Es para preocuparse, y se le queda a uno cara de póker, imperturbable, estupefacto, cuando sacristán o sacristana, seglar o consagrado, te comenta entusiasmado antes de la Vigilia pascual: “¡Y este año el cirio pascual es nuevo!” No dices nada, sonríes educadamente y tragas saliva pensando: “¿este año? ¿Los demás años no es nuevo? ¡Ay, Dios mío, dónde me han metido para celebrar!”
La santa Pascua del Señor es
la novedad de vida nueva y resucitada: Cristo,
resucitando, todo lo renueva, hace nuevas todas las cosas y da vida nueva a
quienes se unen a Él por el bautismo.
Todo es nuevo. La creación
entera renace: es la primavera y la primera luna llena; la Pascua del Señor
repercute en el orbe entero, en la naturaleza y en el cosmos. Pasa el frío, la
tierra reseca, el invierno y su letargo, y renace la vida, los árboles, las
hojas y las flores, la luz vence la tiniebla y los rayos del sol derriten las
nieves y expulsa el frío.
Así como la Pascua es nueva, y
Cristo todo lo renueva (cf. Ap 21,5) con su poder salvador, así en la liturgia
pascual todo expresa esta novedad de Vida y Resurrección.
El fuego que
se bendice es nuevo para encender de nuevo las lámparas y cirios; el agua
para el bautismo es nueva en esta Pascua y se bendice con solemnidad;
nuevo, recién consagrado en la Missa chrismatis,
es el santo Crisma para la
Unción; nueva será la Eucaristía, que no se celebraba desde el Jueves Santo ni
se comulga con los Presantificados como el Viernes Santo.
Y nuevo, evidentemente, es el cirio pascual, el símbolo
de Cristo resucitado, que se enciende con el fuego nuevo de la Pascua para
destruir la oscuridad del pecado y de la muerte, de las tinieblas del corazón y
del espíritu. Nuevo es el cirio por respeto al Señor resucitado; nuevo cada año
es el cirio en homenaje y ofrenda a Cristo resucitado; nuevo para que se vaya
consumiendo con su llama viva.
Claras son las rúbricas:
“Prepárese el
cirio pascual que, para la veracidad del signo, ha de ser de cera, nuevo cada
año, único, relativamente grande, nunca ficticio, para que pueda evocar
realmente que Cristo es la luz del mundo” (Cong. Culto divino, Cta. Preparación y celebración fiestas pascuales,
n. 82).
Normativa clara: nuevo cirio cada año, sin
reutilizar el del año anterior, o siendo ficticio, de plástico con un tubo de
parafina líquida en su interior.
Teniendo un tamaño apropiado, “relativamente grande”, difícilmente se podrá
aprovechar de un año al siguiente cuando hay que encenderlo en todas las Misas
de Pascua, Laudes y Vísperas, así como durante todo el año en los bautizos que
se celebren y en los ritos exequiales junto al cadáver.
El hermoso, magnífico texto,
del Pregón pascual
incide en la materia noble de este cirio, fabricado con “cera de abejas”, para que arda consumiéndose:
En esta noche de gracia,
acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la santa
Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este
cirio, hecho con cera de abejas.
Además, el cirio pascual
nuevo, de tan noble materia, es calificado de “solemne ofrenda”, y por tanto, debe ser una ofrenda digna (no
falsa, no artificial, no desgastada) pues es para el Señor en este sacrificio vespertino de alabanza.
El cirio pascual
debe arder iluminando con la cera pura de estas abejas: Sabemos ya lo
que anuncia esta columna de fuego, ardiendo
en llama viva para la gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se
alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.
Es un cirio precioso que arde
y se va consumiendo en honor del Señor, destruyendo la oscuridad. Se consume
como ofrenda y por eso al año
siguiente, en
la nueva Pascua, un nuevo cirio se ofrecerá al Señor y se encenderá como
ofrenda. Es el valor de
una ofrenda anual junto al de homenaje: ¡por ello
se ofrece un cirio nuevo al Señor!
Arde, su llama resplandece y
por eso está encendido –no apagado- durante las distintas celebraciones de los
cincuenta días de Pascua:
Te rogamos, Señor,
que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la
oscuridad de esta noche. Y, como ofrenda agradable [in odorem suavitatis acceptus]
se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentro ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso, y es Cristo, tu Hijo resucitado.
