Son promesas paradójicas que iluminan las acciones y sostienen la esperanza en las dificultades.
Por: Georges Chevrot | Fuente: www.opusdei.es
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña
que “las bienaventuranzas” están en el
centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas
al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la
posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos.
Así, las bienaventuranzas dibujan el rostro de
Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados
a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las
actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que
sostienen la esperanza en las dificultades; anuncian a los discípulos las
bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la
Virgen María y de todos los santos. (cfr. 1716-1717).
LAS
BIENAVENTURANZAS (Mt 5,3-12)
Bienaventurados los pobres
de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que
buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos.
Bienaventurados seréis
cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será
grande en los cielos.
1ª
BIENAVENTURANZA: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el
Reino de los cielos”
El campo de las Bienaventuranzas empieza donde
acaba el Decálogo. Jesús nos invita a un desasimiento efectivo. Pide a los
menos favorecidos que cierren resueltamente su corazón a toda codicia. Ordena a
los privilegiados que se desprendan de lo superfluo en beneficio de quienes no
tienen bastante y les invita a superar esta medida obligatoria, pues un
cristiano no practica la virtud de caridad por el mero hecho de socorrer a los
demás: tan solo empieza a amar a sus hermanos en el momento en que se priva él
mismo de algo en su favor. Claro que no cabe hablar de desinterés, sino
únicamente de honradez y de justicia, cuando la probidad y el respeto de los
derechos ajenos provoquen más de una vez un notable empobrecimiento.
¿Cuándo Jesucristo fue
honrado y justo? ¿Con quién?... con la
pecadora pública, con el buen ladrón, pagó los impuestos como un ciudadano…
2ª
BIENAVENTURANZA “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”
La palabra griega que traducimos por “mansedumbre” se aplica a los poseedores de
diversas cualidades, que van desde la mansedumbre al aguante. En todo caso “los mansos” no son los blandos ni los amorfos. La
mansedumbre evangélica implica firmeza de carácter: “No
se turbe vuestro corazón”, dirá Jesús ( Io., XIV, 1, 27), y añadirá en
otra ocasión: “Por vuestra paciencia salvaréis
vuestras almas” ( Lc. XXI; 19). No se trata de un determinado
temperamento, de una disposición natural hecha de indiferencia y apatía, como
tampoco de costumbre de capitular ante los razonamientos o las pretensiones
ajenas para evitar incidentes. La mansedumbre es una virtud y, por tanto, un acto de fortaleza. No nos
equivoquemos sobre su exterioridad tranquila y a veces sonriente, pues no se
adquiere más que por severidad para consigo mismo.
¿Cuándo Jesucristo vivió la
mansedumbre? ¿Con quién?... con los pecadores, con los fariseos hipócritas,
durante la Pasión….
3ª
BIENAVENTURANZA “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados”
A quien confía en Dios, hasta los malos días le
traen su pequeña alegría: la energía sonriente en la adversidad o, al menos, la
canción que acompasa el trabajo, el ímpetu interior que resiste al peligro y al
duelo, o sencillamente la poesía que transfigura las miserables pequeñeces
cotidianas, Los hombres se entristecen porque no comprenden o porque no
aceptan. Pero el cristiano se abandona al Padre que sabe y que decide, al Dios
que distribuye los días de sol o de escarcha, al delicado Artista que ha imaginado
las espinas para proteger a las rosas; sí, sin duda alguna: pero aún se
abandona más al “Dios que se hizo hombre para que
el hombre llegase a ser Dios”. Y con esta frase San Agustín os revelo “el gigantesco secreto” de la alegría cristiana.
