viernes, 16 de abril de 2021

CIV. LA TRANSUBSTANCIACIÓN EUCARÍSTICA

1269. Después de estudiar los sacramentos del bautismo y de la confirmación, el Aquinate dedica varios capítulos de este cuarto libro de la Suma contra los gentiles al estudio de la eucaristía. ¿Cuál es la primera cuestión que trata?

Comienza Santo Tomás con la determinación de la gracia sacramental de la eucaristía. Nota que: «Así como la vida corporal necesita el alimento material no sólo para su crecimiento, sino también para conservar la naturaleza corporal, evitando que se disuelva por el continuo desgaste y flaquee su vigor, del mismo modo fue necesario que la vida espiritual tuviera un alimento sobrenatural, por el cual los regenerados se conserven en las virtudes y se desarrollen».

Por producir la eucaristía, en el alma, efectos parecidos a lo que producen los alimentos en el cuerpo, se advierte que su gracia sacramental, o la modalidad de la gracia santificante, que el sacramento añade a la misma, es la de su función nutritiva, en cuanto que la transforma espiritualmente en Cristo. Esta unión, o mutua inhesión especial, permite perseverar en el amor de Dios, que se disminuye por el egoísmo o amor propio desordenado. La gracia sacramental eucarística es un auxilio contra este obstáculo.

1270. –¿Por qué estos efectos espirituales se dan en pan y vino?

–La materia de la eucaristía es el pan de trigo y el vino de vid. La razón principal es porque Cristo utilizó pan y vino en la última cena al instituir la eucaristía. Además, es muy conveniente. La razón de que sea muy a propósito a su naturaleza, que se expone seguidamente en este capítulo, es porque: «fue conveniente que los efectos espirituales se nos dieran bajo semejanzas de cosas visibles, como se ha dicho (IV, c. 56), este alimento espiritual se nos da bajo las especies de aquellas cosas que los hombres usan con más frecuencia para el alimento corporal. Y tales son el pan y el vino. Por eso se nos dio este sacramento bajo las especies de pan y vino».

Advierte seguidamente Santo Tomás que: «se ha de tener en cuenta que en las cosas corporales la unión entre engendrante y engendrado es distinta de la unión entre alimento y alimentado. Porque no es preciso que el engendrante se una al engendrado substancialmente, sino sólo por la semejanza y la virtud». Tal ocurre entre padres e hijos. «Por el contrario, el alimento se ha de unir substancialmente al alimentado».

Así se explica que: «para mantener la correspondencia entre los efectos corporales y los espirituales, el misterio del Verbo encarnado se une de un modo a nosotros en el bautismo, que es una generación espiritual, y de otro en este sacramento de la eucaristía, que es el alimento espiritual».

Hay, por tanto, unión de generación espiritual y unión más íntima y profunda en la unión de alimentación espiritual, que se dan respectivamente en los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, «porque en el bautismo está el Verbo encarnado solamente según la virtud; más en el sacramento de la eucaristía confesamos que está Él substancialmente». Por esta razón, la eucaristía es el sacramento distinto y más excelente que los demás. En los otros sacramentos, se halla la virtud de Cristo, mientras que en la eucaristía se contiene real y verdaderamente al mismo Cristo.

Indica también Santo Tomás que la materia de la eucaristía es doble, pan y vino, porque: «como nuestra salvación culminó con la pasión y muerte de Cristo, por la cual su sangre se separó de la carne, por eso se nos da separadamente el sacramento de su cuerpo bajo la especie de pan y el de la sangre bajo la especie de vino, a fin de que tengamos en él recuerdo y representación de la pasión del Señor. Y, según esto, se cumple lo que dijo el Señor: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6, 55)[1].

1271. –¿Cuándo fue instituido el sacramento de la eucaristía?

–Declara Santo Tomás, en la Suma teológica, que «el sacramento de la eucaristía fue instituido por Cristo»[2], y en la última Cena. Añade que: «fue oportuna la institución de este sacramento en la Cena en que Cristo se reunió por última vez con sus discípulos».

Da seguidamente, tres razones de la conveniencia de la institución del sacramento en este momento. Primera: «por el contenido de este sacramento, porque en la eucaristía está contenido el mismo Cristo sacramentado. Por eso, cuando Cristo estaba para ausentarse de sus discípulos con su presencia natural, se quedó con ellos con una presencia sacramental»[3] o de forma invisible. El Concilio de Trento confesó: «clara y sencillamente, que, después de la consagración del pan y del vino se contiene en el augusto sacramento de la Sagrada Eucaristía verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo las especies de aquellas cosas sensibles»[4], o bajo sus apariencias.

Se precisa, en la Suma teológica, que: «Ni el sentido ni el entendimiento pueden apreciar que estén en el sacramento el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo, sino sola la fe, que se apoya en la autoridad divina». Esta presencia: «es conveniente en la perfección de la nueva ley. Pues si los sacrificios de la vieja sólo contenían en figura el sacrificio de la pasión Cristo, porque «sombra era la ley de futuros bienes, no realidad de las cosas» (Heb 10, 1), convino que tuviera algo más el sacrificio de la ley nueva, instituido por Cristo; es decir, que contuviera al mismo Cristo sacrificado en realidad de verdad y no tan sólo en significado o figura. Por eso, el sacramento que contiene realmente al mismo Cristo es, como dice Dionisio «perfectivo de todos los otros sacramentos» (Jerarq. Cel., p. I), que participan de su virtud»[5].

