Tratadito sistemático y breve sobre la Santísima Trinidad.
Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Gustavo
Daniel D´Apice
1.
INTRODUCCIÓN
Está en el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), entre los números 232 a 267.
En el 234 dice que es el MISTERIO CENTRAL de la vida del cristiano. Es la primera y más
importante afirmación de fe.
Esto nos remite a que hay una Jerarquía en las verdades de fe, y da razón al
denodado esfuerzo de Juan Pablo II, del que es partícipe todo cristiano, por el
ecumenismo, es decir, la reunión en una sola Iglesia de todos los que creemos
en Jesús, en la Santísima Trinidad, tenemos un solo bautismo y la misma
revelación en la Biblia.
En el 235 trata del esquema de exposición: cómo
se revela el Misterio de la Santísima Trinidad (I) (nros. 237-241.243.244), la
doctrina de la Iglesia sobre ella (II) (242.245-248) y la Misiones Divinas
(III).
En el 236 llama Teología a las misiones de Dios
dentro de Sí Mismo, y Oikonomia las que realiza fuera de Sí. La primera se
refiera a Dios en Sí Mismo, y la segunda a su Plan de Salvar.
El nro. 25l trata sobre algunos términos
filosóficos que nos ayudan a comprender este Misterio.
2. PERSONAS DIVINAS
Son 3 Personas Distintas en una Sola Naturaleza
Divina.
En el Catecismo, esto está explícitamente en los números 232.233 y 252.253.254.
Se distinguen por su origen. El Padre es tal porque de nadie procede y engendra
al Hijo, desde toda la eternidad. Del Padre y del Hijo, por vía de amor,
procede el Espíritu Santo.
Los tres se inhabitan. Donde está el Padre están los otros Dos, y así con cada
uno. A esto se lo llama “pericóresis” o “circumincesión”: Los Unos están en el Otro y viceversa
con cada Uno.
239: El Padre es origen, autor. Se puede
expresar también mediante la imagen de la maternidad.
242: El Hijo es engendrado por el Padre desde
toda la eternidad por vía de generación intelectual. Se conoce y admira en Él.
243-245: El Espíritu Santo.
246.247: Procede del Padre “y” del Hijo (filioque).
248: La tradición oriental: El Espíritu Santo
procede del Padre “por” el Hijo.
3. PROCESIONES DIVINAS
Pertenece a lo llamado en el número 236 “Theología” (palabra griega), es decir, al
conocimiento de Dios en Sí Mismo.
Partamos de que en Dios hay Inteligencia y Voluntad, Conocimiento y Amor.
También podríamos agregar según San Juan de la Cruz: Memoria
y Vida.
Hay dos procesiones en el Seno de la Santísima
Trinidad:
- El Hijo procede del Padre por el camino de
la generación intelectual, por medio del conocer de Dios (vía
intelectiva).
- El Espíritu Santo procede del Padre y del
Hijo por el camino de la generación por el Amor, que es el camino
volitivo, de la Voluntad Amorosa del Padre y del Hijo, y ese Amor se
transforma en la tercera Persona Divina.
Estas relaciones se descubren en el catecismo entre los números 238-248, en especial el 242 y el 246.
4. RELACIONES EN DIOS.
También pertenece a la “Teología”, al Dios en
Sí Mismo.
Hay 4 relaciones en Dios, que se dan mediante la oposición relativa de las
Personas, lo que no rompe su Unidad de naturaleza ni la pericóresis o
circumincesión, por la que donde está Una de Ellas están también las otras Dos.
- La Paternidad. Del Padre con referencia al
Hijo. Es la primera relación.
- La Filialidad. Del Hijo con referencia al
Padre, de Quien procede desde toda la eternidad por vía de conocimiento
intelectual.
- La Espiración Activa. El Padre y el Hijo se
aman de tal manera que generan una Nueva Persona, el Espíritu Santo, por
vía volitiva, “espiran activamente” el Amor.
- La Espiración Pasiva. Es el Amor espirado
por el Padre y el Hijo contemplado desde el Espíritu Santo. Desde Él, que
recibe y es generado, la espiración del Padre y del Hijo es recibida, por
lo tanto es una “espiración pasiva”.
Esto también se descubre en el Catecismo, principalmente al final del número 252, y en los números 254 y 255.
5. MISIONES TRINITARIAS
Las Misiones pertenecen a lo que el número 236
denomina “Oikonomia”, del griego, que
significa “Economía de Salvación”, al Plan
que Dios tiene para salvar.
Por lo tanto, éstas suceden hacia fuera del Seno Trinitario, apuntan al Plan de
Salvación y presuponen un Envío.
Hay 2 Misiones “hacia fuera”:
- La del Hijo enviado por el Padre. Es la
encarnación redentora.
