A raíz del triste suceso del padre Travis de Nueva Orleans, he recordado muchas de las cosas acerca de las casas de reclusión eclesiástica. Ayer, por la noche, pensaba en que si tuviera que hacer el plano de una de estas casas, cómo lo haría. Se me ocurrieron algunas cosas.
La puerta
de entrada sería monumental, verdaderamente noble, para reflejar que al
atravesar ese dintel se entra en un espacio donde encontrar la gracia. En el
dintel, se podría inscribir: “Por mí se entra a la
salvación y a la santificación”.
En el
centro del vestíbulo, habría una estatua blanca del Sagrado Corazón de Jesús.
Como si Cristo mismo recibiera a los que allí entran.
Tras el
vestíbulo seguiría un pasillo que expresaría el camino espiritual que se
emprende al ingresar allí.
En ese
pasillo estarían las celdas de los que moran en ese edificio, justo al lado de
la puerta de entrada. Para así, cada día, recordar que uno está allí por propia
voluntad; que nada impide que uno se marche del lugar cuando quiera. Razón por
la cual, la puerta de entrada nunca estará cerrada con llave. Podrá estar
atrancada por dentro, pero cualquiera (desde dentro) podrá abrirla. Esa tranca
tan sólida expresa la necesidad de no dejar que entre el “mundo” con sus vanidades y tentaciones.
Por
supuesto, habrá un claustro pequeño (con un bonito jardín) y un claustro grande
(donde estará situado el huerto). El interior del edificio (suelos, paredes,
techos) será completamente blanco para recordar que hay que recobrar y mantener
la pureza del alma.
En otras
partes del edificio se situarán el resto de dependencias. Muchas veces, he
fantaseado cómo construiría yo un monasterio. Pero la idea de ver cómo, de
forma concreta, levantaría este edificio, me parece muy interesante como
ejercicio intelectual.
P. FORTEA
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