La segunda razón es porque: «sin la fe en la pasión de Cristo no pudo haber nunca salvación, como dice San Pablo: «a quien Dios puso como propiciador por la fe en su sangre» (Rm 3, 25). De ahí que en todo tiempo haya habido entre los hombres alguna cosa que representase está pasión del Señor. En el Antiguo Testamento, el principal signo de ella era el cordero pascual. Por lo que dice San Pablo: «Nuestra Pascua es Cristo inmolado» (1 Cor 5, 7). Este signo ha sido reemplazado en el Nuevo Testamento, por el sacramento de la eucaristía, que es conmemorativo de la pasión pasada, como aquél fue prefigurativo de la pasión futura»[6].

También en el Concilio de Trento se lee: «estando, pues, nuestro Salvador para partir de este mundo a su Padre, instituyó este Sacramento, en el cual como que derramó profusamente las riquezas de su divino amor para con los hombres, dejándonos «memoria» (Lc 22, 19) de sus maravillas, y mandó que al recibirle se venere su memoria y «se anuncie (o represente) su muerte, hasta que Él venga» (1 Cor 11, 26) a juzgar al mundo»[7].

En cuanto a la fe, asimismo Santo Tomás, en la Suma teológica, añade que la eucaristía: «también conviene a la perfección de la fe, que, como cree en la divinidad de Cristo, ha de creer también en su humanidad, por aquello: «Creéis en Dios, creed en mí» (Jn 14, 1). Y pues la fe es de lo invisible, como nos propone su divinidad invisiblemente, nos ofrece aquí su carne de manera invisible también»[8].

La tercera: «porque las últimas palabras muy especialmente al despedirse los amigos, se graban más en la memoria, ya que entonces se inflama más el afecto hacia el amigo, pues las cosas que más nos conmueven se graban más profundamente en nuestro ánimo (…) Esto mismo es lo que dice San Agustín: «El Salvador, para hacer comprender más profundamente la grandeza de este misterio, quiso imprimirlo al final en el corazón y en la mente de los discípulos, de los cuales iba a separarse para encaminarse a la pasión» (Epist. 54, c. 6)»[9].

Respecto a esta tercera razón nota Santo Tomás que: «conviene también a la caridad de Cristo, por la que tomó para nuestra salvación el cuerpo verdadero de nuestra naturaleza. Es propio, como dice Aristóteles, «convivir con los amigos» (Etica, 9, 12, 13), y por eso promete el Señor premiarnos con su presencia corporal: «en donde estuviere el cuerpo, allí se congregarán las águilas» (Mt, 24, 28). Mientras tanto, no quiso privarnos en este destierro de su presencia, antes bien se une a nosotros en el sacramento por la realidad de su cuerpo y de su sangre. Por eso dice: «Quien como mi carne y bebe mi sangre está en mí, y yo en él» (Jn 6, 57). Este sacramento es señal de suma caridad aliento de nuestra esperanza, pues en él se da tan familiar unión entre Cristo y nosotros»[10].

1272. –¿Cómo se argumenta en las herejías contra la Eucaristía?

Se indica también el Concilio de Trento: «siempre ha existido en la Iglesia de Dios la creencia de que inmediatamente después de la consagración existe, bajo las especies de pan y vino, el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de nuestro Señor, juntamente con su alma; pero que el Cuerpo está bajo la especie de pan, y la sangre bajo la especie de vino por virtud de las palabras sacramentales»[11].

Ya lo había anunciado Cristo, después de la multiplicación de los panes y de los panes, tal como ya se ha dicho, que «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida»[12]. Comenta Santo Tomás, en el capítulo siguiente, del dedicado a la eucaristía, de la Suma contra los gentiles: «así como, al pronunciar Cristo las citadas palabras, algunos discípulos se turbaron: «¡duras son estas palabras, ¿quién puede oírlas?» (Jn 6, 60), así también los herejes se levantaron contra la doctrina de la Iglesia, negando la verdad de éste sacramento».

Estos herejes: «dicen que en este sacramento no están realmente el cuerpo y la sangre de Cristo, sino simbólicamente, queriendo dar a entender que cuando Cristo, después de mostrar el pan, dijo: «Esto es mi cuerpo», quiso decir: «este es el signo o la representación de mi cuerpo» igual que cuando San Pablo dijo: «Y la roca era Cristo», o sea «la representación de Cristo» (1 Cor 10, 4). Este mismo sentido dan a todo cuanto hay de semejante en las escrituras».

Explica Santo Tomás que los herejes: «toman como motivo de su opinión las palabras del Señor, que hablando de comer su cuerpo y beber su sangre, como viera surgir el escándalo entre sus discípulos, dijo, como explicándose a sí mismo: «Las palabras que yo os he dicho son espíritu y son vida» (Jn 6, 63), como si lo que acababa de decir hubiera de entenderse no literalmente, sino en sentido espiritual».