- La del Espíritu Santo, enviado por el Padre
y el Hijo, para dar testimonio de Jesús Resucitado, recrear la Iglesia y
santificar a los hombres.
El Padre no es enviado, pero viene al alma en gracia, tal como leemos en Jn.
14,23 y Ap. 3,20.
En el Catecismo, esto lo descubrimos principalmente en los números 257 y 258 al final.
(De todas maneras, las operaciones divinas son comunes a las Tres Divinas
Personas, por el misterio ya visto de la circumincesión o pericóresis).
6. APROPIACIONES O
ATRIBUCIONES DIVINAS
Tal como decíamos al fin del bloque anterior, las operaciones divinas son
comunes a las Tres Divinas Personas, porque donde está Una de Ellas están
también inhabitándose las Otras Dos. Están “como
Una metida dentro de las Otras” (la pericóresis o circumincesión). La
Trinidad tiene “una sola y misma operación”.
Por lo tanto, crean las Tres, redimen las Tres y santifican las Tres.
Pero, por Apropiación o Atribución, se adjudica a alguna de Ellas determinada
Obra: Por ejemplo, la Creación se “atribuye” al
Padre. La Redención, al Hijo. La Santificación, al Espíritu Santo.
En el Catecismo, encontramos este tema en los números 257,
258 y 259.
7. CONCLUSIÓN: LA TRINIDAD EN
NUESTRA VIDA
En el número 3 de la exposición dijimos que Dios es Inteligencia y Voluntad
según Santo Tomás de Aquino. San Juan de la Cruz le agrega Memoria también, la
cual Santo Tomás la hace surgir de la Inteligencia y la Voluntad.
Para esta aplicación espiritual tomaremos la división de San Juan de la Cruz,
que nos facilitará las cosas.
Arrancamos de los números 259 y 260 del
Catecismo, donde dice que toda la vida cristiana es “comunión
con las Tres Divinas Personas”, y que el fin último de toda la Economía
Divina (del Plan de Salvación) “es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la
Bienaventurada Trinidad”, citando
para ello a Jn. 17, 21-23.
Nosotros, que somos imagen y semejanza de Dios, también tenemos inteligencia,
voluntad y memoria, que son las facultades superiores del hombre y hacen que
nos distingamos por ellas de los animales y que nos podamos unir a Dios.
- Nuestra inteligencia se une al Conocer de
Dios en Jesús, que es el conocimiento del Padre. La inteligencia,
conociendo, busca la Verdad. Y la Verdad es Jesucristo. Y lo hace por
medio de la virtud teologal de la Fe. (Las virtudes teologales son
aquellas que nos unen directamente con Dios, que alcanzan directamente a
Dios).-Cf. Rom. 5, 2ª. Por lo tanto, nuestra inteligencia se une a Jesús,
Hijo del Dios Vivo, por medio de la Fe.
- Lo propio de la voluntad es amar, el amor.
El Amor en Dios es el Espíritu Santo. -Cf. Rom. 5,5. Por lo que nuestra
voluntad se une a Dios Espíritu Santo por medio de la virtud teologal de
la caridad, amando a Dios sobre todas las cosas, que es el primero y el
principal de los mandamientos.
- En la memoria recreamos la vida. Pero para
unirnos a Dios tenemos que dejarlo todo y seguirlo. Por lo tanto, tenemos
que dejar entrar en ella la Vida de Dios, el Padre, que viene del futuro,
y no tener las imágenes y situaciones de nuestra historia enfermiza. Más
allá de las cosas y de las personas, está la Vida de Dios. Ésta es ya Vida
Eterna, y nos sana, nos cura, nos reconcilia y nos libera. Por lo tanto,
nuestra memoria, haciendo el “vacío” de todo lo creado, se une al Padre
por medio de la virtud teologal de la Esperanza, que nos hace penetrar en
la Vida Eterna de Dios y hace que ella penetre en nosotros ya desde ahora.
¿Cómo lograr todo esto? Sin duda, el camino es la oración, sin descartar todo
lo demás. Tiempo y tiempo ante Dios Sólo y solos ante Dios. Lo demás, resultará
muy fácil. Serás santo y podrás realizar la misión que Dios quiere de ti en
esta vida.
Pero si no estás unido a Dios, podrás hacer muchas cosas, pero serán como
golpes en el vacío, y llenas de vanidad y de nada.
EL CULTO A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Cuando rezamos
no debe ser un hábito, debemos de crear una relación filial y familiar con Dios
nuestro Padre.
Por: Lic Guadalupe Magania, Educadora de la Fe |
Fuente: Tiempos de Fe, Anio 3 No. 13, Noviembre - Diciembre 2000
“En el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo”;
"Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo..."
