Somos la primera generación para la que todo el pasado está realmente presente. En otras épocas, una estatua, un mosaico, un libro, permitían asomarse a otros siglos. Eran como ventanas a las que te asomabas. Hoy día, el Imperio Romano, por poner un ejemplo, está presente en un sinfín de senderos que uno puede recorrer hasta cansarse. Los senderos te derrotarán, te lo aseguro.
Uno puede
vivir en el siglo XXI y, por razones trabajo, placer, docencia, afincarse en un
rincón de la historia de un modo solo soñado —en realidad, ni siquiera soñado—
en otras generaciones.
También
vale para la geografía del mundo actual. Yo hablo, de forma habitual, con
personas de muchos países. Mientras ceno viajo a esos lugares: recorro su calles o vuelo a vista de pájaro. Por
primera vez, una persona en cualquier lugar, puede visionar, sobrevolar,
introducirse, en innumerables regiones repartidas por todo el globo. Dígase lo
mismo de las profundidades del océano o del sistema solar.
Somos la
primera generación en que el espacio de nuestro planeta y el tiempo aparecen en
nuestra mesa no ya como un festín, sino como un verdadero mapa de senderos que
se bifurcan y que son más largos que nuestro tiempo para recorrerlos.
No solo
eso, cuando ahora leemos teología, tenemos capacidad para ponernos en la mente
del otro que no pensaba como nosotros. Tenemos capacidad para ver todo lo
bueno, verdadero y noble que enseñó el que era un hereje o un no bautizado.
Hoy, en
mi lectura, me metía en la mente de un árabe de la época de Mahoma; e intentaba
hacer ese ejercicio del modo más comprensivo, más realista posible.
En este
campo, también nuestra mente ha alcanzado una flexibilidad que no era común en
otras épocas. Por supuesto que los escolásticos dejaron por escrito lo
verdadero de un Averroes, de un Plotino y de tantos otros. Pero nuestra
capacidad de meternos en su mente y captar de un modo global todo lo bueno del
otro es muy distinta ahora que hace siglos.
Nuestra
época ha experimentado una cierta disolución del espacio, del tiempo, de los
prejuicios. Lo que ocurre con el planeta, ocurre también con la teología. Puede
uno mantener ciertos acentos, ciertos estilos, pero el teólogo de nuestra época
ya no es como el teólogo de hace dos siglos.
P. FORTEA
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