Agradezcamos a Dios el tesoro de la amistad, y pensemos en Jesús, el Mejor Amigo, que nos enseñe a ser como Él.
Por: María Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net
Por ahí suelen decir que "La familia nos la da Dios y los amigos los elegimos
nosotros" Esa elección de personas para darles nuestro afecto y
nuestra confianza son muy importantes en nuestra vida. No es fácil tener un
amigo o una amiga en quién podamos confiar plenamente pero cuando gozamos de
ese privilegio, bien podemos decir que poseemos unos de los más grandes y
preciados tesoros. Por la clase de amigos que tenemos se nos puede clasificar
sin lugar a equivocación, el refrán dice: "Dime
con quién andas y te diré quién eres"
Pero no son lo mismo "nuestros amigos", que
se suelen contar en número muy reducido, que nuestras amistades. Estas pueden
ser muchas y muy variadas. Son personas que apreciamos sinceramente, pero a
veces no van muy acorde con nuestra personalidad. Y ciertamente esas personas
nunca pueden llegar a la intimidad de nuestro "yo",
pero están en nuestro entorno y convivimos con ellas con gusto y con
cariño.
Entre estas amistades se dan aquellas que siempre están dispuestas a "ganarnos", y es curioso porque les
gusta ganarnos especialmente en cuanto dolor o sucedido desagradable que les
podamos platicar:
- si es un dolor de cabeza... ¡ah no,
dolor de cabeza como el de ellas no existe!
- si nos hemos roto un pie... ellas los
dos y además la cadera
- si nos caímos y rodamos dos o tres
escaleras... ellas cinco
- si tenemos gripa... ¡gripa la de ellas y
con tos!
- si el dentista nos está arreglando una
muela... a ellas le han tenido que sacar las cuatro del juicio
- si en la conversación les contamos algo que
nos sucedió, siempre a ellas les pasó lo mismo ¡pero mucho peor, mucho
más terrible!
En fin, jamás les "ganaremos" y al
final nos callamos con la impresión de que lo nuestro era "tan poca cosa"... que ni valía la pena
de haberlo contado.
Otra variante de estas amistades es la que nos dejan el alma helada, como si
toda la nieve del más crudo invierno nos cubriera sin piedad. Son aquellas que
nos llegan con la información más negativa y desesperanzadora jamás sospechada:
"el país va a la ruina, este año es el peor
para la agricultura, el pescado, todo el pescado está contaminado, la carne, ya
no se puede comer carne ¡a las vacas le dan clembuterol para que estén más
gordas, el agua no se puede beber, los médicos, los ingenieros, los abogados,
etcétera , son unos interesados, la Iglesia y sus ministros se hunden, el año y
el fin del mundo..." Es inútil decirle a esas personas que la
vida tiene cosas muy hermosas, que el país puede salir adelante, que hay seres
humanos muy buenos, que hay que tener fe... Te
mirarán con cara de conmiseración y luego al oído te dirán como en secreto: "no seas inocente, yo se de muy buena fuente
que..." y otro jarro de agua fría y se irán con sus agoreras
predicciones a otra parte y nosotros nos quedamos como si un huracán hubiese
acabado con todas las flores de nuestro jardín...
Hay una gama infinita de estas formas de ser. Las hay que fabulan, mienten y se
lo creen. Otras son de las que nada ni nadie es capaz de escapar de su crítica,
para estas, no hay otros tema de conversación. Padre, madre, hermanos, la
suegra, la cuñada, amigas, el vecino, (si es mujer casada, no digamos el pobre
marido) nadie se salva. Critican y critican a destajo. El jefe, los compañeros
de trabajo, la empresa, nada es de su gusto... el que cae en sus garras sale
hecho "trizas". El ingenio se les
agudiza, la lengua no para y si no encuentran eco en nosotros, pronto la
conversación termina.
La mayor de mis hijas me decía un día que hay amigas que son como el te de
manzanilla y que hay otras que son como la salsa picante. Y es cierto. Todos
conocemos a esas personas que al hablar con ellas son como brisa fresca, como
un dulce remanso, como cálido y bonito sol de una tarde de primavera que por
muchas cosas amargas o impaciencias desbordadas que les contemos, siempre ponen
en nuestra alma la tranquilidad, el buen juicio, la ternura de sus palabras o
consejos y nos van dejando la paz y el bienestar que deseábamos encontrar : Ellas son, como el te de manzanilla.
Y hay otras que son algo así como un gran plato de comida irritante o picosa,
tomado a la hora de cenar que nos quita el sueño, nos desazona, nos indigesta y
nos quita, casi, casi, la alegría de vivir y es que sus miles de tribulaciones,
sus vidas conflictivas, sus traumas, sus enojos, sus problemas de ellas contra
el mundo, sus dificultades y aprietos contados todos en tropel, casi sin
respirar, nos dejan exhaustos e incapaces de decir una palabra que pueda llevar
un paliativo a tanta desgracia o infortunio. Por otro lado sabemos que nada ni
nadie podrá aligerar ese cúmulo de sucesos en alguien que no está dispuesto a
dejar es actitud de agobio y desdicha.
Quizá en mi caso pueda pertenecer a uno de esos grupos o lo más probable es que
tenga de todos un poco, pero de todas maneras a las amistades hay que quererlas
como son y las necesitamos, porque ponen la sal y la pimienta en nuestras
vidas, porque son un tesoro que Dios ha puesto a nuestro lado para que nos
ayudemos a ser mejores y estar cerca de Él. Y por nuestro lado haremos un
esfuerzo para parecernos más a un te de manzanilla... a ser benevolente (desear
el bien del otro) a ser compasivo con el sufrimiento, a regalar mi tiempo, mi
compañía, mis fuerzas...
Agradezcamos a Dios el tesoro de la amistad, y pensemos
en Jesús, el Mejor Amigo, que nos ayude a serlo y recordemos este día lo que
nos ha dicho: "Nadie tiene mayor amor que
el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13).
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