¡Cómo necesitamos el contacto con la Palabra del Señor para superar nuestros estigmas!
Por: Don Ángel Moreno de Buenafuente | Fuente:
https://la-oracion.com/
He nacido en un pueblo donde hasta hace poco
existía el sanatorio nacional de enfermos de lepra. Conozco bien las reacciones
sociales, las suspicacias, hipersensibilidades, estigmas, prevenciones y miedos
que surgían, sobre todo al principio, ante el asentamiento en el lugar de cerca
de cuatrocientos enfermos.
La Biblia ha tipificado la lepra como maldición
divina por el riesgo de contagio y por las secuelas terribles cuando se da como
progresiva. Gracias a la medicina, hoy se controla el
proceso de la enfermedad.
Las Sagradas Escrituras nos describen la
legislación mosaica, que imperaba en Israel sobre estos enfermos. Como se les
expulsaba de la ciudad, eran personas marginales. A los leprosos se les
obligaba a vestir de forma harapienta, iban desgreñados y se les imponía tocar
la campanilla a su paso para que en ningún caso nadie pudiera acercarse a
ellos.
En este contexto cultural y religioso está
ambientada la sobrecogedora escena que describe el Evangelio: un enfermo de
lepra cruza todas las barreras y llega hasta Jesús, se postra ante Él y le pide
la curación.
La reacción natural habría
sido alejarse de ese hombre, y en cualquier caso, si Jesús deseaba curarlo,
podría haberlo hecho con su palabra. Si al
criado del centurión romano lo curó a distancia, cuánto más podría haberlo
curado con tan solo decir una palabra estando presente el necesitado.
Lo sorprendente es que alargue su mano, toque al
enfermo y lo cure. Este contacto físico contaminó al Nazareno, y desde
entonces, dice el Evangelio, ya no podía entrar en ningún pueblo.
Jesús dice en varias
ocasiones que ha venido a curar, a sanar, a perdonar, pero no imaginábamos que
su opción por el hombre tuviera una implicación tan solidaria y arriesgada que
lo llevara al extremo de hacerse marginal.
El profeta dirá: “Que
Él tomo nuestros pecados y cargó con ellos. Lo tuvimos por leproso, desechado,
varón de dolores”. Ante esta escena brota del corazón: “Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito;
propuse: “Confesaré al Señor mi culpa” y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
¡Cómo necesitamos el
contacto con la Palabra del Señor para superar nuestros estigmas! Pero
también tenemos la llamada de acercarnos a quienes padecen marginación por
diversas causas, para que sientan la mano alargada de la bondad de Dios.
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