Añade que: «indúcenles también a disentir las muchas dificultades que, al parecer, se siguen de esta doctrina de la Iglesia, encontrando, en consecuencia, duras las palabras de Cristo y de la Iglesia»[13]. Santo Tomás a continuación las sintetiza en cinco dificultades generales, y cuyas respectivas respuestas ofrecen su doctrina sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía o sobre la transubstanciación eucarística.

1273. –¿Las palabras de Cristo en la institución de la eucaristía pueden entenderse en «sentido espiritual», y, por tanto, figurativo?

–Como afirma el tomista Emilio Sauras (1901-1991): «La fórmula «esto es mi cuerpo» tiene sentido literal. Se refiere al cuerpo verdadero del Señor». Argumenta que, por una parte, que: «Así lo piden, además del sentir de tantos siglos que no pudo menos de estar movido y asistido por el Espíritu, y de las declaraciones auténticas de la Iglesia, el texto de la Escritura y contexto»[14].

Por otra, que: «El texto dice sencillamente: «esto es mi cuerpo». Tal como suena ha de tener sentido, debe referirse al cuerpo verdadero del Señor, ha de significar que lo que el sacerdote lleva en las manos cuando termina de pronunciar las palabra y lo que, por lo tanto, deja y permanece en el altar, es el cuerpo de Cristo. Si el sentido fuera figurado y con la fórmula se quisiera decir que «esto», el pan, es figura de mi cuerpo, la frase estaría mal hecha»[15].

Para probar que: «si excluimos el sentido literal, la fórmula resulta gramaticalmente mal hecha y, en definitiva falsa», explica que las locuciones de sentido no literal sino figurado se pueden clasificar en dos grupos. Al primer grupo de expresiones figuradas pertenecen: «aquellas en las que la figura se atribuye al sujeto por una cualidad general existente en cualquier figura de su especie»[16]. Así, por ejemplo, cuando Cristo dice: «yo soy la vid»[17], se refiere a la vid en general, porque todas las vides tienen la propiedad por la que Cristo se aplica esta figura. De ahí que cualquiera puede ser figura suya.

En el otro grupo están aquellas expresiones figuradas: «en las que la figura se atribuye al sujeto no por una cualidad general existente en cualquier figura de su especie, sino por una cualidad concreta e individual de esta figura»[18]. Así también con un ejemplo bíblico, las «siete vacas gordas»[19], que José interpretó del sueño del faraón eran figura de próximos años de abundancia. Estas vacas, a diferencia de al vid, no eran figura de algo por una cualidad que tienen todas las que el nombre significa, sino por una especial que se daba en las nombradas, el que eran «gordas». Sólo estás por tanto podían ser figura de la futura prosperidad.

Advierte Sauras que: «en las locuciones del primer grupo no hay determinación de cualidad ninguna individual para señalar demostrativamente (…) con carácter excluyentes de las otras». En el ejemplo, servirían para la figuración todas las vides. En cambio: «en las locuciones del segundo grupo, en las que se determina ya una figura concreta con exclusión de las otras pertenecientes a la misma especie, es necesario explicar la exclusión»[20], o indicar el motivo porque una o unas son figura de lo significado y las otras, no «Si no se da esta explicación, la expresión resulta vaga e indefinida, sin sentido determinado. Y, por lo tanto, mal hecha»[21].

La fórmula sacramental: «»Esto» quiere decir lo que se lleva entre manos, lo que se contiene bajo las especies o los accidentes que se ven y se palpan. Esto, una cosa «demostrada» o señalada con un demostrativo, una cosa concreta, y sólo esto, es mi cuerpo. El cuerpo del Señor no es cualquier pan, sino éste solo». Según lo explicado, podría tomarse la expresión de Cristo como una figura del segundo grupo; sin embargo, quedaría: «sin explicar por qué es este pan no otro, sin explicar por qué los otros panes no son figura del cuerpo del Señor. Con lo que el motivo de la atribución de esta figura permanece ignorado». Por tanto, no podría ser esta figura, ya que no tendría sentido.

Por ello, concluye Sauras: «Si la fórmula tiene sentido figurado, está mal hecha. Debe tener, pues, sentido literal. Y teniendo sentido literal, significa que «eso» es real y verdaderamente lo otro; eso, lo que hay debajo de las especies que se ven y se demuestran, al terminar la fórmula es el cuerpo del Señor»[22].

1274. –¿Cuál es la primera dificultad a la afirmación de la presencia real de Cristo en la eucaristía, que llevaría a sostener que es como un símbolo?

–Debe advertirse que el misterio del sacramento de la eucaristía es distinto de los demás. De manera que: «el agua del bautismo no causa efecto espiritual alguno por la misma agua, sino por la virtud del Espíritu Santo que se hace presente en ella». En los otros seis su materia recibe la virtud o poder sobrenatural, que santificará al que la recibe.

En cambio, en la eucaristía, el pan y el vino no están, sino que es el cuerpo y la sangre de Cristo, que santifica por medio de sus especies o accidentes, que son así su materia próxima. De manera que: «lo que es la virtud el Espíritu Santo para el agua, es también el verdadero cuerpo de Cristo para las especies de pan y vino. Por lo que las especies de pan y vino no producen nada si no es en virtud del verdadero cuerpo de Cristo»[23].

