miércoles, 11 de noviembre de 2020

CUANDO MUERE UNA PERSONA, ¿HAY QUE REZAR EL ROSARIO NUEVE DÍAS Y PONERLE UN VASO CON AGUA?

El sufragio por los difuntos.

Por: Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, IVE | Fuente: Ediciones del Verbo encarnado.

Cuando muere una persona, ¿hay que rezar el rosario nueve días y ponerle un vaso con agua?

PREGUNTA:

Me
dirijo a Usted con todo respeto y confianza, tengo una inquietud o duda y me gustaría me pudiera ayudar a aclararla. Cuando fallece una persona, ¿cuál es el motivo o por qué se le debe de rezar del novenario del rosario? Y además, mientras se reza éste novenario ¿cuál es el significado de ponerle una vela o veladora encendida durante todos estos nueve días y también un vaso con agua?

RESPUESTA:

El rezo del Rosario es una oración muy eficaz, y recomendada por la Iglesia (por ejemplo, puede leer la Carta Apostólica del Siervo de Dios Juan Pablo II, ´Rosarium Virginis Mariae´), y como tal, es una gran ayuda a las almas que están en el Purgatorio. El Papa Benedicto XVI, en la reciente Carta Encíclica ´Spe Salvi´, recuerda la doctrina sobre por qué debemos ofrecer sufragios por los difuntos:

´Sobre este punto hay que mencionar aún un aspecto, porque es importante para la praxis de la esperanza cristiana. El judaísmo antiguo piensa también que se puede ayudar a los difuntos en su condición intermedia por medio de la oración (cf. por ejemplo 2 Mc 12,38-45: siglo I a. C.). La respectiva praxis ha sido adoptada por los cristianos con mucha naturalidad y es común tanto en la Iglesia oriental como en la occidental. El Oriente no conoce un sufrimiento purificador y expiatorio de las almas en el «más allá», pero conoce ciertamente diversos grados de bienaventuranza, como también de padecimiento en la condición intermedia. Sin embargo, se puede dar a las almas de los difuntos «consuelo y alivio» por medio de la Eucaristía, la oración y la limosna. Que el amor pueda llegar hasta el más allá, que sea posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto más allá del confín de la muerte, ha sido una convicción fundamental del cristianismo de todos los siglos y sigue siendo también hoy una experiencia consoladora. ¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón? Ahora nos podríamos hacer una pregunta más: si el «purgatorio» es simplemente el ser purificado mediante el fuego en el encuentro con el Señor, Juez y Salvador, ¿cómo puede intervenir una tercera persona, por más que sea cercana a la otra? Cuando planteamos una cuestión similar, deberíamos darnos cuenta que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo.

Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de lo
s otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. Y con esto no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí.40 Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal.´ (Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, n. 48)

El uso de velas en la liturgia y las devociones privadas es muy antiguo y tiene muchas aplicaciones; puede representar nuestras oraciones, nuestra devoción, nuestra intención de ´velar´ es decir, de mantenernos despiertos y atentos en la oración para alcanzar lo que pedimos a Dios. Pero también pueden ser utilizadas con sentido supersticioso, como si se creyese que las velas, o un número determinado de velas, o alguna práctica por el estilo, pueden alcanzar, por sí mismas, de modo ´mágico´, lo que pretendemos.

Lo mismo se diga de esa práctica a la que usted alude, de poner un vaso de agua. Desconozco su origen y el sentido que le dan quienes así obran. Puede ser algo análogo a las antiguas prácticas paganas, usadas más tarde por algunos cristianos, por las que se dejaba a los difuntos comida y bebida, como un modo de estar unidos a ellos en un mismo banquete. Si se piensa que el difunto necesita ese agua, sería un pensamiento supersticioso. Tal vez la práctica venga del uso del agua bendita, usada como un sacramental; en tal sentido estaría bien, mientras se entienda cuál es el sentido.

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