El Papa Francisco dedicó su catequesis a “la oración de meditación” en la Audiencia General de este miércoles 28 de abril pronunciada desde la biblioteca del palacio apostólico del Vaticano.
“No hay página del Evangelio en la que no haya
lugar para nosotros. Meditar, para nosotros cristianos, es una forma de
encontrar a Jesús. Y así, solo así, reencontrarnos con nosotros mismos. Y
esto no es un replegarse en nosotros mismos, no, es ir hacia Jesús y en Jesús
reencontrarnos a nosotros mismos, sanados, resucitados, fuertes, por la gracia
de Jesús. Es encontrar a Jesús salvador, de todos, también de mí, y esto
gracias a la guía del Espíritu Santo”, explicó
el Santo Padre.
A continuación, el texto completo de la catequesis
pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy hablamos de esa forma de oración que es la meditación.
Para un cristiano “meditar” es buscar
una síntesis: significa ponerse delante de la gran
página de la Revelación para intentar hacerla nuestra, asumiéndola
completamente. Y el cristiano, después de haber acogido la Palabra de
Dios, no la tiene cerrada dentro de sí, porque esa Palabra debe encontrarse
con «otro libro», que el Catecismo llama «el
de la vida» (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 2706). Es lo
que intentamos hacer cada vez que meditamos la Palabra.
La práctica de la meditación ha recibido en estos años una gran
atención. De esta no hablan solamente los cristianos: existe
una práctica meditativa en casi todas las religiones del mundo. Pero se
trata de una actividad difundida también entre personas que no tienen una
visión religiosa de la vida.
Todos necesitamos meditar, reflexionar, reencontrarnos a nosotros
mismos. Es una dinámica humana. Sobre todo, en el voraz mundo occidental se
busca la meditación porque esta representa un alto terraplén contra el
estrés cotidiano y el vacío que se esparce por todos lados. Ahí está, por
tanto, la imagen de jóvenes y adultos sentados en recogimiento, en silencio,
con los ojos medio cerrados...
¿Qué hacen estas personas? Podemos preguntarnos. Meditan. Es un fenómeno que hay que mirar con
buenos ojos: de hecho, nosotros no estamos hechos
para correr en continuación, poseemos una vida interior que no puede ser
siempre pisoteada. Meditar es por tanto una necesidad de todos.
Meditar, por así decir, se parecería al detenerse y hacer un respiro en
la vida, detenerse.
Pero nos damos cuenta que esta palabra, una vez acogida en un contexto
cristiano, asume una especificidad que no debe ser cancelada. Meditar es una
dimensión humana, necesaria, pero meditar en el contexto cristiano, va más
allá, una dimensión que no debe ser borrada.
La gran puerta a través de la cual pasa la oración de un bautizado –
lo recordamos una vez más – es Jesucristo. Para el cristiano, la meditación
entra de la puerta de Jesucristo. También la práctica de la meditación sigue
este sendero.
El cristiano, cuando reza, no aspira a la plena transparencia de sí, no
se pone en búsqueda del núcleo más profundo de su yo; esto es lícito, pero
el cristiano busca otra cosa, la oración del cristiano es sobre todo encuentro
con el Otro con la O mayúscula, el encuentro
con el Trascendente, con Dios.
Si una experiencia de oración nos dona la paz interior, o el dominio de
nosotros mismos, o la lucidez sobre el camino que emprender, estos resultados
son, por así decir, efectos colaterales de la gracia de la oración cristiana
que es el encuentro con Jesús.
Es decir, meditar es ir, guiados por una frase de la Escritura, o de una
palabra, al encuentro de Jesús dentro de nosotros.
El término “meditación” a lo largo
de la historia ha tenido significados diferentes. También dentro del
cristianismo se refiere a experiencias espirituales diferentes. Sin embargo, se
pueden trazar algunas líneas comunes, y en esto nos ayuda también el
Catecismo, que dice así: «Los métodos de
meditación son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. [...]
Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el
Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús» (n.
2707).
Aquí señala un compañero de camino, uno que nos guía, el Espíritu Santo.
