Dos verdades absolutamente ciertas de la vida: nuestra existencia y lo inevitable de nuestra muerte.
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
“Ven, siervo bueno y fiel; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21)
1. LA MUERTE ES UN MOMENTO DE DOLOR DONDE SÓLO LA FE
PUEDE ILUMINAR DE ESPERANZA ESE MOMENTO DE TRISTEZA. La muerte duele
porque es un parto al cielo. Cuando muera un ser querido piensa si existía un “derecho” para retenerlo aquí y si era más tuyo
que de Dios. Mira si no es egoísmo querer privarle de lo que ahora tiene: la felicidad eterna. ¿Estás seguro de que más tarde se
iba a salvar…?
2. ¿QUÉ ES LA MUERTE? La muerte no tiene la
última palabra: la vida no termina, se transforma. Los hombres que contemplan
el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección. La muerte
nos revela lo que el hombre es: “polvo, ceniza,
nada”. Quien muere deja una luz y alcanza otra. La muerte es el paso a
la eternidad. La muerte es fin e inicio. Morir en gracia de Dios significa
conquistar la cumbre, la meta, el abrazo eterno del Padre. San Francisco cantó:
“Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún
viviente escapa de su persecución; ¡ay, si en
pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!”.
3. ¿ES MEJOR VIVIR O MORIR? “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.
Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué
escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir
y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor...” (Flp
1, 21-23). La felicidad del hombre consiste en amar y ser amado. Cuando un alma
parte a la casa del Padre ahí es amada por Dios y ama a Dios. Un día el hombre
dejará de sonreír, de caminar y de cantar… pero nunca dejará de amar. En vez de
recibir la muerte con lágrimas, deberíamos recibirla con una sonrisa porque nos
conduce al encuentro, cara a cara, con nuestro Creador.
4. ¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE LA MUERTE? En la
entrada de un cementerio español está escrito: “Hoy
a mí, mañana a ti”. Lo capital para el hombre no es morir antes o
después, sino bien o mal. San Agustín confesó: “Como
es la vida, así es la muerte”. Ten presente que “Cuando
un padre muere es como si no muriese, pues deja tras de sí –algunas veces- un
hijo semejante a él”. (Si. 30, 4).
5. ¿HAY QUE TEMER LA MUERTE? No, pero cuando se
tiene miedo, por algo será… Opta por una muerte que te lleve al cielo. Que no
te pase como aquel epitafio que decía: “Aquí yace
un hombre que murió sin leer el libro que lo iba a salvar: la Biblia”. O
aquel otro que decía: “He aquí un ateo que no tiene
a dónde ir”. Hay que vivir de tal manera que si volviéramos a nacer
elegiríamos seguir el mismo camino. Santa Teresa no temía la muerte, al
contrario, ella decía: “Muero porque no muero”. Para
desear la eternidad es necesario imaginar el abrazo del Padre.
6. ¿POR QUÉ EXISTE LA MUERTE? Porque el hombre
quiere ver a Dios y para verlo es necesario morir. El hombre surgido del polvo
debe retornar al polvo y el alma surgida de Dios debe volver a Dios. Las dos
verdades absolutamente ciertas de la vida son nuestra existencia y lo
inevitable de nuestra muerte. Todos los hombres mueren, pero no todos viven.
San Ambrosio predicó: “Es verdad que la muerte no
formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no
instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio
(...). En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro
trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era
necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la
vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien,
si no entra en juego la gracia (…) No debemos deplorar la muerte, ya que es
causa de salvación”.
7. ¿POR QUÉ NO SABEMOS EL DÍA QUE VAMOS A MORIR? Si
supiéramos el día de nuestra muerte no viviríamos cada día con la misma
intensidad. Nadie sabe ni cómo ni cuándo morirá. Nadie por más que se esfuerce
puede añadir una hora al tiempo de su vida. La muerte es lo más cierto, pero el
día es lo más incierto. No olvides que no es necesario ser viejo para morir. No
vale la pena indagar el cómo, el cuándo ni el dónde moriré; pero sí vale estar
preparado.
8. ¿QUÉ ACTITUD DEBEMOS TOMAR ANTE LA MUERTE DE UN SER
AMADO? No rechazar a Dios porque nos lo ha quitado, sino agradecerle
porque nos lo ha dado. “¿Conviene llorar a un
muerto? Sí, pero no lamentarse cuando muere en aras de Dios”, como dijo un
amigo. Dios es misericordioso y “la misericordia se siente superior al juicio” (St
2, 13) Porque “nuestra maldad es una gota que cae
en el océano de la misericordia de Dios”. “Jesucristo crucificado está como un
tapón entre la muerte y el infierno”. Dios es comprensivo porque sabe
todo y saberlo todo es perdonarlo todo. Jesús nos enseñó: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es
misericordioso”. Mientras que el apóstol Santiago escribió: “Habrá un juicio sin misericordia para el que no tenga
misericordia hacia los demás” (St 2, 13) Recuerda: para obtener misericordia para uno mismo, es necesario tener
misericordia hacia los demás. “Al final de la vida sólo queda lo que hayamos
hecho por Dios y los demás”.
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