Es necesario hablar de conducta, de comportamiento suicida, más que de suicidio cometido o de un intento de suicidio.
Por: María Luisa Di Pietro | Fuente: .
La manifestación más clara de que un joven
quiere suicidarse es el acto mismo o el intentarlo, otra cosa no es sino la
clásica punta del iceberg. En la parte sumergida de este iceberg se encuentran
los pensamientos, las amenazas y los equivalentes del suicidio. Es éste el
motivo por el cual es necesario hablar de conducta, de comportamiento suicida,
más que de suicidio cometido o de un intento de suicidio.
LA PERSONALIDAD DEL ADOLESCENTE. Una de las
características del adolescente es una cierta vulnerabilidad psicológica.
Algunas causas de dicha vulnerabilidad se pueden atribuir a los procesos evolutivos:
la necesidad de adquirir una identidad sexual, que presupone un reajuste
completo de la relación con el propio cuerpo, con los padres y con los
coetáneos; adquirir la capacidad de gestionar la propia intimidad y pasar
tiempo con uno mismo.
Todo esto significa que también un adolescente "normal"
experimenta esta fase de paso con una cierta dosis de sufrimiento,
ansiedad y depresión, representando así un locus
minoris resistentiae a la hora de afrontar eventos que, de por sí,
resultan en realidad banales o, por lo menos, poco serios. Y mientras una
fuerte personalidad es capaz de enfrentarse con dificultades y fracasos, un
adolescente puede comportarse de manera anormal, y buscar una huida (escaparse
de casa, cometer delitos leves o más graves, etc.), por medio de los cuales
evita herirse a sí mismo, pero que usa para tratar de comunicar su profundo
malestar a los adultos.
Pero en ciertos casos el malestar se transforma en sentimientos "negativos", como por ejemplo en un
escaso aprecio de sí mismo y/o un no sentirse a la altura de su nuevo papel.
Entonces el adolescente se siente aislado, en un mundo que percibe como algo
inhóspito, extraño y hasta amenazador.
El impacto del género sexual. Según un estudio llevado a cabo entre estudiantes
de una escuela superior, entre las chicas se revelan más ideas suicidas que
entre los chicos; y, por lo general, cometen más acciones suicidas -mortales o
no- que los hombres. Hay que notar que un número más elevado de suicidios que
acaban con la muerte se encuentra más típicamente entre los hombres que entre
las mujeres, y los chicos tienen mayor probabilidad de morir por suicidio.
En los intentos de suicidio, las mujeres usan más frecuentemente drogas
(benzodiacepina); las armas de fuego son un medio usado más a menudo en los
suicidios cometidos por hombres.
Los temas dominantes en la literatura sobre la conducta suicida de los hombres
proponen la idea según la cual el hombre recurre al suicidio como respuesta a
presiones externas impersonales y que el suicidio masculino puede ser racional.
La acción suicida de un hombre puede leerse, además, como una señal de fuerza.
Los hombres que recurren al suicidio viven, a menudo, socialmente aislados.
La relación con el propio cuerpo. El adolescente suicida hiere a su propio
cuerpo, quizá en el intento de huir de su inaguantable ansiedad y tensión.
Es bien sabido que el adolescente "normal"
mantiene con su cuerpo una relación problemática. Tiene tantos problemas
con su cuerpo que tiende a experimentarlo como algo extraño, desconocido,
incontrolable y como si no le perteneciera. Es una fuente de curiosidad, de
orgullo y de vergüenza. Así el cuerpo se convierte en el "enemigo" que hay que eliminar
ocultándolo en trajes deformados, se convierte en la fuente de vergüenza que hay
que modificar para que corresponda al modelo del momento.
Pero el odio que el adolescente suicida siente hacia su cuerpo supera con mucho
esas ansiedades normales. En una especie de delirio, al adolescente le parece
como si su cuerpo, al que odia, estuviera separado de él, de tal manera que
puede ser eliminado con una aplastante lucidez.