No es posible la meditación cristiana sin el Espíritu Santo, es Él quien nos
guía al encuentro con Jesús. Jesús nos había dicho: les mandaré el Espíritu
Santo, Él les enseñará, les explicará, les enseñará y les explicará. Y también
en la meditación es la guía para ir hacia adelante en el encuentro con
Jesucristo.
Por tanto, son muchos los métodos de meditación cristiana: algunos muy sobrios, otros más articulados; algunos
acentúan la dimensión intelectual de la persona, otros más bien la afectiva
y emotiva. Son métodos. Todos son importantes y dignos de ser
practicados, en cuanto que pueden ayudar, ¿ayudar a
qué? a la experiencia de la fe a convertirse en un acto total de la
persona: no reza solo la mente del hombre, como no
reza solo el sentimiento, no todo.
En la antigüedad se solía decir que el órgano de la oración es el
corazón, y así explicaban que es todo el hombre, a partir de su centro, que
entra en relación con Dios, y no solamente algunas facultades suyas. Por eso
se debe recordar siempre que el método es un camino, no una meta: cualquier
método de oración, si quiere ser cristiano, forma parte de esa sequela Christi que es la esencia de nuestra
fe. Los métodos de meditación son caminos para llegar al encuentro con Jesús.
Pero si tú te detienes en el camino, y solo ves el camino, nunca encontrarás a
Jesús, harás un ‘dios’ del camino, y es Dios que
te está esperando allí, es Jesús que te espera, y el camino es para llevarte a
Jesús.
El Catecismo precisa: «La meditación hace
intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta
movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar
la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La
oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de
Cristo”» (n. 2708).
Esta es por tanto la gracia de la oración cristiana: Cristo no está lejos, sino que está siempre en
relación con nosotros. No hay aspecto de su persona divino-humana que
no pueda convertirse para nosotros en lugar de salvación y de felicidad. Cada
momento de la vida terrena de Jesús, a través de la gracia de la oración, se
puede convertir para nosotros en contemporáneo. Gracias al Espíritu Santo, el
guía, y ustedes saben que no se puede rezar sin la guía del Espíritu Santo, es
Él quien nos guía.
Gracias al Espíritu Santo también nosotros estamos presentes en el río
Jordán, cuando Jesús se sumerge en él para recibir el bautismo. También
nosotros somos comensales de las bodas de Caná, cuando Jesús dona el vino
más bueno para la felicidad de los esposos. Es decir, el Espíritu Santo es
quien nos conecta con estos misterios de Cristo para que en la contemplación de
Jesús hagamos la experiencia de la oración para unirse más a Él.
También nosotros asistimos asombrados a los millones de sanaciones
realizadas por el Maestro. Tomamos el Evangelio, meditamos esos misterios del
Evangelio y el Espíritu Santo nos guía a estar presentes allí. Y en la
oración, cuando rezamos, todos somos como el leproso purificado, el ciego
Bartimeo que recupera la vista, Lázaro que sale del sepulcro... También
nosotros somos sanados. En la oración como era sanado aquel ciego Bartimeo, el
leproso, también nosotros somos resucitados, como ha sido resucitado Lázaro,
porque la oración de meditación guiada por el Espíritu Santo nos lleva a
revivir estos misterios de la vida de Cristo y a encontrarnos con Cristo y a
decir como el ciego: Señor ten piedad de mí, ten piedad de mí. ¿Qué quieres? Ver. Entrar en ese diálogo y la
meditación cristiana, guiada por el Espíritu nos lleva a este diálogo con
Jesús.
No hay página del Evangelio en la que no haya lugar para nosotros.
Meditar, para nosotros cristianos, es una forma de encontrar a Jesús. Y así,
solo así, reencontrarnos con nosotros mismos. Y esto no es un replegarse en
nosotros mismos, no, es ir hacia Jesús y en Jesús reencontrarnos a nosotros
mismos, sanados, resucitados, fuertes, por la gracia de Jesús. Es encontrar a
Jesús salvador, de todos, también de mí, y esto gracias a la guía del Espíritu
Santo. Gracias.
Redacción ACI Prensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario