El Papa Francisco exhortó a los 13 nuevos cardenales a estar siempre vigilantes para permanecer en el camino de Jesús y no dejarse llevar por el espíritu mundano de la distinción del rojo púrpura del hábito cardenalicio.
Así lo indicó el Santo Padre este 28 de noviembre al celebrar el
consistorio ordinario público para la creación de 13 nuevos cardenales llevado
a cabo en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
“Queridos hermanos: Todos nosotros queremos a Jesús, todos deseamos seguirlo, pero tenemos
que estar siempre vigilantes para permanecer en su camino. Porque con
los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede
estar lejos y llevarnos fuera del camino. Así, por ejemplo, el rojo
púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede
convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente”, indicó el Papa.
A continuación, el texto de la homilía del Papa
Francisco durante el Consistorio:
El camino. El camino es el lugar donde se realiza la escena que describe el
evangelista Marcos (cf. 10, 32-45). Y es el lugar donde se desarrolla siempre
la trayectoria de la Iglesia: el camino de la vida,
de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con
Cristo, orientado a su Misterio pascual. Jerusalén siempre está ante
nosotros. La cruz y la resurrección pertenecen a nuestra historia, son
nuestro presente, pero también son la meta de nuestro camino.
Este relato evangélico ha estado presente con frecuencia en los
consistorios para la creación de nuevos cardenales. No es sólo un “trasfondo”, sino la “hoja
de ruta” para nosotros que estamos hoy en camino con Jesús, que va
delante de nosotros. Él es la fuerza y el sentido de nuestra vida y de nuestro
ministerio.
Por tanto, queridos hermanos, hoy nos toca a nosotros confrontarnos con
esta Palabra.
Marcos subraya que, en el camino, los discípulos «estaban asombrados [...] tenían miedo». ¿Por qué? Porque sabían
lo que les esperaba en Jerusalén; Jesús ya les había hablado abiertamente en
otras ocasiones. El Señor conoce el estado de ánimo de los que lo siguen, y
esto no lo deja indiferente. Jesús no abandona jamás a sus amigos; no los
olvida nunca. Aun cuando parece que vaya derecho por su camino, Él siempre lo
hace por nosotros. Todo lo que hace,
lo hace por nosotros, por nuestra salvación. Y, en el caso específico de los
Doce, lo hace para prepararlos a la
prueba, para que puedan estar con Él, ahora, y sobre todo después, cuando Él no
esté más con ellos. Para que estén siempre con
Él en su camino.
Sabiendo que el corazón de los discípulos estaba turbado, Jesús
llamó aparte a los Doce y, «otra vez», les
dijo «lo que le iba a suceder». Lo hemos
escuchado: es el tercer anuncio de su pasión,
muerte y resurrección. Este es el camino
del Hijo de Dios. El camino del
Siervo del Señor Jesús. Jesús se
identifica con este camino, hasta el punto de que Él mismo es este
camino. «Yo soy el camino» (Jn 14,6).
Este camino, no hay otro.
Y en este momento sucedió un “golpe de
efecto” que trastocó e hizo posible que Jesús pudiera revelarles a
Santiago y Juan —pero en realidad a todos los Apóstoles, y todos nosotros— el
destino que les esperaba. Imaginemos la escena: Jesús, después de haberles
explicado nuevamente lo que le iba a suceder en Jerusalén, miró a los Doce,
fijó en ellos sus ojos, como diciendo: “¿Está
claro?”. Después retomó el camino, a la cabeza del grupo, y del grupo
se separaron dos: Santiago y Juan. Se acercaron a Jesús y le expresaron su
deseo: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu
derecha y otro a tu izquierda». Este es otro
camino. No es el camino de Jesús, es otro. Es el camino de quien,
quizás, sin ni siquiera darse cuenta, “usa” al
Señor para promoverse a sí mismo; de quien —como dice san Pablo— busca su
propio interés, no el de Cristo (cf. Flp 2,21). Sobre esto, san
Agustín tiene un estupendo Sermón sobre los pastores, que siempre nos hace
bien releer en el Oficio de Lecturas.
Jesús, después de haber escuchado a Santiago y Juan, no se alteró, no
se enojó. Su paciencia fue verdaderamente infinita, también con nosotros, ha
tenido y tendrá paciencia. Y les respondió: «No
sabéis lo que pedís». Los disculpó, en cierto sentido, pero al mismo
tiempo también los acusó: “Ustedes no se dan
cuenta de que se salieron del camino”. En efecto, inmediatamente
después fueron los otros diez apóstoles los que demostraron, con su actitud
de indignación hacia los hijos de Zebedeo, que todos
estaban tentados de salirse del camino.
Queridos hermanos: Todos
nosotros queremos a Jesús, todos deseamos seguirlo, pero tenemos que estar
siempre vigilantes para permanecer en su camino.
Porque con los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón
puede estar lejos y llevarnos fuera del camino.
Pensemos en tantos tipos de corrupción en la vida sacerdotal. Así, por
ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la
sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción
eminente. Y tú no serás el pastor cercano al pueblo, sentirás ser solamente la
eminencia, ¿también tú sentirás esto? estarás
fuera del camino.
En este relato evangélico, lo que siempre sorprende es el claro contraste entre Jesús y los discípulos. Jesús lo sabe, lo conoce, y lo soporta. Pero el
contraste permanece: Él en el
camino, ellos fuera del camino. Dos
recorridos opuestos. Sólo el Señor, en realidad, puede salvar a sus amigos
desorientados y con el riesgo de perderse; sólo su cruz y su resurrección.
Por ellos y por todos, Él subió a Jerusalén. Por ellos y por todos, entregó
su cuerpo y derramó su sangre. Por ellos y por todos, resucitará de entre los
muertos, y con el don del Espíritu los perdonará y los transformará.
Finalmente, los orientará para que lo siguieran en
su camino.
San Marcos —como también Mateo y Lucas— agregó este relato en su
Evangelio porque es una Palabra que salva, necesaria para la Iglesia de todos
los tiempos. Aun cuando los Doce hacen un mal papel, este texto entró en el
Canon porque muestra la verdad sobre
Jesús y sobre nosotros. Es una Palabra beneficiosa también para nosotros hoy.
También nosotros, Papa y cardenales, tenemos que reflejarnos siempre en esta
Palabra de verdad. Es una espada afilada, nos corta, es dolorosa, pero al mismo
tiempo nos cura, nos libera, nos convierte. Conversión es justamente esto:
desde fuera del camino, volver al camino de Dios.
Que el Espíritu Santo nos conceda, hoy y siempre,
esta gracia.
Redacción ACI Prensa
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