La relación con la familia. Puede decirse, de manera esquemática, que las
situaciones familiares que pueden llegar a representar factores de riesgo para
la conducta suicida son: conflictos no resueltos (ausencia educativa del padre
para el chico o de la madre para la chica, padres separados o divorciados) que
se agravan en la adolescencia porque se despiertan temporalmente el complejo de
Edipo y una sensibilidad psicológica típica de esta fase del crecimiento. Por
último, psicopatologías o conductas suicidas en otros miembros de la familia.
Como es obvio, esto no quiere decir que todos los hijos de padres separados,
divorciados o ausentes en el ámbito educativo eligen el suicidio, pero este
tipo de hechos pueden afectar profundamente la mente de un adolescente
vulnerable que, a través de una actitud que lesiona a su propia persona, trata
de "denunciar" una situación
familiar dolorosa y destructiva, y de pedir indirectamente ayuda fuera de su
familia.
El factor socio-ambiental. También este factor parece tener una cierta
relevancia en la génesis de una conducta suicida. De hecho, cabe preguntarse si
habría tantos suicidios entre los adolescentes si las relaciones sociales fueran
más fáciles, menos impersonales o menos indirectas. Hoy los adolescentes tienen
dificultad para entrar a formar parte de la sociedad: quizá
habría menos intentos de suicidio, si los adolescentes se sintiesen más
activos, útiles y responsables. Asimismo, es muy importante subrayar que
hay una mayor incidencia de suicidios e intentos de suicidio entre los jóvenes
inmigrantes, entre los que dejan la casa para estudiar, para empezar un oficio
o hacer el servicio militar, y entre los jóvenes que han perdido su puesto de
trabajo, que han tenido una escasa educación o que viven en un ambiente social "anónimo". Las fantasías suicidas del
adolescente. Según algunos autores el adolescente suicida posee una visión
irreal de la vida y de la muerte y es posible que sea propenso a los siguientes
géneros de "fantasías".
Muerte gratificadora. En la delirante visión del adolescente suicida, a la
muerte se la considera como el anuncio de la gratificación que el mundo real
rehúsa darle. Por ello, el aspirante suicida trata de conseguir una paz
profunda, trata de liberarse de las angustias, busca un equilibrio narcisista.
Por consiguiente la acción violenta contra sí mismo se convierte en el único
medio para liberarse de una íntima presencia que lo tortura, que posee las características
de un "enemigo" que debe ser
eliminado. El adolescente suicida piensa que podrá conseguir la paz y no tener
ya preocupaciones y responsabilidades. Considera que su temor hacia el futuro,
sus sufrimientos y sus conflictos, decepciones y dependencias van a desaparecer
y, a veces, piensa que se podrá unir a la persona que ama o que idealiza.
Suicidio como rechazo de vivir una cierta vida. El doctor Taleghani considera
que la ecuación "suicidio=ganas de
morirse" es un error ya que, por medio de su gesto, el adolescente
suicida no quiere realmente morir, sino que busca expresar su rechazo de vivir
una determinada vida y el deseo de querer vivir una vida diversa.
Suicidio como búsqueda de amor. Aunque parezca que la conducta suicida apunta a
cortar todos los lazos con el ambiente de fuera, el suicidio es muy
significativo en lo que a las relaciones se refiere, porque el deseo y la
voluntad de no vivir están sostenidos por el deseo de ser alguien, de sentirse
amado y buscado, de contar para alguien. Por esto el deseo de morir se
convierte en búsqueda de un diálogo, de libertad y esperanza. De ser la acción
solitaria por excelencia, el suicidio se convierte en un clamor, en un intento
ilusorio de unirse a alguien a quien se ama o al que se ha perdido, una manera
para estar presente en la mente de alguien. A través de estos gestos, el joven
trata de atraer la atención de uno de los padres o de ambos, con quien está
teniendo una relación conflictiva o de despego emocional. Por consiguiente,
todo acto suicida habría que comprenderlo y considerarlo como un extremo y
desesperado gesto, hecho para mantener o volver a equilibrar una relación con
otras personas, relación que a menudo se descuida o se desprecia.
