LA VIOLENCIA Y LOS SAQUEOS, HIJOS DE LA IDEOLOGÍA DEL GRAN RECHAZO
Incendio de una comisaría en Minneapolis por manifestantes de Black Lives Matter, en mayo de este año. Una oleada de violencia que va más allá de lo político y se fundamenta en una rebelión contra Dios.
El "sí" de María
es una expresión extraordinaria de receptividad y de gratitud, la aceptación alegre y humilde de algo que ella no había
escogido pero que era la voluntad de Dios.
Los
filósofos Graham Dennis
y Harrison
Kleiner plantean en The Public Discourse
una lectura más amplia, cultural, de la actitud de la Santísima Virgen por contraposición al espíritu de rebeldía de
la cultura moderna. (Los ladillos son de ReL.)
O
EL GRAN RECHAZO O EL FIAT DE MARÍA
Antaño,
ser tolerante con los puntos de vista distintos o contrarios a los propios era
considerado una virtud fundamental para el desarrollo de una democracia liberal
sana. Parece que esta tradición está en peligro. Últimamente, parece que se ha
abierto camino una intolerancia antiliberal que va
en aumento.
MARCUSE
Y EL GRAN RECHAZO
En su
famoso ensayo de 1965 La tolerancia represiva, el teórico crítico Herbert Marcuse expresa la
justificación antiliberal para esta inversión: "No
se pueden decir ciertas cosas, ni expresarse determinadas ideas, ni proponerse
ciertas medidas políticas, ni permitirse un determinado comportamiento, sin
convertir la tolerancia en un instrumento de la prosecución de la
esclavitud".
Según
Marcuse, una sociedad represiva permite a los poderosos utilizar la tolerancia
como un instrumento para perpetuar la hegemonía y el sometimiento. En
consecuencia, y según esta perspectiva, favorecer a las minorías y a
las voces marginadas exige una limitación antiliberal de la libertad de
expresión y de la libertad religiosa. Marcuse llama a esta limitación antiliberal el Gran Rechazo: el rechazo a las normas establecidas para crear una sociedad nueva y
más liberada.
Este
relato teórico de la izquierda progresista antiliberal revela un fisura en
el progresismo. Escritores y editores prominentes como Bari Weiss y Andrew
Sullivan afirman que
los ambientes de trabajo en los medios de comunicación se han convertido en lugares intolerantes donde ya no es posible la libertad
de expresión. La izquierda progresista tal vez argumente que
Weiss y Sullivan no están teniendo en cuenta el punto principal de lo que
Marcuse entiende como liberación. Hay que acabar con la libertad de expresión
de manera instrumental y subordinarla a la realización del objetivo de un nuevo
orden social liberado. Como explica Zach
Beauchamp, "[los
defensores de los trans] no son censores hegemónicos con el poder o la
intención de cerrar el debate sobre cuestiones de interés público". Lo
que intentan, sostiene, es promover una limitación de la libertad de expresión "necesaria para corregir los efectos silenciadores de siglos
de la falta de libertad".
Eliminar
los efectos de la falta de libertad requiere, según Beauchamp, la creación de
espacios culturales para que los marginados y los oprimidos puedan expresar sus
identidades libre y abiertamente. Vicky
Osterweil, autora de In
Defense of Looting: A Riotous History of Uncivil Action, afirmó en una entrevista en la NPR [Radio Pública
Nacional, por sus siglas en inglés] que los saqueos y los disturbios son formas de
golpear las estructuras de opresión, entre ellas la propiedad, los blancos y la
policía.
Las escenas de saqueos y violencia que sacudieron Estados Unidos a
mediados de este año responden a una ideología concreta del rechazo de la
tradición, de la moral y de la naturaleza. Osterweil también afirma que saquear y amotinarse
proporcionan un "sentimiento creativo de
libertad", por lo que llevar a cabo esas acciones "es una forma de alegría y liberación".
Para Osterweil, dichas acciones no solo anticipan una sociedad
futura, sino que también son instrumentos revolucionarios para liberar a los
oprimidos de las garras ocultas del poder represivo que han penetrado y
distorsionado todas las relaciones sociales. La intolerancia
revolucionaria jacobina parece ser el requisito obligatorio para una verdadera
sociedad progresista.
LOS
MECANISMOS DE OPRESIÓN
Para
identificar el poder represivo, primero hay que hacerlo visible. Esta
formación en la visibilización fue emprendida por los miembros de la Escuela de Frankfurt de teoría crítica.