Frecuentemente pronunciamos estas oraciones
desde al despertar hasta al finalizar nuestra jornada día a día.
¿Se trata de un buen hábito
adquirido desde la infancia en el hogar paterno? ¿Es algo mecánico que sale
de mis labios sin tener la menor conciencia de qué es lo que estoy diciendo?
Lo más probable es que en diversos momentos de
nuestra vida se dé lo uno y lo otro. También puede ser que seamos de aquellas
personas que no tienen este hábito porque no han sido educados así.
En las acciones litúrgicas escuchamos la
fórmula trinitaria. Toda la oración de la Iglesia va dirigida al Padre en
Cristo por el Espíritu Santo, en unión con el Espíritu Santo. ¿No basta hablar sólo a Dios y ya quedan incluidos el
Hijo y el Espíritu Santo?
Al recitar la profesión de Fe iniciamos
pronunciando. "Creo en un solo Dios... pasamos
al segundo artículo diciendo: "creo en
Jesucristo, Hijo único del Padre...", más adelante: "creo en el Espíritu Santo...".
DIOS
ES TRINIDAD
Santo Tomás de Aquino decía que para hablar de
este misterio, había que proceder siempre "con
cautela y con modestia" (S. T. 1,.31, ad 2) y citaba a San Agustín
para recordar que en ningún otro tema resulta más peligroso el error, ni más
ardua y laboriosa la búsqueda, ni tampoco más fructuoso el posible descubrimiento
(De Trinitate). Estos grandes doctores de la Iglesia tienen toda la razón, ¿cómo atrevemos a hablar de tan altísimo misterio?
Sólo podemos entrever lo que el mismo Dios nos revela de sí mismo. Dios se
revela, se dona, nos salva. El misterio de la Santísima Trinidad lo conocemos,
pues, por lo que Dios mismo nos ha revelado: Dios
para nosotros es Padre y nosotros para El somos hijos, entre nosotros
somos hermanos y todo ello en Cristo, la persona del Hijo, el Verbo encarnado,
por la acción del Espíritu Santo.
Nos surge esta pregunta: Si Dios es nuestro Padre, si somos hermanos en Cristo y todo por el
Espíritu Santo, ¿cómo debe ser nuestra relación hacia Dios uno y trino?
Surgen dos formas de relacionarnos con la
Santísima Trinidad. Una relación filial, familiar que bien podemos considerar
como devoción. Y la otra forma un poco más formal, el culto al Santísima
Trinidad. Ambas formas deben brotar de la intimidad de nuestro ser. Ambas
debemos hacerlas oración auténtica. A través de cada una de estas vías debemos
colocarnos ante el misterio inefable de Dios como creaturas que somos ante el
Creador y Señor de todo.
¿Qué es la devoción? ¿Qué
es propiamente el culto? ¿Existe alguna diferencia entre la devoción y el
culto?
DIFERENCIAS
ENTRE DEVOCIÓN Y CULTO
La devoción
Veamos primero que queremos decir con el
término "devoción". Su raíz es
latina voveo, devoveo, expresa la
actitud de consagración, oblación, sacrificio, con la que se ofrece un homenaje
a la divinidad para hacerla propicia. Descubrimos en la literatura cristiana
de los primeros siglos que este término puede ser comparado con algunos otros
vocablos que recuerdan el servicio y el culto divino. También en la liturgia de
estos primeros años de la Iglesia, hace referencia a una actitud particular de
oblación, de respeto, de atención que acompaña al culto divino.
En un sentido más preciso quiere decir una
consagración particular de la persona al culto divino o a la vida monástica, o
bien, con un significado más global, las disposiciones permanentes de servicio
hecho a Dios, de entrega convencida y generosa al cumplimiento de su voluntad,
hasta la sumisión fervorosa y total a la ley de Dios, a imitación de la devoción
de los esclavos y de los soldados a su dueño o al emperador.
En la edad media se indica el conjunto de todos
los ejercicios virtuosos, el fervor de la caridad, el afecto que nace de la
meditación de los misterios de Dios.
Hoy, la devoción, atiende
al fervor, a la oración ardiente, al deseo de Dios.
Todos estos significados podemos aplicarlos a
ese camino de nuestra relación con el Dios altísimo que se acerca a nosotros
para elevarnos hasta la altura de su divinidad. Cuando nos ponemos en contacto
con Dios, cuando hablamos con El, cuando lo deseamos ardientemente, cuando
expresamos nuestra gratitud, cuando nos decidimos a entregarnos totalmente a su
servicio en el fiel cumplimiento de nuestros deberes cotidianos, cuando nos
consagramos a Él por ser Él quien Es; entonces, y sólo entonces es que podemos
considerar nuestros actos como verdadera y auténtica devoción. Toda acción
hecha en nombre de Dios y para gloria de Dios, es la devoción que brota de lo
mejor de nosotros mismos. Es ese lazo invisible de amor que Dios ha tendido
primeramente hacia el hombre, hacia todo hombre y es la respuesta de parte
del hombre hacia el AMOR.
