Nadie, cuando enciende una lámpara, la pone en un sótano (Lc 13, 11)
AYUNAR. DON DE DIOS
Un año más ha llegado la cuaresma. En la circunstancia os debo una
exhortación, porque también vosotros debéis a Dios las obras adecuadas al
tiempo litúrgico. Esas obras sólo pueden seros de utilidad a vosotros, no a Él.
También en las restantes épocas del año tiene que entregarse el cristiano con
fervor a la oración, al ayuno y a la limosna. Pero este período debe estimular
incluso a quienes de ordinario son perezosos al respecto. Y quienes ya se
aplican con esmero a esas actividades deben realizarlas ahora con mayor ardor. (San
Agustín. Sermón 206, 1)
Entramos
en Cuaresma. Tiempo privilegiado para reflexionar y caminar tras de Cristo.
Podríamos dejar la reflexión aquí. Las palabras de San Agustín son
claras, pero vale la pena dar unos pasos más en el Misterio Cuaresmal.
Leamos lo que Benedicto XVI nos decía hace diez años:
“Hoy, marcados por el austero símbolo de la Ceniza, entramos en el
tiempo de Cuaresma, comenzando un itinerario espiritual que nos prepara para
celebrar dignamente los Misterios Pascuales. La ceniza bendita impuesta sobre
nuestra cabeza es un signo que nos recuerda nuestra condición de criaturas, nos
invita a la penitencia y a intensificar el compromiso de conversión para seguir
cada vez más al Señor” (Benedicto XVI. Catequesis 9/3/2011)
El ayuno
es algo que hoy en día no entendemos. ¿Para qué
dejar de comer? ¿No es dejar de hacer otras cosas que nos gustan? Ayunar
es bastante más que dejar de comer, pero dejar de comer es imprescindible para
ayunar. ¿Qué nos hace auto-engañarnos diciendo que
ayunamos de cualquier otra cosa? Sin duda la postmodernidad nos hace
creer que podemos relativizar todo lo que nos rodea para ajustarlo a nuestros
intereses. Empezamos por asimilar sacrificio a ayuno y terminamos diciendo que
vamos a "ayunar" de jugar a ese
juego de celular/móvil, que tanto nos gusta. El ayuno es sacrificio, pero no
todo sacrificio es ayuno. Además privarse de algo para inflarse de un
sustituto, no conlleva sacrificio alguno.
Sacrificarse,
significa obrar/actuar de forma que nos predisponemos a que la Gracia de Dios
nos empuje a la santidad. Sacrificarse proviene de las palabras latinas: Sacrum + facere: hacerse
sacro, sagrado. Lo que conlleva todo un Misterio sobre el que caminar con
humilde docilidad. Dejar de hablar mal de otras personas es un
sacrificio estupendo, pero no es ayunar. Dejar las redes sociales (donde
criticamos todo el día) durante un tiempo es otro estupendo sacrificio, pero no
es ayunar. La trampa está también en la palabra ó ó. Estas
expresiones son formas de descartar “lo
bueno” de tipo que no nos gusta y ir hacia lo fácil o a un "lo mejor" al que nunca llegamos. ¿Por qué obrar sacrificios parciales cuando la santidad
es plenitud?
Ayunar es
no comer alimento físico o al menos, comer en la medida que "sintamos" internamente lo que conlleva
no atender las necesidades del cuerpo. Decir esto es algo inaceptable para el
cristiano postmoderno del siglo XXI:
—
¿No comer dices? ¡Eso es del medievo y de gente ignorante! —El ser humano postmoderno se espanta y se echa las
manos a la cabeza al nombrar el verdadero ayuno— ¿Para
qué sirve no comer? Eso es cosa el pasado. Hoy en día ya no hacemos ese
tipo de “tonterías” sin sentido. Prefiero no
ver un día el reality show o la serie, que tanto me gusta. Ya veré otro
día lo que me pierda. No digan que no he ayunado. No saben lo que me cuesta.
Sin duda,
el ayuno es de otra época y perderse un capítulo de una serie, algo doloroso
para muchos. No desprecio el esfuerzo realizado, pero esto no es ayunar.
