Diácono y Primer Mártir de la Iglesia.
Por: Redacción | Fuente: PrimerosCristianos.com
Esteban fue un hombre extraordinario, lleno de
fe y del Espíritu Santo, amado y estimado por todos los miembros de la
comunidad cristiana. Su predicación tuvo gran aceptación y las conversiones se
multiplicaban. La gente acudía a oírlo, dejaba la sinagoga y se añadía al grupo
de los que creían en Jesús. Esteban, cuyo nombre significa “coronado”, es conocido como el “protomártir”, al ser el primer hombre que derramó
su sangre por su fe en Jesucristo.
Llegó a ser uno de los hombres en los que más se
pudieron apoyar los apóstoles para difundir su mensaje. Según podemos ver
en los Hechos de los Apóstoles, la aparición de Esteban y de los otros diáconos
en la vida pública de Jerusalén llegó cuando viudas y pobres que no eran
israelitas se quejaron porque las ayudas eran destinadas a los propios
israelitas antes que a los extranjeros. En ese momento, los apóstoles
argumentaron que ellos no podían hacer frente a esa clase de conflictos porque
estarían dejando de lado su misión de difundir el mensaje divino. Por ello,
dieron la oportunidad de elegir a siete hombres justos que se encargaran de
repartir las ayudas entre los pobres. Los mismos ciudadanos eligieron a los
siete hombres justos, entre los que se encontraba Esteban. Estos hombres fueron
presentados a los apóstoles y ordenados diáconos.
La labor de Esteban empezó a hacerse patente cuando
los judíos venidos de otros países entablaban conversaciones con él, no
pudiendo resistir la sabiduría que salía de sus palabras, inspiradas por el
Espíritu Santo. Los de la sinagoga de los Libertos le llevaron delante del
Sanedrín, presentando testigos falsos y acusándole de afirmar que Jesucristo
iba a destruir el templo y poner fin a las leyes de Moisés.
Esteban pronunció un discurso ante el los
miembros del Sanedrín en el que fue repasando la historia del pueblo de Israel,
echándoles en cara a los judíos su eterna oposición a los profetas y enviados
de Dios, llegando incluso a matar al más importantes de todos ellos, el
Redentor Jesucristo. Oyendo esto, los miembros del Sanedrín se enfurecieron.
Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo exclamando: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en
pie a la derecha de Dios”. En ese momento, los que le escuchaban se
taparon los oídos y se lanzaron contra él.
Lo sacan entre gritos y empujones fuera de las
murallas; los verdugos, tras quitarse sus mantos y dárselos a un joven llamado
Saulo, se disponen a lanzar piedras contra el cuerpo del primer mártir
cristiano.
Esteban se hinca de rodillas y con los ojos
hacia el Monte de los Olivos, donde un año o dos antes subió Jesús a los
cielos, ruega a Él por los que le van a dar muerte, exclamando cuando siente
los primeros golpes: “Domine Iesu, suscipe spiritum
meum, Señor Jesús, recibe mi espíritu”.
Cayó su cuerpo bañado en sangre. El perdón de
los enemigos, la caridad cristiana que abraza a todos los hombres, el mandato
del amor había arraigado bien en el corazón de la Iglesia. El primer mártir
cristiano moría perdonando a sus verdugos, tal y como lo había hecho Jesucristo
en lo alto de la cruz.
Esta mansedumbre y caridad cristiana es la nota
distintiva de la plenitud de San Esteban. Estaba lleno de gracia, sabiduría y
de poder sobrenatural, pero sobre todo estaba lleno de amor, tenía un corazón
formado en la escuela de Cristo.
El odio contra Esteban y Jesús, recogido en el
corazón más grande que allí había presente, el único en que cabía, se iba a
convertir en amor. Saulo, el fariseo, será muy pronto Pablo, el siervo de Cristo.
La mejor corona de Esteban será la conversión de Saulo, que ahora guarda los
vestidos de los verdugos, y que se va a convertir en el Apóstol, en el medio
elegido por Dios para dar a conocer la doctrina de su Hijo.
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