¿Cuándo Jesucristo
manifestó alegría? ¿Con quién?... con los niños “dejad
que se acerquen a mí”, con la gente
sencilla, con sus amigos, descansando…
4ª
BIENAVENTURANZA “Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia,
porque ellos serán hartos”
La santidad se caracteriza, en suma, por la
unión con Jesucristo. Unión de vida, de gracia, de gloria, que es obra
exclusiva de Dios. Unión de pensamiento, de abalanza, de amor, de obediencia,
que es la abalanza, de amor, de obediencia, que es la parte que en ella nos
corresponde. El hambre de santidad es, pues, un tormento irresistible de no ser
más que uno solo con Él, un deseo siempre constantemente renaciente de
conformar nuestros pensamientos con los suyos, de identificar nuestra voluntad
con la suya, lo cual implica una resolución contantemente reanudada de
parecernos a Él en nuestras acciones. Esta hambre jamás acallada, Cristo
también lo calma y la mantiene a la vez por su gracia, hasta que lo sacia
definitivamente en la unión eterna del cielo.
¿Cuándo Jesucristo acudía a
su Padre? ¿Con quién?... antes de tomar decisiones, ante las
dificultades, con sus amigos y enseñándonos a rezar el Padre nuestro…
5ª
BIENAVENTURANZA “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia”
Finalmente la misericordia es un acto de
justicia para con nosotros mismos. “No quiero
pensar más en ello – decís - : pero no le perdono”. De todos modos
seguiréis pensando en ello. Os encerraréis en una frialdad calculada, llegaréis
a ser habitualmente desconfiados y amargos, ahogaréis en vosotros mismos toda
bondad. Solo se olvida cuando se perdona. Triunfad de la ofensa negándoos a teneros por ofendido: esa es la
manera de Dios, la que destruye el mal. Perdonar es un poder divino.
¿Cuándo Jesucristo perdona?
¿A quién?... siempre y con todos.
6ª
BIENAVENTURANZA “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios”
El cristiano puramente cristiano – limpio de
corazón – es el que obra como cristiano en cualquier circunstancia. Es fiel a
su palabra; llega hasta el límite de sus convicciones, sin dejarse trabar por
ningún compromiso. Sus actitudes, sus decisiones, sus gestiones lo señalan, lo “caracterizan” como cristiano.
Esta misma integridad de carácter debe encontrarse
en todos los discípulos de Cristo. Choca con lo que hoy se llama conformismo,
para calificar así la costumbre de regular la propia conducta sobre las ideas o
los ejemplos de la mayoría. Este defecto ha existido siempre, solo que es más
sensible en nuestra época, que ha desarrollado un espíritu de rebañego
simultáneamente con los medios de publicidad. En nuestros días se difunden las
opiniones y se imponen las costumbres del mismo modo que un producto
alimenticio o una marca de jabón. Todo se fabrica ahora en serie. No es solo
que todos los habitantes del planeta tiendan a componerse la misma silueta con
un vestido de idéntico corte, sino que la uniformidad es también de rigor en el
campo del pensamiento.
¿Cuándo Jesucristo actúa
sin doblez ni engaño? ¿Con quién?... con
sus Apóstoles, amigos y enemigos…
7ª
BIENAVENTURANZA “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados
hijos de Dios”
Las Bienaventuranzas anteriores no han puesto en
la mano la espada para que cortásemos en lo vivo de las pasiones humanas. Si
nos hemos liberado de las trabas del dinero y del orgullo, endurecido en el
sufrimiento y arrancado de la mediocridad, de la dureza y de la duplicidad,
entonces la paz de Cristo puede desarrollarse ya en nosotros e irradiar a
nuestro alrededor.
A ser posible, y cuanto de vosotros depende,
tened paz con todos (Rom., XII, 18). Cuando San Pablo exhorta a los fieles de
Roma a que se muestren pacíficos, no les promete que sus manifestaciones
amistosas hayan de ser siempre pagadas con la reciprocidad. “A ser posible, y cuanto de vosotros depende”. Para
vivir en paz con el prójimo hace falta que sean dos quienes lo deseen. Y eso es
que el Apóstol no tiene presente más que las relaciones ordinarias de su vida. ¿Qué será cuando se trate de mantener la paz pública, sea
de los diferentes pueblos de la tierra? Sin embargo, los temores, las
mismas posibilidades de un fracaso, no dispensan a los cristianos de intentarlo
todo, de atreverse a todo para hacer reinar la paz en el mundo; pues solo bajo
esta condición merecerán ser llamados hijos de Dios.