El delirio de omnipotencia. El suicidio o el intento de suicidio puede
representar también la manera en la que alguien trata de ejercer su fantasía de
omnipotencia. La muerte que se busca procuraría la ilusión de transformar en
acción activa aquello que, aunque fuera en un futuro lejano, uno hubiera tenido
que aguantar pasivamente.
El síndrome de la "Bella Durmiente". Otra
compleja fantasía del adolescente suicida estriba en que él piense que, de
todos modos, lo van a salvar de la muerte. Dicho de otro modo, el deseo de
matarse está íntimamente unido con el deseo de no morir. Lo demuestra el que el
joven suicida a menudo deja mensajes en los que advierte indirectamente sobre
su intención. Después de haber sido socorridos y salvados muchos adolescentes
están muy contentos.
La prevención de la conducta suicida: una perspectiva educativa. Es posible
prevenir la conducta suicida y, como en otros casos, esto puede hacerse a tres
niveles:
PRIMERO: a través de
medidas dirigidas a toda la población en riesgo, con el fin de obstaculizar la
difusión de un malestar, o en nuestro caso, de un determinado comportamiento.
SEGUNDO: tratando de evitar las recaídas: en el
caso de intento de suicidio, se tratará de prevenir la eventualidad de que el
adolescente vuelva a recurrir a este gesto desesperado.
TERCERO: por medio de oportunas y eficaces
intervenciones que apuntan a limitar el daño que es una consecuencia de una
molestia o de una actitud. En el intento de suicidio esto consiste en reducir
las sucesivas consecuencias de esa acción, entre las cuales se encuentra el comienzo
de una patología psíquica.
En el campo del primer nivel de prevención, muchos
autores han sugerido numerosas modalidades de intervención:
Tomarse en serio las intenciones suicidas del adolescente, sin
menospreciar su sufrimiento y su desesperación. Esto no significa
necesariamente dramatizar la situación, porque de ese modo se corre el riesgo
de crear un clima de pánico crónico y de alarma continuada, dando quizá al
joven la posibilidad de experimentar sus intenciones como una forma de chantaje.
No obstante, si el adolescente encuentra a alguien que lo escucha y lo respeta, que se ocupa de sus problemas, él logra sentirse seguro para poder hablar seriamente de sí, y puede evitar el suicidio, aceptando con gusto una ayuda para buscar soluciones diversas y que no lo destruyen.
Considerar e identificar el momento en el que el adolescente empieza a aislarse
de los demás chicos y de su ambiente, el momento en el que el adolescente
abandona paulatinamente sus intereses, sus proyectos y sus esperanzas, en el
que empieza a tener una imagen insatisfactoria de su persona, a sentirse
frustrado, fracasado o derrotado sin poder reaccionar activamente. Esto vale,
sobre todo, para los jóvenes quienes corren riesgos mayores, por su
personalidad, por la manera en la que reaccionan frente a situaciones difíciles
y por la cualidad del ambiente familiar en el que viven. Según el doctor
Coleman, pueden considerarse señales de alarma las situaciones descritas a
continuación: depresión continua, desorden en el sueño o en la alimentación,
reducción de los resultados escolares, gradual alejamiento de los amigos y, por
consiguiente, aislamiento, interrupción del diálogo con los padres y con las
personas importantes de la vida del adolescente.
La identificación de situaciones que conllevan riesgo es tarea de los padres y
del personal docente, y por consiguiente habría que explicarles cómo detectar
las señales de malestar psicológico en el adolescente.
