquellos que se han dejado engañar por falsas
ideologías, hasta pensar que el terror y la agresividad, al exacerbar las ya lamentables tensiones sociales y
forzar una confrontación suprema, pueden
llevar a un mundo mejor.
A éstos quiero decir: ¡El mal nunca es camino hacia el bien! No podéis
destruir la vida de vuestros hermanos; no podéis seguir sembrando el
pánico entre madres, esposas e hijas. No podéis seguir intimidando a los
ancianos. No sólo os apartáis del camino que con su vida muestra el Dios-Amor,
sino que obstaculizáis el desarrollo de vuestro pueblo.
¡La lógica
despiadada de la violencia no conduce a nada! Ningún
bien se obtiene contribuyendo a aumentarla. Si vuestro objetivo es un Perú más
justo y fraterno, buscad los caminos del diálogo y no los de la violencia.
Recordad lo que los obispos
latinoamericanos han enseñado repetidas veces: que la «Iglesia
rechaza la violencia terrorista y guerrillera, cruel e incontrolable cuando se
desata. De ningún modo se justifica el crimen como camino de liberación. La
violencia engendra inexorablemente nuevas formas de opresión y de esclavitud,
de ordinario más graves que aquellas de las que se pretende liberar. Pero sobre
todo es un atentado contra la vida, que sólo depende del Creador... Debemos
recalcar también que cuando una ideología apela a la violencia, reconoce con
ello su propia insuficiencia y debilidad» (Puebla, 532).
Por ello os suplico con dolor en mí corazón, y al mismo
tiempo con firmeza y esperanza, que reflexionéis sobre las vías que habéis
emprendido. A vosotros, jóvenes, os digo: ¡No
permitáis que se instrumentalice vuestra eventual generosidad y altruismo! La
violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre y a
quien la practica (Homilía durante la Santa Misa para las Órdenes y las
Congregaciones religiosas en Loyola, n.6, 6 de noviembre de
1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V, 3 (1982) 1166). Una vez más
repito que el cristianismo reconoce la noble y justa lucha por la justicia a
todos los niveles, pero invita a promoverla mediante la comprensión, el
diálogo, el trabajo eficaz y generoso, la convivencia, excluyendo soluciones
por caminos de odio y de muerte.
Os pido, pues, en nombre de Dios:
¡Cambiad de camino! ¡Convertíos a la causa de la reconciliación y de la paz!
¡Aún estáis a tiempo! Muchas lágrimas de víctimas inocentes esperan
vuestra respuesta.
7. A los miembros de la Iglesia en Perú los aliento a ser los primeros en
hacerse instrumento de reconciliación, de esperanza, de justicia integralmente
liberadora.
En ese imprescindible esfuerzo
por cambiar las personas y las estructuras, recordad siempre que un compromiso
por la liberación que no esté inspirado en el propósito de verdad, de justicia
y en el amor sin exclusivismos; que no vaya acompañado de acciones en favor de
la reconciliación y de la paz, nos es cristiano. Estad, pues, atentos ante
vuestros propios corazones, ante intereses y propósitos intencionados de
agudizar los antagonismos. Guiados por y desde el Evangelio, sed artífices de
justicia, y seguid fielmente las normas fijadas a este propósito por vuestros
obispos (Cf. Instrucción sobre algunos aspectos de la
"Teología de la liberación").
Pastores y fieles de la Iglesia
en Perú: Buscad personalmente a Cristo para así llevarlo a los demás. En la
actual coyuntura del Perú, del continente latinoamericano, del mundo, la
Iglesia tiene una función propia que cumplir: recordar que sólo Cristo puede
ser principio y fundamento de una auténtica reconciliación social.
8. Queridos hermanos: Quiero concluir este encuentro con un llamado a la
esperanza. No os dejéis abatir por el dolor que pesa sobre vuestras vidas. No
olvidéis la constante capacidad de conversión a Dios del corazón humano. No
perdáis la esperanza y el propósito de vencer el mal con el bien. ¡Cristo nos acompaña y ha vencido el mal! No
dejéis, pues, de mirar vuestra vida en la perspectiva de la cruz redentora y
reconciliadora de Jesús, que nos muestra las metas eternas de nuestra
existencia.
A María, la Madre de la
esperanza, confiamos estas necesidades. Vamos a orar ahora con Ella recitando
el Ángelus: Pidámosle que ilumine a los gobernantes, estimule a las fuerzas
vivas del país, pacifique a los violentos, ayude a los que sufren.
¡Que Santa María
obtenga de su Hijo la paz eterna para los muertos de esta región!
¡Que la Virgen fiel
interceda ante su Hijo por las víctimas del terrorismo, para que hallen
consuelo, ayuda y eficaz solidaridad!
¡Que la Madre del
Redentor del hombre aliente los esfuerzos por mejorar la situación en todos los
países que conocen la injusticia o la escasez!
¡Que la Madre de la
Iglesia impulse a sus hijos a comprometerse en el servicio al desarrollo
integral de sus hermanos más necesitados!
¡Huamangapa, iñiq
Wuawancuna!
(Católicos hijos de Huamaga).
Unanchacuqpa
Cuyacuinintam apamuiquichic, allpaichichicpi tarpusqa sonqoiquichicta
causarichinampaq.
(Os traigo el amor de nuestro
Dios, para que sembrado en vuestra tierra, sea la resurrección de vuestros
corazones).
POR WALTER SÁNCHEZ
SILVA | ACI Prensa
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