¿Cuándo Jesucristo
transmite la paz? ¿Con quién?... Dialogando incluso con sus enemigos, ante las
discusiones de sus Apóstoles, en los momentos de tensión y de sufrimiento…
8ª
BIENAVENTURANZA "Bienaventurados los que padecen persecución por la
justicia, porque suyo es el Reino de los cielos”
Jesús interroga a su auditorio: “¿Estáis decididos a luchar por los derechos de Dios y
por los derechos de vuestros hermanos, a oponernos al mal bajo todas sus
formas?” Porque para extender el reinado de Dios le hacían falta unos
discípulos valerosos. Los que
vinieran tras Él no debían contentarse con enseñar y con practicar la “justicia” –lo cual implica ya, ciertamente,
serios esfuerzos-, sino que habían de comprometerse a defenderla y a sufrir por
ella.
Esta exhortación al valor hace oír Cristo a los
hombres de todos los tiempos, a todos los que quieren ser cristianos.
Recordemos que nos alista para un combate cuyo desenlace no es dudoso: “Yo he vencido al mundo”, nos ha dicho.
Sintámonos, pues, dichosos, a pesar de la fatiga, del recelo y de los tratos
injuriosos, pues, que tenemos la seguridad de la victoria del Evangelio.
¿Cuándo Jesucristo fue
valiente? ¿Con quién?... ante el mal, ante el dolor y sufrimiento…
9ª
BIENAVENTURANZA “Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan, y
con mentira digan mal contra vosotros, todo género de mal por MÍ. Alegraos y
regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así
persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros”
Nosotros, los cristianos, tenemos todavía algo
más que a Moisés y a los profetas. Alguien ha regresado de esas esferas eternas
donde los hombres no vuelven. El hijo de Dios se hizo hombre para compartir su
filiación divina. Toda su predicación estuvo orientada hacia esta vida nueva y
eterna otorgada a los que creyeran en Él. A los escépticos que lo intimaban a
que suministrase las pruebas de lo que afirmaba, les respondió que no daría de
ello más que una sola. Él mismo pasaría por la muerte y regresaría vivo con
esta Vida de la cual haría participar a los hombres regenerados.
Los acontecimientos se produjeron tal y como los
había Él anunciado. Nuestra fe, observarlo, no descansa sobre unas teorías,
sino sobre unos hechos históricos. Y el hecho capital es la resurrección de
Jesús. Sus apóstoles empezaron por apartar la realidad de tal prodigio.
Vacilaron y dudaron. Finalmente, ante las repetidas apariciones del Salvador, a
ellos mismos y a otros- en una ocasión estaban reunidos más de quinientos
hermanos-, se rindieron a la evidencia. Y desde entonces proclamaron hasta su
muerte aquello de lo cual habían sido testigos. “Nosotros lo hemos visto con
nuestros ojos, tocado con nuestras manos; nosotros hemos vivido y comido con
Él, después de su resurrección de entre los muertos.” En vano se usó de
amenazas para que se callasen, replicaban: “nosotros
no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Pero tanto Pablo
como los demás apóstoles dedujeron las consecuencias del triunfo de Jesús sobre
la muerte. Su resurrección es la prueba suprema de su divinidad y, por tanto,
de la verdad de su doctrina; y además implica la certidumbre de nuestra propia
resurrección. Así como las primicias son el testimonio de la futura cosecha, la
victoria de los cristianos se haya contenida en la victoria de Jesús .
¿Cuándo Jesucristo vivió el
optimismo profundo? ¿Con quién?... ante aparentes fracasos, con los traidores…
Nota: Extractos de " Las Bienaventuranzas "
de Georges Chevrot (15ª edicion, Ediciones Rialp)
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