Rasgos físicos de Jesús que podemos recabar de los evangelios
Por: P. Antonio Rivero, L.C | Fuente: Libro Jesucristo
"Es de elevada
estatura, distinguido, de rostro venerable. Sus cabellos, ensortijados y
rizados, de color muy oscuro y brillante, flotando sobre las espaldas, al modo
de los nazarenos. La frente es despejada y serena: el rostro sin arruga ni
mancha. Su nariz y boca son regulares. La barba abundante y partida al medio.
Los ojos color gris azulado, claros, plácidos y brillantes; resplandecen en su
rostro como rayos de sol, de modo que nadie puede mirarle fijo. Cuando reprende
es terrible; cuando amonesta, dulce, amable, alegre, sin perder nunca la
gravedad. Jamás se le ha visto reír, pero sí llorar con frecuencia. Camina con
los pies descalzos y con la cabeza descubierta. Estando en su presencia nadie
lo desprecia; al contrario, le tiene un profundo respeto. Se mantiene siempre
erguido; sus brazos y sus manos son de aspecto agradable. Habla poco y con
modestia. Es el más hermoso de los hijos de los hombres. Dicen que este Jesús
nunca hizo mal a nadie; al contrario, aquellos que lo conocen y han estado con
él, afirman haber recibido de él grandes beneficios y salud. Según me dicen los
hebreos, nunca se oyeron tan sabios consejos y tan bellas doctrinas. Hay
quienes, sin embargo, lo acusan de ir contra la ley de Vuestra Majestad, porque
afirma que reyes y esclavos son todos iguales delante de Dios" (Publio
Léntulo, procurador de Judea al emperador).
¿QUÉ RASGOS FÍSICOS DE JESÚS
PODEMOS RECABAR DE LOS EVANGELIOS?
Cuerpo
robusto y resistente: La
vida dura del taller y las correrías por las colinas circundantes de Nazaret
robustecieron el cuerpo de Jesús, preparándolo para las duras jornadas de su vida
apostólica, a la intemperie por las calcinadas rutas de Palestina. Sabemos que
en una jornada hizo el camino de 30 Kilómetros, por la calzada pendiente que
sube de Jericó a Betania.
Junto al pozo de Sicar se sentó fatigado y sediento. Cuando los discípulos le
ofrecen la comida, la rechaza diciendo que su alimento es hacer la voluntad del
Padre, y antes había rechazado la bebida que le ofreciera la samaritana. No
sabemos que Jesús en aquella jornada comiera o bebiera a pesar de estar
fatigado, lo que prueba su complexión robusta.
El evangelista detalla que Jesús iba delante de los discípulos en esa marcha
ascensional hacia Betania. Sus jornadas apostólicas son agotadoras; así, en una
de ellas por la mañana predica en la sinagoga de Cafarnaum, cura a un poseso,
sana a la suegra de Pedro, y por la tarde se dedica a curar los enfermos que a
él afluyen de todas partes. Al día siguiente las turbas le buscan de nuevo y
empieza de nuevo la jornada agotadora. En ese plan recorre todos los poblados
de Galilea, predicando la penitencia y el mensaje de salvación. Es tal el
trabajo que tiene que desplegar que muchas veces no tiene tiempo ni para comer.
Las turbas le siguen al otro lado del lago, y Jesús está de nueva a disposición
de ellas. Después de multiplicar los panes, se retiró de noche a orar. Al día
siguiente volvió a Cafarnaum a reanudar la tarea, después de haber calmado la
tempestad.
Este plan de trabajo supone una salud robusta y un sistema nervioso a toda
prueba. En el lago duerme en la nave mientras los discípulos luchan ansiosos
con el temporal; esto refleja que tiene salud equilibrada, muy apropiada al
espíritu equilibrado del Maestro, que siempre se manifiesta dueño de sí mismo y
de la situación.
Su porte debía ser
majestuoso y viril.
Cuando sus compatriotas quieren despeñarle en Nazaret, Jesús pasa por medio de
ellos sin inmutarse y con un continente tal, que no se atreven a atentar contra
su vida. Al ser prendido en Getsemaní, sus enemigos caen unos sobre otros,
impresionados del porte majestuoso del Maestro, que lejos de huir les declara: "Yo
soy a quien buscáis".
La mirada de Jesús debía ser majestuosa y dominadora. San Marcos repite con
insistencia cuando el Maestro va a proferir una sentencia: "Y
mirándolos, dijo". Cuando tratan de lapidarle en Jerusalén, Jesús
interpela a sus enemigos: "Muchas cosas buenas os he hecho, ¿por cuál
de ellas me queréis apedrear?". Este dominio de sí mismo resplandece
en las palabras mansas con que Jesús responde al criado que le ha abofeteado: "Si
mal hablé, muéstrame en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?".
Equilibrado: esta
complexión sana y equilibrada de nervios de Jesús contrasta con los
desequilibrios nerviosos de Mahoma y con el agotamiento físico de Buda, que
vencido por la vida, predica una religión pesimista y negativa. La actitud de
Jesús en los momentos de la Pasión es la de un espíritu equilibrado, señor de
sí mismo en medio de las agitaciones nerviosas de sus jueces y acusadores: En
el drama de la Pasión no hay más señor que Jesús.
Sus últimas palabras en la cruz, ofreciendo perdón a los enemigos, son eco de
la paz interior de su espíritu. Nada de desahogos rabiosos incontrolados, sino
autonomía y perfecto control de sus actos, y todo con suma naturalidad y sin
afectación.
Sano: Nunca
los evangelistas aluden a alguna enfermedad del Maestro. En medio de su dura
vida de apostolado su cuerpo parece responder sin debilidades morbosas. Su
tarea se iniciaba muy de mañana. El frescor de su espíritu se refleja en el
amor que siente por las bellezas de la naturaleza, los lirios del campo, los
pajarillos del cielo, la candidez infantil.
En sus parábolas nada insinúa un espíritu cansado y pesimista; al contrario, su
alma tersa sabe contemplar al Padre siempre obrando en la naturaleza y en las
vidas de los hombres. La vida apostólica del Maestro discurre al aire libre, a
la intemperie, caminando por las calzadas y caminos de Galilea, Samaria, Judea,
Tiro, Sidón. Viviendo en extrema pobreza, sin tener dónde reclinar su cabeza,
Jesús iba de un lugar para otro predicando la buena nueva. Esto no se explica
sin suponiendo en él una salud robusta y equilibrada.
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