Ahora sabemos muy bien que el alma humana no se identifica con una cosa material como es la sangre.
Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente:
Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
¿PROHÍBE
LA BIBLIA LA TRANSFUSIÓN DE SANGRE?
Hay católicos que me preguntan si es verdad que
la Biblia prohíbe la transfusión de sangre... Su inquietud nace del hecho de
que algunas personas, con la Biblia en la mano, tratan de afirmar que la
transfusión de sangre es un pecado gravísimo contra Dios. Tales personas -así
dicen ellos- prefieren morir antes que aceptar una transfusión de sangre,
porque dicen: es la voluntad de Dios. En
esta línea están sobre todo los Testigos de Jehová y miembros de algunas sectas
religiosas modernas.
¡Qué triste que haya gente
entre nosotros que usa la Biblia para confundir al católico sencillo y para
propagar estas teorías que son una burla a la humanidad!
A los que piensan así les quiero recordar que
nunca debemos leer la Biblia en forma parcial; nunca debemos estudiar el
Antiguo Testamento (A.T.) sin tomar en cuenta el Nuevo Testamento (N.T.).
Hay una gran diferencia entre los dos. Aunque se
complementan el A.T. y el N.T., no debemos olvidar que Jesucristo, Dios-hombre,
es el centro y el fin de toda la Biblia. Además Jesucristo, con su autoridad
humano-divina, corrigió varias cosas que se leen en el A.T. y anuló muchas
costumbres que para los judíos del A.T. eran prácticas muy importantes.
Si uno lee atentamente la Biblia verá que de la
primera a la última página hay una evolución doctrinal y moral. Es decir, que
no todo en la Biblia tiene el mismo valor o igual vigencia. Y entre esas cosas
que cambió el N.T. está la ley de la sangre.
¿QUÉ
NOS ENSEÑA EL A.T. ACERCA DE LA TRANSFUSIÓN DE SANGRE?
Antes que nada, debemos decir que la Biblia
nunca habla de la transfusión de sangre como práctica de medicina para salvar a
enfermos, simplemente porque los antiguos no conocieron este tratamiento. Pero
veamos de dónde sacan algunos miembros de otras religiones esta creencia.
Los israelitas del A.T., como otros pueblos
antiguos de aquel tiempo, pensaban que la vida (o el alma) de cada ser estaba
en la sangre. Leemos en Gén. 9, 4-5: «Lo único que
no deben comer es la carne con su alma, es decir, con su sangre... Reclamaré la
sangre de ustedes, como si fuera su alma».
Así, los antiguos creían que el alma era la
sangre misma (Lev. 17, 14; Dt. 12, 23). Es decir: alma
= vida = sangre. Ahora bien, Dios es el único Señor de la vida y por eso
la sangre tenía un carácter sagrado para los israelitas, la sangre pertenecía a
Dios. De este concepto antiguo que tenían los israelitas acerca de la vida,
vienen las leyes acerca de la sangre que es lo que vamos a analizar ahora
brevemente:
PROHIBICIÓN
DEL HOMICIDIO
El hombre fue creado a imagen de Dios, por lo
cual Dios tiene poder sobre su vida: «Si alguien derrama su sangre, Dios le
pedirá cuenta de ello (Gén. 9, 5). En esto encuentra su fundamento religioso el
mandamiento que dice: «No matarás» (Ex. 20,
13). Pero en caso de homicidio los antiguos aceptaron la venganza de sangre
inocente contra el asesino: «Vida por vida, ojo por
ojo, diente por diente» (Ex. 21, 23). Solamente fue admitida una
venganza limitada, porque Dios mismo se encargará de esta venganza, haciendo
recaer la sangre inocente sobre la cabeza del asesino (1 Reyes 2, 32).
PROHIBICIÓN
DE LA SANGRE COMO ALIMENTO
La sangre, como signo de la vida, pertenece sólo
a Dios y por eso la sangre es parte de Dios (Lev. 3, 17). La sangre derramada
es alimento de Dios, «manjar de Yahvé», y
ningún hombre puede beber sangre, ni comer carne prohibida (Dt. 12, 16). La
sangre pertenece por derecho propio a Dios, Señor de la vida. (De ahí sacan los
Testigos de Jehová su enseñanza de no aceptar la transfusión de sangre).
EL USO DE LA SANGRE EN EL
CULTO DEL A.T.
La sangre es sagrada, aún la de un animal, y solamente puede ser ofrecida a
Dios en un sacrificio (Gén. 9, 5). Si no se sacrifica en un altar, debe ser
derramada en el suelo, pero no se puede comer. Además los israelitas, como los
demás hombres del pasado, se hacían de Dios una imagen terrible y pensaban que
sólo podían estar en paz con ese Dios violento ofreciendo sacrificios y sangre
(Heb. 9, 22). Era su manera de entrar en contacto con Dios; por eso los
antiguos hacían ritos sangrientos para sellar su alianza con Dios (Ex. 24,
3-8); sacrificios para la expiación de los pecados (Is. 4, 4); ritos pascuales
con sangre de corderos para alejar los espíritus exterminadores (Ex. 12, 7-22),
etc.