Actualmente no comprendemos el sentido de la santidad como ser signos de Cristo
en toda la plenitud que la Gracia nos permita. ¿Para
qué dejar de comer? Para darnos cuenta que somos polvo y sin Dios no
somos nada. Cuando no comes las fuerzas se van, la concentración desaparece,
nos cuesta todo o nos ponemos de mal humor. ¿Cuánto
nos afecta un ayuno bien realizado? Mucho y nos permite darnos cuenta
que somos polvo y si no fuera por la redención de Cristo, terminaríamos en
simple polvo. Esto no nos agrada porque perdemos el aura de poderosos
habitantes del siglo XXI. Preferimos seguir creyendo que somos quienes tienen
la cuerda de nuestra vida y destino.
"El ayuno significa la ausencia de alimento, pero comprende
otras formas de privación para una vida más sobria. Pero todo esto no alcanza a
la realidad plena del ayuno: es el signo externo de una realidad interior, de
nuestro esfuerzo, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir el
Evangelio. No ayuna verdaderamente quien no sabe nutrirse de la Palabra de Dios"
(Benedicto XVI. Catequesis 9/3/2011)
El ayuno
es dejar de alimentarse hasta sentir la debilidad humana que llevamos con
nosotros. Pero hay más. Es un signo externo. Es una forma de marcarnos como
criaturas que necesitan de Dios. Una marca que leemos y comprendemos cuando sentimos
debilidad y limitación. Pero abstenerse del mal también conlleva saberse débil
y no utilizar nuestras capacidades para aprovecharnos de los demás y de los
dones de Dios. Pero quizás algo que no hayamos pensado nunca es que ayunar
necesita nutrirse de la Palabra de Dios. De otra forma la debilidad no nos
llevará a coger la mano, que Cristo tiende a través de los Evangelios.
"La Cuaresma, además, es un tiempo privilegiado para la oración.
San Agustín dice que el ayuno y la limosna son ‘las dos alas de la oración’,
que le permiten tomar más fácilmente tomar impulso para llegar hasta Dios"
(Benedicto XVI. Catequesis 9/3/2011)
¿Ayunar
no es suficiente? Ayunar
conlleva actuar sobre nosotros mismos. Orar conlleva proyectar nuestra
debilidad hacia Dios. La limosna, conlleva compartir los dones que Dios nos ha
dado con quien más necesita: el prójimo. Si
además de dar limosna nos volcamos en ayudar a quien necesita de nosotros,
mejor. No es mejor A que B. Cuando más obras de
sacrificio sumemos, más lejos habremos llegado. ¿Y
la oración?
"La Iglesia sabe que, por nuestra debilidad, es fatigoso hacer
silencio para ponerse ante Dios, y tomar conciencia de nuestra condición de
criaturas que dependen de Él y de pecadores necesitados de su amor, por esto,
en Cuaresma, invita a una oración más fiel e intensa y a una prolongada
meditación sobre la Palabra de Dios" (Benedicto XVI. Catequesis 9/3/2011)
En el
Padre Nuestro oramos diciendo “Venga a nosotros Tu
Reino”, pero ¿Abrimos las puertas del
corazón, de nuestro ser al completo, al Reino de Dios? ¿Es Dios el Rey de
nuestra existencia? Quizás la oración parezca algo innecesario en la era
de las comunicaciones digitales instantáneas. Quizás la oración no nos resulte
nada atractiva ni genere aplausos ni 'likes',
ni nos lleve a ser renombrados 'influencers'.
La oración es una eficaz herramienta de humildad. ¿Qué
decir cuando oramos? Recordemos la oración del Ciego, de Publicano y de
tantos sanados por Cristo en los Evangelios: “Jesucristo,
Hijo de Dios, ten misericordia de mi, pecador”. ¿Hacen falta más palabras? Quizás,
lo que nos haga falta es más humildad y sencillez. A lo mejor nos animamos a ayunar
sin que sea Cuaresma, tal como nos invita a hacer San Agustín.
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