De las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma (1871).
José Maní era un indio de Huacho, propietario en Lauriama del terreno conocido como el Huerto de José Maní. Vendiendo naranjas, chirimoyas y aguacates, logró un decente caudalito; y con él, prestigioso para ser regidor en el Cabildo de su pueblo.
En la Cuaresma de 1795, los vecinos contrataron a un dominico de Lima para que se encargara de predicar en Huacho el sermón de las Tres horas, obra del jesuita Alonso Mesía y que, por mandato pontificio, se ha generalizado en el orbe católico.
El viernes Santo con cabía ya ni un alfiler de punta en la iglesia, no sólo de los fieles residentes sino de los venidos de cinco leguas a la redonda. José Maní, con capa española que le hacía sudar a chorros por lo recio del verano, se repantigaba en uno de los sillones destinados a los cabildantes.
El predicador, después de un largo exordio, habló de la Pasión. Y cada vez que hablaba del huerto de Gethsemaní, las miradas se volvían hacia José Maní, al enterarse del papel que su huerto desempeñaba en la vida de Cristo. ¡Qué honra para los huachanos! Lo de huerto Gethsemaní, lo atribuyeron a un lapsus linguae, muy disculpable en un fraile forastero.
Pero cuando dijo que fue allí donde los judíos capturaron al Maestro, los ojos se volvieron a mirarlo, como reconviniéndolo por su cobardía en haber consentido que, en su terreno, se cometiese tamaña felonía con un huésped: ¡el Dios de Israel!
Hasta el alcalde, volviéndose hacia Maní, le dijo: “Defiéndase, si no quiere que, al salir, lo mate el pueblo a pedradas”
Entonces,
José Maní interrumpió al predicador, y dijo: “Oiga
padre, no me meta a mí en esa danza, que no yo conocí a Jesucristo ni nunca le
vendí fruta; y se entró a mi huerto lo hizo sin licencia mía; yo no tuve arte
ni parte en que lo llevaran a la cárcel, y… ¡Aleluya! ¡Aleluya! Cada cual está
a la suya”.
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