Esta relación de amor hacia DIOS AMOR, podemos expresarla de muchas maneras:
ya no serán meras repeticiones las fórmulas trinitarias con las que inicio el
día y cada una de las actividades, lo mismo las que me sirven para agradecerle
y concluir los deberes, más bien serán verdaderas y auténticas expresiones de
esa íntima y cálida relación de la creatura hacia el Creador, del hijo hacia
el Padre, del redimido hacia el Redentor y todo por el Espíritu Santo que nos
ha sido dado.
El ideal de la vida cristiana es vivir con el Padre, conocer con el Hijo y
amar con el Espíritu Santo. En esto está la realización de nuestros anhelos
y está el fin de nuestra existencia cristiana.
Vivir conscientemente la verdad de la
inhabitación de la Santísima Trinidad desde el momento del bautismo,
concientizamos la grandeza del propio ser: templo
de Dios. De esta conciencia ha de brotar el respeto por el propio
cuerpo y el cuerpo de los demás, ha de suscitarse el amor y la veneración
práctica a la Santísima Trinidad habitando en cada uno de mis hermanos en
Cristo, Cuando estas expresiones no son una realidad en la vida ordinaria, es
muy dudosa la devoción a la Santísima Trinidad y en casos, hasta su misma
negación.
EL
CULTO A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Siguiendo el mismo esquema, precisemos lo que
significa el término "culto".
Viene del latín colere
y significa cuidar, cultivar, honrar, venerar. El culto es la adoración
explícita de Dios. Todas las actividades que tienen como primera y auténtica
intencionalidad reconocer la soberanía absoluta de Dios y rendirle el honor
que se le debe.
El culto
es tan antiguo como la humanidad y nunca está ausente en las religiones y bajo
diversas formas de manifestación.
En el cristianismo el culto tiene un carácter
específico, único e irrepetible, ya que tiene como centro al mismo Cristo, el
Dios hecho hombre, y revela algunos rasgos característicos. El culto es la
respuesta interna a la iniciativa de Dios que nos llama a la salvación y
requiere del compromiso y la adhesión total.
Los actos de culto son las acciones que
cumplimos mediante la virtud de la religión. Éstas constituyen precisamente el
culto divino.
ACTOS
DE ADORACIÓN
Los actos de culto propios para honrar, venerar,
adorar a Dios uno y Trino, tenemos en primer lugar, toda la oración de la
Iglesia está encaminada a rendir culto al Dios altísimo, tres veces santo. La
oración por excelencia, la Celebración eucarística es la mejor forma de culto
que ofrecemos a la Santísima Trinidad.
El domingo siguiente a la celebración del
Domingo de Pentecostés, la Iglesia lo dedica de modo especial a la Santísima
Trinidad.
Algo más, la contemplación, la admiración, por
parte del hombre, de la obra creadora de Dios, es como un entrelazar la
devoción y el rendir el culto debido a Dios Creador. Así la Sagrada Escritura
nos va dejando expresiones de ello. "¡Qué
amables son todas sus obras! Y eso que es sólo una chispa lo que de ellas podemos
conocer. (...) Nada ha hecho incompleto (...) ¿Quién se saciará de contemplar
su gloria? Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis
palabras: "El lo es todo". ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle? ¡Él es mucho más grande que todas sus
obras!" (Si 42,22. 24-25;
43,27-28)
Comenta el Papa Juan Pablo II: "Con estas palabras, llenas de estupor, un sabio
bíblico, el Sirácida, expresaba su admiración ante el esplendor de la creación,
alabando a Dios".
Estas actitudes unidas a la aplicación real de
conocer a Dios y a su Hijo, es acoger el misterio de la comunión de amor del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A esto estamos llamados todos los que
hemos sido bautizados "En el nombre del Padre,
y del Hijo, y del Espíritu Santo". Conocer a Dios, vivir en
comunión con Él y dar a conocer a Dios; luchar activamente y desde una
profunda vida interior para que todos los hombres lleguen a encontrarse íntimamente con Dios su creador, su
redentor, su santificador.
"En la Encarnación,
dice el Papa Juan Pablo II, contemplamos el amor trinitario que se manifiesta
en Jesús; un amor que no queda encerrado en un círculo perfecto de luz y de
gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra
al hombre, regenerándolo y haciéndolo hijo en el Hijo. Por eso, como decía san
trineo, la gloria de Dios es el hombre vivo. Y ver a Dios significa ser
transfigurados en él. "Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn
3,2).
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