Nacimiento de Juan el Bautista - Junio 24 - Lucas 1, 57-66.80.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del
Padre Nicolás Schwizer
EL NACIMIENTO DE JUAN
BAUTISTA. JUAN ES SU NOMBRE
"Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a
luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho
gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día
fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías,
pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían:
«No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a
su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan
es su nombre». Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su
lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y
en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las
oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque,
en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se
fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a
Israel."
REFLEXIÓN
Como a toda mujer encinta, a Isabel le ha llegado su hora. Dentro de la
historia, el alumbramiento de una mujer constituye un hecho absolutamente
normal, aunque gozoso para los padres y los parientes.
Nuestro caso presenta, sin embargo, un aspecto diferente. Los padres eran
ancianos; y la mujer, estéril. Por eso, dentro de los límites humanos, era
imposible una concepción y un nacimiento. Pero ante Dios no existen cosas
imposibles. Por eso, los ancianos han podido recibir el don de un niño.
Para entenderlo totalmente debemos tener en cuenta otro dato: lo que al autor
del evangelio le interesa no es el detalle histórico de los padres ancianos o
el hecho biológico de la esterilidad. Esos datos ya se encuentran de una forma
ejemplar en la historia de Abraham y Sara. Lo que interesa es que estos hechos
transmiten una certeza fundamental: la convicción de que Juan Bautista no ha
sido simplemente el resultado de una casualidad biológica.
El texto presupone que en el nacimiento de Juan han intervenido dos factores.
Actúa, por un lado, la realidad humana de los padres que se aman. Al mismo
tiempo, influye de manera decisiva el poder de Dios que guía la historia de los
hombres. La prueba de ese poder es el milagro de la fecundidad de unos
ancianos. Su resultado, el nacimiento de Juan Bautista. Es él quien, dentro de
la línea de los profetas de Israel, prepara de una manera inmediata el camino
de Jesús.
Sobre este fondo se entiende perfectamente la historia del nombre. Siguiendo la
tradición de la familia y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes
quieren llamarlo Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que el niño es un
regalo de Dios y Dios le ha destinado a realizar su obra. Por eso le impone el
nombre de Juan, como se lo ha indicado el ángel (1,13).
Y Juan significa: “Dios es misericordioso”. Por
medio de este niño, Dios se manifiesta realmente misericordioso para con sus
padres. Y se manifiesta más misericordioso aún para con el mundo, porque le
regala el Precursor de su propio Hijo Divino.
En toda la historia bíblica - recordemos p.ej. los casos de Abraham o de Pedro
- la imposición de un nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la
elección y nombramiento para una misión extraordinaria. Entonces, desde su
mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como
un elegido que debe realizar esa gran misión que Dios le ha encomendado.
Ahora termina la mudez de Zacarías. La mudez era un signo de la verdad de las
palabras del ángel que le anuncia el nacimiento de un niño. Ante la presencia
de Dios, la realidad humana ha de callar, terminan las objeciones, se acaban
las resistencias. Como signo de la obra de Dios que al actuar pone en silencio
las cosas de este mundo, está la mudez de Zacarías.
Pero una vez que se realiza esa obra de Dios, una vez que al niño se le pone el
nombre señalado, viene de nuevo la palabra. Las primeras palabras que
pronuncian los labios abiertos de Zacarías son un canto de alabanza.
En el nacimiento del Precursor se anuncia el tiempo de salvación, el tiempo de
proclamar las maravillas de Dios. Del pequeño círculo de los vecinos y
parientes, sale y se extiende por toda la montaña de Judea la noticia de los
acontecimientos extraordinarios. La noticia y el mensaje de salvación buscan
extenderse a espacios cada vez más amplios. Tiene el destino y la fuerza de
conquistar el mundo.
Queridos hermanos, el Evangelio de hoy termina diciendo: “la mano de Dios estaba con él”. Creo que Dios
estará también con nosotros, si preparamos como Juan los caminos del Señor.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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