Era la mañana de un domingo de Junio de 1938. Las campanas de las iglesias, los pitos de las fábricas y las sirenas de los bomberos llamaban a toda la población. Algo extraordinario estaba sucediendo. La gente corría de un lado a cerca preguntándose ¿qué sucede? ¿qué sucede?... La respuesta fue: ¡Incendio! ¡Incendio!... Incendio en el puerto y hay miles de pacas de algodón aparcadas, esperando embarque.
Por esos meses hasta en América resonaban los taconazos de los nazis.
Comentábase de una posible Segunda guerra mundial. El algodón, principal
producto de guerra por la celulosa que contiene y que sirve para, la
elaboración de la pólvora sin humo. Los ingleses, principales compradores del
algodón peruano, por la profunda crisis mundial de esos años pagaban tan
reducidos precios que muchas haciendas y desmotadoras, por años fueron
guardando el algodón en espera de mejores cotizaciones, pero la clarinada de
guerra despertó a los ingleses y empezaron a ofrecer tentadoras ofertas.
Realizadas las compras, las agencias portuarias fueron las encargadas de tener
todo listo para el embarque. Grandes barcos por esa fecha, se aproximaban al
puerto de Huacho a cargar el algodón. Este puerto fue el centro de
concentración de la producción de todo el algodón del norte del país por la
gran reprensadora con que contaba. Un barco en lugar de llevar mil pacas,
podría llevar tres veces más.
Millones de sacos de algodón en rama cosechados en años, afluyeron de todos los valles a la reprensadora. Se colmaron los depósitos de las agencias, el algodón estaba aparcado en rumas como pirámides por toda la bahía; frente al muelle y de las propias agencias.
Estas agencias, además, en sus depósitos almacenaban millones de pies de madera que los barcos traían como lastre de Centroamérica. Miles de miles de sacos de salitre sódico y potasio traído desde Chile para la agricultura. Igualmente sacos de azufre, cajones de gasolina y querosene de Talara. Manteca vegetal y queque de algodón para la exportación.
El incendio se inició justo a las diez y cuarenticinco de la mañana, hora en que comienza a soplar un fuerte viento del sur. Ese domingo un mozo que terminaba sus estudios en el colegio Guadalupe regresó a su tierra con sus 20 años vigorosos. Salió a la calle estrenando su primer terno inglés para deslumbrar a las muchachas. A paso ligero, al oír las exclamaciones de la multitud: ¡Incendio! ¡Incendio! ¡Incendio! Junto con un tropel de gente, corrió por la carretera recién asfaltada el kilómetro que separa el puerto de la ciudad. Al llegar, el incendio era en la agencia Ayulo. Una pirámide de pacas pegadas a la pared estrechaba el camino. El depósito era un infierno dantesco, las llamas prendían las primeras pacas de la pirámide.
Sólo un acequión separaba las pacas incendiadas que el peso las inclinaba hacia una antigua fábrica de algodón movida por una rueda hidráulica con chumaceras de aceite. La grasa, el polvo y la pelusa del algodón, las ramadas, los costales que dividía los compartimentos, es decir todo, era material combustible ¡un arsenal en potencia! Si estas pacas incendiadas caían sobre la antigua fábrica, adiós puerto de Huacho. Pues esta estaba detrás de las agencias: Trujillo, Andahuasi, Agencias generales y Duncan Fox.
Las pacas a la altura del vértice, comenzaron a arder. No había tiempo que perder. Todos los mirones esperaban la llegada de los bomberos. Un cordón de policías contenían a los curiosos. Entre ellos estaba nuestro joven que al ver a la dueña de la fábrica y a su hija que desesperadamente echaban agua del acequión, solicito pasar y al negársele rompió el cerco y abriéndose paso penetró en la fábrica.
Se sacó toda la elegancia, encontrando por suerte un grasoso pantalón lo estiro y se lo puso, dejando el fino terno en un rincón. Luego a la carrera, mojándose el cabello al cruzar el acequión se lanzó ágilmente al vértice de la pirámide. Tomo la paca incendiada y contorneándola de un lado a otro, y en pleno equilibrio con todas sus fuerzas ante el asombro de todos, la lanzó al vacío. Al mover la segunda paca tenía ya dos hombres ayudándolo. Luego a esta acción se fueron uniendo más y más hombres y cuando sacaban la última paca y la pared ardiendo se les venía encima, la señora Rosa Ratto y su hija Irma, lloraban pidiendo no hacerlo. Pero la última paca fue retirada. Esta hazaña salvó al puerto de Huacho, pues las pacas en tierra, fueron llevadas por la multitud rodando hasta el mar.
