Tengan amor para sus enemigos, bendigan a los que les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los que les insultan y les maltratan...
Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente:
Para dar raz?e nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
En mis visitas a las distintas comunidades, me
doy cuenta de que hay mucha gente entre nosotros que tiene gran respeto por la
Biblia. Algunos se reúnen hasta tres y cuatro veces en la semana para leer la
Biblia. Y me alegro de que amen este libro sagrado.
Pero también me doy cuenta de que hay personas
entre nosotros, que son muy de la Biblia, y al mismo tiempo son capaces de
despreciar y hablar mal del prójimo; personas que duermen en la noche con la
Biblia al lado, pero por nada quieren saludar a su vecino, ni tampoco quieren
prestar algún servicio a una persona necesitada. Otros recorren pueblo tras
pueblo para leer y enseñar la Palabra de Dios, pero se olvidan de cuidar a su
madre enferma; se esfuerzan por vivir como ángeles la Biblia, pero se olvidan
de ser «buena gente».
Queridos hermanos, debemos tener mucho cuidado
con estas actitudes. Sí, debemos leer y meditar la Biblia, y debemos amar mucho
este libro. Pero no debemos dejar a un lado lo más grande que nos enseña la
Biblia: «el amor a Dios y el amor al prójimo».
En esta carta les quiero hablar acerca de este
tema central de la Biblia, quiero que leamos juntos las páginas más hermosas de
este libro sagrado, pero también estoy consciente de que es el mandamiento más
difícil de cumplir.
NO A LA HIPOCRESÍA
No basta conocer la Biblia de memoria; el demonio conoce la Biblia mejor que
todos nosotros y era capaz de discutir con el mismo Jesús lanzándole textos
bíblicos (Mt. 4, 1-11). Pero el demonio no ama y por eso está lejos de Dios. ¿De qué me sirve conocer la Biblia entera si no tengo
amor? ¡De nada me sirve!
NO BASTA TENER FE SIN TENER
OBRAS DE AMOR
«No olvides que también los demonios creen
y, sin embargo, tiemblan delante de Dios» (Sant. 2, 19). La fe sin el
amor es una fe muerta. ¿No dijo el apóstol Pablo que «la fe se hace eficaz por
el amor» (Gal. 5, 6)?
NO BASTA DECIR: «SEÑOR,
SEÑOR»
El que dice que ama a Dios y luego habla mal del prójimo es un mentiroso. Y el
que no ama no conoce a Dios (1Juan 4, 20). Dice Jesús: «No
todos los que dicen Señor, Señor, van a entrar en el reino de los cielos, sino
los que hacen la voluntad de mi Padre Celestial» (Mt. 7, 21).
NO BASTAN LAS APARIENCIAS
No basta ser un hombre muy devoto y cumplir con las oraciones y pagar los
diezmos... y luego criticar al otro que piensa distinto.
Los fariseos de la Biblia eran hombres sumamente
devotos, muy observantes de la ley y pagaban estrictamente los diezmos, pero no
olvidemos que fueron precisamente estos hombres devotos los que hicieron sufrir
mucho a Jesús y finalmente lo llevaron a la muerte en la cruz.
«Si yo no tengo amor, yo
nada soy» (1 Cor. 13, 2)
Si yo no tengo amor de nada me sirve estudiar la
Biblia, de nada me sirve ir al templo y hacer largas oraciones y vigilias
nocturnas.
Dios es amor, y el que no ama no está en Dios (1
Juan 4, 7). ¡Lo más grande de nuestra religión es
el Amor!
EL QUE AMA A DIOS, AMA AL
PRÓJIMO
Un día un maestro de la ley se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»
Jesús le contestó: «El
primer mandamiento es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor.
Ama pues al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente y con todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento. Y el segundo es
parecido, y es: Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. No hay otro
mandamiento más importante que éstos» (Mc. 12, 28-31).
¿POR QUÉ ES ÉSTE EL
MANDAMIENTO MÁS GRANDE?
Simplemente porque DIOS
ES AMOR. El amor viene de Dios. Todo el que tiene amor es hijo de Dios y
conoce a Dios. El que vive en el amor vive en Dios y Dios vive en él (1 Jn. 4,
7-16).
El amor de Dios consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a
su Hijo como sacrificio por nuestros pecados (1 Jn. 4,10).
La prueba más grande de amor nos la dio
Jesucristo. El se entregó por amor a nosotros y derramó hasta la última gota de
su sangre por nosotros. Ojalá que podamos comprender cada vez más «cuán ancho, largo, profundo y alto es el amor de Cristo.
Que conozcamos este amor» (Ef. 3, 18-19), y que seamos imitadores de
este amor.
NO SEAMOS MENTIROSOS
Pero si alguno dice: «Yo amo a Dios» y al
mismo tiempo odia a su hermano al cual ve, tampoco puede amar a Dios, al cual
no ve (1 Jn. 4, 20). Si alguno dice que está en la luz, pero odia a su hermano,
todavía está en la oscuridad. El que odia a su hermano vive y anda en la
oscuridad, y no sabe a dónde va, porque la oscuridad lo ha vuelto ciego (1 Jn.
2, 9-10).
Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida, y
lo sabemos porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama a su hermano, sigue
muerto. Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que ningún
asesino puede tener vida en su corazón (1 Jn. 3, 14-15).
