Martes primera semana Cuaresma. Que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra capaz de apoyarse en Dios.
Por:
P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
El tiempo de cuaresma, de una forma especial,
nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros
llegue al centro de sí mismo y se ponga a ver cuál es le recorrido de la propia
vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado,
gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la
gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va
haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual,
deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en
nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de
transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la
gracia.
La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan
la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben
otra vez al cielo.
La acción de Dios en al Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos
los hombres para darnos a todos y a cada uno una muy especial ayuda de cara a
la fecundidad personal.
La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo,
lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una
verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de
nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la
gracia de Dios.
Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que
nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que
mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de
Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir
en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con
cada uno de nosotros.
Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la
Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No
basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye
nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo.
Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la
pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia
en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.
Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho
hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su
corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque
Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al
mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las
cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto
es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar
a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este
camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la
oración.
Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están
atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de
la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo
espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si
aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma
y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de
transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un
dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si
esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el
Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.
¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma,
proviene, por encima de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las
cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios?
¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle
todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso,
cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos compromete;
algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé
que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.
Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a
pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la
semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia,
porque si falla, qué hacemos?
Sin embargo Dios vuelve a repetir: “El Señor libra
al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De
autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir
que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz
de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por
Dios Nuestro Señor.
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