Del mismo modo que no me pareció bien que Meghan y Harry sacaran en público todos los trapos sucios —verdaderos o no, que esa es otra cuestión—, tampoco me parece bien que la Iglesia se transforme en una “organización” con grupos de presión.
Ahora
bien, los cardenales tienen verdadera obligación
de decir al santo padre las cosas que no les parecen bien. Incluso de
hablar entre ellos, para transmitirle al papa las cosas de forma conjunta,
aunque solo sea un pequeño grupo.
Estas “operaciones” se pueden hacer de un modo honesto o de un modo no
limpio. Se pueden hacer con segundas intenciones o con la más pura
conciencia y simplicidad de ánimo; de un modo constructivo o destructivo.
Los
Santos Evangelios y dos mil años de historia nos muestran que en los papas
caben todos los pecados y todos los errores de juicio personal.
Dejando a
salvo el juicio definitivo amparado por el dogma. Y, dejando a salvo también,
el magisterio ordinario papal, en tanto en cuanto, se tenga la voluntad de
ofrecerlo como tal y no como mera opinión personal.
El servilismo
no es ninguna virtud. Pensar que el que manda siempre tiene razón es propio solo de botarates. La necesidad del
diálogo, de la constructiva confrontación de opiniones, de la reflexión
subsiguiente es necesaria. Y, aun así, tras todo esto, también cabe la posibilidad del error.
Para nada
llamo a la desobediencia, para nada llamo a la murmuración. Pero recordar esto
es conveniente, de vez en cuando. Lo dicho vale para una parroquia, para una
diócesis y para más arriba.
En
ocasiones, he escuchado críticas al papa que me han entristecido, porque eran
palabras que solo crearían desunión. En ocasiones, he escuchado elogios al papa
que me han producido vergüenza ajena.
Nunca he
mitificado al papa. Mi fe respecto a él es la de la Iglesia Católica. El cariño
que me esfuerzo por tenerle es el de un hijo respecto a un padre espiritual.
Ante las
palabras que he escrito, un párroco podría decir: “Las
suscribo enteramente, desde la primera palabra a la última”. Pero,
después, en su parroquia, con las obras, hacer justo lo contrario. Aquí no se
trata de suscribir más y más cosas, se trata de poner por obra. Sobre el papel,
todos nos suscribimos a todo lo noble y más allá. "To Infinity... and
Beyond!" (Buzz Lightyear). Pero, en el mundo de las
obras, hacemos lo que no es tan noble.
Eso sí,
hablo de los demás. Porque yo, bien sabido es, soy ser seráfico apenas rozado
por la iniquidad de este mundo.
P. FORTEA
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