Respecto a ello, en el primer inconveniente se afirma que: «parece difícil comprender de qué modo empieza a estar en el altar el verdadero cuerpo de Cristo. Porque una cosa comienza a estar donde antes no estaba de dos maneras: o por movimiento local o por conversión de otra en ella, como vemos en el fuego, que comienza a estar en alguna parte porque se enciende allí o porque allí se lleva». El fuego aparece porque se ha trasladado de otro lugar, o porque se ha convertido o ha transformado algo por una causa en fuego.

Puede aplicarse esta observación a la eucaristía, porque: «es evidente que el cuerpo de Cristo no estuvo siempre en este altar, pues la Iglesia confiesa que Cristo subió a los cielos con su cuerpo». Con ello, se advierte, en primer lugar, que no se ha podido dar un movimiento o cambio local, porque: «todo lo que se mueve localmente comienza a estar en un lugar cuando deja de estar en el anterior. Luego sería preciso decir que, cuando Cristo comienza a estar en este altar en que se celebra este sacramento, deja de estar en el cielo, adonde llegó por la ascensión».

Hay otra razón que imposibilita aquí la mutación local, ya que: «es claro que este sacramento se celebra simultáneamente en diversos altares. Luego no es posible que el cuerpo de Cristo comience a estar allí por movimiento local».

Tampoco puede admitirse, en segundo lugar, una conversión en la eucaristía, porque: «parece imposible decir que algo se convierta aquí de nuevo en el cuerpo de Cristo. Porque nada puede convertirse en lo que ya existe; pues aquello en que algo se convierte, comienza a ser por esta conversión. Pero es evidente que el cuerpo de Cristo preexistía como concebido en el vientre virginal. Luego, al parecer, no es posible que comience a ser de nuevo en el altar por la conversión de otro en él»[24].

1275. –¿Cómo resuelve el Aquinate esta primera dificultad?

–Para responder a esta y a la otras de las dificultades que presentan los herejes, Santo Tomás recuerda que no puede probarse la presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. Por ser una verdad estrictamente sobrenatural no puede ser probada por la razón. Sin embargo, no está totalmente alejada de la racionalidad humana.

Es cierto que es una de las verdades cristianas más difíciles de asumir por la mente humana, pero, «aunque el poder divino obre en este sacramento de una manera más sublime y oculta de la que el hombre pudiera descubrir», debe tenerse en cuenta que: «para que no parezca imposible a los infieles la doctrina de la Iglesia sobre este sacramento, hay que esforzarse de modo que cualquier imposibilidad que se presente sea excluida». De este modo, se mostrará su posibilidad racional y su armonía con las otras verdades sobrenaturales.

Para la justificación racional del misterio de la Eucaristía, hay que considerar: «de qué modo comienza a estar en este sacramento el cuerpo de Cristo». Es cierto, como se dice en esta primera dificultad, que: «es imposible que esto se realice por movimiento local del cuerpo de Cristo, porque se seguiría, o que dejara de estar en el cielo cuando se celebra este sacramento, o que no se podría celebrar el sacramento sino en un solo lugar, pues el movimiento local acaba indiscutiblemente en un solo término».

Además, nota que hay otra razón de tal imposibilidad: «porque el movimiento local no puede ser instantáneo, pues necesita tiempo. La consagración, sin embargo, se realiza en el último instante de la pronunciación de las palabras»[25], que son la forma del sacramento. Forma, que: «se constituye por las palabras con que Cristo consagró su cuerpo y su sangre. Cristo bendijo antes el pan en sus manos y después dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo» (Mt 26, 20); y lo mismo hizo con el cáliz (Mt 26, 27-28)»[26].

Queda, por tanto, la posibilidad de la conversión, y: «decir que el verdadero cuerpo de Cristo comienza a estar en este sacramento cuando la substancia del pan se convierte en la substancia del cuerpo de Cristo, y la substancia del vino en la substancia de su sangre».

Esta conclusión revela que: «se ve que son falsas las opiniones de quienes afirman que la substancia del pan existe simultáneamente con la substancia del cuerpo de Cristo en este sacramento». Es imposible que pueda afirmarse que las substancias de pan y del vino permanezcan después de la consagración.

Tampoco es aceptable: «quienes sostienen que la substancia del pan se aniquila o se resuelve en la materia prima». La aniquilación supondría la desaparición de la materia determinada, de la forma substancial y de las formas accidentales, y una aparición de otras nuevas. No habría ningún cambio de algo, sino una desaparición y una aparición.

En cuanto a la otra posibilidad, la del cambio parcial, la del cambio de la forma, o que vuelva a la potencialidad de la materia, tampoco es aceptable. «Porque el resultado de ambas es que el cuerpo de Cristo no puede comenzar a estar en este sacramento si no es por movimiento local; lo que es imposible como se ha demostrado». No podría ser por una transformación o cambio de forma. Todavía podría pensarse que quedara solo la materia, sin advenir nueva forma. Tampoco es factible, porque: «no es posible que la substancia de pan se resuelva en la materia prima, pues no puede darse la materia prima sin la forma».