Figuras como Adorno, Horkheimer
y Marcuse
actualizaron y ampliaron significativamente la comprensión tradicional marxista
de las estructuras de opresión. En lugar de articular los mecanismos de
opresión en relaciones puramente económicas, ahora también podían hacerse
visibles en la compleja red de las relaciones
sociales constitutivas de la cultura y la identidad.
Christian Fuchs identifica tres formas de relaciones de poder en
la sociedad: económicas, políticas y culturales. Fuchs define las formas culturales de poder, a menudo descuidadas por los
marxistas tradicionales, como aquellas que tienen suficiente autoridad para controlar la formación del significado y la identidad. Consideremos
los ejemplos siguientes: grupos religiosos,
instituciones y publicaciones académicas, organizaciones civiles y partidos
políticos. La teoría crítica tiene como objetivo ayudar a sus seguidores
a ver cómo la formación del significado y la identidad es manipulada de manera
represiva por esas instituciones culturales que tienen el poder de construir la
identidad y crear e imponer los límites morales asociados a la misma. Concebida
como una lucha, el objetivo no es solo visualizar la opresión, sino también una
transferencia de poder. Según este punto de vista, una sociedad
liberada se logra solo si el poder para crear el significado y la identidad
pasa a las voces reprimidas y marginadas.
EL
PAPEL DEL LENGUAJE
Si bien
fue la Escuela de Frankfurt la que ayudó a ampliar la teoría marxista para
incluir las estructuras socioculturales, fue la obra de Michel Foucault y los postestructuralistas
la que identificó el papel del lenguaje en la creación y el establecimiento de relaciones
de poder represivas. Según estos estudiosos, las relaciones de poder inherentes
al lenguaje debe ser deconstruidas, y desarrollaron unos relatos ingeniosos y
dramáticos para descubrir y revelar esas relaciones represivas.
Según
Foucault, los conceptos de agonismo y transgresión exigen ir más allá de la
simple sustitución de un orden social por uno mejor y más brillante. Sin una
resistencia activa y un rechazo transgresivo, la formas de opresión socialmente
construidas volverían a surgir de inmediato. El avance transgresivo en Marcuse,
Foucault y los postestructuralistas requiere intentos
continuos de desestabilización y, en última instancia, de destrucción de los
límites sociales y morales recibidos o heredados.
Este proyecto liberacionista llega a una afirmación de la
negación como un bien en sí mismo.
De nuevo, es el Gran Rechazo de Marcuse: revolución
abierta contra cualquier orden establecido.
Obviamente,
la acción de contestar y transgredir las relaciones de poder que imponen los
límites opresivos presupone sistemas de reconocimiento y clasificación. Se ha
encargado a legiones de científicos sociales la realización de taxonomías de la opresión, imaginando cada vez nuevas y más pequeñas
clases de ciudadanos oprimidos. Estas clases se delimitan siguiendo
unos estatus de opresión intersectorial cada vez más complejos, expresados
según la raza, el género y la orientación sexual. Esta nomenclatura de la
opresión también se emplea en las aulas, los medios de comunicación, la
industria del entretenimiento e incluso la jerga laboral cotidiana en las salas
de descanso y en los congresos.
La
normalización de estos nuevos juegos del lenguaje transgresor forma la base de
una coherente, convincente y reconocible revolución identitaria progresista.
Para la nueva izquierda, cada vez más intolerante, la poderosa alianza
entre el marxismo cultural y los juegos del lenguaje postestructuralista ayuda
a crear ciudadanos que no solo sospechan del poder, sino también de
las normas culturales heredadas o recibidas. Este ejército ciudadano
progresista y vigoroso busca abrir espacios para las voces marginadas y
oprimidas con el objetivo de erigir una nueva cultura, con normas nuevas y más
liberalizadoras.
EL
CONTRASTE CON LA ANUNCIACIÓN
La imagen
de una humanidad liberada a través de la transgresión y el rechazo es un
contraste sorprendente con una humanidad que entiende la
libertad como algo orientado más allá del yo y abierta, de manera receptiva, a
recibir o heredar los límites. El
Adviento nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre este contraste. En uno
de los textos más característicos del Adviento, María, la madre de Jesús, dice: "He aquí
la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (cf Lc 1,
26-38).