Con el tiempo los israelitas descubrieron que
estos sacrificios sangrientos eran una forma de culto muy imperfecto. Y por
boca del profeta Isaías, Dios rechazó estos sacrificios: «¿De qué me sirve la multitud de sus sacrificios? No me
agrada la sangre de sus vacas, de sus ovejas y machos cabríos» (Is.1, 11). También
dice el salmista, hablando con Dios: «Un sacrificio
no te gustaría, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas» (Salmo 51, 16).
Reflexionando sobre estas leyes de sangre dentro del contexto del A.T. podemos
decir que Dios aceptó al pueblo de Israel con sus costumbres y tradiciones, y
que Dios educó a su pueblo a partir de su propia cultura. Pero no debemos
pensar que las leyes de sangre fueron dictadas por Dios desde el cielo, sino
que fueron elaboradas por los sacerdotes de aquel tiempo que estaban a cargo de
la conducta religiosa del pueblo de Israel. Las leyes sobre la sangre son
solamente una manera de educar e inculcar el sentido de carácter sagrado de la
vida.
Por muy antiguas, y a veces anticuadas que sean
estas leyes, el cristiano de hoy las debe considerar con fe y buscar
reflexiones nuevas referentes a lo que Dios nos pide ahora.
¿QUÉ NOS ENSEÑA EL N.T.
ACERCA DE ESAS LEYES DE SANGRE?
En el N.T. no encontramos ninguna referencia acerca de la transfusión de
sangre. Pero hay claras indicaciones a favor de esta práctica.
1. Jesús repitió con el A.T. el profundo respeto
por la vida: «No matarás» (Mt. 19,18), pero el Señor criticó duramente la
antigua ley de la venganza de sangre inocente: «Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero Yo les digo:
no resistan al hombre malo; al contrario si alguien te pega en un lado de la
cara, ofrécele también el otro lado» (Mt. 5, 39). También terminó Jesús con la
ley de alimentos prohibidos: «No hay ninguna cosa
fuera del hombre que al entrar en él pueda hacerle pecador o impuro» (Mc.
7, 15). Con estas palabras está claro que la prohibición de comer «carne con sangre» no tiene ningún valor para
Jesús.
JESÚS QUISO MORIR DERRAMANDO
SU SANGRE
Para mostrar la entrega total de su vida por obediencia al Padre y por amor a
sus hermanos (Jn. 3, 16; Rom. 8, 32). Este sacrificio de su vida terminará con
todos los sacrificios de animales del A.T., porque el sacrificio de su vida era
para el perdón de todos los pecados del mundo y la reconciliación definitiva
entre Dios y los hombres (Heb. 9, 26; Heb. 10, 5-7). «Cristo
nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre» (Apoc. 1, 5).
EN LA ULTIMA CENA JESÚS PRESENTÓ LA COPA DE LA ACCIÓN DE GRACIAS (O
EUCARISTÍA)
Diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que está
confirmada por mi sangre, que se derrama por ustedes» (Lc. 22, 20). Y
desde ahora en adelante los hombres pueden comulgar con esta sangre de la Nueva
Alianza cuando beben el cáliz eucarístico (1 Cor. 10, 16 y 11, 25-28). La
sangre de Cristo derramada en la cruz establecerá entre los hombres y el Señor
una unión profunda que durará hasta su venida (1 Cor. 10, 16 y 11, 25-28).
JESÚS, EL BUEN PASTOR, DIO SU
VIDA POR SUS OVEJAS
(Jn. 10, 11), así también los discípulos de Jesús han sido llamados a dar su
vida por el prójimo: «El amor más grande que uno
puede tener es dar su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13). El discípulo de
Jesús no debe preocuparse excesivamente por su vida y debe ser capaz de
arriesgarla por los demás, como nos enseña también el apóstol Pablo: «Les tenemos a ustedes tanto cariño que hubiéramos
querido darles no sólo el mensaje de Dios, sino hasta nuestras propias vidas,
pues hemos llegado a quererles mucho» (1Tes. 2, 8).
Esto se manifiesta en los misioneros que han
muerto por Cristo y en los mártires cristianos de todos los tiempos. ¿Acaso no
dijo Jesús: «Quien quiere salvar su vida (su alma)
la perderá, pero quien la pierda por causa mía, la hallará para la vida
eterna»? (Mt. 16, 25; 10, 39).
ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES
LAS LEYES DE SANGRE DEL A.T. SON UN REFLEJO DE UNA CULTURA PRIMITIVA Y NO
FUERON DICTADAS POR DIOS Y SÓLO TENDÍAN A INCULCAR AL PUEBLO DEL A.T. EL
SENTIDO SAGRADO DE LA VIDA.