Respecto a la primera opinión, que sostiene que «la substancia del pan está simultáneamente con el verdadero cuerpo de Cristo en este sacramento» hay otra razón que muestra su imposibilidad. Si fuera cierta: «Cristo hubiera tenido que decir: «Este es mi cuerpo», en lugar de «Esto es mi cuerpo», porque el término «éste» manifiesta la substancia que se ve, que es realmente la substancia del pan, supuesto que permanezca en este sacramento con el cuerpo de Cristo».

También hay otra razón para la segunda, porque: «de la misma manera, también parece imposible que la substancia de pan se aniquile por completo, pues una gran parte de la naturaleza corpórea creada en un principio habría vuelto a la nada a causa de la frecuente celebración de este misterio. Tampoco parece decoroso que sea aniquilado algo por virtud divina en el sacramento de la salvación».

1276. –¿Cómo es la conversión eucarística?

–Para averiguar cómo es la conversión del pan en el cuerpo de Cristo y del vino en su sangre, indica Santo Tomás que: «hemos de tener en cuenta que dicha conversión del pan en el cuerpo de Cristo se distingue de todas las demás conversiones naturales. Pues en cualquier conversión natural permanece el sujeto, en el cual se suceden las diversas formas ya accidentales, como cuando lo blanco se convierte en negro, ya substanciales, como cuando el aire se convierte en fuego; por esto se llaman conversiones formales». No es ni una conversión o cambio de la forma accidental, en la que permanece la substancia, sujeto de los accidentes. Ni una conversión o cambio de la forma substancial, en la que permanece la materia, aunque por la transformación la substancia ya es otra.

En cambio: «en la conversión mencionada el sujeto se cambia en otro, y permanecen los accidentes; por eso esta conversión se llama substancial». No queda nada de la substancia anterior, ni la materia ni la forma, Es una conversión o cambio verdaderamente substancial, en la que únicamente no han cambiado los accidentes de la primera substancia. Es una conversión substancial total

Declara seguidamente Santo Tomás: «Ahora bien, de qué y por qué permanecen esos accidentes, lo averiguaremos más adelante. De momento es preciso considerar como un sujeto se convierta en otro».

Lo primero que se advierte es que el cambio de substancias o de sujetos no es natural, porque: «ciertamente que la naturaleza no puede hacer. Pues toda operación de la naturaleza presupone materia, mediante la cual se individualiza la substancia; por esto la naturaleza no puede hacer que esta substancia se haga aquella, como tampoco que este dedo se haga aquel dedo». En la naturaleza los cambios más profundos son las transformaciones substanciales, los cambios de la forma substancial, que se denominan también cambios substanciales, pero son parciales, porque sólo cambia el constitutivo formal y permanece la materia prima.

Sin embargo, como: «la materia está sujeta al poder divino, pues de Él recibe el ser, el poder divino puede hacer que esta substancia individual se convierta en otra que ya existía», que ya tenía otro ser propio, que la hace existir. De manera que: «por la virtud del agente natural, cuya operación se extiende solamente a la mutación de la forma y supone la existencia del sujeto», de la materia, que sustentaba a la forma, y de su ser, que ahora será proporcionado a la nueva forma, de manera puede decirse que: «todo esto se convierte en todo aquello según la variación de la especie y de la forma, por ejemplo, este aire en este fuego engendrado»

En la conversión substancial total de manera parecida, pero: «por la virtud divina, que no presupone la materia, sino que la produce, esta materia se convierte en aquella y, en consecuencia, este individuo en aquel; porque la materia es principio de individuación, como la forma es principio de la especie». Por cambiar la materia, no ha habido un cambio de especie, sino de individuo, de toda una cosa por otra distinta totalmente.

Ello revela que: «en dicha conversión del pan en el cuerpo de Cristo no hay cierto sujeto común que permanece después de la conversión, ya que esta transmutación se hace tomando el primer sujeto, que es el principio de individuación»[27], es decir, la materia, que individualiza o singulariza.

1277. –Como indica el Aquinate «las cosas de por sí diversas no se transforman unas en otras», porque de la misma manera que no lo hacen dos formas, que son distintas por ser el principio de las diferencias esenciales o formales de los diversos entes de la misma manera tampoco dos materias señaladas ya por al cantidad, que son principio de la individuación de cada ente. Por consiguiente: «no puede convertirse la substancia de este pan determinado en la substancia del cuerpo de Cristo»[28]. ¿Como resuelve esta dificultad?

–Explica Santo Tomás en la Suma Teológica que, por una parte: «Es patente que todo agente obra en cuanto está en acto. Y todo agente creado es acto finito, porque pertenece a un género y a una especie determinada. De ahí que su acción sea limitada también. Y, pues la limitación de las cosa en su ser actual la hace la forma, se seguirá que ningún agente natural o creado puede obrar más allá de lo que es cambiar una forma. De este modo, toda conversión hecha según las leyes naturales es formal». Es una conversión parcial, porque solo se muda la parte formal de la substancia.

