Después de aquella tarde, caminó sin dirección fija. Primero, recogió todos sus bienes y viajó a Egipto, tierra de antiguos misterios.
Allí profundizó, se sació de
la mitología de aquel imperio otrora glorioso y, gracias a sus destrezas
intelectuales, se especializó en su historia y se hizo experto en al arte de
embalsamar cuerpos.
Luego, caminó y navegó por
meses hasta llegar a Grecia, donde estudió la metafísica aristotélica, la mayéutica y entabló
amistad con los hombres más eruditos de la escuela jónica, eleática y
sofística.
Aquellos lo condujeron al
areópago, lugar donde participó de intensos diálogos y debates en torno al ser
y la sustancia, la verdad y el mundo de las ideas.
Poco a poco, se comenzó a
interesar por la política y
pagó a los mejores instructores para formarse en el arte de gobernar, en
estrategia militar y retórica.
Debido a su gran habilidad
escaló cargos públicos en los cuales fue reconocido por su destreza, prudencia,
tino y perspicacia. Se hizo popular entre los líderes de aquel pueblo conocido
por traer al mundo la democracia.
MAS AQUELLO NO LE BASTÓ
Viajó a Roma y se entregó a
una vida de lujos y goces, saboreó los más deliciosos
manjares y bebió hasta saciarse del mejor vino.
Noche tras noche, organizó
enormes bacanales y consiguió amistades de todo tipo y condición social. Estuvo
al tanto del surgimiento de aquella secta cristiana y de la muerte de sus
primeros mártires.
Y
recordó sus hechos y palabras, de los cuales había sido testigo en su niñez y
juventud temprana.
Buscó en el oriente y conoció
el budismo, del cual se hizo seguidor por unos años, avanzó y avanzó en el
camino de purificación.
Aprendió todo lo necesario
para conducir a otros por el mismo sendero y se hizo famoso por su vida de
ascetismo y virtud entre quienes seguían dicha doctrina.
UNA VEZ MÁS, INSATISFECHO, SE DESVIÓ
Y en Persia, conoció y vistió
las más exóticas ropas, disfrutó también de las más selectas comidas y bebidas.
Y por sus muchos conocimientos y relaciones, fue nombrado consejero imperial.
Cargo en el que se desempeñó
hasta que un comerciante chino con quien hizo amistad, le condujo por el
confucionismo.
En el cual se interesó hasta
el punto de viajar a China, leyó las Analectas y los Anales de Primavera y de
Otoño y se hizo fiel seguidor de las ideas de aquel gran maestro del Oriente.
En uno de sus viajes por la
costa, se embarcó, deseoso de aventura, con un grupo de amarillos que, muy
convencidos de lo que decían, afirmaban conocer un nuevo mundo.
Tierras
aún no exploradas en las cuales se podía ser eternamente joven y donde el oro
abundaba como arena.
De hermosas mujeres y especies
animales nunca antes vistas, de frutos infinitamente deliciosos y manantiales inagotables
de leche y miel.
CASI SIN CREERLO, PISÓ LA TIERRA DE AQUEL LUGAR Y
CREYÓ HABER LLEGADO AL PARAÍSO
Se internó en la espesura de
la selva abandonando a sus compañeros y, después de caminar y caminar días
enteros sin detenerse, se encontró con unos nativos de piel morena y casi
desnudos que vivían en rústicas construcciones de hojas y madera.
Inmediatamente fue visto, lo
hicieron su dios y hasta envejecer, vivió siendo alabado y venerado como tal. Recibiendo ofrendas de todo tipo y en medio de innumerables comodidades.
Pudo quedarse allí y ser el
primer dios mortal para aquellos nativos, pero decidió volver a las costas y
aguardar a que una nueva expedición lo regresara al lugar del que había
partido.
CALLÓ TODO LO VISTO MIENTRAS REGRESABA
Y no a cualquier lugar, sino
al punto exacto desde el cual había salido en la travesía de su vida.
Cansado de tanto vivir, se
sentó junto al mismo árbol, apenas de su estatura cuando en su mocedad había
visto pasar a aquel hombre, y recordando la mirada con que
lo amó, esperó por una segunda oportunidad.
Desde lo más profundo de su
corazón, anheló pactar con el universo todo, con el sol y la luna, y poder
volver a esa tarde para escuchar y responder a las mismas palabras que, en su
interior, había tratado de acallar de infinitas maneras.
Pero que, como la gota que una
y otra vez cae sobre la roca, habían logrado abrir su corazón: «Anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme» (Mt. 19,21).
Artículo elaborado por Carlos Andrés Gómez Rodas.
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