AMÉMONOS UNOS A OTROS
Algunos piensan que el amor al prójimo es solamente amar a sus amigos o sus
hermanos, y que pueden «guardar rencor a su
enemigo», como en el Antiguo Testamento (Lev. 19, 18). Pero Jesús nos
dice otra cosa: «Tengan amor para sus enemigos,
bendigan a los que les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los
que les insultan y les maltratan... Pues si ustedes aman solamente a los que
les aman a ustedes, ¿qué premio van a recibir por eso? Hasta los pecadores
hacen eso. Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué de bueno hacen?, pues
hasta los que no conocen a Dios hacen eso» (Mt. 5, 44-47).
Queridos hermanos, este amor al prójimo que
Jesús nos pide no es nada fácil. Pero los que tratan de amar así, serán
llamados hijos de Dios (Mt. 5, 45). El verdadero discípulo de Cristo debe ver
en cada hombre a su hermano: «Bendigan a los que
les maltratan. Pidan para ellos bendiciones y no maldiciones» (Rom. 12,
14). «Cada vez que podamos, hagamos bien a todos» (Gal.
6, 10). Si amamos de verdad, Dios mismo llena nuestro corazón con su amor (Rom.
5, 5), y este amor nos empuja a amar a todos los hombres, a no ofender al
prójimo (Mt. 5, 21-30), a ser sinceros con todos (Mt. 5, 33-37), a renunciar a
la venganza, a hacer el bien a todos (Mt. 5, 43-48), a no condenar a nadie (Mt.
7, 1), a amar con obras (Mt. 7, 12).
LA FE Y LAS OBRAS
Escuchemos lo que dice el apóstol Santiago, cap. 2, 14-20: «Hermanos míos, ¿de qué sirve que alguien diga que tiene
fe, si no hace nada bueno? ¿puede acaso salvarlo esa fe? Supongamos que a algún
hermano o hermana le faltan la ropa y la comida necesaria para el día, y que
uno de ustedes le dice: ´Que te vaya bien; tápate del frío y come´, pero no le
da lo que necesita para el cuerpo; ¿de qué sirve eso? Así pasa con la fe, si no
se demuestra con lo que la persona hace, la fe por sí sola es una cosa muerta».
Pero tal vez alguien dirá: «Tú tienes fe, y yo hago bien. Muéstrame, pues, tu fe aparte del
bien que haces, y yo te mostraré mi fe por medio del bien que hago. Tú tienes
fe suficiente para creer que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero
también los demonios creen eso, y tiemblan de miedo. Pero ¿no quieres reconocer
que si la fe que uno tiene no se demuestra con el bien que hace, es una fe
muerta?».
JESUCRISTO JUZGARÁ NUESTRAS
OBRAS
Leemos en Mateo 25, 31-46: Aquel día el Hijo del
hombre nos va a juzgar, no sobre nuestra fe, no nos juzgará sobre nuestros
conocimientos bíblicos, no nos juzgará sobre nuestras vigilias en el templo, no
nos juzgará sobre los diezmos...
El Hijo del hombre se sentará en su trono y
separará a los unos de los otros y a los que estarán a su derecha les dirá: «Vengan ustedes, los que han sido bendecidos de mi Padre,
reciban el Reino que está preparado para ustedes, pues tuve hambre y ustedes me
dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; anduve como forastero y me
dieron alojamiento... En verdad les digo que cualquier cosa que hicieron por
uno de estos mis hermanos, por humilde que sea, a mí me lo hicieron».
Jesucristo se identifica con los pobres, los marginados, los enfermos, los
encarcelados de nuestro tiempo. Ahí encontramos el rostro de Cristo, y ¿cuántas veces hemos despreciado este rostro? Y
cuando dejamos de hacer el bien con uno de estos más pequeños, también con
Jesús dejamos de hacerlo.
Meditando estos textos sobre el mandamiento más importante de la Biblia, muchas
veces pienso que nosotros los cristianos debemos sentirnos avergonzados, puesto
que con nuestras discusiones sobre religión y nuestras divisiones somos un
escándalo para todo el mundo y faltamos gravemente al mandamiento del amor. A
veces me da la impresión de que hasta ahora no hemos hecho nada y que debemos
aprender de nuevo a ser obedientes a la voz de Cristo: «Les
doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Así como yo los
amo, ustedes deben amarse también los unos a los otros» (Jn. 13, 34).
No nos desanimemos, pero comencemos ahora con la
práctica del amor, el amor verdadero a Dios y al prójimo.
EL HIMNO AL AMOR
Para terminar, hermanos, leamos juntos el cántico del amor que escribió San
Pablo para los que buscaban en aquel tiempo los dones del Espíritu Santo.
Aquellos cristianos que ansiaban el don de lenguas, el don de profecía, el don
del profundo conocimiento, el don de la fe, pero, sin darse cuenta, muchos se
olvidaron del camino más excelente para encontrarse con Dios: el camino del amor.
«Si yo hablo en lenguas de
hombres y de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena
o un platillo que hace ruido. Si yo doy mensajes recibidos de Dios y conozco
todas las cosas secretas, tengo toda clase de conocimientos y tengo toda la fe
necesaria para cambiar los cerros de lugar, pero no tengo amor, yo nada soy. Si
reparto todo lo que tengo y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado,
pero no tengo amor, de nada me sirve. El que tiene amor tiene paciencia, es
bondadoso, no es presumido ni orgulloso, no es grosero ni egoísta... no se
alegra del pecado de los otros sino de la verdad. Todo lo soporta con
confianza, todo lo espera con paciencia. El amor nunca muere» (1
Cor. 13, 1-8).
Coplas por el Amor
Querer sólo por querer es la fineza mayor,
el querer por interés no
es fineza ni es amor.
En aquella santa Cena dijo el divino
Maestro el que quiera ser mayor
que tome el último asiento.
Ni los clavos ni el madero me tienen
crucificado, sino sólo tu pecado
y lo mucho que te quiero.
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