Por otra: «Dios es acto infinito, como se ha demostrado (I, q. 7, a 1; y I, q. 25, a. 2); y su acción se ve extendida a toda la naturaleza del ente. Y así no sólo puede hacer conversiones formales, por las que formas diversas se suceden en un mismo sujeto, sino también la conversión total del ente, a saber que toda la substancia de uno se convierta en toda la substancia de otro».

Puede así decirse que: «esto sucede por virtud divina en este sacramento, pues toda la substancia del pan se convierte en toda la substancia del cuerpo de Cristo, y toda la substancia del vino en toda la substancia de su sangre. De aquí que esta conversión no sea formal, sino substancial; ni se cuente entre las especies del movimiento natural, sino que con nombre propio se llame «transubstanciación»[29], por ser una conversión total de la substancia.

Ciertamente, como se afirma en la objeción: «la virtud de un agente finito no puede cambiar una forma en otra, ni una materia en otra. Pero la virtud del agente infinito, cuyo poder abarca a todos los niveles del ente, si puede realizar esta conversión; porque tanto las dos formas como las dos materias tienen algo en común: su pertenencia al ente. Y el autor del ente puede hacer que lo que tiene razón de ente en las unas se convierta en razón de ente en las otras, haciendo desaparecer lo que las distinguía»[30].

1278. –La conversión substancial total puede considerarse como un cambio, una mutación, que el Aquinate, por ser completa, denomina «transmutación». En todo cambio hay algo que varía y algo que permanece, de lo contrario habría una aniquilación y una creación. En los cambios accidentales, se muda uno o más accidentes, o formas accidentales, y permanece la misma substancia. En los cambios substanciales, es la forma substancial la que varía, pero permanece la materia. ¿Cómo es posible que sea un cambio la conversión substancial total completa?

–Reconoce Santo Tomás, en este capítulo de la Suma contra los gentiles, que en la transmutación o conversión substancial completa «es preciso que algo permanezca» para que sea posible, y, además, «para que sea verdad, lo que se dice: «Esto es mi cuerpo», palabras que en realidad son las que significan y hacen esta conversión». De manera que lo que está ahí, y se capta por los sentidos, es a lo que se refiere Cristo e identifica con Él. Por consiguiente: «como ni la substancia del pan ni otra materia anterior permanecen, como ya se demostró, es, pues, necesario decir que permanezca lo que esta fuera de la substancia de pan. Luego permanecen los accidentes de pan aún después de dicha conversión.

Para explicar de algún modo esta peculiar situación, acude Santo Tomás a la estructura substancia-accidentes. Explica que: «entre los accidentes se ha de observar un cierto orden. Porque, entre ellos, el más próximo en la unión con la substancia es la cantidad dimensiva; después, las cualidades que se reciben en la substancia mediante la cantidad, por ejemplo, el color mediante la superficie; por eso, al dividirse la cantidad, divídanse también accidentalmente, las cualidades. Y después de las cualidades están los principios de acción y de pasión, y los principios de acción y de pasión, y los principios de ciertas relaciones, como son el padre y el hijo, el señor y el siervo y otros semejantes. En cambio, otras relaciones siguen inmediatamente a la cantidad, como lo más y lo menos, el doble y la mitad y otras semejantes».

Por consiguiente, la substancia es el sujeto de los accidentes y el primero que sustenta es la cantidad, que proporciona las tres dimensiones. Todos los accidentes se sustentan en la substancia, pero la cantidad lo hace de una manera inmediata y los demás mediante ella. «Así, pues, los accidentes de pan, después de dicha conversión, se ha de afirmar que permanecen de modo que sólo la cantidad dimensiva subsiste sin sujeto, y en ella se fundan las cualidades como en el sujeto, y por consiguiente las acciones y pasiones, como también las relaciones».

Se advierte así que: «sucede en esta conversión lo contrario a lo que suele ocurrir en las mutaciones naturales, en las cuales permanece la substancia como sujeto de la mutación, mientras los accidentes varían; y aquí, contrariamente, permanece el accidente y cambia la substancia».

1279. –¿En la conversión substancial total de la eucaristía, los accidentes que permanecen son el sujeto de la nueva substancia?

–Los accidentes o especies eucarísticas, por carecer de ser propio, por no ser substancia, no pueden ser sujeto. En la eucaristía, por tanto: «la conversión no puede llamarse con propiedad movimiento, en el sentido dado por los filósofos de la naturaleza, o sea, que requiere sujeto; sino que es una cierta sucesión substancial, tal cual en la creación se da la sucesión del no-ser al ser, como ya se dijo (II, cc. 18-19)»[31], pero que en este último caso se podría llamar una sucesión entitativa.

La sucesión substancial, que se da en esta conversión, no es una mera sucesión de dos substancias. En la conversión substancial total, que ocurre en la eucaristía, hay un nexo esencial e intrínseco entre la desaparición de una substancia y la aparición de otra, de manera que la desaparición de la primera trae necesariamente la aparición de la segunda. Puede así decirse que las substancias de pan y vino, que antes de la consagración eran pan y vino, ahora son el cuerpo y la sangre de Cristo.

