Las dos verdades absolutamente ciertas de la vida son nuestra existencia y lo inevitable de nuestra muerte. Todos los hombres mueren, pero no todos viven.
Por: Ricardo
Ruvalcaba, L.C. | Fuente: Catholic.net
“Ven, siervo bueno y fiel;
entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21)
1. La
muerte es un momento de dolor donde sólo la fe puede iluminar de esperanza ese
momento de tristeza. La muerte duele porque es un parto al cielo. Cuando muera
un ser querido piensa si existía un “derecho” para
retenerlo aquí y si era más tuyo que de Dios. Mira si no es egoísmo querer
privarle de lo que ahora tiene: la felicidad eterna. ¿Estás
seguro de que más tarde se iba a salvar…?
2. ¿Qué es la
muerte? La muerte no tiene la última palabra: la
vida no termina, se transforma. Los hombres que contemplan el sepulcro
de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección. La muerte nos revela lo
que el hombre es: “polvo, ceniza, nada”. Quien
muere deja una luz y alcanza otra. La muerte es el paso a la eternidad. La
muerte es fin e inicio. Morir en gracia de Dios significa conquistar la cumbre,
la meta, el abrazo eterno del Padre. San Francisco cantó: “Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún
viviente escapa de su persecución; ¡ay, si en pecado grave sorprende al
pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!”.
3. ¿Es mejor vivir o
morir? “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir
en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento
apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo,
lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor...” (Flp 1, 21-23). La
felicidad del hombre consiste en amar y ser amado. Cuando un alma parte a la
casa del Padre ahí es amada por Dios y ama a Dios. Un día el hombre dejará de
sonreír, de caminar y de cantar… pero nunca dejará de amar. En vez de recibir
la muerte con lágrimas, deberíamos recibirla con una sonrisa porque nos conduce
al encuentro, cara a cara, con nuestro Creador.
4. ¿Qué podemos
aprender de la muerte? En la entrada de un cementerio español está
escrito: “Hoy a mí, mañana a ti”. Lo capital
para el hombre no es morir antes o después, sino bien o mal. San Agustín
confesó: “Como es la vida, así es la muerte”. Ten
presente que “Cuando un padre muere es como si no
muriese, pues deja tras de sí –algunas veces- un hijo semejante a él”. (Si.
30, 4).
5. ¿Hay que temer la
muerte? No, pero cuando se tiene miedo, por algo será… Opta por una
muerte que te lleve al cielo. Que no te pase como aquel epitafio que decía: “Aquí yace un hombre que murió sin leer el libro que lo
iba a salvar: la Biblia”. O aquel otro que decía: “He aquí un ateo que no tiene a dónde ir”. Hay que
vivir de tal manera que si volviéramos a nacer elegiríamos seguir el mismo
camino. Santa Teresa no temía la muerte, al contrario, ella decía: “Muero porque no muero”. Para desear la eternidad
es necesario imaginar el abrazo del Padre.
6. ¿Por qué existe
la muerte? Porque el hombre quiere ver a Dios y para verlo es necesario
morir. El hombre surgido del polvo debe retornar al polvo y el alma surgida de
Dios debe volver a Dios. Las dos verdades absolutamente ciertas de la vida son
nuestra existencia y lo inevitable de nuestra muerte. Todos los hombres mueren,
pero no todos viven. San Ambrosio predicó: “Es
verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se
introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos
la dio como un remedio (...). En efecto, la vida del hombre, condenada por
culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a
ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la
muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es
más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia (…) No debemos
deplorar la muerte, ya que es causa de salvación”.
7. ¿Por qué no
sabemos el día que vamos a morir? Si supiéramos el día de nuestra muerte
no viviríamos cada día con la misma intensidad. Nadie sabe ni cómo ni cuándo
morirá. Nadie por más que se esfuerce puede añadir una hora al tiempo de su
vida. La muerte es lo más cierto, pero el día es lo más incierto. No olvides
que no es necesario ser viejo para morir. No vale la pena indagar el cómo, el
cuándo ni el dónde moriré; pero sí vale estar preparado.
8. ¿Qué actitud
debemos tomar ante la muerte de un ser amado? No rechazar a Dios porque
nos lo ha quitado, sino agradecerle porque nos lo ha dado. “¿Conviene llorar a un muerto? Sí, pero no lamentarse
cuando muere en aras de Dios”, como dijo un amigo. Dios es
misericordioso y “la misericordia se siente
superior al juicio” (St 2, 13) Porque “nuestra
maldad es una gota que cae en el océano de la misericordia de Dios”.
“Jesucristo crucificado está como un tapón entre la muerte y el infierno”. Dios
es comprensivo porque sabe todo y saberlo todo es perdonarlo todo. Jesús nos
enseñó: “Sed misericordiosos como vuestro Padre
celestial es misericordioso”. Mientras que el apóstol Santiago escribió: “Habrá
un juicio sin misericordia para el que no tenga misericordia hacia los demás” (St
2, 13) Recuerda: para obtener misericordia para uno
mismo, es necesario tener misericordia hacia los demás. “Al final de la vida
sólo queda lo que hayamos hecho por Dios y los demás”.
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