No basta con escuchar, tampoco basta con creer, pues es necesario responder.
Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.net
“Aquí
está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38). Enorme ejemplo, divina entrega, eterna
gratitud hacia una mujer que escuchó y creyó…
Escuchó la voz del Señor a través de un Ángel y creyó en sus palabras, pues su
fe siempre firme, no la hizo titubear. Luego, lanza una respuesta de total
entrega a pesar de que su camino sería difícil; su afirmativa respuesta,
supondría atravesar muchos obstáculos y ella sin duda lo sabía.
No basta con escuchar, tampoco basta con creer, pues es necesario responder.
Ahí está el abandono, la verdadera prueba de fe, ahí está la fe de Nuestra
Madre María.
“… la respuesta de María
es una frase corta, que no habla de gloria, no habla de privilegio, sino solo
de disponibilidad y servicio.” (Papa
Francisco)
Quizás pensemos que nunca se nos ha aparecido un Ángel diciéndonos algo. Ni en
sueño, ni estando despiertos. Simplemente, no hemos tenido aquella experiencia
que podríamos denominar “divina”. Sin
embargo, el Señor nos habla permanentemente y de variadas formas. Quizás no nos
envíe un Ángel visible que nos hable con palabras que podamos escuchar, pero si
lo hace a través de una lectura, de una persona, de una situación o de
cualquier otra manera.
Podríamos imaginar que todo lo que el Señor nos habla procede de un Ángel
Gabriel. Aquel Ángel que pide una total entrega a la voluntad de Dios, así como
lo hizo con María. No nos da la noticia de que concebiremos al hijo de Dios,
pero nos pide el mismo abandono en los brazos amorosos del Padre, la misma
confianza que se logra mediante la fe, la misma esperanza de que entraremos en
el Santo Reino de Dios, la misma paz que nos da pensar que estamos cobijados
bajo su sombra.
¿Escuchas a tu Ángel Gabriel y logras una entrega
total a Dios? Nada de fácil, pues nos cuesta trabajo despojarnos de
nuestras seguridades. Aquellos amuletos palpables con los que nos protegemos:
el trabajo, la profesión, la casa, los afectos familiares, el dinero, etc.
Parece más sencillo descansar sabiendo que tenemos un “buen
pasar económico”, que descansar nuestra alma en aquello que sí nos
garantiza una seguridad duradera, eterna.
“Sólo en Dios descansa mi
alma, de Él me viene la salvación.” (Sal 62,2)
Qué mejor momento es éste, en tiempo de Adviento, para dejar en aquel Establo
en donde nace nuestro salvador, todos aquellos elementos en los que depositamos
nuestra seguridad y cambiarlos por los verdaderos tesoros que Dios nos regala
junto con el nacimiento de su hijo. La paz que sólo se encuentra en Él, la
seguridad de poder alcanzar el Reino de los Cielos y la capacidad de amar como
Jesús lo hizo al venir al mundo, sin límites y entregándose a los demás. En eso
consiste dar la misma respuesta de María a nuestro Padre. Un “sí” sin condiciones, sin dudas… una confianza
absoluta.
Y ¿Cómo lograrlo? Dios se encargará de ello…
sólo debemos disponer nuestros corazones para recibirlo mediante la oración y
la meditación. Adorar a aquel que vino a salvarnos de nuestros pecados con un
infinito amor, siguiendo el ejemplo de los Reyes Magos:
“Venid a adorarlo,
hinquemos las rodillas delante del Señor, nuestro creador.” (Salmos 95,6)
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