Viernes cuarta semana de Cuaresma. Aceptar plenamente el camino, el designio de Dios sobre nuestra vida.
Por: P. Cipriano Sánchez | Fuente: Catholic.net
Jn 7, 1-2; 10, 25-30
"Jesucristo -nos dice el Evangelio-, no es
capturado porque todavía no había llegado su hora”. Es éste uno de los
temas que más recurren en San Juan: la hora de
Cristo como el momento de la redención, como el momento en el cual Él va a
librarnos a todos de nuestros pecados. La hora de Cristo es una hora que no es
suya, no está impuesta por Él, sino que es la hora que el Padre le ha impuesto,
y mientras no llegue ese momento, Jesucristo va a vivir, por así decir, libre
de sus enemigos; pero en el momento que esa hora llegue, Jesucristo va a ser
entregado a sus enemigos.
Esto nos podría parecer una especie de determinismo o de falta de libertad,
cuando realmente es un sumergirse en la orientación de nuestra libertad a la
adhesión total a Dios. En el caso de Cristo, el hecho de tener que obedecer a
Dios va a significar, en ese momento concreto, escaparse de sus enemigos: "Todavía no había llegado su hora". Sin
embargo, sabremos que después, cuando llegue su hora, Jesucristo será
entregado. Es lo que Jesús dice a los soldados que van a aprenderlo en el
Huerto de los Olivos: "Ésta es vuestra hora y
la del Príncipe de las Tinieblas".
Es una disposición interior que nosotros tenemos que llegar a tomar: la disposición interior de llegar a aceptar la hora de
Dios sobre nuestra vida. Es decir, aceptar plenamente el camino, el designio
de Dios sobre nuestra vida, lo cual requiere nuestra capacidad de purificar
nuestra voluntad, nuestra capacidad de decir a nuestra voluntad que no es ella
la que tiene que mandar, sino que es Dios nuestro Señor quien lo tiene que
hacer.
Podríamos decir que es la vida la que nos va guiando, porque aunque nosotros
podemos planear unas cosas u otras, a la hora de la hora, es la vida la que nos
va diciendo por dónde tenemos que ir. Nosotros podríamos tener planes, pero
cuántas veces esos planes se rompen, se quebrantan precisamente cuando nosotros
pensaríamos que más falta nos hace que no se quebrantasen. Este aspecto de
nuestra vida requiere que nosotros aprendamos a encontrar y aceptar, en nuestra
voluntad, lo que Dios nos pide, y no como quien se resigna, sino como quien
libremente se ofrece a Dios. La libertad y la voluntad son elementos que tienen
que conectarnos con Dios.
El libro de la Sabiduría habla de "lo que los
malvados dicen entre sí y discurren equivocadamente". Nos dice
todos los planes que tienen contra el hombre justo, cómo están dispuestos a
atacarlo, cómo están dispuestos a romperlo, cómo están dispuestos a matarlo: "Condenémoslo a muerte ignominiosa, porque dice que
hay quien mire por él". Y termina diciendo: "Así discurren los malvados, pero se engañan; su malicia los
ciega. No conocen los ocultos designios de Dios, no esperan el premio de la
virtud, ni creen en la recompensa de una vida intachable".
No nos dice nada de que al justo se le vaya a librar de todos esos planes de
los malvados, simplemente nos dice que estos hombres no conocen lo que Dios
espera oír de ellos.
Nos podríamos preguntar: ¿Y el justo que tiene que
enfrentarse con esa injusticia de parte de los malvados? ¿Y el justo que tiene
que sufrir todo lo que ellos dicen? Este aspecto llama a nuestra
voluntad a hacerse una pregunta: ¿Realmente mi
voluntad está puesta en Dios, independientemente del «entrecruzarse» de las
libertades humanas, de los ambientes, de las situaciones que nos acaecen?
¿Nuestra libertad, cada vez que se da cuenta de que Dios llega a la vida, ha
aprendido a abrirse de tal manera al Señor que, en todo momento, acepte y se
abrace libremente a ese misterio que es la presencia de Dios en nuestras vidas?
Quizá ése es el punto más difícil de llegar a entender. Podemos entender el
abrazarnos a determinadas situaciones positivas, incluso algunas negativas,
pero es difícil cuando el alma siente la impotencia, cuando sentimos que el
alma se nos rompe o que nuestra voluntad no termina de obedecernos, no termina de
ubicarnos y orientarnos hacia donde tendríamos nosotros que ir.
Es precisamente este designio el que tendríamos que controlar, y para lograrlo
es necesario ver en qué lugar nuestra voluntad no está plenamente orientada
hacia Dios.
Sabemos que no es fácil orientar en todo momento la voluntad hacia Dios, porque
basta que algo no salga como nosotros querríamos y de nuevo volvemos a ser
retados, y de nuevo nuestra voluntad vuelve a ser puesta en cuestionamiento
para ver qué vamos a hacer con ella.
El camino de purificación de nuestra voluntad y de nuestra libertad es la
constante sumisión libre a Dios; el constante abrazarnos al modo concreto en el
cual Dios se nos va presentando en nuestra vida. "Salva el Señor la vida de
sus siervos; no morirán quienes en él esperan".
En el fondo, la purificación de nuestra voluntad tiene este objetivo: esperar
en Dios, aunque pueda parecer que alrededor están las cosas muy difíciles;
aunque pueda parecer que todo alrededor es obscuridad, es dificultad. "Muchas tribulaciones para el justo, pero de todas
ellas Dios lo libra".
Hay veces que nuestra inteligencia no ve más arriba, no sabe por dónde
llevarnos y puede arrastrar a nuestra voluntad y alejarla de Dios. Nuestra
voluntad, aun en medio de las dificultades, de las tribulaciones y de las
pruebas, tiene que ser capaz de entender que solamente quien se abraza a Dios
puede llegar a estar cerca de Él. "El Señor no
está lejos de sus fieles". La fidelidad es obra de nuestra voluntad
purificada, puesta totalmente en manos de Dios nuestro Señor.
Que en este camino de Cuaresma aprendamos a descubrir esta purificación de
nuestra voluntad. Cada uno en su ambiente, en su lugar, con sus circunstancias.
Una purificación de la voluntad que supone el constante exigirse y llamarse a
sí mismo al orden, para ver si en todo momento estamos viviendo según la hora
de Dios o estamos viviendo según nuestra hora; según la voluntad de Dios o
según nuestra voluntad.
Dejemos que el Señor santifique nuestra voluntad, de tal manera que podamos
adherirnos a Él, que podamos ponernos totalmente en Él en este camino de
conversión que es la Cuaresma, que reclama no solamente una serie de obras de
penitencia interior, sino que reclama, sobre todo, la reestructuración y la
reeducación de nuestra vida hacia Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario