domingo, 18 de octubre de 2020

“PARADERO FANTASMA”

Todos los ayudantes del gringo Rudolf se quedaban en Lima y él les enseñaba a manejar su poderoso Mitsubishi Fuso. Qué mejor futuro para un joven puneño como yo con ganas de conocer el mar y la capital. Por eso aquella mañana, a sabiendas que el alemán no tenía chulío, me apersoné junto a mi primo Matías, quien, a sus catorce años jamás había aprendido a atar los pasadores de sus zapatos. Ambos teníamos la idea de ser chulíos de tan insigne personaje.

Debido a mi corpulencia fui elegido, sin goce de haber, por tan sólo la comida, aprender a manejar, y lo principal, conocer el mar. Ante tal decisión Matías se alejó, no sin antes advertir que a mi primer error él sería el nuevo chulío.

Luego de darme las indicaciones del caso, Rudolf me designó como lugar de dormir la panagra del camión. También me asignó la tarea de revisar las llantas y limpiar el vehículo antes de cada entrada a Lima, pero me intrigó mucho su más seria advertencia: -Padezco de fuertes pesadillas, y habrá algunas noches en que me tendrás que amarrar-.

Esto se hizo rutina tras un año de trabajo. Mientras dormía escuchaba al gringo encerrado en la cabina, gritando, roncando, meciendo el pesado vehículo y mezclando sus rugidos de pesadilla con el silencio de las noches serranas.

Pero, con el tiempo me pude percatar que solamente me pedía que lo amarre las noches de luna llena. Esto despertó mi curiosidad y una noche en Pampa Galeras en que lo até para que duerma, la luna comenzó a brillar y empezó el movimiento de siempre, con los ruidos a los que estaba acostumbrado, pero esta vez, decidí mirar al gringo.

Lo que mis ojos vieron aun no encuentran explicación. No era Rudolf, sino una bestia atada, con los ojos rojos, afilados colmillos e inmensas uñas que rasgaban las sogas a punto de romperse.

Mi juvenil inocencia me hizo pensar que era una broma del gringo. Subí a la panagra y traté de dormir, con el cantar de las lechuzas, el chirriar de los grillos y los aullidos de rudolf. Después de ese último viaje me quedé a trabajar en Lima, no sin antes recomendar a mi primo Matías como mi reemplazante.

Al volver después de años y preguntar por mi primo me dijeron con tristeza que había muerto despedazado por un puma en Pampa Galeras en uno de sus viajes con el gringo Rudolf ¿Sería cierto? -Recordemos que él nunca aprendió a atarse los pasadores-. Pero esa es otra historia…

Nota del autor: Esta historia, de la vida real, la publiqué en la revista Sobre Ruedas 2008. Darío Pimentel.

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