La presencia real eucarística no implica, por tanto, una mera substitución, sino una conversión substancial total que significa que todo lo que constituía las substancias del pan y del vino se ha convertido en todo cuando constituye la substancia del cuerpo y la substancia de la sangre de Cristo. A esta conversión a Iglesia la llamó «transubstanciación», porque por la consagración del pan y del vino se verifica la conversión de toda la substancia de pan en la substancia del cuerpo de Cristo, y toda la substancia del vino en la substancia de su sangre.

1280. –¿Cómo explica la Iglesia la transubstanciación?

–En el Catecismo romano se dice que: «La transubstanciación, aprobada por los Concilios, se apoya en las Escrituras. Movidos por esta razón los Santos Padres y nuestros antepasados, confirmaron la verdad de este artículo de fe con decretos terminantes en los concilios de Letrán el Grande (IV, año 1215) y en el de Florencia (1438-1445). Y el concilio de Trento (1545-1563) lo definió con más claridad, de este modo: «Si alguno negare que en el venerable Sacramento de la Eucaristía se contiene Jesucristo entero en cada una de las especies, y, separadas éstas, en cada una de las partículas de cualquiera de las dos especies, sea excomulgado» (can. III)».

Se añade seguidamente: «Fácil cosa fue colegir esto de los testimonios de las Escrituras. Primeramente, porque, al instituir este Sacramento, dijo el mismo Señor: «Esto es mi Cuerpo» (Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 19; I Cor, 11, 24); pues es tal la fuerza de la palabra «esto», que expresa toda la substancia de un objeto presente; y si permaneciese la substancia de pan, de ningún modo podría decirse con verdad: «Esto es mi cuerpo».

También, porque, en segundo lugar, después de la multiplicación de los panes: «Cristo nuestro Señor dijo, según San Juan: «El pan que Yo os daré, es mi misma carne» la cual daré «por la vida» o salvación «del mundo» (Jn 6, 52), esto es, llamando pan a su carne. Y poco después añadió: «Si no comiereis la carne del Hijo del Hombre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida « o salvación «en vosotros» (Jn 6, 53); y en otro lugar: «Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre es verdaderamente bebida» (Jn 6, 55). Luego habiendo llamado en términos tan claros y expresivos a su carne pan y verdadera comida, é igualmente a su sangre verdadera bebida, se ve claramente que manifestó que en este Sacramento no queda substancia alguna de pan ni de vino»[32].

No representa ninguna dificultad que a la eucaristía se le llame también pan después de la consagración. La razón es porque: «ya por conservar la apariencia de pan, ya por retener aun entonces la cualidad natural de alimentar y nutrir el cuerpo, la cual es propia del pan. Además, es común en las Sagradas Letras llamar las cosas como parece que son al exterior, se demuestra suficientemente con lo que se lee en el Génesis, que se aparecieron a Abraham tres personas, que, sin embargo, eran tres ángeles (Cf. Gn 18, 2); y aquellos dos que se aparecieron a los apóstoles, al subir Cristo nuestro Señor al Cielo, se llaman varones siendo ángeles»[33].

Se explica también que: «A esta admirable conversión se ha dado propiamente el nombre de transubstanciación. Y así la santa Iglesia católica ha llamado oportuna y propiamente «transubstanciación» a tan admirable conversión, como declaró el santo Concilio de Trento. De manera que, así como la generación natural, puede llamarse con verdad y propiedad transformación, por mudarse en ella la forma, del mismo modo, en el sacramento de la Eucaristía, toda la substancia de una cosa se convierte en la substancia completa de otra, recta y sabiamente inventaron nuestros antepasados la palabra transubstanciación»[34].

A ello se refirió el Concilio de Trento al declarar que: «habiendo dicho Jesucristo nuestro Redentor, que era verdaderamente su Cuerpo lo que daba bajo la especie de pan, por eso mismo se ha creído siempre en la Iglesia de Dios, y lo mismo declara ahora nuevamente este Santo Concilio, que por virtud de la consagración del pan y del vino se verifica la conversión de toda la substancia de pan en la substancia del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y toda la substancia del vino en la substancia de su sangre, cuya conversión se ha llamado oportuna y propiamente transubstanciación la santa Iglesia Católica»[35].

También en el Concilio Vaticano II se declaró sobre la presencia de Cristo en la Iglesia que: «Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz» (Con Trent., s. XXII, Doctr, sobre inst, s. sacrif, Misa, 2), sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza (Cf. S. Agustín, Com. Evang. S. Juan, tr. 6, c. 1, n. 7). Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20)»[36].

También en el Catecismo de la Iglesia Católica se dice: «»Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros» (Rm 8, 34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia ( Cf. Lum. Gent., 7, 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, «allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre» (Mt 18, 20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25, 31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero «sobre todo (está presente) bajo las especies eucarísticas» (Const. Sagr. Liturg., 7)»[37].

Por ello: «el modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella «como perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos» (S. Tomás de A., S. Th., III, q. 73, a. 3.)»[38], y: «Mediante la «conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento»[39].

2181. En este capítulo de la Suma contra los gentiles, en el que resuelve la primera dificultad, después de explicar que en la transubstanciación se da una «sucesión substancial», el Aquinate escribe: «Esta es, pues, una razón por la que conviene que permanezca el accidente de pan, para que se halle algo que permanezca en dicha conversión», y no sea una aniquilación y una creación. ¿Cuáles son las otras razones?

