viernes, 6 de noviembre de 2020

"LOS MATONES" (2014).

 Aquella tarde de octubre, la suerte estaba echada, pues al llegar del colegio no encontré el lonche que de costumbre mi tía preparaba. Más bien buscaba moneditas entre sus lozas y pocillos, tratando de completar para el pan.

Esto me preocupó, y contemplé en el acto ,mi cajón de lustrabotas, que era solamente usado los días domingo, -para sacar la propina escolar de toda la semana.- No era un gran cajón, pero estaba equipado con el antiguo betún Kiwi en todos los colores y sobre todo el guinda, -que tanto gustaba a los bolicheros-. Ellos, aparte de pagar el servicio, daban propina o te decían quédate con el vuelto, pues el sencillo les malograba el bolsillo.

Cuando a la muerte de Banchero, el boom pesquero acabó, muchos empujaban un triciclo y cobraban en peseta, otros, por cierto, aprovecharon la época y aseguraron su economía. Con la idea fija en encontrar un bolichero, ese día salí con mi cajón de lustrabotas, a trabajar por el lonche, -sin percatarme que era lunes- y los bolicheros estaban en altamar.

Me dirigí frente a galerías Callao, donde se congregaban casi todos los lustradores, dada la cercanía con el antiguo Comité 16 (hoy San Martín) de autos a Lima… Por esas épocas, viajar a la capital era cosa seria, había que ir con buena ropa y zapatos lustrados. Los viajes se preparaban con anticipación, incluida la compra de salchicha y relleno para la familia de Lima.

Al ver que no había sitio y que los que allí estaban, eran más grandes que yo, -pues había que trompearse para ganar un sitio.- Me dirigí a la esquina de Atahualpa y Veintiocho de Julio, al antiguó bazar Dulanto, punto de encuentro de bolicheros, pero ¡no encontré a ninguno!

Desanimado fui hacia la plaza de armas, más al pasar por la antigua "radio Huacho" se acercó mi vecino Arakaki, quién tenía una fábrica de hielo y su hermano fue alcalde. Me dijo: ¡Zambito! ¿Quieres ganar plata? -Yo asentí con un movimiento de cabeza. Luego subí a su camioneta, nos dirigimos a la fábrica "Lever Pacocha", hoy día. Plaza del sol, al frente hay un local en cuyo frontis aparece un compás, como símbolo (de los “Masones”). Me colocó, en la entrada y dijo: -Pero no hay nadie, acoté. Ya vienen, me dijo. Zambito, a cada persona que entre, le limpias los zapatos, no los lustres sólo le sacas el polvo ¿Ya?

Esperé como una hora, cuando ya aburrido me retiraba, vi llegar dos ómnibus, de la línea "Villanueva", de la ruta Huacho – La Campiña, que llegaba cargado de gente de terno y corbata, con raros medallones y faldones. Ellos se formaron en fila, mientras yo procedía a desempolvar sus zapatos. Cosa que hice con rapidez a más de cien personas, entre las cuales habían personas conocidas y honorables de la época: Kian, Matsumura, Arakaki, Bustamante, dedicados a la empresa y el comercio.

Cuando ya terminaba, sentí la mano en mi cabeza de una comadre de mi tía, quien decía a la vez: ¡Buena Darío, te doblaste con los Masones! Lo que a mis nueve años lo entendí como, “los matones", sería por el bullicio. Luego de terminar con el último señor, todos ingresaron al local y empezaron una ceremonia que yo no entendía.

Desesperado por la incertidumbre de mi pago, pues Arakaki no aparecía, empecé a preocuparme y poner cara triste. Cuando este apareció diciendo: ¡Zambito me había olvidado de ti! A lo cual ingreso al local. Comenzó a hablar al oído a los señores Kian y Bustamante, grandes hombres de la época, ellos a una señal reunieron una propina. Se acercó Arakaki y me entregó una bolsita de papel a la vez que me decía: ¡Te doblaste Zambito!

Cogiendo la bolsita la metí en mi pecho y caminé hacia la espalda del local en donde estaba la antigua planta de luz y bajo la luz mortecina y amarillenta abrí la bolsa. ¡Y vaya que casi me caigo de poto al ver 9 billetes de 10 soles! Color naranja (nueve libras), nunca había ganado tanto lustrando zapatos.

Emocionado corrí hacia el mercado, en donde entré a la antigua bodega Phang, entre La Merced y Adán Acevedo, en donde todas las noches se encontraba la rica palta ambarina, las micas de manteca y el pescado frito. En la bodega compré: quaker, café, embutidos, etc. para el lonche. Y con entusiasmo corrí a la casa. Ahí encontré a mis primos y tíos que comenzaban a cenar, con yerba luisa y pan y medio por cabeza. Puse el costalillo con víveres en la mesa, a la vez que los invité a comer lo que quieran.

Pero a diferencia de hoy, antes, primero te sacaban la mierda y después te preguntaban. Me pusieron en confesión, a punto de peñiscones. Y dije que los “matones” habían pagado mi trabajo, a cual la vieja candelera de mi abuela exclamó: -¡¿Y todavía con delincuentes?! A la vez que mi patilla era levantada. A todo esto mi tío dijo: ¡Ya comamos y dejen en paz al muchacho! ¡¡Creo que ha estado con los “Masones”!! -Luego, me miró, tocó mi cabeza y dijo: !Eres grande, carajo! !Ojalá lo seas siempre!!

Esa noche me sentí un grande y los días siguientes fui el rey en mi colegio, invitando pan con torreja a todos. Pero, esa es otra historia…

De Darío Pimentel

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