Por tanto las muchas leyes de sangre del A. T. no son doctrina eterna.
Recordemos que Cristo vino a perfeccionar la antigua Ley. Ahora sabemos muy
bien que el alma humana no se identifica con una cosa material como es la
sangre. Propiamente
hablando, el alma no habita en un cuerpo con sangre, sino que se expresa en el
hombre entero.
Y cuando los Testigos de Jehová se aferran a las
creencias del A.T., ellos olvidan que la ley del A.T. fue perfeccionada por
Jesucristo y que muchas costumbres de aquel tiempo no tienen valor en la Nueva
Alianza que comenzó con Cristo. Los Testigos de Jehová y muchos otros se
quedaron en el A.T. y no aceptan la evolución que está en la Biblia; ellos no
interpretan bien toda la Biblia ya que se quedaron en una práctica judía
antigua y no siguieron el cumplimiento del N.T. Esto sucede porque interpretan
la Biblia en forma literal y parcial, y además arreglaron la Biblia a su manera
con traducciones equivocadas y malas interpretaciones. (Ninguna de las Iglesias
Cristianas acepta la Biblia arreglada por los Testigos de Jehová).
EN JESUCRISTO FUE SUPERADA LA
ANTIGUA ALIANZA Y LA LEY DE MOISÉS.
Los primeros cristianos muy pronto terminaron con muchas prácticas del A.T.,
como por ejemplo, la observación del día sábado, etc. y entre estas cosas el
N.T. abolió también las leyes de sangre. Es verdad que entre los primeros
cristianos de origen judío persistía al comienzo la ley de sangre, y algunas
comunidades cristianas judías fueron injustamente obligadas a observar esta
práctica (Hech.15, 29). Pero esta observancia se hizo solamente por un breve
tiempo para no escandalizar a los de conciencia débil. Pronto fue superado este
problema y las iglesias siguieron el consejo de Jesucristo: «No hay nada de fuera que ensucie el alma» (Mc.
7,15).
Finalmente el Apóstol Pablo escribe en forma muy
tajante a los colosenses: «Que nadie les venga a
molestar por cuestiones de comida o bebida» (Col.2,16). «Todos los alimentos son buenos y todas las cosas les
servirán de alimento» (1 Tim. 4,3-6).
DIOS ES EL DIOS DE LA VIDA.
«Dios no se complace en la muerte de nadie» (Ez.18,
32). «No creó al hombre para dejarlo morir, sino
para que viviera» (Sab. 1, 13; 2, 23). Para Jesús la vida era cosa
preciosa, y «salvar una vida» prevalecía
sobre la ley del sábado (Mc. 3, 4), porque «Dios no
es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc. 12, 27). El mismo sanó y
devolvió la vida como si no pudiera tolerar la presencia de la muerte. «Si hubieras estado aquí, mi hermano Lázaro no hubiese
muerto», le dijo Marta a Jesús (Jn.11, 21). Jesús, Dios-hombre, dijo que
Él es la vida, y ha venido a servir, y
murió como rescate para provecho de la multitud (Mc. 10,45).
SEAMOS SEGUIDORES DE CRISTO.
A ejemplo de Cristo, podemos dar nuestra vida por amor al prójimo. «Nadie tiene más amor que el que da su vida por sus
amigos» (Jn. 15, 13). Por supuesto que nuestra vida está en la mano de
Dios. Pero si Dios nos ha dado inteligencia y voluntad, y con ellas podemos
salvar la vida de otros, entonces esto es la voluntad de Dios.
Todo lo que el hombre realiza en la medicina
moderna para respetar la vida y sanar a los enfermos es voluntad de Dios. Y
sería un pecado gravísimo dejar morir a una persona que, con buenos remedios y
con una transfusión de sangre, puede ser sanada. En este sentido «dar sangre» para hacer una transfusión no es
ningún atentado contra Dios, sino que puede llegar a ser un acto heroico de
caridad. Por supuesto, que hay que atenerse a la reglamentación necesaria en
cuanto a higiene y desinfección, porque en asunto tan delicado hay que evitar
todo posible contagio de SIDA y otras
enfermedades.
Frente a la transfusión de sangre, entonces, hay
una sola palabra: «Conocemos el amor con que
Jesucristo dio su vida por nosotros; así también nosotros debemos dar la vida
por nuestros hermanos».
Y eso mismo vale para la donación de órganos. Es
muy humano y cristiano solidarizar con un enfermo hasta el punto de ceder los
propios órganos para ser trasplantados a otras personas que carecen de ellos.
Ello se puede hacer tanto en vida como después
de la muerte. Y a diario vemos padres que donan ojos o riñones para sus hijos, ¡qué ejemplo de caridad! Estos son gestos que hay
que recomendar, ya que tanto con la donación de sangre como con la donación de
órganos podemos salvar una vida.
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