El Papa Francisco impartió la tradicional Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad de Roma y al mundo) con motivo de la celebración de la Navidad este viernes 25 de diciembre.
En su mensaje pronunciado desde el aula de las bendiciones, y no desde
el balcón central de la fachada de la Basílica Vaticana debido a las
restricciones sanitarias por el COVID-19, el Santo Padre rezó para que “la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el
continente americano, particularmente afectado por el coronavirus,
que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados
por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico” y añadió que
ayude “a superar las recientes tensiones sociales
en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano”.
A continuación, el
texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!
Deseo hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta
fiesta, con las palabras del profeta Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo
se nos ha dado» (Is 9,5).
Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre una
fuente de esperanza, es la vida
que florece, es una promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin fronteras, sin
privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en
Belén nació para todos: es el “hijo” que
Dios ha dado a toda la familia humana.
Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie
más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para
revelarnos el rostro del Padre celestial. Y así, gracias a este Niño, todos
podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de
todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias, sin
embargo, todos hermanos y hermanas.
En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por
los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la
pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad. Y Dios
nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una
fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos
vagos... No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar
al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse
y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es
diferente a mí, pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también
para las relaciones entre los pueblos y las naciones. Hermanos todos.
En la Navidad celebramos la luz del Cristo que viene en el mundo, y Él
viene para todos, no solamente para algunos.
Hoy en este tiempo de obscuridad y de incertidumbre por la pandemia
aparecen diversas luces de esperanza como el descubrimiento de
las vacunas. Pero para que estas luces puedan iluminar y llevar
esperanza a todo el mundo deben estar a disposición de todos. No podemos dejar
que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana
que somos. No podemos dejar tampoco que el virus del individualismo radical nos
venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No
puedo colocarme a mí mismo antes que los otros, colocando en las leyes del
mercado y de las patentes de invenciones encima de las leyes del amor y de la
salud de la humanidad.
Pido a todos los responsables de los Estados, empresas, organismos
internacionales promover la colaboración y no la competición y de buscar una
solución para todos, vacunas para
todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados
de todas las regiones del planeta. Al primer lugar los más vulnerables y
necesitados.
Que el Niño de Belén nos ayude, pues, a ser disponibles, generosos y
solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y todos
aquellos que en este momento se encuentran sin trabajo o en graves dificultades
por las consecuencias económicas de la pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han sufrido violencia
doméstica.
Que el Hijo de Dios inspire a quienes tienen responsabilidades
políticas y de gobierno a renovar la cooperación internacional, empezando por
el sector sanitario, para que todos tengan garantizado el acceso a las vacunas
y a los tratamientos. Ante un desafío que no conoce fronteras, no se pueden
erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada persona veo
reflejado el rostro de Dios y, en los que sufren, vislumbro al Señor que pide
mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desempleado, en el
marginado, en el migrante y en el refugiado.
En el día en que la Palabra de Dios se hace niño, volvamos nuestra
mirada a tantos niños que, en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están
pagando todavía el alto precio de la guerra. Que sus rostros conmuevan las
conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar
las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un
futuro de paz.
Que este sea el momento propicio para disolver las tensiones en todo
Oriente Medio y en el Mediterráneo oriental.
Que el Niño Jesús cure nuevamente las heridas del amado pueblo de
Siria, que desde hace ya un decenio está exhausto por la guerra y sus
consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que lleve consuelo al
pueblo iraquí y a todos los que se han comprometido en el camino de la
reconciliación, especialmente a los yazidíes, que han sido duramente
golpeados en los últimos años de guerra. Que porte paz a Libia y permita que
la nueva fase de negociaciones en curso acabe con todas las formas de
hostilidad en el país.
Que el Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer.
Que los israelíes y los palestinos puedan
recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través del
diálogo directo, capaz de acabar con la violencia y superar los resentimientos
endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad.
Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sirva de guía y
aliento al pueblo del Líbano para que, en
las dificultades que enfrenta, con el apoyo de la Comunidad internacional no
pierda la esperanza. Que el Príncipe de la Paz ayude a los dirigentes del
país a dejar de lado los intereses particulares y a comprometerse con
seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano siga un camino de
reformas y continúe con su vocación de libertad y coexistencia pacífica.
Que el Hijo del Altísimo apoye el compromiso de la comunidad internacional
y de los países involucrados de mantener el cese del fuego en el Alto Karabaj,
como también en las regiones orientales de Ucrania, y a favorecer el diálogo
como única vía que conduce a la paz y a la reconciliación.
Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, de Malí y de Níger, laceradas por una grave
crisis humanitaria, en cuya base se encuentran extremismos y conflictos
armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que haga cesar
la violencia en Etiopía,
donde, a causa de los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir;
que consuele a los habitantes de la región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, víctimas de la
violencia del terrorismo internacional; y aliente a los responsables de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a que prosigan el camino
de fraternidad y diálogo que han emprendido.
Que la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el
continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha
exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por
las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las
recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.
Que el Rey de los Cielos proteja a los pueblos azotados por los
desastres naturales en el sudeste asiático, especialmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han causado
inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas
tierras, en términos de pérdida de vidas, daños al medio ambiente y
repercusiones para las economías locales.
Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo Rohinyá: Que Jesús, nacido pobre entre los pobres, lleve
esperanza a su sufrimiento.
Queridos hermanos y
hermanas:
«Un niño nos ha nacido» (Is 9,5). ¡Ha venido para salvarnos!
Él nos anuncia que el dolor y el mal no tienen la
última palabra. Resignarse a la
violencia y a la injusticia significaría rechazar la alegría y la esperanza
de la Navidad.
En este día de fiesta pienso de modo particular en todos aquellos que
no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por
llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando
a los que están solos.
Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen
María y san José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor
familiar. Mi pensamiento se dirige en este momento a las familias: a
las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se ven obligadas a quedarse
en casa.
Que la Navidad sea para todos una oportunidad para redescubrir la
familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que acoge, de diálogo, de
perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para
toda la humanidad.
A todos, ¡Feliz Navidad!
Redacción ACI Prensa
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