Hagamos
un experimento. Imaginemos que ese hecho ocurriera ahora, en el siglo XXI. E
imaginemos que la conciencia de María ha sido sensibilizada para sospechar de
las relaciones de poder, sobre todo de las que implican una relación de poder vertical (por ejemplo, del fiel respecto al sacerdote;
del ser humano respecto al ángel; de la humanidad respecto a Dios). María estaría entonces bien preparada para
ver el sentido histórico opresivo del patriarcado que lo envenena todo. Y no
solo el patriarcado, sino también las estructuras jerárquicas, convertidas en
armas, de la Torá, la tradición rabínica, las fiestas y las celebraciones,
además de la construcción y mantenimiento de la vida religiosa en el hogar y la
comunidad. Ha despertado de la opresión.
Sin
contexto o precedente ninguno, se acerca a María un poderoso ángel guerrero que
no solo simboliza el patriarcado, sino que también manifiesta todos los signos
de la relación de poder vertical cuyo fin es oprimir a la mujer.
Consideremos
que:
– ha aparecido sin
ser invitado;
– abruma a una pobre y humilde doncella con su presencia y poder;
– le anuncia la voluntad divina, incansable e inexorable de Dios;
– le dice: "La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra".
Todo lo
que ella puede hacer es resistirse. Una María educada según el gran
rechazo de Marcuse diría "No" a la iniciativa del ángel.
Es obvio
que narrar la historia de este modo es irreverente. María no responde con un
gran rechazo, sino que pronuncia su humilde fiat. En el momento en el que el Universo está
expectante, una joven pobre, vulnerable e indefensa actúa ofreciendo el don
humilde de su fiat: "Hágase en mí según tu palabra".
¿Qué había en lo más hondo de su ser para que esta joven doncella del
Señor revirtiera el crimen de nuestra primera madre? La fe cristiana enseña que la suya fue una
actitud de sometimiento humilde y honesto a la voluntad de Dios. La salvación del mundo no la inauguró un gran
rechazo, sino un gran fiat, una bendita aceptación. Más o menos treinta y
tres años después, el hijo de María dijo con valor inagotable: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc
22, 42).
UN
CONTRASTE ILUSTRATIVO
Comparar
el fiat de María con el
gran rechazo de Marcuse nos ayuda a ilustrar un relevante tema de la guerra
cultural. Los progresistas insisten cada vez más que la afirmación de la
negación del gran rechazo exige, como sugiere Marcuse, un rechazo a todo
lo que ha sido recibido, a todo lo establecido, ya sea la voluntad de Dios, la
naturaleza y sus límites, o la cultura heredada. El objetivo es liberar a la humanidad de todo lo
recibido, puesto que todo se considera un constructo arbitrario del poder
social. La tarea, reducida a acción política, es una revolución en marcha
contra los límites del tipo que sean. Pero esta revolución debe surgir de la
arbitrariedad de nuestros deseos, puesto que las revueltas contra lo
establecido dejan a la humanidad sin un orden tradicional,
mental o natural que sea identificable o sustantivo. Es, utilizando la frase de C.S. Lewis, "la abolición del hombre". Es la tiranía de los impulsos, de los caprichos,
de los deseos.
El fiat de
María, en cambio, es la expresión magnánima de la receptividad y la gratitud, no de la
revuelta. Es la acogida humilde e incluso feliz de lo recibido (en su caso, de
la voluntad de Dios). En un sentido cultural más amplio, adoptar la
receptividad de María implica una actitud agradecida y acogedora
hacia el rico patrimonio cultural, la tradición heredada y, desde luego, la
naturaleza dada. Implica una contención agradecida y una caridad
acogedora de miles de bienes para disfrutar, en vez de ir acumulando
imposiciones que rechazar. La de María era un alma
engrandecida por la gratitud, no marchita por la amargura. Acoger significa heredar, aceptar y
desarrollar. Rechazar, en cambio, implica socavar, vaciar y destruir.
Esta
diferencia ilumina la crisis actual de las sociedades progresistas. ¿Deben estas sociedades buscar la libertad ordenada por
la tradición, la naturaleza y la razón, o deben buscarla como un rechazo
transgresor de lo establecido? Si buscan esto último, nuestra cultura
está en peligro de convertirse en un vacío que se vacía a sí
mismo continuamente, o en un cuento relatado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin ningún significado.
Pero
el fiat de María -una
apertura receptiva a la generosidad de Dios, a la naturaleza y a la tradición-
permanece siempre abierto para nosotros. Ante el rechazo y la disolución
cultural, el Adviento nos recuerda que siempre hay esperanza.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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