Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con su Eucaristía mientras recorremos el camino de la vida.
Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
Hoy Jueves Santo sentimos una necesidad
imperiosa de recordar y más que recordar llegar con nuestra imaginación y
nuestro sentir hasta el Cenáculo, lugar que tuvo que quedar perfumado con las
palabras eucarísticas que pronunció allí Jesús la misma noche en que sería
entregado a la muerte.
En aquel sagrado recinto vemos a Cristo rodeado de sus apóstoles junto a una
mesa y le vemos tomar el pan y el cáliz en sus manos sacerdotales para
convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre divinos.
Jesucristo se nos presenta con todo el poder de que es verdadero Dios, por su
milagro, por el dominio de su pena interna, por el infinito amor con que
corresponde a la soledad de los sagrarios de todo el mundo y de todos los
tiempos, a los sacrilegios y perversiones de los corazones de los hombres, al
desamor, y a la tibieza de los malos cristianos que lo reciben con gran
indiferencia.
San Pablo nos dice: Porque yo aprendí del Señor lo
que también os tengo enseñado; y es que el Señor Jesús, la noche misma en que
había de ser entregado, tomó el pan y dando gracias lo partió y dijo a sus
discípulos: "Tomad y comed. Esto es mi
cuerpo que por vosotros será entregado a la muerte. Haced esto en memoria
mía". Y de la misma manera el cáliz, después de haber cenado,
diciendo: "Este cáliz es el Nuevo Testamento
en mi sangre. Haced esto cuantas veces lo bebiereis en memoria mía, pues todas
las veces que comierais este pan o bebierais este cáliz, anunciareis la muerte
del Señor hasta que venga.
Así es que, cualquiera que comiera este pan o bebiera el cáliz del Señor
indignamente será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Porque quién lo come
o bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación". (Cor,
ll,2O-32).
Las palabras del Señor en esa noche son una promesa de amor de que jamás
estaremos solos sin El, de que podremos alimentar nuestra alma y cuerpo con el
mismo Dios nuestro Creador que se quedó en el Sagrario pero también palabras
fuertes de una advertencia grave para que no tomemos a la ligera al acercarnos
a recibirle sin que antes reconciliemos nuestro corazón, si le hemos ofendido
gravemente, con el acto humilde de reconocer nuestros pecados en el Sacramento
de la Penitencia.
Y de nuevo ante esta inconmensurable escena de amor en el noche del Jueves
Santo podemos ver su rostro trasfigurado y sus ojos llenos de pesadumbre, su
corazón dolorido y sus palabras misteriosas para quedarse por siempre, hasta la
consumación de los siglos, entre los hombres
Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con
su Eucaristía mientras recorremos el camino de la vida, que nos consuele en
nuestras penas, que participe de nuestras alegría y que nos ayude a no perder
la gracia para poderlo recibir frecuentemente y de una manera digna.
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