Cada año se estrena un cirio
pascual que se ofrece al Señor y se consume iluminando. Esa fue la costumbre de
la liturgia durante siglos para la Pascua del Señor. Era una ofrenda
anual y, al principio incluso, en algunas regiones, terminada la
Vigilia se partía el cirio y se distribuían sus trozos a los fieles como un
sacramental de Pascua: “Al fin de la vigilia
pascual se solía romper el cirio en algunos lugares y se distribuían sus
fragmentos entre los fieles como sacramentales. En el siglo X se hacía esto el
domingo de Quasimodo. En algunas iglesias, como Poitiers, para no romper los
cirios preciosos, se consagraban después de la función otros cirios pequeños
con la fórmula del Gelasiano, y éstos eran los que se rompían y distribuían
entre los fieles. Esta costumbre desapareció cuando se introdujo la costumbre
de dejar el cirio al lado del ambón del evangelio hasta el día de la Ascensión.
En Roma se suplió esto con los agnusdéis (especie de medallones hechos
con la cera que había quedado del cirio pascual” [1].
Un dato más de la tradición
eclesial que avala que cada año se bendecía un cirio nuevo, sin reutilizar el
del año anterior, fue la tradición bella de elaborar los Agnus Dei, realizados
en la Octava de Pascua, con el cirio pascual del año anterior. Dom Schuster lo
explica: “El Sábado santo muy temprano, en Letrán,
el archidiácono hacía fundir la cera; derramaba en ella el crisma, la bendecía
y la derramaba en pequeños moldes ovalados en los que estaba impresa la imagen
del místico Cordero de Dios. Estos Agnus Dei se distribuían después a
los fieles en la misa del sábado in Albis, como eulogias y recuerdos de
la solemnidad pascual.
Fuera de Roma,
allí donde estaba en vigor el antiguo rito del Lucernario de la tarde y de la
bendición del cirio pascual, la cera de la que se fabricaban los Agnus Dei
era precisamente la que quedaba del gran cirio destinado a iluminar el ambón en
la noche de Pascua. Sin embargo Roma consintió más tarde solamente en adoptar
este rito del Lucernario pascual y para adaptarse al uso difundido desde el siglo
V, de distribuir al pueblo los Agnus Dei de cera, encargó su confección
al archidiácono” [2].
Era una costumbre hermosa la
de los Agnus Dei que ha llegado, modificada, hasta nuestros días: consistía en “repartir entre el pueblo los restos del cirio pascual, a
modo de elogia o de objeto bendito. En Roma, en el siglo VII, como hemos dicho,
el archidiácono, la mañana del sábado santo, hacía una mezcla de cera fundida y
de aceite bendito, y por medio de un molde, cortaba pequeños discos llevando
grabada la imagen del Agnus Dei. Estos objetos se distribuían a los
fieles durante la octava de Pascua, para que los quemasen en sus casas en caso
de enfermedad o de tormenta. Éste es el origen de lo que se llaman los Agnus
Dei que bendice ahora, en épocas determinadas, el Soberano Pontífice” [3].
Una propuesta, pedagógica y
pastoral, sería la de fabricar esos Agnus Dei o algún sacramental fundiendo la
cera del cirio pascual del año anterior: “No
estaría mal que después de la Ascensión se fundiese el cirio y se fabricasen
algunas medallas de esa cera y se distribuyesen a los fieles o a las familias
de la feligresía el día mismo de Pentecostés. Sería bueno que los fieles
contribuyesen en ese caso a costear el cirio pascual de la parroquia” [4].
Escribía esto Garrido Boñano
cuando regían las rúbricas del Misal romano de 1962, en que el cirio pascual se
retiraba en la Ascensión. Actualmente se traslada al baptisterio después de
Pentecostés. Por lo cual la propuesta tal cual la expone no es factible. Pero
sí la idea: el cirio
del año anterior se podría emplear en fabricar algunas medallas de cera, ya sea
para regalárselas a los fieles durante la Pascua, ya sea para entregarlas como
recuerdo a los que se bautizan, se confirman o reciben la Primera Comunión
durante esta cincuentena pascual. Así el cirio pascual del año precedente
se emplea en realizar unos sacramentales bellos.
Cada año un cirio nuevo para
una nueva Pascua: es sentido litúrgico, es amor al Señor, es
solemne ofrenda a Cristo resucitado, es tomar en serio los signos de la
liturgia.
Javier Sánchez Martínez
[1] GARRIDO BOÑANO, M., Curso de liturgia romana,
Madrid 1961, p. 485.
[2] SCHUSTER, I., Liber sacramentorum, t. III,
Bruxelles 1929, p. 271.
[3] SCHUSTER, Id., p. 66.
[4] GARRIDO BOÑANO, Curso de liturgia romana,
p. 485.
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