Cristo ha amado a la Iglesia, y se ha entregado por ella, a fin de que aparezca delante de Él toda gloriosa.
Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente:
Catholic.net
En el Evangelio nos vamos a encontrar con una
expresión de Jesús que no sabemos si llamarla misteriosa o idílica o
encantadora. El mismo Jesús se va a dar el calificativo de ESPOSO. ¿Jesús, Esposo? ¿De quién? ¿Quién es la
afortunada elegida?... Vayamos primero a la narración del hecho.
Jesús viene como un verdadero revolucionario, no de armas en la mano, sino de
amor en el corazón. Y como el amor hace libres, Jesús se muestra desde el
principio como un liberador de tanta esclavitud a que los escribas y fariseos
habían sometido al pueblo, con prácticas que a lo mejor eran buenas, pero que
no eran necesarias y resultaban a veces cargas insoportables.
Una de éstas costumbres era el ayuno como penitencia. Pues, bien. Se le
presentan algunos a Jesús, y le preguntan extrañados:
- ¿Cómo es que los discípulos de Juan Bautista
ayunan, igual que los discípulos de los fariseos, mientras que a los tuyos no
los vemos ayunar nunca?
A Jesús le cae en gracia la pregunta, y responde con sonrisa y con buen humor:
- ¿Ayunar mis discípulos? ¿Y cómo queréis que
ayunen si estoy yo con ellos? ¿Habéis visto alguna vez a los amigos del esposo
ayunar mientras el esposo está con ellos en la fiesta de bodas? Llegará
el momento en que les será quitado de delante el esposo, y entonces ayunarán.
Ahora es Jesús el que da un rodeo a la conversación y lleva el pensamiento por
otros derroteros:
- Ha llegado la cosecha del vino nuevo, del vino de
la alegría mesiánica, la que os trae el Cristo. Entonces, a vino nuevo, envases
también nuevos...
El pensamiento de Jesús es claro: la venida del Mesías, del Cristo, es para el
mundo una fiesta de bodas. ¿Cabe entonces la
tristeza en medio de la fiesta? El amor y la alegría nos hacen libres. ¿Se puede, por lo mismo, pensar en esclavitud a la ley
antigua o a prácticas pasadas de moda con la venida de Jesucristo?
Pero Jesús se da cuenta de que su presencia física entre los discípulos no va a
ser posible siempre, y entonces los discípulos sabrán también ayunar, es decir,
sabrán dolerse de la ausencia del Esposo amigo cuando no esté con ellos...
Nos metemos aquí en el misterio de la alianza de Dios con su Pueblo. Primero
con Israel, después con la Iglesia.
Si abrimos la Biblia en el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios establece con
Israel una alianza de amor, un verdadero desposorio. Dios ama entrañablemente a
su pueblo, le es fiel, lo mima. Pero Israel, como esposa alocada, se enamora
continuamente de los dioses de otros pueblos, los adora, les ofrece
sacrificios, y así se prostituye delante de ellos y comete el adulterio contra
su esposo, que es Dios.
Dios, sin embargo, sigue en su empeño. Enamorado perdido, no deja de seguir a
su pueblo, la esposa infiel, hasta que la rinde. Lo ha expresado en la Biblia,
como nadie, el profesa Oseas:
- La atraeré hacia mí, la llevaré a un lugar
solitario, le hablaré al corazón... Sí, te haré mi esposa querida, y tú
conocerás al Señor.
Dios es así con Israel. Pero con el nuevo Israel de Dios, con la Iglesia, estas
palabras tendrán un sentido místico pleno.
El apóstol san Pablo les dirá a los de Corinto:
- Os tengo desposados con Cristo como una preciosa
muchacha virgen.
Y explanará su pensamiento en la carta a los de Éfeso:
- Cristo ha amado a la Iglesia, y se ha entregado
por ella, a fin de que aparezca delante de Él toda gloriosa, sin mancha ni
arruga, sino santa e inmaculada.
El Apocalipsis, por su parte, nos muestra a la Iglesia viniendo al
encuentro de Cristo como esposa radiante de hermosura...
¿Cómo entendió la Iglesia este Evangelio de Jesús,
cuando dice que un día les será arrebatado el Esposo a los amigos?...
Desde un principio se aplicó al día de la muerte del Señor. Aquel día sí que
podían los discípulos de Jesús ayunar, es decir, llorar y hacer penitencia.
Y de ahí arrancó la práctica de la penitencia cuaresmal y la costumbre de
ayunar y hacer otros sacrificios especiales el viernes de cada semana.
La Iglesia ha sabido unir admirablemente los dos términos de la cuestión. Por
una parte, siempre vive alegre, siempre rebosa felicidad, porque sabe que su
vida es una continua fiesta de bodas con Jesucristo su Esposo. Se siente libre,
pues nunca la esposa puede temer al esposo que la adora...
Pero, por otra parte, sabe también la Iglesia que debe unirse a su Esposo
Jesucristo cuando salva al mundo precisamente con la pasión y la cruz. Y la
Iglesia no rehusa la penitencia. La practica con toda libertad, pero no la
omite nunca.
Cuando la Iglesia nos manda la penitencia cuaresmal, y nos aconseja la semanal
de cada viernes --que si ayuno, que si abstinencia, que si la renuncia a muchos
caprichos, que si la limosna penitencial-- no hace sino enlazar con la más pura
tradición del primer tiempo de cristianismo.
¡Señor Jesucristo, Esposo de la Iglesia, que nos
llenas del gozo más puro! Eres Esposo, pero Esposo de sangre, que
reclamas nuestra unión contigo cuando salvas al mundo con el sacrificio de la
Cruz. Haznos generosos para vivir tus dolores, igual que nos haces avaros para
disfrutar de tus alegrías....
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