Educar para la vida. Este tipo de intervención debería implicar no solamente al
adolescente, sino también a toda la población, con el fin de remover todas las
situaciones que representan un factor que fomenta el riesgo de la conducta
suicida. Se trata, realmente, de enseñar a todo ser humano el "sentido de la vida". En un contexto
cultural en el que prevalece aún la negación de la vida, es necesario reafirmar
con fuerza el valor fundamental de la vida. "Siempre
reconociendo los límites inherentes a la naturaleza humana, hay que hacerlo
animando a que uno elabore y asuma una visión existencial, que sepa dar realce
a los aspectos positivos del pasado, a las cosas nuevas e interesantes que el
futuro encierra para cada uno de nosotros, y la libertad y la responsabilidad
que el hombre tiene en la vivencia del momento presente que merece ser vivido
gustando profundamente de la vida y evitando desperdiciar aunque sea un
momento". (E. Fizzotti, L´onda lunga del suicidio tra vuoto
esistenziale e ricerca di senso, Anime e corpi, 161, 1992, pp.273-294). Por
ello el primer nivel de prevención se convierte en el momento apto para ayudar
a los adolescentes a que se desarrollen sus sentimientos morales, a que se
ocupen de su propia libertad, y si lo hacen de manera responsable esto puede
convertirse en la capacidad de planificar y afrontar la realidad. Por
consiguiente, no basta decir no al suicidio, un acto moralmente ilícito, sino
que es necesario ayudar a muchos chicos y chicas a que vuelvan a la vida,
mediante la búsqueda de valores que puedan contrastar con el difundido "tedio a vivir".
La familia, la escuela y los grupos educativos deberían implicarse en este
proyecto de prevención. También los padres y los docentes tienen que indicar a
los adolescentes los valores que hay que conservar y los ideales que hay que
seguir. Pero si la familia es débil y la escuela está ausente desde el punto de
vista educativo, si no hay valores e ideales que proponer, el adolescente no "madura" y se convierte fácilmente en
víctima indefensa de los ataques que le llegan desde fuera. Solamente si se
divulga el correcto significado de la vida y de lo que consiste, es posible
aceptar el sufrimiento, la humillación y el fracaso. En un mundo de falsos
vencedores, como nos lo presentan los medios de comunicación, es necesario
acostumbrarse a perder, a aceptar y a superar la derrota, y a aprender a vivir
con sabiduría el don más grande que tenemos: la vida. En un segundo y tercer
nivel de prevención, es necesario por un lado eliminar o por lo menos reducir
el riesgo de recaídas y, por otro, favorecer en lo posible un desarrollo
psicológico y moral normal del adolescente, de manera que no quede marcado toda
su vida por experiencias negativas de intento de suicidio. Y si después de un
intento de suicidio, el tratamiento médico no es más que un primer paso, luego
es necesario planificar una serie de intervenciones no médicas (a corto y a
largo plazo) para, como lo dice el doctor Flavigny, "no
prevenir la eventualidad de que una persona enferma se suicide, porque antes
hay que ayudarla a asumir de nuevo su vida en sus manos".
La intervención psicológica y psicoterapéutica debería incluir a la familia y
no sólo al adolescente, porque esto facilita la posibilidad de detectar los
desórdenes en las dinámicas de los roles familiares, que no pueden
identificarse cuando el tratamiento se limita al adolescente. También las
intervenciones sobre el ambiente del adolescente son de suma utilidad. Como se
sabe, los muchachos que han sabido volver a entablar sus anteriores relaciones
fundamentales con los demás coetáneos, con los profesores o con los directivos,
han estado menos expuestos al riesgo de recaídas. Asimismo, son importantes las
intervenciones educativas y tendría que ser una educación que se imparte con
amor y con comprensión para con el dolor y la desesperación de la persona que asume
la conducta suicida, evitando cualquier tentación de secundar (el suicidio es
en sí un acto ilícito), de manera que su "amor
por la vida" la lleve a desistir de su decisión de muerte.
La Doctora Maria Luisa Di Pietro es Profesora en el Instituto de Bioética de la
Università Cattolica del Sacro Cuore.
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