–Finalmente indica Santo Tomás que la permanencia de las formas accidentales «se precisa también por otro motivo. Porque, si la substancia del pan se convirtiera en el cuerpo de Cristo y los accidentes de pan desaparecieran, no se seguiría de tal conversión que el cuerpo de Cristo estuviese substancialmente donde antes estuvo la substancia de pan, pues no habría modo de relacionar el cuerpo de Cristo con dicho lugar».

Como se ha explicado: «como la cantidad dimensiva del pan permanece después de la conversión y, por ella, le correspondía al pan este lugar, la substancia del pan cambiada por el cuerpo de Cristo se hace dicho cuerpo bajo la cantidad dimensiva de pan, y, por consiguiente, se le asigna en cierto modo el lugar del pan por medio, sin embargo, de las dimensiones del pan». La substancia del cuerpo de Cristo, está en lugar del pan, efecto de la cantidad del mismo, pero sin ocupar este lugar.

Todavía, por último, señala dos motivos más de la permanencia de los accidentes, incluido su lugar, de carácter más teológico. El primero: «Por razón de la fe, que es de cosas invisibles. Y en cuanto al mérito de la misma, que acerca de este sacramento es tanto mayor cuanto más invisiblemente obra el cuerpo de Cristo oculto bajo los accidentes de pan.».

El segundo: «por el uso más acomodado y decente de este sacramento; pues sería horrible para quienes lo reciben y abominable para quienes lo ven, si el cuerpo de Cristo se recibiese por los fieles en su propia especie. Por eso bajo la especie del pan y del vino, que son para los hombres la comida y la bebida más corrientes, se da a comer el cuerpo de Cristo y a beber su sangre»[40].

Aunque Santo Tomás continua profundizando en las respuestas a las otra otras cuatro dificultades, sobre la eucaristía, podría decirse ya, con Newman, que, ante este sagrado misterio: «procuremos sentir interés y tensa expectación ante la noticia de estas maravillas (…) Sobre todo, pidamos a Jesús que nos atraiga hacia él, y que nos conceda fe. Cuando sintamos que sus misterios nos resultan demasiado difíciles y nos provocan dudas, pidámosle seriamente los dones de la humildad y del amor. Quienes aman y se muestran humildes percibirán esos misterios. Los hombres carnales no los buscan, y los orgullosos se ofenden ante ellos, pero el amor los desea y la humildad sabe retenerlos»[41].

Eudaldo Forment


[1]SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma contra los gentiles, IV, c. 61.

[2] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 73, a. 5, sed c.

[3] Ibíd., III, q. 73, a. 5, in c.

[4] Concilio de Trento, Decreto sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, c. II.

[5]SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica,  III, q. 75, a. 1. in c.

[6] Ibíd., III, q. 73, a. 5, in c.

[7] Concilio de Trento, Decreto sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, c. I.

[8] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 75, a. 1, in c.

[9] Ibíd., III, q. 73, a. 5, in c.

[10] Ibíd., III, q. 75, a. 1, in c.

[11] Concilio de Trento, Decreto sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, c. III.

[12] Jn 6, 55.

[13] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma contra los gentiles, IV, c.72.

[14] EMILIO SAURAS, Comentarios al Tratado de la Eucaristía de Santo Tomás de Aquino, en Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Madrid, BAC, 1947-1960.16 vols., v. XIII, p. 517.

[15]  Ibíd., pp. 517-518.

[16] Ibíd., p. 518.

[17] Jn 15, 5.

[18] EMILIO SAURAS, Comentarios al Tratado de la Eucaristía de Santo Tomás de Aquino, op. cit.,  p. 518.

[19] Gn 41, 26.

[20] EMILIO SAURAS, Comentarios al Tratado de la Eucaristía de Santo Tomás de Aquino, op. cit., p. 518.

[21] Ibíd., p. 519.

[22] Ibíd., p. 519.

[23] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 73, a. 1, ad 2.

[24] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 62.

[25] Ibíd., IV, c. 63.

[26] ÍDEM, Suma teológica,  III, q. 78, a. 1, ob. 1.

[27] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 63.

[28] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 75, a. 4, ob. 3.

[29] Ibíd., III, q. 75, a. 4, in c.

[30] Ibíd., III, q. 75, a. 4, ad 3.

[31] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 63.

[32] Catecismo del Concilio de Trento, II, c. 4, 38.

[33] Ibíd., II, c. 4, 40.

[34] Ibíd., II, c. 4, 42.

[35] Concilio de Trento, Decreto sobre el santísimo sacramento de la Eucaristía, c. IV.

[36] Concilio Vaticano II, Constitución sobre la sagrada liturgia, c. I, 7.

[37] Catecismo de la Iglesia Católica, 1373.

[38] Ibíd., 1374

[39] Ibíd., 1375.

[40] SANTO TOMÁS DE Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 63.

[41] JOHN HENRY NEWMAN, Sermones parroquiales, Madrid, Ed. Encuentro, 2013, vol. 6, pp. 125-149, p. 148.

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