En esta forma el fuego fue contenido en ese sector por esta cuadrilla de voluntarios. Esta acción convenció a los trabajadores portuarios que no se sabe si por no habérseles pagado el 1 de mayo estaban de brazos cruzados. Reunidos todos se atacó el lado más peligroso de esa Agencia. Los miles de sacos de salitre y azufre amenazados por el fuego comenzaron a ser retirados. Hasta que llegó el jefe de los portuarios don Lorenzo Meza diciéndole a la cuadrilla con su potente voz: ¡Esto déjenlo por mi cuenta! ¡Peligra el lado norte! y tomando el mando, siguieron descargando ese depósito.
Por ese lado todo era una real confusión, humo, fuego, gritos de la gente, lamentos, muebles tirados por las ventanas. Se escuchó de pronto la campana de la antigua bomba de vapor que llegaba bajando por el antiguo camino del puerto. Se encontró que todo estaba bloqueado de pacas.
-Un Capitán de la policía preguntó acercándose: ¿Quién es el jefe aquí? Todos quedaron mirando al intrépido joven. Reconocido como jefe, este respondió: ¿Qué desea, capitán?
-¡Tenemos que abrir camino a la bomba! y darle paso hasta los chorrillos para que comience a trabajar.
Dirigidos por el voluntarioso joven la cuadrilla emprendió este nuevo trabajo.
Al comenzar el incendio había gente que estaba pescando en el muelle mirando el horizonte en espera de los barcos ingleses. De pronto oyeron pitos y sirenas de las pequeñas embarcaciones y remolcadores.
Confusos, no se imaginaban que acontecía. Pero al volver la mirada a la bahía una lengua de fuego devoraba el enorme letrero de la agencia Ayulo. Recién se dieron cuenta del motivo de la alarma. De la aduana, ante las proporciones que tomaba este incendio, pidieron inmediatamente auxilio a la capitanía del Callao para que mandara lo más pronto a los bomberos igual que a otros de Lima. A las dos de la tarde llegaron dos compañías de bomberos, "Garibaldi" y "Roma”.
El incendio estabilizado por tres sectores, sur, oeste y norte, ya que el este era una cadena de cerros, facilito el trabajo de las compañías llegadas de Lima. Combatiendo las llamas estuvieron hasta el día siguiente, pero el incendio revivió durante 15 días y una de estas compañías se quedó durante este tiempo removiendo escombros. Ya que las pacas de algodón, aparentemente estaban apagadas, ya el fuego en su interior socavaba, tomando fuerza y de repente rompiendo los flejes que contenía el algodón prendido volaba por los aires y era un constante y amenazante peligro para el puerto.
Origen del incendio:
Según contó el viejo guardián del depósito de la agencia Ayulo, un
ayudante de motorista de los remolcadores llego ese día domingo con una orden
verbal de quemar avispas que habían ido reproduciéndose en los techos de madera
del depósito. Con un mechero especial de su propia invención, que no ofrecía
ningún peligro, inició el trabajo de quemar los panales.
Este mechero en forma de un embudo tenía adentro una estopa impregnada de kerosene y con un cabo largo que le permitía llegar hasta el techo del depósito. Prendido el mechero lo pegaba a los panales del techo achicharrando a las avispas. Pero una de estas avispas impregnada de kerosene escapó, yendo a morir a un depósito de gasolina abierto que servía para lavar las piezas de las máquinas, que al explosionar expandió toda la gasolina y en segundos todo comenzó a arder. ¿Quién lo mandó? nunca se supo. Pero sospechosamente el hombre murió poco tiempo después.
Si estos miles de pacas que comprendían millones de sacos de algodón, se hubieran perdido con el incendio del puerto de Huacho, los ingleses no hubieran tenido suficiente materia prima para su defensa y la guerra hubiera demorado unos meses más. Muchos historiadores han dicho: "Si esta Segunda guerra mundial hubiese durado tres meses más, los nazis hubieran ganado”.
De Alberto Bisso Sánchez (1992).
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