¿Qué sentido tiene la vida? Y cuestiono a Dios ¿para qué tanto sufrir si nos ama?, ¿por qué Dios se hizo hombre, qué necesidad tenía? Cuestiono al mundo, a la persona que tengo al lado, ¿por qué tanta pelea que cansa? Cuestiono a mis padres, ¿por qué no darme más herramientas?
Me cuestiono a mí, ¿por qué no he aprendido a vivir ya? Nos ayudaría mirar nuestra vida
a la luz de la de Jesús…
Jesús, pudiendo vivir como
Dios en ese Edén eterno, decidió venir a nuestro caótico mundo. ¿Pero para qué? Si yo siendo humana quiero irme ya
corriendo y fantaseo con esa eternidad de gozo.
¿Por qué vino Él aquí a hacerse hombre?
Cuando reflexiono en la idea
de que el mismo Dios quiso venir a este mundo, me doy cuenta que lo hizo por
una razón… no es Dios tonto para sufrir sin sentido o en vano.
JESÚS VINO A MOSTRARNOS EL CAMINO PARA LLEGAR AL
PADRE
Jesús vino entonces a
enseñarme a tenerme paciencia, a tenerle paciencia a Dios y paciencia al
mundo. Que vivir quejándose de todo no sirve para lograr
la paz ni la muerte más rápido.
Que a cada día le basta su
propio afán: si es pasar con los amigos y comer, si es trabajar, ir a estudiar,
tener que aclarar temas con las autoridades de la ley o de la religión.
Ir a acompañar a los
sufrientes, estar con la familia, caminar solo por el desierto para encontrarse
con lo más profundo, hacer sentir a otros que Dios los ama
incondicionalmente como a una ovejita siempre perdida. ¡En fin, tantas cosas!
Dios
compone las parábolas por experiencia interna de lo que iba siendo la vida. Cada reflexión que puede
hacer para encontrar consuelo de dónde iba estando Dios, su Padre, es un camino
que parecía muchas veces difícil, sin sentido, arduo, atemorizante, de
huérfano.
Pero todo para recordarnos que
¡Él también pasó por todas las dificultades humanas
de este mundo y las superó de la mejor manera! Que con cada paso que
daba nos abría camino para llegar al Padre.
JESÚS NO SE QUEDA EN LAS CONFUSIONES
Más bien logra encontrarles
sentido en el corazón de Dios, que nos habla en todas las cosas de la vida, a
cada minuto, a cada instante y que muchas veces no sabemos escuchar.
Jesús estuvo 30 años
preparándose para cumplir su misión, y cuando finalmente sale a la vida pública se
da cuenta que mil obstáculos lo abruman y que no será fácil.
Que algunos amigos lo
abandonarán cuando todo sea más crítico, que quienes lo juzguen serán nada
menos que los mayores en la pirámide social y que aún así «Nadie me quita la vida, yo la entrego».
Jesús caminó también y en Él
podemos encontrar nuestro camino, nuestra misión. No quiso acabar con todos los
males, no quiso dejar satisfechos a todos, no quiso convencer a los opositores
de qué era el Reino para hacerse todos amigos y vivir en una realidad perfecta…
¡Jesús nos hizo libres, amigos y no esclavos!
¿POR QUÉ NO DEJO EL MUNDO PERFECTO?
¿Qué quiso
entonces demostrar? Jesús reta no solo lo que vive en su tiempo, sino a la idea que tengo yo
de vida plena: ¿es acabar con todos los obstáculos,
dejar a todos felices con quien soy, hacer entender a todos todo?
Quizá es vivir un día a la vez
«…a cada día le basta su propio afán». Encontrando
lo que Dios me pide hoy, eso que me llena de amor y llena a otros de ese amor.
Aquello que dejará fruto y
podrá traer aunque sea un poco de luz, amor y provecho al mundo que hoy me
toca. Aunque sea en un pueblito desconocido, oprimido por un reino, en las
periferias del mundo, sin mucho éxito con los grandes del entorno, haciendo lo
que hoy más deja sentir que Dios está aquí.
Dios
nos dio el precioso regalo de la libertad, para que elijamos nosotros mismos
qué camino recorrer. Y nos mostró con cada detalle
de su vida, que hay más en dar que en recibir, en amar que en odiar, en callar
que en responder con rabia.
Que hay más en ser nobles,
mansos de corazón, humildes, sencillos. ¡Qué ser
llamados sus hijos es un privilegio y que nos ama tanto, pero tanto, que ha
entregado a su único hijo para nuestra salvación!
Escrito por Sandra Estrada
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