sábado, 17 de octubre de 2020

DE ALTARES Y SACERDOTES

La triste noticia del altar profanado en Nueva Orleans me ha llevado a reflexionar sobre el tema. Y pienso que con el altar hay que hacer lo óptimo como símbolo de que con el sacerdote caído también hay que hacer lo óptimo. Con lo sagrado, sean personas u objetos, hay que hacer lo que sea lo mejor.

En una mentalidad veterotestamentaria, la ira, la reparación, debe reducir a pedazos el objeto o incinerarlo.

En la mentalidad de la Parábola del Hijo Pródigo hay que intentar salvar lo salvable y esperar contra toda esperanza. Desde la lógica del Nuevo Testamento, el castigo viene de uno mismo. Por supuesto que encontraremos, en el Nuevo Testamento, excomuniones de san Pablo y castigos divinos en Hechos. Pero se inscriben en una Buena Nueva de Salvación y son para la salvación. Lo mismo sucedía en el Antiguo Testamento, pero no de forma tan clara, tan abierta, tan manifiesta.

Dicho de otro modo, ese sacerdote, pagada su deuda con la ley si existiese (tengo entendido que está detenido), lo ideal sería ofrecerle vivir su consagración en una casa de reclusión eclesiástica. Algo sobre lo que ya hablé largamente en mi libro Neovaticano.

Por supuesto que para vivir en esa casa lo ideal es hacerlo ya arrepentido. Pero, incluso sin arrepentimiento, mientras se viva bajo la disciplina y regla común, más fácil será que esa alma encuentre a Dios allí que en el mundo. Por supuesto que sin arrepentimiento, un residente en esa casa de reclusión eclesiástica no le sería lícito ni concelebrar ni comulgar. Pero sí salmodiar en el coro, trabajar y participar de las recreaciones comunes.

Esto nos da la respuesta respecto a qué hacer con el altar. Si hubiera tenido valor artístico, histórico o económico, lo mejor es purificarlo con una larga purificación de siete días, culminando con lo que se dice en La reparación del lugar sagrado.

Si no tiene valor, sea de madera o de piedra, lo mejor es colocarlo en un jardín minimalista, creado ex profeso, situado en un patio cerrado: en el seminario, en el obispado, en la residencia del obispo.

¿Romperlo? Desde esta lógica, no. Estos casos (personales o materiales) no deben ser tratados con la destrucción, sino con el respeto y el amor. Respeto no significa que tenga que ser reintegrado al ministerio pastoral sin más. Amor no significa que no hay que hacer algo.

Para que no parezca un altar abandonado y medio destruido, lo mejor es desarmarlo si está formado de varias piezas. Y dejar esas piezas como dije, en lugar donde se cubran de hierba y de musgo. El ara normalmente es de una pieza (de piedra o de madera). Esta se colocará con respeto y pena sobre el suelo para que las plantas la cubran con su belleza y con eso precisamente: vida.

El conjunto, aunque caído, será bello. Será un sermón silencioso. Con los años, quedará semienterrada, semicubierta por las plantas. Todo un símbolo.

EL INCIENSO SOBRE EL ALTAR, EL PECADO ALREDEDOR DEL ARA

Continuando con el tema del sacerdote de un sacerdote caído a lo más profundo. Por supuesto no se pone a cuidar de las ovejas a nadie que no sea adecuado para ello: haya caído a lo más profundo o esté simplemente un poco por debajo de la línea.

Ahora bien, ahora, justamente ahora, no es el momento de abandonar a ese pobre ser humano.

Algunos pueden ver una cierta necesidad de hacer justicia, pero la Iglesia no está para hacer justicia, sino para mostrar la misericordia de Dios y salvar almas.

Un juez que renunciara a hacer justicia no cumpliría con su cometido.

Los curas pederastas, los curas ladrones, tendrán que cumplir con sus penas civiles. Pero satisfecha la pena, el obispo solo tiene que preocuparse del alma inmortal de ese ser humano. En unos casos, la falta fue de tal naturaleza que será posible que colabore en algún tipo de trabajo temporal. En otros casos, no sería prudente y la reclusión cuasimonástica será el modo de salvar una vida en consonancia a la consagración. Pero nunca abandonar. Siempre se puede purificar sin el uso del martillo. Como cristianos, pensamos que todo es sanable, que todo pecador es redimible.

Una cosa es la pena civil y otra el obispo-padre de la Parábola del Hijo Pródigo. Son dos campos distintos, son dos funciones. Por supuesto que no se pone al zorro a cuidar a las gallinas. Pero no solo el zorro, sino incluso el lobo debe ser convertido en cordero que pazca junto al león.

P. FORTEA

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